S I E T E
—¿Qué...? —balbuceo, completamente confundido, acercándome lo más rápido a la sala. Mi mochila cayó en algún lugar del camino—. ¿Qué... qué haces aquí?
—Deano... —musita con ese acento francés que me hizo sentir un escalofrío—. Estás... estás, guao, enorme.
—¿Qué haces aquí?
—¿Así saludas a tu mamá? —ladea la cabeza y me mira con la misma tristeza que hay en su voz.
—¿Te haces llamar «madre» después de lo que nos hiciste? —espeté, lo que pareció afectarle.
Pues... pues que bien que lo haya hecho.
—Deano, ¿Podemos... podemos hablar, por favor? —da pasitos hacia mí—. Quiero estar contigo, con... con ustedes —hace el amago de acercar su mano a mi mejilla pero doy un paso hacia atrás, meneando la cabeza.
—Christina, por favor, te pido que te vayas de mi casa —exige la tía Vanessa en el tono más calmado. Sin embargo, sé que por dentro se estaba aguantando las ganas de echarla a patadas. Yo apoyo la idea.
No quiero y no puedo estar cerca de ella, no después de todo lo que nos hizo, de lo que pasamos, de todo el dolor que ocasionó. Simplemente no la quiero aquí.
—Quiero, por favor, estar al menos cinco minutos con mis hijos —pide mamá con el tono apagado—. Solo cinco, por favor. Soy su madre, quiero verlos, Vanessa —se vuelve a ver a la tía Ness que está a nada de echar humo por las orejas.
—Madre no es un título que te sienta a tí —le responde entre dientes—. Te lo pedí por las buenas porque una vez fuiste una buena amiga, pero tendré que usar las malas. Y créeme, esta manera me gusta más.
Mi tía estuvo a punto de arremeter contra mamá, pero el tío Peter, que hasta ese momento permanecía en silencio, exigió con un tono duro:
—Sal de la casa, Christina —sujeta a la tía por la cintura que se retuerce y pide ser soltada—. Hazlo por las buenas, porque sabes cómo serán las malas.
—Peter, solo quiero hablar con Evan y Ava —insiste ella. Se nota que se le empezaba a quebrar la voz. Me sorprendí a mí mismo cuando aquello no me afectó tanto como creí que lo haría. Mamá se vuelve a mí otra vez—. ¿Dónde está Ava? Me... me gustaría verla.
—Ese no es tu asunto.
—Es mi hija, claro que es mi asunto —refuta—. Deano, ¿Dónde está Ava? —pregunta con en ese mismo tono suave que usaba antes cuando era un niño, cuando solía contarme cuentos para dormir o asegurarme que todo estaría bien durante la tormenta eléctrica.
Yo ya no soy un niño, ella ya no es la misma mujer de mi infancia. Desde lo que pasó con Ava, desde que se fue, ella ha dejado de ser mi madre y no permitiré que el volver a verla me afecte como al inicio de toda la mierda que pasamos.
—Te lo repito: ¡No es tu asunto!
—¡Soy tu madre! ¡Tenme más...
Esas fueron las palabras que colmaron mi paciencia e hicieron que se derramara el agua del vaso.
—¡No, maldición! ¡No lo eres! ¡Me mentiste, nos mentiste a todos! —veo su imagen acuosa por las lágrimas acumuladas en mis ojos—. ¡Nos mentiste, te fuiste y nos dejaste! ¡Eso no lo hace una madre! ¡Solo... solo fuiste una... una jodida mentirosa!
Dolor.
Todo lo que puedo encontrar en su expresión, aparte de la profunda tristeza, es un enorme dolor.
—La verdad duele, ¿no? —sorbo mi nariz y limpio la lágrima que se escapa.
—Yo... Deano, sigo siendo tu madre, la mujer que te trajo al mundo.
—También eres la misma mujer que abandonó a su familia, la que me mintió, la que casi mata a su hija durante el embarazo —mi voz sale en un susurro roto.
No quería admitirlo para no caer más bajo de lo que ya lo estaba haciendo, pero aquello me estaba doliendo de una manera increíble. Decir eso me trae malos recuerdos, malos momentos tanto de antes como después. Más lágrimas rodaron por las mejillas pálidas de mamá.
