D I E Z

Bea

Observo confundida como Evan se aleja de nuestra mesa hasta salir por completo de la cafetería, era como si... él estuviera huyendo.

—¿Qué le pasa? —le pregunto a Aidan, quien está comiendo despreocupado su sandwich.

—Su bipolaridad haciéndose notar—responde con simpleza antes de dar un mordisco al pan y encogerse de hombros.

Frunzo el ceño hacia mí mejor amigo, que no lo nota por estar enfrascado en su comida. A fin de cuentas, decido no darle más vueltas al asunto y empiezo a comer. Igual no entiendo bien la situación, ¿A Evan le gusta alguien? Eso es sorprendete ya que la última novia que le conocimos fue hace como un año y medio. ¿Quién será la chica? Oh, ¿La conoceré? ¿Será alguien cercano?

Muy bien, ahora quiero saber más del tema por... la curiosidad y no ese raro disgusto que tuve cuando lo escuché decir que le gustaba alguien. Sí, claro, es por la curiosidad que quiero saber. Estamos hablando de Evan Ross, dos años conociendolo y aún me causa curiosidad.

—Oye, Aidan... —alargo la última vocal de su nombre—. ¿Quién es esa chica que le gusta a Evan?

Él me da esa mirada suya que dice claramente: «No seas chismosa, Beatríz»

—No es algo que me concierne decirte, Bea.

Resoplo disgustada, Aidan tiene una lealtad bastante grande hacia Evan, lo que incluye también los secretos y siempre que trato de husmear un poco de él, Aidan siempre sale con las mismas siete palabras. Admirable, pero frustrante a mi lado metiche.

—Al menos dime: ¿La conozco?

Él sonríe divertido jugueteando con la leche achocolatada en su mano. Daba la impresión de un empresario sacudiendo su vaso de whisky, o un niño quisquilloso al que no le gusta que su bebida esté caliente.

—La conoces muy bien —es la respuesta que me da, una que me confundió aún más.

—Ah —hago una mueca confusa—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Lo siento, gnomo de jardín, no soy quién para contar la historia —se levanta de la mesa, recogiendo las sobras de su ya inexistente sandwich—. Nos vemos luego —y se despide de mí dejando un beso en la coronilla de mi cabeza, causando que varias miradas se dirigieran a nosotros. 

Aidan echa al contenedor la basura que restó de su comida, me da un saludo militar de dos dedos como última despedida y se fue por la puerta contraria de la cafetería, dejándome más preguntas que respuestas.

Ese par son expertos en confundirme, y odio eso.

Por más que quise evitar el pensamiento no podía, pasé lo que restó de las clases pensando en la chica a la que le podía gustar Evan, teniendo presente las palabras de Aidan, «La conoces muy bien». ¿Cómo que la conozco muy bien? A la única persona que conozco como si de la palma de mi mano se tratara es a...

—No inventes —murmuro en shock.

—¿Si, señorita Ferguson? —interroga la profesora de biología.

Meneo la cabeza en negación, ella vuelve a anotar sobre el pizarrón.

¡Eso no podía ser! Vale, que sí se puede, pero... ¿Cómo? ¡Si recién la conoce! El flechazo a primera vista no existe y además de que ella... ¡Basta! Debo dejar el tema de lado si no me empezaré a comer las uñas.

Al finalizar todas mis clases voy hacia mi casillero a buscar los libros de mates y álgebra que debo devolver a la biblioteca antes del viernes. Iba cruzando en la esquina para llegar al pasillo cuando planto los pies en el suelo de repente y observo que Evan está en la misma posición de esta mañana, hablando con un chico del equipo de hockey que reconocí como Andy, el novio de Lyla.

Ahora verlos hablando y tener la información que sé es un poco raro.

Voy dando pasos lentos acercándome a ellos, viendo que las chicas que están presentes en ese pasillo no paran de darle miraditas al par de chicos a unos pocos metros lejos de mí. Es que, ¿Cómo quitarles la mirada? Evan no es el único chico guapo en ese dúo, Andy también lo es y quizás al mismo nivel de Ross. Además de pertenecer al grupo de los chicos más altos de Jefferson, Andy tiene una melena abundante rubia trigueña con el acompañamiento de unos ojos almendrados de un lindo azul que cuando el sol da con ellos, se tornan de un color aguamarina; blanco pero no tan pálido como Evan y con una sonrisa contagiosa de dientes brillantes.

Nadie niega que esos chicos son un par de guaperas, incluso creo que otros estudiantes varones lo aceptan. Solo que no creo que fue por el bien parecido que tiene Andy el que Lyla se fijó en él, esa charla que tuvimos hace unos meses aún sigue rondando en mi cabeza.

—Es que... —suspira soñadora, es que no te lo imaginas, Bee. Es un chico bastante dulce, simpático. Es todo lo contrario a lo que muchos creen, ¡A lo que yo creía!

