D I E C I O C H O

Evan

-Nos estaremos viendo al rato -susurró Bea a mi oído, soltando nuestras manos y antes de alejarse con Lyla y Andy, hace algo que no me esperé:

Se despide de mí con un beso en la mejilla.

No podrá parecer la gran cosa, pero demonios, para mí sí que lo es porque ella me gusta muchísimo, si ya de por sí me gustó tomarle de la mano aún con guantes puestos, me va a encantar recibir un beso suyo así sea en la mejilla. Fueron solo unos segundos en los que me permití disfrutar su característico aroma a fresas y la suavidad de sus labios. Casi protesto como niño malcriado cuando se alejó.

-Adiós -hace un gesto con la mano, alejándose con los chicos.

En la pista solo quedan algunas personas, los integrantes del equipo que aún no se han cambiado siguen dando vueltas por ahí, hablando con sus invitados. En las gradas quedan contadas personas, algunos alumnos que se formaron en grupos cerca de la pista, otros familiares y unos cuantos maestros. Observo como Bea se aleja cada vez más de la pista hasta salir por completo del lugar. Supongo que se irá a acompañar a Lyla en la espera de Andy para luego irse a la improvisada fiesta en la casa del rubio.

Andy es ese tipo de chico que se mueve rápido en cuestiones de fiesta, no le tomará ni diez minutos en anunciar que habrá fiesta en su casa por haber ganado el partido de hoy, lo que me parece un poco desconcertante es que Bea haya accedido a ir después del mal rato en la fiesta de Isabel.

-Ya valiste, bro. He perdido a mi mejor amigo -comenta Aidan a mi lado.

Quito la mirada de la salida de la pista para verlo, está meneando la cabeza y suelta un eventual suspiro.

-¿Qué?

-Estás taaaan enamorado -declaró, cantando una melodía estúpida en el «tan».

-Yo no estoy enamorado -niego, frunciendo el ceño.

-Claro -su tono sarcástico hace que ponga los ojos en blanco-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que mentirme a es inútil? Por no decir estúpido. Soy tu mejor amigo, te conozco como nadie, así que intentar mentirme es algo que debes de descartar, porque es ridículo.

Resoplé hinchando mis mejillas. Ya ni siquiera sé por qué sigo intentando mentirle a Aidan, tiene razón, me conoce tan estúpidamente bien que si quiera hacerme la idea sería una pérdida de tiempo. A veces eso de que sepa cuándo miento resulta frustrante.

-No sé qué hacer...

-Bueno, yo no soy la mejor persona en cuestiones de amor, podría darte mi consejo, que resulte útil o que tú vayas a hacerme caso es otra cosa.

Tiene un poco de razón en... todo lo que dijo. Aidan no ha tenido experiencias amorosas precisamente bonitas, su última novia... bueno, es un tema tan prohibido como es el de mi mamá. Un poco de esto, un poco de aquello, dejaron a mi amigo muy herido. Pero tampoco faltan las ocasiones donde él también se pone la capa de mala persona.

Con respecto a lo otro, me gusta escuchar consejos, no lo voy a negar, pero que decida seguirlos es, en definitiva, otra cosa.

-¿Al menos una idea? -decidí preguntar igual.

Aidan parece pensar mientras hace esa rara expresión pensativa suya: mover las comisuras labiales de un lado a otro mientras se toca el mentón. Nunca he entendido por qué hace eso, es extraño.

-Yo creo que... deberías decirle la verdad.

Rasco mi cabello, inseguro. Imagino muchos escenarios, demasiado para mí propio bien. Todos diferente pero con un mismo resultado: Bea rechazandome y alejándose para siempre de mí. Sacudí la cabeza, no solo para espantar esas imágenes, también para negarme a la idea.

-¿Qué tal si me rechaza? Algo en plan «Evan, tú eres solo mi amigo, limitate a ser eso» -Aidan se ríe de mi mala imitación de Bea-. O algo peor, que deje de hablarme.

-Número uno: sigues imitando muy mal las voces -pongo los ojos en blanco-. Número dos: dijiste que hay que ser positivos, pues es tu momento de serlo.

-Me refería a lo del siguiente juego de hockey, esto con Bea es muy diferente.

-Pero de igual forma tienes que mantener el optimismo -sugiere-. Venga ya, Evan, es obvio que a Bea le gustas también -lo miro sorprendido-. Ella es alguien muy fácil de interpretar, es como ver un libro abierto. Además, es mi mejor amiga desde que tengo seis años, la conozco mejor que nadie.

