T R E I N T A Y U N O
Lanzo tres pelotas de tenis a la vez y seis de los perros que están jugando conmigo van tras ellas. Ibby no tiene problema en atrapar una. Gooby, el pastor alemán, atrapa otra antes de que Kiwi, la puddle, la atrapara. La tercera pelota brinca de allá para acá gracias a que los cuatro perros restantes intentan atraparla.
Fue Trueno, el San Bernardo niño, que la atrapó.
Todos vuelven a mí y los tres caninos que atraparon las pelotas de tenis las dejan a mis pies, llenas de babas. Esperan jadeando a qué las vuelva a lanzar.
—Mejor cambiemos las pelotas —digo, como si pudieran responder. Aunque sí lo hacen, meneando sus peludas colas con emoción—. Vamos con los platillos voladores, será más divertido.
Recojo las pelotas sin importarme tanto que tengan baba de perro y vuelvo adentro del edificio. Cómo conozco muy bien el lugar, sé dónde están los juguetes de los perros, tercera puerta del lado derecho, cuando abro y entro en busca de un par de platillos voladores, la puerta se cierra de golpe, dándome un tremendo susto.
—¡No te escaparás esta vez! —Tara me señala con su dedo—. Literalmente no puedes escapar.
Le doy mi mirada de «Vaya, que gran dato inútil» dejando las pelotas dentro de un balde vacío donde se depositan las pelotas sucias.
—Ustedes dos son unos chismosos horribles —digo, viendo de Tara en la puerta a T.J sentado sobre una de las superficies de los escaparates.
—Evan, ¿Puedes repetirme la carrera que quieres estudiar?
—Psicología, ¿Por? —frunzo el ceño, viéndolo.
—Básicamente, te dan un título universitario por cotillear en la vida de otros y dar consejos, ¿A qué sí?
Bueno, si lo pone así, pues... sí.
—Pero... ¡No vale! Es una carrera, ustedes dos sí son chismosos.
—Vamos, Evan, solo queremos saber cómo estás, es todo —Tara encoge los hombros—. La última vez que te ví, fue a unos meses antes de tu cumpleaños dieciséis, ¿En serio crees que no quiero saber que a sido de tu vida del último tiempo? No es por cotillear, es solo para saber cómo estás.
—Exacto, te tenemos aprecio, pequeño Evan, además que nos importas, eres como un llorica hermano menor.
—¡Oye!
—Entonces, ¿Qué tal todo? —Tara se apoya del mismos escaparate dónde está sentado T.J.
Suspiro, observandolos. Vale, admito que es agradable que se interesen en saber de ti más allá del chisme. Como dije, Tara y T.J tienen mucha de mi confianza y fueron parte de las personas que me ayudaron a superar la crisis de los quince.
—Bueno, todo a ido bien, si soy honesto, con sus altas y bajas —respondo, apoyando mi peso en la mesa detrás de mí—. No me quejo de casi nada.
—¿Y...? Ya sabes —Tara hace un gesto con sus manos, como si me invitara a hablar—. Los detallitos que no te gustan hablar.
Puede que de alguna u otra manera, Tara se haya enterado de que era un chico depresivo con pensamientos suicidas, ataques de pánico y ansiedad, puede también que le haya ido con el cuento a T.J y puede que ambos sepan de mi historial psicológico.
Y puede que se haya enterado por verme las cicatrices en las muñecas he investigarme como si yo fuera un especie de amenaza para el país.
—Todo controlado, Tara —me sorprende que hay mucho alivio en su expresión—. No han habido accidentes.
Y ella sabe bien a qué exactamente me refiero con la palabra «accidentes»
—Eres un tipazo, amigo —comenta T.J—, la verdad, te admiro por como eres con toda la mierda que pasaste, también por el muchísimo esfuerzo que hacías por no lastimarte.
—Físicamente, mentalmente me jodía todos los días.
—Y aún así tuviste la iniciativa para ya no hacerlo más —agrega Tara—. Sé que no somos un tremendo psicólogo, no somos más que una enfermera y entrenador animal, pero espero que esto te valga de algo: eres valiente, Evan, muchísimo.
