D I E C I N U E V E

Suelo tener malas ideas, en serio, muchas más veces de las que me gustaría admitir, pero Dios, ¿Qué estaba pensando cuando decidí llevar a cabo la idea más estúpida de mis diecisiete años de vida?

Se supone que mi intención era ir y beber un poco para así estar relajado y tener el valor de ir con Bea, tal vez pedirle que bailemos un rato y, no sé, lo que el alcohol en mi sangre me guiara a hacer.

Realmente esa idea se lleva el puesto número uno de las ideas más imbéciles que he tenido en mi vida.

Fue estúpido creer que ese plan funcionaría, no tanto en la parte de conseguir alcohol, más en la parte de... confiar en esa bebida. Encontrar algo para beber fue más fácil de lo que creí, el problema vino cuando probé esa bebida. Sí, se veía, olía y tenía ese característico sabor intenso, solo que con algo... diferente, un complemento.

No tenía idea de qué le habían agregado a mi vaso, pero en cuanto ya iba por la mitad, empecé a tener náuseas y unas horribles ganas de vomitar. Cuando mi estómago estuvo más que revuelto y un sabor amargo llegó a mi boca, fui corriendo por el pasillo antes de hacer el ridículo frente a toda la preparatoria.

En el baño vomité, y vomité mucho.

¿Qué carajo tenía esa bebida?

Bajo el agua del retrete, que se lleva todo lo que recién salió de mi estómago. En el lavamanos hago cuenco mis manos y tomo agua para enjuagar mi boca. Ah, esto es horrible, odio vomitar. Voy un poco mareado a la cocina por una botella de agua para tratar de sacar ese sabor amargo de mi boca. Ahí se estaba bastante tranquilo por la soledad y es bastante extraño que esté así, son solo unos cinco minutos de parcial silencio tranquilo cuando escucho en la sala un griterío que me asustó.

Salgo rápido de la cocina hacia la sala llena de personas bailando al ritmo de la música que retumba en mis oídos. Veo hacia los sofás en una esquina de la estancia y no la encuentro. Mi mirada recorre todo el lugar, desde las esquinas oscuras dónde las parejas creen que nadie los ve, hasta los chicos que se resbalan de la barandilla de la escalera, buscándose salir lastimados. No estaba, en ninguna parte la veía.

Mierda, ¿Por qué te desapareces así, Beatríz? ¿Y por qué eres tan enana? ¡No ayudas!

Entro a la gran masa de hormonas adolescentes bailando en el centro, buscándola, quitando personas de mi camino y también rechazando propuestas de baile. Justo ahora, no podía divertirme sin antes verla y asegurarme de que está bien.

Estaba a punto de irme a buscarla al segundo piso cuando, rodeada de chicos y chicas, pude ver un par de mechones coloridos: los mismos mechones falsos que ella trae en su cabello. Daba brincos y bailaba de una forma tan peculiar que solo ella sabe, mascullo un improperio cuando la veo llevarse a los labios un vaso con liquido desconocido.

Oh, mierda, no.

Bea seguía riendo y bailando como si nada mas importara, a su bebida le daba eventuales tragos y cada uno de ellos la volvía más energetica. Demonios, es tan extraño verla ebria que por un momento solo estoy congelado en medio de las personas, observandola con la cabeza ladeada y el ceño fruncido.

Salgo de mi estupor y me acerco a dónde está ella, quitando a las personas de en medio sin importarme ser descortés. Si estaba sobria cuando se metió en el lío de la fiesta de Isabel, no quiero saber qué puede hacer estando ebria.

—¡Evan! —exclamó una morena, metiéndose a mitad de mi camino hacia Bea—. Que bien jugaste hoy —su voz baja hasta volver más pícara y juega de forma extraña con una de las puntas de sus tirabuzones.

—Sí, vale, muchas gracias. Pero tengo que irme —intento hacer eso por uno de sus costados, pero otra chica aparece de la nada, haciendo que retroceda dos pasos, sorprendido—. Oigan, no estoy para juegos, tengo que llegar con ella —señalo a Bea que baila y ríe sola.

La recién llegada, una chica de piel atezada, mechas californianas y ojos almendrados café hace un gesto de restarle importancia con la mano.

—Ella estará bien.

—¿Te han dicho que eres muy guapo, Evan? —inquiere otra chica detrás de mí, asustandome. ¿De dónde siguen saliendo? ¡Me asustan! Pone sus manos con delicadeza sobre mis hombros y esto ya es suficiente.

En una situación diferente, me sentiría bastante halagado, pero no son de ellas que quiero recibir esos comentarios. Observo por encima de la chica con tirabuzones a Bea tan solo unos pasos alejada de mí, por detrás se le acerca un desconocido total, parece decirle algo al oído y ella intenta alejarse, pero ese idiota se lo impide cuando la toma por la cintura.

