Q U I N C E
Me ahogo con mi propia saliva cuando leo su mensaje:
Sí, Bea, estoy celoso.
Espero por unos minutos el que diga «Es solo una broma, respira otra vez» pero ese nunca llega. Evan tenía que estar bromeando, él siempre suele molestarme con esas cosas. Sí, sí, es como una de esas viejas bromas que me hacía antes. Apago mi celular sin importarme el que lo haya dejado en visto y lo pongo sobre la mesa. Doy un trago a mi caramel macchiato.
—Stai bene, Bea? —pregunta Remo, sentándose frente a mí
—¿Eh? —paso mi mirada de la mesa a él.
—Que si estás bien —repite—. Te has puesto pálida.
—Sí, sí, estoy... estoy bien. No te preocupes —hago el mejor intento de esbozar una sonrisa, estoy casi segura de que salió más una mueca insegura de a lo que tenía pensado.
Remo no hace más preguntas y sigue con su tutoría, en gran mayoría respondí de forma automática. Mi mente aún sigue repitiendo una y otra vez el mensaje de Evan, intentado descifrar si bromeaba o no. Espera, ¿Y si no estaba de broma? ¿Qué si lo decía en serio? ¿Y si yo...? ¡No! Por favor, es absurdo pensar que yo pueda llamar así sea minimamente su atención. Además, ¿No se supone que a él le gusta Lyla? Bueno, es más una suposición mía que una afirmación, he igual es algo tonto porque él sabe que ella tiene novio y que ese novio es un gran amigo suyo.
¿Entonces...? ¡Ah! Esto es frustrante, ¡Evan es frustrante! ¡Y me confunde! Al parecer, dejarme confundida no es solo el hobby favorito de Aidan.
Unos veinte minutos después, Remo termina nuestra clase con la excusa de «Tengo un par de cosas que hacer. Nos veremos luego». Yo me quedo unas horas más practicando oraciones y expresiones mientras tomo de mi café. En realidad, no soy muy fan de la cafeína, la soporto solo si el café es como el moka o latte. De resto, la cafeína y yo no vamos de la mano.
Me echo hacia atrás en mi asiento y veo por el ventanal que ya el sol se estaban ocultando, las demás personas que están en el café se levantan de sus mesas para ir al escenario en la parte de atrás. Guardo mis cosas en la mochila y voy con los demás.
Todos van tomando asiento en las mesas de tres puestos, algunos en grupo grandes de adultos y adolescentes, otros más en parejas de chicos y chicas. Detrás del telón apareció un mesero pelirrojo que deja frente al micrófono un taburete alto, Evan aparece después teniendo en manos una guitarra acústica negra y dedicándole una sonrisa amable al pequeño público que lo vería tocar, hay unos cuantos suspiros femeninos alrededor y yo pienso en la cosa más obvia de todas:
Ese chico es muy guapo.
Es algo que sé desde que lo conozco, no es para nadie un secreto que Evan es un chico que está como un pan. Es el tipo de persona que no tiene un buen parecido exagerado, es más un físico sencillo que resulta llamar más la atención. Sin embargo, aún sabiendo desde que lo conozco que es un tipo cañón, ahora lo veo un poco más lindo de lo normal.
Tenía el cabello azabache aplastado de una forma que solo le quedaría bien a él, una emoción reflejada en su mirada grisácea acompañada de la misma sonrisa con la que entró a escena. Iba con vaqueros, una franela negra y botas australianas marrones. Evan toma aire antes de que sus dedos empiecen a moverse sobre las cuerdas de la guitarra y llene la estancia con su música.
Cuando empezó a cantar, reconocí la canción casi al instante: She Will Be Loved de Maroon 5. Esta ocasión es una de las pocas dónde he escuchado cantar a voz alta a Evan, las anteriores solo habían sido de murmullos bajos que nunca les presté una especial atención, y el viernes a la tarde dónde pude escucharlo unos pocos segundos antes de irme. Ahora que lo escucho con más atención, me doy cuenta que tiene una gran voz cuando canta: melódica y bastante bonita, también muy amplia ya que resuena por todo el salón.
No puedo evitar sonreír al verlo tan emocionado cuando, en el coro, tanto adultos como adolescentes se le sumaron cantando con mucho sentimiento. Esa sonrisa que sus labios dibujan es única, muy pocas veces lo he visto sonreír así de radiante.
Me gusta ver ese gesto, le queda tan lindo, y mucho más su bajo sus ojos se forman esas tiernas arrugas.
En cuanto termina, todos coreamos un «¡Otra, otra, otra!». Evan no se negó a la petición de su público y comenzó a tocar Counting Stars de OneRepublic, algunas chicas chillan comenzando a cantar a su par.