-Tú sí que te empeñas en conocer a la gente.

Ignora mis palabras.

-Hace un rato te veía... diferente, sonriente, sonrojada. Uno no mira a nadie así cuando supuestamente solo «son amigos». Es la misma mirada que tú le das a ella cuando crees que nadie te ve -demonios-. Sí, te he pillado viéndola, acosador -Aidan se ríe-. Mi punto es que, esa mirada es especial, única y reservada en ella. Y no se la ha dedicado a nadie en mucho tiempo, tú eres la primera persona desde Perce.

-Oye, no me recuerdes a ese idiota.

-¿Por qué? A todos nos caía bien, era bastante agradable -recuerda Aidan, riendo.

A mí no me parecía bastante simpático como intentaba mostrarse a los demás. Venga, que sí se le notaba bastante lo mucho que le gustaba Bea, pero ¿Ser agradable con otros? Era una fachada, una que él mismo se quitó frente a mí cuando me pidió «con amabilidad» que no me metiera en su relación con su «bombón». Número uno, nunca intenté meterme entre esos dos incluso dándome cuenta de que Bea empezaba a llamarme la atención, respetaba su relación por muy imbécil que me pareciera el chico. Número dos: ¿Quién demonios le dice «bombón» a su novia? Sobrepasa el nivel de cursi.

Pulgarcita suena mejor, mil veces mejor.

Por suerte, el idiota tuvo que mudarse en medio semestre pasado a Memphis por algo relacionado con el trabajo de su padre. Aunque Bea estuvo triste un tiempo, (secretamente a mí la noticia me había caído muy buena) al finalizar el año escolar en julio ya había superado todo y ella y Perce quedaron como buenos amigos.

-Tengo mis razones, y no, Aidan, no por celos -agrego al ver sus intenciones-. Volviendo al otro tema... -hago una mueca-. Amigo, no lo sé, me aterra irme de lleno y de pronto... chocar contra la ilusión que me he hecho.

-Evan, no le tienes miedo al rechazo de Bea, tienes miedo a encariñarte de nuevo y que pase lo de la última vez.

Desvío mi atención a mis patines, ahora pareciendome la cosa más interesante de todas. Aidan sigue con la mirada puesta sobre mí, pero yo no me digno a mirarlo, no por vergüenza, es más por cosa de mi propia inseguridad con todo este tema confuso.

-Bea no es como ella, Evan.

-¿Sabes el colmo de encariñarse con una persona? -no me responde, pero sé que espera una respuesta-, que tarde o temprano, por muy bien que estén las cosas, se va a ir, y eso duele, Aidan -ya no sé si mi nariz está tupida por el frío-, como no tienes idea.

-Evan...

-Pensaré lo que dijiste -levanto la mirada, Aidan me mira con empatía-. Yo... iré a cambiarme.

No dudo dos veces en alejarme hasta salir de la pista cabizbajo, de seguro ahora le doy pena a mí mejor amigo. En el vestidor vacío, me tomo el tiempo necesario para pensar, para calmarme y acallar las voces en mi cabeza. Sé que Bea es diferente y me gusta estar con ella, pero esos miedos que vengo arrastrando desde hace siete años me hacen pensar que ella, en cualquier momento, se irá.

Igual que lo hizo mi mamá.

-¿Por qué lo hiciste? -susurro al silencio del vestidor, pasando de forma inconsciente mi pulgar bajo las pulceras en mi muñeca izquierda, delineando las viejas cicatrices.

Mamá es la razón de porque mi círculo de amistad es bastante pequeño. Sí, los chicos del equipo me caen bien al igual que los del CallyCafé, pero no son mis amigos. Son solo conocidos o compañeros de escuela y trabajo. Toda mi vida siempre se me dificultó conocer a las personas sin ser un poco reacio, siempre fui un niño un poco asocial y de alguna forma, eso me generó también un miedo a quedarme solo y cuando ella se fue, solo empeoró. Ella... ella me lo había prometido tantas veces, dijo que nunca se iría, que estaría conmigo, con papá, con Ava y de la nada, después de un horrible acontecimiento, desapareció de nuestras vidas.