Oh, no, idiota, ¡Ni lo pienses!

—Lo siento, chicas. Son muy amables pero por ahora no quiero que alguien más toquetee a mi novia —salgo del círculo en el que me habían rodeado.

—¡¿Novia?! —exclaman indignadas detrás de mí.

—Sé de un lugar donde podemos estar más tranquilos, nena —oigo decir al imbécil cada vez que me voy acercando—. Así no estás sola y tienes una agradable compañía.

—Sí, tan agradable como la que tendrán mi puño y tu cara si no te alejas de ella —proclamo, dándole una mirada amenazadora.

—¿Y tú quién te crees? —cuestiona con molestia.

Me encogí de hombros.

—Hum, nadie importante. No más solo soy el novio que no quiere que un imbécil aprovechado toque a su chica —le doy un empujón por el hombro, no tan fuerte para hacerlo caer pero sí lo suficiente para que retroceda—. Ya sabes quién soy, ahora lárgate.

Se aleja dando pasos hacia atrás con las manos en alto hasta que lo pierdo de vista entre la multitud. Tomo la mano de Bea y la arrastro conmigo hacia la cocina, la ayudo a sentarse en uno de los bancos de la isla central.

—Ten —le paso una botella de agua que destapa de forma bastante vaga. Bea está hecha un asco de sudor y alcohol—. ¿Por qué mierda bebiste, Bea? ¡Odias el alcohol!

—Yo... ¡hip! No sabía que eso... ¡hip! Era... ¡hip! —vuelve a dar otro largo trago de agua.

Suspiro cansado, observandola de pie junto al refrigerador. Tiene mala pinta, esa que los padres de inmediato saben que sus hijos estuvieron haciendo cosas fuera de lo acordado.

—No puedes llegar así a tu casa, ¡Estás ebria!

—¡No estoy ebria! —refuta, arrastrando la lengua—. Solo un poco... ¡hip! Mareada... ¡hip!

Le doy mi mirada de «Sí, claro y de paso estás más alta» que no notó por haber cerrado los ojos y masajear sus sienes.

—Bea, tenemos que irnos.

—¡No, no! La estoy pasando muy bien —sonríe boba—. ¡Nunca me había divertido tanto en una fiesta!

—Beatríz, estás ebria, tienes pinta de enferma, estás hecha todo un asco. Nos vamos y punto.

—Pero no me hables así —pide haciendo un puchero que en este momento no se le ve en lo absoluto tierno.

Mis manos se pasan estresadas por mi cabello, mi cerebro maquina alguna idea para sacarla de aquí y mis pulmones dejan ir aire a ver si así puedo mantener la calma.

Ni de coña la voy a llevar a su casa, tanto por su bienestar como por el mío, no la voy a dejar en ese estado aquí porque no estaría tranquilo en toda la noche y...

Bueno, esa sí es una idea inteligente.

—Bea, nos vamos ahora —intento tomarle la mano pero ella la apartar.

—¡No! —se la resguarda como si fuera algún especie de tesoro.

Muy bien, muy bien, piensa Evan. ¿Cómo tratar con una borracha necia?

—Vale, no nos iremos —me da una mirada dudosa—. Solo necesito que me acompañes a mi coche por algo, ¿Puedes?

—Hum... ¡hip!

—¿Puedes? —insisto, ofreciendo mi mano.

Bea se hace la pensativa unos minutos hasta que al fin, toma mi mano y baja del banco casi cayéndose. Por suerte, mis reflejos fueron más rápidos y pude evitarle la caída de boca al suelo. Ese característico aroma suyo fue reemplazado por el olor a sudor y alcohol. Usualmente me gusta siempre inhalar su aroma, pero ahora prefiero aguantar la respiración.

De todas las cosas que creí que podrían pasar esta noche, esta no pasó por mi cabeza.

—Andando —Bea se recompone pero sus pasos son torpes, por lo que va dando tumbos y soltando risas tontas hacia la salida de la casa de Andy.

¿Y dónde demonios está ese rubio y su novia? En todo el tiempo que llevo aquí no los he visto

—No nos vamos a ir, ¿Verdad? —cuestiona Bea, ladeando la cabeza hacia mí.

—No, claro que no —miento, adelantándome a mi coche para abrir la puerta de acompañante—. Si quieres toma asiento, puede que tarde un poco en buscar... lo que tengo que buscar.

Aunque me mira sospechosa, supongo que su intoxicado cerebro no puede atar cabos, por lo que termina sentándose dentro del coche. Cierro la puerta con cuidado para no hacerla abrir los ojos y subo al asiento de conductor. Ya ahí, encendí el coche y conduje en dirección a mi casa.