—Sí, sé toda la historia —agregué—. Eres la mujer que me trajo al mundo, pero también la que nos mintió a todos —me siento mal por dentro, no podía seguir con esto—. Dijiste que no te irías —mi voz es débil, rota—. Y lo hiciste en el peor momento...
—Evan... —la voz del tío Peter se oye lejana.
Limpié lo más rápido que pude mis propias lágrimas, ya no quería llorar, ya lo he hecho lo suficiente.
—No quiero verte más.
—Deano...
—¡Largo!
Ella salió de la casa con la cabeza gacha, ignoré los sollozos y los ojos llenos de lágrimas. Cuando escuché la puerta cerrrade, esa pequeña y estúpida parte que aún se mantiene en mí, quiso ir tras ella, abrazarla como... tantas veces he querido los últimos siete años. Sin embargo, la parte más fuerte y que ya no quería ser débil, se mantuve firme y me obligó a quedarme ahí de pie en la sala, tratando de calmar mis nervios, acabando con las lágrimas y matando todos los recuerdos.
—Evan... ¿Estás bien? —oí preguntar a la tía Vanessa.
Sacudí la cabeza, sorbiendo mi nariz. Oh, claro que no estoy bien, en lo absoluto. Verla otra vez me ha traído los recuerdos de los últimos años, que he tratado de mantener enterrados. El día donde toda la mierda empezó, los días horribles en el hospital con la angustia como principal compañera y el miedo de lo que poco después fue una realidad dejada en nuestra puerta.
No la quería ver por esa razón, me hacía recordar cosas que se sienten como cuchilladas, y no quiero esa sensación de nuevo. Pensar en lo que le hizo a Ava, en cómo dejó a papá y cómo me mintió a mí. Ella es la que arruinó a nuestra familia. Sus decisiones nos llevaron a pasar el peor año de toda nuestra vida. Por ella, papá pasó horas enteras de la madrugada encerrado en su estudio, llorando sin poder parar. Por ella, Ava pasó tanto tiempo en el hospital cuando nació. Por ella... yo ni siquiera soy lo que alguna vez fui.
Ella nos había arruinado a todos.
—Oh, cariño... —la tía Vanessa viene hasta mí, dándome un cálido abrazo muy necesario.
Correspondí el abrazo al instante, el aroma familiar y las caricias a mi espalda consiguieron calmar mi respiración pesada y los latidos apresurados que estaba teniendo mi corazón.
—Debiste dejarme los insultos a mí, cariño —bromea, alejándose, también sacándome una pequeña risa—. Me alegra de que se haya ido, pero no estoy contenta con la forma en que hiciste que se fuera, Evan.
—Estoy de acuerdo con tu tía —convino su esposo—. No fue la mejor manera, Evan.
—Lo sé, lo siento pero... no pude evitarlo, ¿Okey? Solo... exploté —digo, luego de desordenar mi pelo y resoplar.
—Lo sabemos, cielo —admite la tía—. Entendemos que aún es algo delicado para ti, Evan. Pasaron siete años, sí. Pero las cosas que ella hizo no son fáciles de superar.
No le doy respuesta, en cambio solo pregunto:
—¿Dónde está Ava?
—Está viendo una película en su habitación —informó—. Anda, ve a verla. Sé que lo necesitas.
Y sin más, subo las escaleras en dirección a la habitación de mi hermana. Desde el umbral de la puerta la veo acostada en su cama con una tableta sobre su regazo y unos audífonos cubriendo sus oídos, le sonreía emocionada a la pantalla. Fui hasta su cama a sentarme a su lado.
—¡Evan! —exclamó feliz después de quitarse los audífonos, me dió uno de sus abrazos, mis favoritos.
—Hola, enana, ¿Qué estás viendo?
—El Rey León, ¿La quieres ver conmigo?
—Sabes que no te puedo decir que no, A —le desordeno el pelo, que de por sí ya está bastante desordenado. Ava se hace a un lado para darme espacio, quita los audífonos y pone todo el volumen para ver juntos la película.
No importa cuantas veces ella vea esa película, siempre se reirá con los chistes y cantará a la par las canciones, hay momentos en donde hasta repite los diálogos a la perfección. Casi hacia el final, una videollamada entró, interrumpiendo la película.
Era una llamada de papá.
—¡Hola, papá! —saludamos al contestar.