Que te abandonen así no es bueno para nadie, duele horriblemente y más cuando eres un niño de diez años queriendo un abrazo de tu mamá en las noches tormentosas, un beso de buenas noches o un «todo estará bien» durante un ataque de pánico.

Mamá solo se fue y nunca volvió.

Esas viejas marcas en mis muñecas duelen como la primera vez, sé que se trata solo de un recuerdo, pero es casi tan doloroso que me obliga a quitarme las pulceras a confirmar si aún seguían las cicatrices y no unas heridas recién abiertas.

Ahí estaban, viejas cicatrices por cortes hechos con intención cuando tenía quince años, la vez en que tuve una recaída depresiva tan fuerte hasta llegar a tal punto de causarme daño a mí mismo.

Es... un poco extraño como funciona la depresión, crees que estás bien y puede ser así, recuperas esa rutina que creíste perdida pero de la nada, vuelves a ese pozo oscuro y solo quieres hacerte bolita y hundirte en la miseria que crees que eres, solo existir y ya. Es como... estar asustado y cansado, es temer a fracasar pero no el impulso a ser productivo, es querer amigos pero no querer socializar, es querer estar solo pero no sentirse así, matarte la cabeza por todo y luego no importarte nada.

«Una montaña rusa de emociones. Un día estás en el tope, que es cuando sientes que todo irá bien y luego está esa bajada, que es cuando sientes el vacío de solo estar y ya»

Fue como lo definió mi psicólogo en una de nuestras primeras citas. La primera vez que tuve un ataque depresivo fue a los diez años, pero a los quince fue que entendí tantas cosas y esas en su mayoría me afectaban más.

-¿Cómo estás, Evan? -me pregunta Ernesto, el psicólogo que recomendaron los médicos.

-Existo que ya es demasiado, ¿Tú qué tal? -lo observo arrellanado desde el sofá frente a él.

-Estoy bien, gracias por preguntar -asentí apretando los labios, jugando con mis pulgares también-. ¿Quieres hablar sobre las heridas?

Mis pulgares se congelan y mi mirada baja a mis muñecas vendadas, hace dos semanas que me dieron el alta, aseguraban que todo estaría bien, que mientras tuviera cuidado no perdería los puntos.

No respondo la pregunta de Ernesto, siendo mi silencio más que claro para él. No suelo ser muy fan de los silencios incómodos, pero por ahora me parece bastante oportuno uno de estos. Ernesto sigue sentado frente a mí, esperando pacientemente. Ya sabe cómo funciono, está consciente que en cualquier momento algo saldrá de mi boca, pero por ahora, no quería hablar del tema.

-¿Cómo está tu esposa? -cambiar el tema es estúpido, lo sé, nunca funciona pero aquello me intrigaba.

-Está muy bien, te envía saludos y espera a que te recuperes.

-Amable.

Mis ojos pasean por la sala de terapia tan cómoda, es como la sala de estar de una casa, con una chimenea aunque falsa, brinda esa sensación de comodidad. Sobre ella reposan fotos enmarcadas, entre ellas hay de una familia de cinco. La familia de Ernesto, fue fácil de suponer. Una familia feliz.

-¿Cómo te sientes desde que saliste del hospital, Evan?

-Bien, supongo. Es... cómo volver a la rutina -Ernesto asiente-. Sé que lo que hice estuvo mal, pero... no estaba pensando, solo... solo quería una forma de tener silencio.

-Evan, nadie te está o va a juzgar por las decisión que tomaste, estás en un estado mental débil que acallar las voces de tu cabeza es lo que necesitas -asentí hinchando mis mejillas-. No eres responsable de tu trauma, pero sí de romper el círculo y no herirte más por eso, no culparte.

Con esas palabras repitiéndose en mi cabeza vuelvo a ponerme las pulceras para cubrir las marcas, tomo mi bolso y salgo del vestidor ya cambiado. Afuera busco a Aidan con la mirada, lo encontré un poco alejado de las personas hablando con alguien por teléfono.

-¡Estuviste increíble, Evan! -felicita la tía Ness, abrazándome con fuerza cuando llego con ellos.

-Fue una gran anotación, eh -el tío Peter me desordenó el pelo, riendo.

Papá viene con Ava en brazos, ambos me dan un fuerte abrazo que necesitaba bastante.

-Lo hiciste muy bien, hijo.

-Gracias, papá.