No lo , Lyarrugo la nariz, que alguien cambie de un día para otro no es muy normal, ¿Sabes?

Lo , pero... él es diferente, BeaLyla tiene una expresión soñadora e ilusionada—. Cuando estamos solos se comporta muy diferente a cuando está con ese amigo suyo. Parece... humano en algún sentido.

Me reí.

—Es humano, Ly. Querrás decir con «sentimientos» o «menos idiota, mujeriego, estúpido, imbécil sin cerebro»

Ahora ella se ríe.

—Exacto, yo sé que él es diferente a Trevor, supongo que es fácil de influenciar.

Suspiro, haciéndome la idea de qué Lyla no me haría caso. Es necia cuando quiere.

—Espero que acabes con ese idiota que vive en su interior —puse mi mano en su hombro en un gesto de «haz lo correcto»

—Yo también lo espero.

Estando frente a los chicos, les sonrío a modo de saludo, gesto que ambos me devuelven. Junto a estos dos me siento como una pequeña hormiga ante un vaso de agua.

—Hola, chicos.

—Hey, Beatríz —saluda Andy.

—Te dije que me puedes llamar Bea, tonto —le doy un golpecito en broma en el hombro.

La verdad es que Andy sí ha cambiado bastante desde que empezó a salir oficialmente con Lyla. Los humos no los tiene por las nubes y sabe mantener fija la mirada en una sola chica: su novia.

—Lo sé, pero me gusta más llamarte así —un teléfono empieza a sonar y sé que no es el mío. Andy saca del bolsillo de su chaqueta su móvil y lee lo que parece ser un texto—. Me tengo que ir, mi damisela me llama.

Sonrío al saber que se trata de Lyla, Andy tiene un especial fetiche en llamarla «damisela» o sus sinónimos. De cierta forma, es bastante tierno. Delata lo enamorado que está de mi mejor amiga.

—Después nos vemos, hermano. Adiós, Beatríz —se despide de Evan con un extraño abrazo fraternal: como si se echaran un pulso y chocan sus hombros.

Andy se va por el pasillo mirando su celular e ignorando todas las miradas hormonales que le dirigen. Me balanceo sobre las puntas de mis pies y los tobillos, apretando los labios incómoda por el recién llegado silencio. Aunque a nuestro alrededor aún hayan algunos alumnos en sus casilleros, no quiere decir que el ambiente entre nosotros sea más ameno.

Evan sigue extraño conmigo y yo tengo un montón de preguntas que, por obvias razones, no puedo hacerle.

—Y... ¿Cómo has estado? —pregunto lo primero que se me viene a la cabeza. Me daría algo si no termino con este silencio.

—Bien —es su indiferente respuesta.

Que esto ya me empieza a molestar un poco. ¿Qué demonios con él? Ayer todo estaba bien, se escuchaba normal durante la llamada y desde esta mañana se está comportando... frío y distante conmigo.

—¿Te pasa algo?

—Que no, Bea. No tengo nada —gruñe con severidad y es ahí que sí me harté.

—Bueno, si vas a seguir en tu modo Iceberg yo mejor me largo —digo, hartada ya de su actitud.

Me alejo de su casillero y voy hacia el mío, solo unos pocos metros lejos de él, lo que le quita dramatismo a mi salida. Detrás de mí podía sentir su mirada grisácea sobre el cogote, estuve a punto de abrir mi casillero cuando una mano más grande que la mía retiene mi muñeca.

Giro molesta la cabeza para encontrarme con el rostro de Evan demasiado cerca de mí, inconscientemente doy dos pasitos hacia atrás y mi estómago se llena de nervios por tal cercanía. Aclaro mi garganta por precaución, no quería que se me escapara un balbuceo. Eso arruinaría mi fachada.

—¿Qué? —espeto hacia él.

Evan suspira, agachó la mirada.

—Lo siento.

Le sigo dando una mirada ceñuda, él prosigue:

—No quería tratarte así, perdón, Bea —sus ojos se encuentran con los míos. Siento mis pulsaciones aceleradas—. No debería pagar mi mal humor contigo, no te lo mereces. En serio, perdón.

Tuerzo los labios un poco dudosa hasta que Evan traza una sonrisa amistosa.

—Vale, está bien, te perdono. Solo mantén al margen tu lado idiota-frío. Me agrada más Ross que el Iceberg.

Evan suelta una risa contagiosa a la vez que por debajo de sus ojos se forman ligeramente las arrugas que siempre aparecen cuando sonríe. Su mirada iluminada no se quita de la mía.

—Esto, ¿Evan?

—¿Si?

—¿Me puedes devolver mi mano?

—Oh —me suelta la muñeca, riendo nervioso—. En verdad, lo siento.