Cuando finalizó, bajó del escenario recibiendo felicitaciones, cosas como «¡Buen show!», «Cantas increíble!» y «¡Eso estuvo genial!». Así siguieron los cumplidos hasta que él sale del escenario. Antes de poder arrepentirme, saqué mi teléfono de mi mochila y abrí su chat para enviarle un mensaje:
Buen show.
Hay cierto cosquilleo en mi estómago cuando escribo esas dos palabras. ¿Por qué demonios estoy nerviosa? ¡Es solo un mensaje, Beatríz!
Ross: ¿Estabas ahí?
Yo: Corrección: estoy aquí.
Ross: Cool, cool.
¿Sólo «cool»? ¿En serio?
Ross: ¿Qué tal lo hice?
Yo: Estuviste increíble, Evan, cantas muy lindo.
Ross: Me alegra que te haya
gustado.
Yo: Por favor, no me gustó. ¡Me encantó! Tienes un talento demasiado bueno, Ross.
Ross: Gracias, Bea.
Ross: Hey, ¿Aún estás aquí?
Yo: Sí, ¿Por?
Ross: ¿Quieres que te lleve a casa?
¿Qué?
Ross: ¿Bea?
Oye, ¿Sigues aquí?
Yo: Eh, sí, sí. Perdón, sigo aquí.
Ross: Entonces... ¿Quieres que te lleve?
Aquí vamos otra vez con la duda. ¿Me voy con él?
Sí, Bea, estoy celoso.
Recordar su mensaje aún hace que me ponga nerviosa y tenga un montón de preguntas, también el pensar que estar solos otra vez en su coche me cause ese ligero estado de nerviosismo sin explicación.
Yo: ¡Claro!
Fue mi respuesta antes de si quiera pensarlo bien. Por favor, Evan ya me ha dado aventones muchas veces, sobre pensar esto es ridículo.
Ross: Perfecto, te veo en la entrada.
Yo: Súper.
Guardo mi teléfono en el bolsillo de mi sudadera y salgo del escenario. El café poco a poco se va quedando sin clientes, solo con la excepción de los meseros que empezaban a acomodar y limpiar, y otras más hablando con Cally cerca de la entrada.
—Estamos cerrando —informa amable una mesera más alta que yo, cabello rizado color chocolate y ojos rasgados tonalidad caramelo.
—Oh, lo siento, es que yo...
—Ella está conmigo, Verónica —dijo, interrumpiendo mis balbuceos.
La mesera se gira hacia Evan y le sonríe, murmuró un «Vale» y se fue a ayudar a otra chica a limpiar la barra.
—¿Te falta mucho?
Evan se quedó viéndome de una forma tan rara que al principio me extrañó, ¿Por qué de la nada me veía así? ¿Acaso tenía algo en la cara? ¡¿Un moco?! Pero cuando ladeó ligeramente la cabeza, y un atisbo de sonrisa se asomó en sus labios, dejé la idea del moco de lado, empezando a sentirme nerviosa, ¡Otra vez! Odio esa sensación. Tuve que pasar saliva y desviar la mirada a otro lado, eso de mantener mucho la vista fija en alguien nunca se me ha dado bien, mucho menos con miradas intensas como la suya.
Escucho como deja ir una risita ronca.
—No, ya casi termino.
—Bien, te espero —murmuro aún sin dignarme a poder mirarlo.
De soslayo noto como Evan asintió aún con esa sonrisa tonta se fue con otros chicos a terminar de ordenar las mesas y sillas. Por mi parte, me acerqué a la mesa cerca de la entrada donde Cally se encontraba sola.
—¿Y cómo están tus padres, Bea? —preguntó ella.
—Muy bien, mi papá con mis hermanos llegaron de su viaje la semana pasada —sonrío, repitiendo en mi memoria el día cuando llegaron a casa.
—Me alegro mucho que haya vuelto, tu madre no paraba de comentar lo mucho que extrañaba a Steven.
Sí y sí, mamá es buena amiga de la mujer que tengo al frente. Ciudad Nevada es relativamente pequeña, la mayoría de personas se conocen, o sino tú conoces a alguien que conoce a alguien que al final terminas por conocer. Y mamá había estado extrañando mucho a papá el tiempo que duró la excavación, el día que llegaron se quedaron viendo películas románticas hasta tarde como un par de adolescentes enamorados.
Algo que nunca han dejado de serlo.
—¿Y cómo está Ollie? —él es el hijo de ocho años de Cally.
—Cada día más curioso e incontrolable —admitió, suspirando cansada—. Creo que ha llegado el momento de irte, Bea —anunció, por lo que fruncí el ceño, Cally señala con un gesto de su cabeza hacia la barra.
Veo en esa dirección como Evan se despide de sus compañeros con una sonrisa y algunos choca los cinco, se había puesto encima de la camiseta una zamarra gris con detalles en negro, unos guantes sin dedos y su gorro de lana que lo hacía ver adorable.