Siento hasta como las orejas se me ponen rojas. Generalmente no me gusta andar contando mis cosas por ahí, andar recibiendo consejos o lastima de algún tipo, pero ahí estaban ese par, diciéndome esas palabras que en serio me gustaron escuchar. Tal vez sí es necesario escuchar de otras voces que lo que pasé no fue más que unos meses de lloriqueo, fue una depresión real fuerte que me llevó al hospital, y que en verdad sí soy valiente por superar todo eso.
—Ah, aún sigues siendo tierno cuando te sonrojas —Tara viene hacia mí y me da un abrazo con un sonoro beso en la sien—. Cómo lo dijo T.J, eres como un llorica hermano menor, te queremos, vampiro, y siempre nos vamos a preocupar por ti.
—Me gustaría abrazarte, pequeño, pero que ando lleno de pelo de perro y... —sus iris caramelo brillan con malicia—. De hecho, ¡Un fuerte abrazo!
—¡T.J, no!
Tara y yo terminamos envueltos en los brazos de aquel gigante lleno de pelo de perro.
-
Unas horas más tarde, cuando volví a casa, me encontré a Ava viendo una película en la sala, comía palomitas que olían buenísimo y tenía su cánula alrededor de la nariz conectada a su concentrador de oxígeno portátil.
Ava mueve la cabeza al ritmo de una de la canciones de Zombies, esa película de Disney Channel sobre este zombie que quiere jugar fútbol americano.
—Hey, enana —saludo a mi hermana, dejando mi mochila en el sofá individual.
—Hola, Evan —dice sin quitar la mirada del televisor.
Miré la pantalla, donde pasaban una de las escenas favoritas de Ava de la película, algún baile con luces y cantando una canción pegadiza.
—Nunca te cansas de ver esa película, ¿verdad? —digo, sentándome a su lado en el sofá
—¡Jamás!
Me quedé viendo el resto de la película con mi hermana, yo no me quejo de las películas de Disney Channel, son entretenidas y forman parte de mi infancia, lo que siempre me pareció tedioso es el canto a cada tanto. Buenas canciones, buen ritmo, buenas voces, pero sigue siendo tedioso.
—¿Te gustó? —pregunta Ava después de los créditos finales de la película.
—Sí, no estuvo tan mal —digo, llevándome un puño de palomitas a la boca—. ¿Dónde están nuestros tíos?
Ava hace una mueca de asco, acomodando su cánula torcida. Ella odia cuando la gente habla con la boca llena.
—Están en el cobertizo, acomodando algunas cosas. Me dijeron que no fuera allá.
Compresible, Ava además de ser alérgica al polvo, le puede hacer mucho daño. Razones por las cuales siempre soy obligado a limpiar la habitación de mi hermana cuando no está.
—¿Cómo te fue hoy en la escuela, enana?
—Hicimos manualidades, y te hice un dibujo —gatea en el sofá para estirarse y tomar su mochila morada en el mueble individual del lado izquierdo—. Ten.
Ava me pasa una hoja donde hay unos garabatos coloridos con formas hechas por una niña de siete años. Los muñecos son simples con los colores saliéndose de las líneas, aún con ese detalle, no me importó. Me pareció un dibujo muy tierno, un esfuerzo que hizo Ava por hacerlo lo mejor posible y agradezco que me lo haya dedicado y regalado a mí.
Si no lo interpreto mal, somos ella y yo. El muñeco más alto con líneas de crayón negro saliendo de su cabeza y puntos grises como ojos, tiene entre sus manos lo que debía de ser una guitarra, mi guitarra acústica negra; con la otra sujeta la mano de la muñeca pequeña a su lado, que tiene ondas negras saliendo de los lados de su cabeza y dos puntos marrones como ojos, Ava.
—¿Te gusta? —pregunta mi hermana, sentándose a mi lado—. Ese eres tú —señala al de la guitarra—. Y esta soy yo —señala la muñeca a su lado—. Somos nosotros, unidos, como siempre.
Sonrío a mi hermana.
