V E I N T I S I E T E
—¿Y de qué hablaron cuando quedaron a solas? —pregunta Aidan, moviendo sus cejas de arriba hacia abajo, un gesto que lo hacía ver muy gracioso.
Bueno, ya sabes, lo normal. Casi nos besamos. Pero de resto, todo cool.
—Nada —preferí responder, siguiendo con mis anotaciones que escribía el profesor en el pizarrón.
—¿Por qué siento que me estás mintiendo? —entrecierra sus ojos en mí.
Me encogí de hombros.
—Estás sintiendo mal.
—Sabes que si no me lo dices tú igual le preguntaré a Bea, ¿verdad?
Dios, ¿Por qué Aidan López tenía que ser tan entrometido?
—¿Cuándo terminará esta clase? —pregunta ya irritado. Aidan odia la clase de biología.
De hecho, él odia todas la clases.
—¿En serio le preguntarás a Bea? —le pregunto en un susurro, el profesor ya nos había dado su mirada de «cállense o ambos irán a detención»
—Claro, si mi mejor amigo no me lo quiere decir, mis otras fuentes de información son Bea y tu hermana —responde con simpleza, anotando distraído la clase.
Asentí varias veces murmurando un «vale» y seguí copiando la clase. Estuve tentado de decirle la verdad a mi mejor amigo, pero no lo hice por dos razones:
1. El profesor seguía atento de nosotros y si nos encuentra hablando otra vez no dudará en mandarnos al castigo.
2. Estamos hablando de Aidan entrometido y juega bromas López. Decirle que estuve a punto de besar a Bea sería un pase gratis a sus bromas y, la verdad, no estoy con muchos ánimos para soportarlas.
Por lo que solo tuve que rogar internamente a qué olvidara el tema, o que Bea no le diga nada si lo conoce bien.
-
Junto con Aidan íbamos saliendo de la clase de biología, mi amigo concentrado en su móvil desde que el profesor dió por finalizada la clase de hoy. Por su distracción con la pantalla más de una vez tuve que tomarlo del brazo y guiarlo conmigo al pasillo de los casilleros.
—Despega la vista del móvil, Aidan, no se irá de las manos —le digo, llegando a mi casillero.
—Ah, okey, okey —responde distraído sin hacerme caso.
Pongo los ojos en blanco y meneo la cabeza. Aidan no es muy apegado a su celular, estas cosas pasan cuando se encapricha con un nuevo juego que descargó y por sus eventuale sonrisas y festejos por lo bajo, concluí en que por los próximos días, veré mucho a Aidan así.
Busqué lo necesario en mi casillero; un libro y cuaderno para mí siguiente clase, también escondí en mi mochila el dulce que guardé esta mañana aquí, procurando que Aidan no se de cuenta. Cuando tengo todo guardado en mi mochila, cierro mi casillero y cuando giro a ver a mi amigo, antes la veo a ella en el suyo.
Está junto a Lyla y ese chico que estaba aquel día en el CallyCafé con ella. Mi ceño se frunce inconscientemente cuando veo que ese chico pasa su brazo sobre los hombros de Bea y mi mano se aprieta cuando ambos se ponen muy juguetones.
¿Por qué no te alejas de ella? Tus feas manos no se ven bien a su lado.
—Evan, los celos no son buenos para nadie. Tranquilízate —escucho a Aidan decir a mi lado, pero mi mente está concentrada en mil formas de alejar a ese chico.
Ah, ¿Por qué pienso así? Esto es estúpido, he inmaduro. Soy un estúpido muy inmaduro.
—Estás siendo idiota, sí —conviene Aidan con mis pensamientos—. Pero eres idiota porque estás enamorado.
—¿Qué? —giré a verlo, impactado. Aidan también tiene la mirada dónde está Bea.
—Que estás enamorado —repite, viéndome.
—Claro que no —niego con un absurdo tono agudo de nervios, caminando en dirección a la cafetería, pasando de largo he ignorando a la chica que segundo antes veíamos.
Aidan sigue mi paso hasta alcanzarme.
—Te haré una pregunta: ¿Quieres con todas las fuerzas de tu ser ir a dónde está ese chico y separarlo de Bea? —aprieto los labios, suspiro y... asentí—. ¿Ves? Ella te gusta más de lo que tú crees —me da un toque en el pecho con el dedo.
Me detuve en medio del pasillo, unos cuantos chicos me ven raro por ello y otros pocos chocan conmigo. Aidan no se percata que yo me he detenido hasta que gira hacia atrás y me ve.