Suspiré internamente.
—Oh, Beatríz...
—¿Qué? —pregunto al ver cómo Cally sonríe de forma sugestiva.
—Nada...
—Vamos, ¿Qué pasa, Cally?
Por alguna razón, esa sonrisa que se trae se ensancha.
—Se nota que te gusta mucho.
—¿Quién? —pregunté de forma lenta, a la misma vez que una de mis cejas se alza.
—¡Evan! —respondió—. No dejabas de verlo toda encantada, incluso se te ha escapado un suspiro.
—Él... —aclaro mi garganta, ignorando el calor en mis mejillas—. Él no me gusta.
—Claro —comenta, sarcástica—. Se te nota bastante, sonríes de tan solo verlo y suspiras. Sé de amores, Bea, y a ti te gusta Evan.
—Tienes muchos adolescentes trabajando aquí, estás paranoica.
Cally no hace más que reírse, como si fuera un perrito necio que se niega a obedecer. ¿Qué se supone es tan gracioso? Esa decoración no me parece muy divertida.
—Vamos, Beatríz, eso no está mal —ambas le echamos una mirada a Evan, que mantenía una corta conversación con los otros chicos—, Evan es un muchacho muy lindo, además de que es un buen chico. Créeme, sé lo que te digo, es casi como un sobrino.
—Bueno...
—Y, si puedo mencionar, creo que tú también le gustas —agregó, y ese fue mi punto final.
—No, Cally, eso ya es imposible. A él le gusta... le gusta otra chica —esas palabras dejan un malestar en la boca de mi estómago—, yo no le gusto.
—¿Es la realidad o quizá... es lo que quieres creer, Bea? —Cally se levantó, dejándome ahí con mi gran confusión para ir a despedirse de Evan.
—Hey —él aparece en la mesa—, ¿Te parece si ya nos vamos?
—Sí... sí, andando.
En todo el camino no pude evitar pensar en las palabras de Cally: «Y, si puedo mencionar, creo que tú también le gustas». Eso es imposible, una completa tontería por todos los ángulos en que lo veas. ¿A Evan gustarle... yo? ¡Es ridículo! A él le gusta Lyla, Aidan me lo dijo. Vale, no me lo dijo exactamente, pero lo insinuó, ¿Verdad?
«La conoces más de lo que crees»
Él se refería a Lyla, ¿A quién más si no?
Le eché una mirada de reojo a Evan, tiene toda su atención en la calle, atento a cada semáforo y curva, mueve la cabeza de un lado a otro mientras tararea la canción que suena por la radio. Algunos mechones de su cabello azabache sobresalen del gorro de lana, las manos sobre el volante tocan de forma distraída como si se tratara de una batería.
Definitivamente, alguien tan lindo no se podría fijar en mí. Los comentarios de las chicas de la preparatoria también se suman a los ecos en mi cabeza, «¿Qué hace ella juntandose con él?» «No entiendo como tienen a alguien así por amiga»
Alguien así.
Para ellas, yo no era una chica más del instituto, una compañera. No. Solo soy «alguien así»
—¿Bea? Hey, ¿Estás aquí?
De la nada, estaba de vuelta en la realidad. El auto se había detenido.
—¿Eh? —miro a Evan.
—Ya hemos llegado, Bea.
Sí, alguien como yo no sería capaz de llamar la atención de Evan.
—¿Bea?
Meneo la cabeza y espanto algunos mechones del flequillo de mi cara. Empezaba a sobre pensar todo esto. En primer lugar, ni siquiera debería meterme en la vida privada de Evan.
—Lo siento, me distraje.
—Ya llegamos —veo por la ventanilla a mi lado y, en efecto, ya estamos frente a mi casa.
—Gracias —murmuro, abriendo la puerta.
—No hay de qué, Pulgarcita —giro a verlo y Evan ya estaba sonriendo divertido—. Nos vemos en clases.
—A-adiós —hago un gesto de despedida con la mano.
Veo como su auto desaparece al final de la calle. Imagino su sonrisa de arruguitas en los ojos, lo bien que se veía en el escenario, su seguridad al cantar y su preciosa voz.
«Y, si puedo mencionar, creo que tú también le gustas»
«No entiendo como tienen a alguien así por amiga»
Miré mis manos, las uñas siguen cortas y en distintos largos. Yo no era como esas chicas, ni como Lyla. Yo no me pinto las uñas, no tenía las manos más bonitas, no era una estereotípica chica americana de ojos azules, piel blanca y pelo rubio. Lo más americano que tenía era mi apellido materno.
—Mejor deja de pensar en todo eso, Beatríz —me digo a mí misma, dando media vuelta para entrar a casa.
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