—Está bien, Ross —encojo los hombros—. Ahora, si me permites, necesito sacar unas cosas de mi casillero.

Él asiente, anunciando que también debe de buscar algo en su casillero. Busco en el desastre que tengo ahí adentro, uno que debo limpiar con urgencia, el par de libros que debo de entregar si no quiero recibir un regaño.

—¿Vas a la biblioteca? —asentí a la pregunta de Evan—. Voy contigo, también debo devolver unos libros —cierra su casillero con un golpecito de su pie—. Andando.

Nuestra caminata a la biblioteca fue un poco silenciosa. Intenté sacarle temas de conversación a Evan que él nada más respondía con monosílabos o distraído viendo su móvil, pareciendo chatear con alguien. Sujetaba con la mano izquierda dos libros, uno que ponía de título «Cómo Funciona La Música» y el otro es un título de lo que parece español. Un libro de música y el otro que pinta ser de psicología.

—¿Te gusta la música?

—¿Eh? —balbucea, guardando su teléfono.

—Que si te gusta la música, Ross.

—Ah, sí, sí, es mi pasatiempo favorito —echa una ojeada al libro en su mano.

—¿Tocas algún instrumento?

—La guitarra acústica —responde—. Estoy volviendo a las viejas costumbres de tocar.

Hago el intento de imaginar a Evan tocando la guitarra y no resulta fácil. Sé que él canta, puesto que ya lo he oído antes pero no tenía idea de qué su fascinación por la música iba a tal punto de saber tocar un instrumento.

—Debes de ser bueno —le digo luego de tanto imaginar y no lograr tener una imagen clara.

—No soy experto, pero si quieres, un día te doy una serenata.

Mi cerebro se paraliza un momento para procesar sus palabras, mis mejillas se sonrojan cuando lo entiendo y una risa de nervios brota de mi garganta.

—Eh... —rasco mi mejilla sin saber qué hacer con mis manos—. Claro, claro, sería... Uh, está bien, me gustaría verte tocar.

Suspiro aliviada por lo bajo en cuanto llegamos a la biblioteca. Cómo siempre, hay miraditas de más cuando entramos, gran mayoría dirigidas a Evan, unas cuantas confundidas viéndome a mí. Y no importa cuántas veces pase por esta situación, siempre me molestarán las miradas de «¿Qué hace Evan con ella?»

—Buenas tardes —saluda amablemente Liliana.

—Buenas tardes —saludamos Evan y yo.

—Lamento la tardanza, olvidé que aún los tenía —excuso, dejando los libros sobre el mostrador.

—No hay problema, señorita Ferguson.

—Insisto, puede llamarme Bea.

—Son códigos —me guiña un ojo bajo sus lentes, lo que me hace reír. Toma los libros que recién dejé sobre su mostrador y les pone un sello rojo, guardandolos después de su lado—. ¿También vienes a devolver libros? —pregunta a Evan.

—Así es —le pasa los libros y ella hace el mismo proceso que con los otros—. Me fueron de mucha ayuda, gracias.

—No hay de qué, cariño. Para la próxima ya sabes dónde están los demás.

Evan asiente y yo miro de uno a otro sin entender, precisamente hoy no he entendido muchas cosas. Juntos salimos de la biblioteca después de despedirnos de Liliana, entre los pasillos hacia la salida igual recibimos miradas con murmullos haciendo la misma pregunta de siempre, esa que ya me empezaba a hastiar. Evan ni siquiera se da cuenta de ello o es que no le importa.

Cuando tus amigos más cercanos son los chicos más populares de tu preparatoria es normal recibir este tipo de miradas de parte de las chicas, ya se me ha hecho costumbre. Evan, Aidan, Andy y Lyla son como mis amigos más cercanos aquí; me caen bien mis compañeros de clases, pero aún con chicas de mi misma edad es difícil convivir por el hecho de que los tres chicos de mi círculo de amigos son los más populares.

Mi círculo de amigos no es pequeño, es solo escaso de féminas.

Hala, eso explica muchas cosas relacionadas a mis gustos.

—¿Te llevo? —la pregunta de Evan hace que ponga mi atención en él.

—Eh... —ojeo rápidamente el estacionamiento a ver si veo el auto de mi madre y no está, por lo que olvidó venirme a recoger. Veo a Evan y encojo los hombros—. Claro.

Estando solo nosotros dos en su coche, esa punzada nerviosa volvió a mi estómago. De pronto, pasar demasiado tiempo solo nosotros dos en un espacio cerrado me causó ansiedad y nerviosismo.

Definitivamente hoy no entiendo nada, tanto por las cosas de afuera por lo que pasa conmigo con tener a Ross a mi lado.

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Nota de la autora:

Solo diré esto:

¡Doble actualización!

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Vaya y lea el siguiente capítulo, sé que mueres por hacerlo. ;)


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