—¡Hola, chicos! —saluda él, entusiasmado. El fondo que podíamos ver era como una especie de centro comercial, papá esta semana se fue a unos viajes de negocios en otra ciudad—. ¿A qué no adivinan dónde estoy?
—¡En Disneyland! —exclama Ava, emocionada con la idea de que nuestro padre estuviera realmente en Disneyland.
—Ojalá, princesa, pero no, no estoy en Disneyland.
—Entonces. ¿Dónde estás? —pregunté.
—Véanlo por ustedes mismos.
Coloca la camara trasera, dejándonos ver lo que sí era la plaza de un enorme centro comercial con distintos tipos de tiendas, una fuente en el centro y algunos quioscos que podíamos ver desde nuestra perspectiva, también estaba decorado con algunas macetas con plantas parecidas a pequeñas palmeras. La luz del sol entraba por el tragaluz en forma de cúpula varios metros arriba. Se ve que es un lugar lindo, pero no fue eso lo que llamó nuestra atención, si no una tienda en específico entre tantas más.
—¡Papá, traenos algo!
—Claro que sí, chicos. No les mostré la tienda simplemente para restregárselos en cara —bromea, volviendo a poner la cámara frontal.
—Ya sabes lo que queremos, ¿Verdad?
—Claro que sí; esa información está grabada aquí —apunta a su frente.
—¿En tu frente, papi? —pregunta Ava, ladeando la cabeza y frunciendo el entrecejo.
Papá y yo dejamos ir unas cortas risas por la inocencia de mi hermanita. Era tan tierna, ojalá pudiera quedarse así toda la vida.
—No, pero estás cerca —responde papá—, sé lo que quieren, no se preocupen.
—¿Y cuándo vuelves, papi?
—Si el clima no empeora por aquí, mañana probablemente —dijo—. Hey, no le digan nada a sus tíos, les llevaré algunas cosas como sorpresa.
Hablamos otro poco con papá, nos preguntó como estuvieron las clases hoy (normal para ambos) si ya hemos comido (pronto) si Ava ya hicimos nuestras tareas (no, lo que nos aseguró un sermón sobre responsabilidad a ambos) y qué había pasado de interesante en su ausencia: absolutamente nada.
La charla típica que tenemos con él cuando hace estos viajes de negocios.
Cuando ví señales de que la conversación estaba por darse finalizada, le dije a Ava:
—Oye, enana, ¿Puedes buscar mi teléfono, por favor? Creo que lo dejé abajo en mi mochila
—Claro, ya vuelto —Ava se fue con toda su inocencia, saliendo de la habitación.
—¿Qué pasa? —pregunta papá, arqueando una ceja.
—Hoy... tuvimos una visita "especial" —hago comillas con mis dedos—. Ella... ella vino.
Si antes papá tenía una sonrisa o estaba confundido, fue reemplazado por una expresión neutral en tan solo unos segundos.
—¿Qué fue lo que hizo?
—Nada malo, tranquilo. Solo quería «volver a estar con nosotros» —solté una risa irónica, rodando los ojos—. ¿Puedes creerlo? No tiene vergüenza.
Papá se pasó una mano por el pelo, el mismo gesto que a veces yo mismo hago cuando no sé qué hacer.
—¿Y cómo hicieron para que se fuera?
—No fue fácil... —paso saliva, dudoso en si decirle—. Yo... le dije cosas —papá suspira de su lado, triste—, cosas terribles.
—Debió haber sido difícil para ella —asentí con una mueca—. Lo mejor es mantenerla alejada, Evan. No la quiero cerca de ustedes.
—Pero... ¿Y de ti? —mi pregunta lo agarra con la guardia baja—. ¿La quieres mantener lejos de tí?
—Yo… no lo sé… Es difícil superar todo.
—Para todos es difícil, papá, ella nos hizo sufrir mucho. Tantos años de dolor no se perdona tan fácil.
Para mi papá, el tema de mamá aún es algo bastante delicado. No le gustaba hablar de ella, a nadie, en realidad. ¿Cómo era posible que una sola persona haya causado tantos sufrimientos? Es algo que no es fácil de perdonar, mucho menos de superar.
—Papá, yo sé que aún le tienes aprecio a mamá —él agachó la mirada—. No te juzgo por eso, es decir... somos sus hijos, y Ava es idéntica a ella, pero traerla de vuelta a nuestras vidas no es tan fácil como chasquear los dedos —lastimosamente...—, no quería ser yo quien lo dijera, pero es así, pot mucho que nos cueste aceptarlo.