—¿Qué pasa? —se acerca a mí.
—Estás de broma, ¿No?
Mi mejor amigo se echa a reír entre un suspiro divertido, vuelve a mi lado y pone su mano en mi hombro.
—Como me encantaría decirte «¡Claro! Solo juego contigo» pero no, Evan, no estoy de broma —ay, demonios—. Tú, mi querido estimado, estás tan tontamente enamorado.
Aidan prácticamente me arrastra con él a la cafetería, repartiendo saludos y sus sonrisas clásicas. Siento que no puedo procesar más allá de su declaración, una que no deja de sonar en mi cabeza.
«Tú, mi querido estimado, estás tan tontamente enamorado»
Enamorado...
Eso de estar enamorado es una palabra muy fuerte, ni digamos lo que es sentirse así. Tenerle tanto aprecio y cariño a una persona como para poder enamorarte es... guao, solo guao. Sé que Bea me gusta, me gusta muchísimo, pero... ¿Estar enamorado de ella? Es... mucho más, demasiado.
—Vale, que te he traumado —comenta Aidan, sentándose frente a mí, dejando dos bandejas con el desayuno sobre la mesa—. Evan, no está mal estar enamorado.
—Eso lo sé, es que... —paso mis manos por mi rostro y mi cabello, estresado, dejándolo desordenado—. Aidan, Bea ni siquiera sabe que me gusta, me ve solo como un amigo más, ¿Cómo crees tú qué reaccionaría si voy y le digo «Hey, Bea, estoy tan tontamente enamorado de ti. Que loco, ¿No?»
Aidan tiene los labios apretados para evitar reírse, sus mejillas empiezan a tornarse rojas por las ganas que contiene hasta que no lo soporta más y se echa una corta pero fuerte risotada. Yo no hago más que mirarlo mal, ¡Este es un tema serio!
—¡Basta! —pido a lo que él deja de reírse—. ¡No estoy de broma, Aidan! ¡Esto es serio!
—Vale, vale, dejo de reírme —se limpia las falsas lágrimas—. Sé que aún tienes inseguridades.
—Unas cuántas muchas —agrego en un murmuro.
—Sí, vale unas cuantas, pero Evan, esas inseguridades son las que te impiden hacer muchas cosas —Aidan esta vez se pone serio—. ¿Cómo creo que reaccionará Bea? Reaccionará como una chica que siente lo mismo. Te lo dije luego del partido, Evan Ross, le gustas a Bea y solo tú no te das cuenta —no sé si sea tonto, pero me siento atacado por mi mejor amigo—. Sé bien que es más fácil decirlo que actuar, pero por una vez en siete años, corre el riesgo de decirle a esa enana que te tiene loquito de amor.
»O créeme, te vas arrepentir de haberte quedado callado.
Aidan se levanta de la mesa, tomando lo escencial de su comida, es decir, la leche achocolatada, el pudín y la mitad de su sandwich. Da un mordisco a su comida y luego me señala con esa misma mano que lo sostiene, aún masticando dice:
—Dile no a las drogas —me atraganto con mi risa, lo que lo hace sonreír aún comiendo. Es algo irónico porque hay momentos dónde me drogo para poder dormir—. Ya, en serio, habla con Bea, dile la verdad. Salir de tu zona de confort no te va a matar.
Con eso dicho, Aidan se da la vuelta y recorre el mismo camino que hace un rato para salir de la cafetería.
Agradezco tener a alguien como Aidan en mi desastrosa vida, él es ese tipo de gente bonita que te hace reír cuando tus ánimos empiezan a ir por los suelos.
Paso el almuerzo solo, pensando en sus palabras, pensando en qué rayos hacer. Una pequeña parte de mí quería ir y decirle la verdad, decirle lo mucho que me gusta y luego, poder al fin besarla, pero otra parte, esa que está en su mayoría controlada por la ansiedad, hace que se me pasen mil escenarios por la mente, todos diferentes, todos malos, todos con un mismo resultado: la chica que me gusta, rechazandome horriblemente.
Conozco a Bea, sé que no haría algo como por lo que se pasa en mi cabeza, es solo esa parte pesimista mía que no puede hacer nada más que imaginarse desastres con todas las cosas. Y con este tema, se me hace casi imposible buscar una solución o tener un pensamiento positivo.
La campana suena, anunciando el final del descanso. Me deshago de las sobras de mi almuerzo y salgo al desolado pasillo. Bueno, llegaré tarde a clases.