—Me encanta enana, me encanta —paso mi brazo con cuidado por sus pequeños hombros, acercándola a mí para abrazarla de costado—. Eres la mejor, A.
—Tú también —y me regala esa linda sonrisa infantil de dientes torcidos y con hoyuelo.
Nunca me cansaría de su sonrisa, es mi favorita entre todas.
—¿Cómo estás con la cánula? —acomodo por detrás de la oreja el tubo por donde pasa el oxígeno de mi hermana.
Ella encoge los hombros. Ava suele tomarse el tema del oxígeno con bastante tranquilidad, sabe que lo necesita y está bien con ello. No es como que se la vive lamentando.
—Tranquila —responde con serenidad—. No molesta, a veces olvido que la llevo —por como se le tuerce a cada tanto, se nota eso—. En la visita a Uli con papi dijo que debía de usarlo más en casa, para así no se haga difícil respirar.
Uh, la visitas al pediatra de Ava. Papá me comentó como fue. Ava, claro, con esa tranquilidad muy suya, en serio que no entiendo cómo es que puede estarse tan tranquila con algo así. Papá en cambio y, como siempre, fue el manojo de nervios tranquilizado por su pequeña. Según el pediatra, el frío de estos meses puede hacerle complicado a Ava respirar, por ello recomendó un poco más el uso de los concentradores de oxígeno en casa y qué mi hermana siempre lleve de emergencia su inhalador para el asma.
El trastorno de Ava es una deficiencia respiratoria bastante complicada, es como tener el peor asma de todos, y, aún así, ella siempre actúa con tranquilidad, como si esto solo fuera una pupa que se cura con una bandita.
Ojalá el resto de la familia pudiera tener su misma percepción de las cosas.
—¿Segura? —ella asintió, comiendo de sus palomitas, muy relajada y segura—. Bueno... te iba a hacer una pregunta, ¿La tía Ness y tú no han elegido tu disfraz de Halloween?
—No, dijo que iríamos a la tienda en unos días —responde luego de pensar—. ¿Por qué?
—¿No te quieres disfrazar conmigo este año? —propongo con una sonrisa.
—¿En serio? —pregunta, entusiasmada. Yo asentí—. ¡Sí! ¡Sería genial!
—Cool, entonces solo hay que pensar un disfraz, ¿Qué ideas tiene esa cabecita loca tuya? —le doy un toque con mi dedo índice en el medio de su frente.
Ella se ríe y aleja mi mano. Adopta esa expresión pensativa, mientras su dedo índice toca constante su barbilla.
De pronto, sus ojos marrones chocolate se iluminan y sé por esa acción que una idea se le a ocurrido.
—Tengo una buena, buena idea.
Ava me dice lo que tiene en mente y yo solo reí, haciéndome la idea de nosotros dos disfrazados con lo que se le a ocurrido.
-
—¿Ya elegiste tu disfraz? —Aidan y yo vamos por el pasillo lleno de estudiantes.
—Ava lo eligió —él suelta un siseo—. Me disfrazaré con ella.
—¿Cuál eligió? No me digas que uno de esas caricaturas que ella ve.
—No es una caricatura, es de una película, lo sabrás en noche de brujas. ¿Y tú? ¿Cuál es el tuyo?
—También lo sabrás en noche de brujas —contesta con una sonrisa de suficiencia, entrando ya al salón.
Que buena jugada.
Sentí que las clases de física y química se pasaron muy rápido. En un segundo estaba viendo fórmulas y al otro ya estaba fuera del salón solo porque Aidan a salido corriendo gritando por los pasillos «¡Emergencia! ¡Necesito llegar al baño!» algunos lo miraban como pensando «¿Qué diantre?» y otras lo veían con ojos soñadores.
Sorprendente que incluso haciéndose encima Aidan parezca un encanto a los ojos femeninos.
Tan solo doy un paso para ir a comer algo, algún alumno choca conmigo, haciendo que ambos casi caigamos al suelo.
—Cuidado por dónde vas.
Resultó ser una chica, que ahora se acomoda los mechones de cabello negro que se habían ido adelante.