»Lo siento.
Papá negó con la cabeza..
—No tienes que disculparte, hijo. Tienes razón, después de todo —su sonrisa no le llega a los ojos—. No creí que lo que pasó... —exhaló por la nariz—. Es difícil, pero lo hemos pasado bien los últimos cinco años. No dejemos que se arruine ahora.
—No lo haremos —aseguré—. Cuídate, papá.
—Adiós, campeón. Dale besos a tu hermana de mi parte —corta la llamada, volviendo a la pantalla la escena final de El Rey León.
Antes de que pasara todo lo de mamá, la relación que tenía con mi papá no era la mejor porque casi ni lo veía por sus constantes viajes de trabajo. Después de todos esos eventos, nuestra relación se fortaleció, pasaba mucho más tiempo con nosotros. Es una mierda estar distantes ahora, pero ver a papá esporádicamente algunos días de semana y los fines de semana es mejor que nada.
Para mi papá, ser padre soltero no fue tarea fácil. Tener que cuidar a una bebé recién nacida con un trastorno pulmonar que había que tratar con cuidado y a un niño de diez años depresivo, ansioso y con ataques de pánico no fue una tarea muy fácil. No solo fue un año difícil para él, también lo fue para mí. Había momentos en dónde sentía la necesidad de un abrazo de mamá, una sonrisa, un beso en la mejilla o simplemente escuchar su «¡Deano!» con acento francés desde la cocina. Tantas veces me prometió que siempre estaría ahí, conmigo, con nosotros, prometió quedarse y si se iba, siempre volvería porque éramos su hogar, su lugar seguro.
Todo eso resultaron ser puras mierdas.
—¿Estás bien, hermano? —la voz de Ava me hace desviar la mirada de la pantalla para verla con la mano extendiéndome mi celular.
Asentí regalandole una minima sonrisa.
—Sí, enana, estoy bien.
Juntos terminamos de ver la película hasta que la tía Ness apareció en el umbral de puerta para avisarnos que la cena estaba lista. En la comida hubieron algunas risas, en mayor parte de mi hermana, anécdotas de lo que pasó hoy en la comisaría por el tío y comentarios de los nuevos proyectos de decoración de la tía.
Con Ava vimos otra película en la sala después de la cena, hasta que mi hermana se quedó dormida sobre mi regazo. La llevé a su cama con cuidado y antes de irme, le puse la cánula que necesitaba para dormir.
Suspiré, quitando un mechón de su cabello.
Ava no podía dormir sin aquella cosa conectada a un tanque de oxígeno a un lado de su cama. Si llegase a pasar que no duerme con su cánula, su respiración en el proceso de la noche se iría irregulando hasta dejar de respirar al final, después de eso... no quería imaginarlo.
Por suerte, solo necesita dormir con ello y durante el día, por si tiene alguna complicación respiratoria, solo necesita de inhalador para el asma. Igual verla dormir con la cánula es difícil, no es como otros niños que duermen abrazados a enormes osos de felpa; ella tiene que dormir junto a un tanque de oxígeno que le permite respirar bien de noche y con el viejo osito de peluche que se niega a soltar.
Cierro con cuidado detrás de mí su puerta para irme a mi habitación, dónde después de colocarme el pijama me eché a mi cama. Mi insomnio me permitió dormir casi a las dos de la mañana solo porque me irrité y tomé una pastilla de eszopiclona para dormir.
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Nota de la autora:
¡Primer miércoles oficial dónde publico Loco Enamorado!
¡Yeiii!
Vale, por si no lo leyeron en la última parte de mi otra novela, aquí les va: ahora esta historia se estará publicando los miércoles y domingos. ¡Tendremos de Evan y Bea dos veces a la semana!
Sí, eso amerita otro: ¡Yeiii!
Y bueno, ya estamos viendo un poco de la vida de Evan, de sus problemas familiares y del por qué es como es. Eso de su familia se irá explicando con el pasar de los capítulos, solo tienen que quedarse para averiguarlo.
Espero la disfruten, esto es uno de mis bebés que más amo.
Besos y abrazos con canciones de El Rey León y pastillas, MJ.
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