El camino que tengo que tomar para llegar a mi salón tengo que pasar frente al pasillo del auditorio. Mis pies se plantan en el suelo, impidiendo que siga caminando.
¿Y qué tal si...?
Tengo una clase más en un rato, así que no creo que sea tan necesario ir a esta siguiente. Cambio mi camino al auditorio y entro al gran semioscuro salón. Como siempre, estaba solo. Voy por el camino que separaba los asientos y cuando llego al escenario, me senté en el borde como la última vez que estuve aquí.
La soledad de este lugar, el silencio, me gusta, me ayuda a pensar, a arreglar mis conflictos internos. Dejo mi mochila a un lado y me siento en la plataforma como un yogui, apoyado mis codos de mis rodillas para sostener mi cabeza. Dejo ir un suspiro y cierro un momento los ojos.
¿Qué hago? ¿Qué hago ¿Qué hago?
—¿Quién soy? —una voz detrás de mí hizo que abriera los ojos, pero aún estaba todo negro.
Su olor dulce llega a mi nariz y me tranquilizo. Ya empezaba a hacerme la idea de que moriría aquí.
—Mmm, no lo sé —tuerzo mis labios, pensando—. Eres... ¿Lyla?
—No —susurra cerca de mi oído, causandome cosquillas que me hicieron reír por lo bajo.
—Eres... ¿Briana?
Hay una risita de su parte.
—Nop.
—Eres... ¿Bea?
—Din, din, din —Bea quita sus manos de mis ojos y se sienta a mi lado—. ¿Qué haces aquí?
—Necesitaba estar solo un rato.
—Oh, entonces... me... voy —hace el amago de levantarse, pero se lo impedí tomando su mano.
—Está bien, me... gusta tu compañía.
Vuelve a sentarse en el suelo, más... cerca de mí.
—¿Por qué quieres estar solo?—pregunta, viéndome atenta con esos bonitos ojos verde oliva.
¿Cómo puede ser que ella con una sola mirada me haga sentir un montón de cosas? Simplemente, ¿Cómo puede solo existir y causar tantas cosas locas en mí? Hace tantas cosas en mí y, aún así, me encantan.
Ella me encanta.
—Quería acomodar mis pensamientos —respondo su pregunta anterior.
—¿Y lograste acomodar tus pensamientos? —acomoda los mechones de su flequillo.
—Algo... —mi respuesta es más como un balbuceo distraído.
Entre nosotros se forma un silencio, pero no como los que usualmente han habido. Este es más ameno, sin incomodidades o tensión, un silencio reconfortante.
—Oye, Evan, yo quiero hablar algo... importante contigo.
Bea se acomoda en su lugar quedando frente a mí, arqueo una ceja, aún así me acomodo en mi lugar, quedando frente a ella.
—¿Qué pasa?
Ella toma una respiración profunda, desviando la mirada.
—Es sobre... sobre lo que pasó ayer.
Oh, mierda.
Trago saliva y rasco nervioso mi cabello. Demonios, demonios, demonios, ¡No debí hacer eso! ¡Claro que no, yo no corro riesgos! Ahora tengo que enfrentarme a esto y, la verdad, ya empezaba a temer un poco.
—C-claro.
—Yo... —juega con sus dedos sobre su regazo, aún con la mirada gacha. Suspira alzando su cabeza, sus bonitos ojos verdes encontrándose con los míos—. No, ¿sabes qué? O-olvidalo, no es nada —se levanta con prisa y fueron solo unos segundos en que imité su acción, confundido.
La sigo con la mirada, viendo cómo va a la parte de atrás del escenario. No tengo idea de qué hacer o decirle, ¿Voy detrás de ella he insisto en el tema? ¿Me quedo aquí? Mi cerebro intentaba escoger una de las dos opciones cuando, de pronto, Bea se detiene.
—¿Sabes? —se gira a verme. Hay determinación en su mirada—. ¡Al demonio con todo!
Bea se acerca con pasos rápidos y seguros a dónde estoy y se detiene a unos poco centímetros de mí.
—Esto, Ross —me sorprende la determinación que también hay en su voz—. Esto debió pasar ayer.
Y sin más, se alza sobre las puntas de sus pies y junta sus labios con los míos.
Y ahí, en medio de ese solitario auditorio, Beatríz Ferguson, la chica que me a llamado la atención en el último año, y que me gusta...
Me besó.
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