—Perdón, me han empujado entre tanta gente —su acento francés reluce en todas sus palabras.
—Típico, no es la primera vez que pasa. ¿Vas al comedor?
—Así es, ¿Tú también vas? —asentí—. Genial, voy contigo.
—Cool.
Briana y yo comenzamos a ir en dirección a la cafetería.
—¿Y qué tal has estado? —ella rodea del lado izquierdo y yo del derecho a un grupo de alumnos que por alguna razón están en medio del pasillo.
—Bien, todo a ido tranquilo. Aquí, en el CallyCafé —se encoge de hombros—. Es genial estar aquí, es muy tranquilo.
—¿Por qué se mudaron de Francia? Claro, si puedo saber.
—Ah, tranquilo, no es una historia aterradora como que mis padres recibían amenazas y por tuvimos que mudarnos de continente —ni siquiera me había pasado por la cabeza esa idea tan descabellada—. Estaba en planes de años mudarnos, mi madres es nevadence pero mi padre y yo somos de Francia, supongo que papá quería conocer la ciudad nativa de mi mamá.
—Que... sencillo, la verdad.
—Te lo dije —dijo Briana—. Marsella era muy linda, calurosa también, pero no me quejo de Ciudad Nevada.
Seguimos hablando de su estancia aquí en la ciudad, también el cómo la tratan los alumnos, Briana dice que todos son muy amables con ella y que incluso hizo una amiga accidental su primer día, pero que se han vuelto muy unidas.
—Ella es muy... agréable —asentí, entendiendo lo que dijo—. Claro, también es un poco extraña, aún así es bastante tratable y amable.
—Debe de ser una gra...
—¡Hey Bri! —el grito de una chica acercándose interrumpe mi oración.
A grandes pasos viene hacia nosotros una escuálida chica alta, blanca, ojos rasgados verde opaco, lo más llamativo de ella es su cabello, lo tiene cortado sobre los hombros tintado de rosa algodón de azúcar.
A medida que se acerca más, puedo notar también que tiene unos cuantos lunares por el puente de la nariz, que sus cejas delgadas son castaño oscuro y que su rostro además de que se me hace familiar, es bastante infantil. La chica de pelo rosa parece bastante a una jirafa de ojos verdes.
—Pensé que nunca te encontraría —dijo llegando a nosotros, diferencié un acento extraño cuando habló—. Oh, ¡Hola! —me saluda con ánimo—. Soy Ariadna, su amiga —señala a Briana—. Eres Evan, ¿cierto?
—Así es, un gusto —insisto en que se me hace conocida—. ¿Estás en último año? —pregunto, recordando que la había visto en una clase extra que tengo.
—Oh, no, estoy en cuarto, pero comparto la clase extra contigo.
Ah, eso explica porqué siento que la he visto antes.
—Bri, te estuve buscando toda la mañana —vuelve a ver a la pelinegra a mi lado—. Te la robo un momento —Ariadna pasa su brazo por los hombros de Briana y ambas se alejan en la dirección contraria.
—Eh, vale —balbuceo aunque ellas ya no pueden oírme.
Entro a la cafetería y voy a comprar algo de comer, las clases de física y química además de darme un sueño tremendo también me dan hambre, y hoy he olvidado en la mesada de la casa la merienda que preparo especialmente para pasar la hora comiendo.
Luego de pagar mi comida, escudriño entre las mesas y donde siempre nos sentamos encuentro a Bea, sonrío de inmediato y voy con ella, cada vez que me voy acercando, mi sonrisa va desapareciendo.
Siento un tirón dentro de mí cuando la veo sonreírle a él, esas cuestionables ganas de ir hacia allá y alejarlo de ella aparecen.
Tengo que repetirme una y otra vez que ella y yo no somos nada más que amigos. Amigos. Amigos. Amigos. Solo eso, por lo que no puedo llegar sin razón ni motivo a espantar al pobre chico, he incluso si pudiera hacerlo, no debería porque es irracional y tonto.
Tomo un respiro profundo, controlando de todas las formas posibles lo que siento, y voy hacia ellos.
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