Ese abrazo calma el caos en mi interior y me relaja, inhalo profundamente y a mi nariz llega ese aroma a chocolate que Ava emana y de la colonia de papá. Con este abrazo, sé que podré soportar la noche o al menos, parte de ella.

-¿Nos vamos a casa, princesa? -papá le pregunta a Ava luego de separarnos

Mi hermana asiente, luego me mira a mí.

-¿Nos vamos, Evan?

-Lo siento, enana, no voy contigo esta noche -me pongo a su altura-. Nos vemos mañana en la casa, ¿Vale?

-Vale -me rodea con sus bracitos-. Cuídate, te quiero.

-Yo también te quiero, Ava -antes de que se fuera con el tío Peter, dejo un beso en su frente.

¿He dicho que amo a esa niña? Porque la amo locamente, en serio, es como una de las mejores cosas que me pudo pasar en la vida.

El tío Peter se va con Ava y solo quedamos su esposa y mi papá.

-No llegues tan tarde -pide ella.

-Tía, volveré antes de la media noche.

-Me avisas cuando estés en casa -ahora pide papá-. Nos vemos mañana, campeón -nos despedimos con un último abrazo y palmadas, también me revolvió el pelo antes de irse por el mismo camino que Ava y el tío Peter.

-Cuídate, Evan -ella se acerca a mí y me abraza otra vez-. Adiós.

No estoy mucho rato en la pista, cuando todos se empiezan a ir y no encuentro a Aidan, decido salir al estacionamiento para tomar rumbo a la casa de Andy dónde ya todos se dirigían. Es sorprendente esa habilidad suya de invocar a todos para una fiesta en lo absoluto planeada.

En cuanto llego, ya en el jardín hay muchas personas, en su mayoría ni las reconozco pero ellos a mí sí porque cuando voy por el camino que da directo a la cocina de la casa, varios desconocidos me saludan muy energéticamente.

Vale, que ya se empezaba a propagar el alcohol por aquí.

Mi plan no era llamar mucho la atención, mejor si ni siquiera me notan. Solo estaría un par de horas solo por compromiso, porque si fuera por mí, estaría yendo a casa a ver películas hasta que amanezca. Claro que mi plan de pasar desapercibido fue un total fiasco cuando apenas puse un pie fuera de la cocina vacía.

-¡Evan, Evan, Evan! -corea todo el mundo al verme.

Paso entre la multitud que baila y les sonrío, tratando de no mostrar la incomodidad que siento. Esto de que todos me tengan la mirada encima no es algo de mi completo agrado, si pudiera elegir entre la multitud a una sola persona que me viera, todos estarían descartados hasta que la encontrara a ella.

Algo que hice cuando subí a media escalera que iba al segundo piso, pude verla sentada en un sofá al otro lado de la sala, ella sí parece incómoda, no veo a ninguno de los chicos cerca, ni Andy o Lyla, ni siquiera Aidan. Venga, él no pudo haber dejado que Bea viniera sola a una fiesta teniendo en mente lo que pasó la última vez.

Voy bajando las escaleras sin despegar mi mirada de ella, lo de la última vez no se repetiría si yo estoy aquí.

Claro que al ver quién se le acerca me detengo al inicio de los escalones.

Era el mismo chico que estaba con ella en el CallyCafé, le entrega un vaso plástico que acepta con una sonrisa. Esa inmadura e irracional molestia aparece otra vez, acompañandola unas estúpidas ganas de ir y alejarlo de ella, pero solo pasaría como el idiota-que-se-cree-dueño-de-Bea.

Esto es absurdo, con ese tipo aquí la pasaría mal lo que me quedaría en la fiesta, pero no quiero irme por la principal razón de que no deseo que le pase nada y la segunda quizá para mantenerlo vigilado, quizá.

Debía de encontrar una forma de acercarme sin ponerme en plan imbécil-insoportable-ser-humano-de-pacotilla.

-¡Hermano! -del segundo piso viene bajando un chico que olía a alcohol-. ¡Esa anotación estuvo de locos! ¡Felicidades!

Desvío mi atención otra vez a Bea, que aún sigue con ese escuálido chico. No, Evan, eso es hipocresía, tú también eres un pobre escuálido. Hablaban y bebían. Tengo que encontrar una forma de acercarme rápido, ambos están tomando, una persona con alcohol en su sistema podía hacer muchas locuras.

Oye, un segundo... Hum, eso puede que me dé una idea.

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