—¿Por qué...? —abre los ojos y nota que ya no estamos en la fiesta—. ¡Oye, me mentiste!

—No te mentí, sí vine a buscar algo al coche.

—Ajaaa... ¿Y eso qué fue? —me mira con los ojos entrecerrados.

—Solo el incentivo para irnos, así que no te mentí.

—¡Eeeevaaan! —se queja arrastrando más la lengua, no logrando su cometido de parecer amenazadora.

—Vale, perdón, pero luego me lo agradeces —ella cruza los brazos, enfurruñada—. Mejor ponte el cinturón, Bea.

A regañadientes me hace caso. El camino a mi casa está lleno de sus quejas de que no quería irse, que se la estaba pasando bien, bla, bla, bla, tonterías que en estado sobrio no diría. Sé que me lo va a agradecer, tarde o temprano.

—Eres un... ¡hip! Idiota —masculla.

—Mañana escucharé atentamente cuando digas «gracias, Ross» —doy un giro en Parkside street, luego siguiendo recto para entrar a la zona residencial.

Bea mantiene el silencio un rato hasta que dice lo que me tensa un poco:

—Me gustan tus pulceras... —uno de sus brazos se estira para toquetear mi muñeca derecha—. Recuerdo que te mataste en la tienda de regalos del concierto por esa pulcera de Imagine Dragons.

Aquel recuerdo de hace un año hace que deje ir una risita. Tenía mis motivos, había querido una pulcera de esas desde que conocí la banda, ¿Y no me iba a quedar con la última que quedaba en la tienda de regalos? No, ni de locos. Igual ese tipo no resultó tan mal herido, sí quizá con una marca de mis dientes en el brazo pero de resto, sano y salvo.

Bea pasa de la pulcera plástica negra que empezaba a perder las letras blancas que ponían el nombre de la banda a la que estaba a su lado, un brazalete de plata que tiene grabado una serie de runas vikingas, recuerdo que la conseguí en una festival ambientado en la antigua Escandinavia que se hizo hace como tres años en la ciudad. Son las pulceras que siempre adornan mi muñeca derecha para tapar las viejas cicatrices. Las de la izquierda son de macramé, una que Aidan me trajo como recuerdo de su campamento de astronomía cuando fue hace dos años y la otra una que solo compré para cubrir la cicatriz.

Bea casi nunca se fija en ellas, es sorprendente que con el cerebro intoxicado se de cuenta.

—Son lindas —agrega somnolienta—, como tú...

Piso el freno de lleno, aparcando frente a la casa. Bea cabecea medio dormida, medio despierta, no dándose cuenta la mirada incrédula que le dedico.

—Eh... ah... —meneo la cabeza—. Creo que... que deberías mandarle un mensaje a tu mamá, Bea, para que no se preocupe.

—Sí, sí... un mensaje a... mamá... —bosteza sin abrir los ojos.

Saco su celular del bolsillo que tiene el overol por encima de su pecho, adivinar su contraseña fue fácil, y una pista que tuve fue su fondo de pantalla: uno de esos collage que se pueden encontrar en Pinterest de su era favorita de Taylor Swift, Fearless. Con eso en cuenta, su contraseña se me hizo obvia: 13121989.

Sí, creo que ella tiene un gran fanatismo.

Entro en los mensajes y presiono el chat que tiene con su mamá. Pienso una excusa que pueda decir Bea.

Mamá, hoy pasaré la noche en la casa de una amiga, no te preocupes.

Me sobresalté en el asiento por lo rápido que respondió:

¿Qué amiga?

Esa era una pregunta fácil de responder:

Lyla, mamá, ¿Quién más?

Mami: Bien, pero llegas a casa mañana a las diez. Ni más ni menos.

Bea: Está bien.

Mami: Cuídate, cariño.

Bea: Lo haré, adiós, mamá.

Por un momento, mis pulgares quedan congelados sobre la pantalla cuando su respuesta es un «te amo». Sé que Bea tiene una gran relación con sus padres, por no decir que de cierta forma es la niña mimada de mamá y papá por ser la menor. En ese aspecto, la envidio porque tiene a una madre que la ama incondicionalmente y está ahí a su lado.

Ella... tiene tanta suerte.

No soy capaz de responder al mensaje, así que solo apago la pantalla y lo guardo junto con mi teléfono en mi chaqueta. Abro la puerta de conductor y bajo del coche hacia el lado de acompañante, con cuidado tomo a Bea en brazos y ella apoya su cabeza de mi hombro, suelta un suspiro relajado, siguiendo dormida.

En la puerta de entrada no sé cómo conseguí abrir con Bea en brazos, pero lo logré. Adentro mis pasos resuenan en todo el silencio y la oscuridad un poco tenebrosa. Sé que esta noche mi familia se está quedando en la vieja casa, por lo que en la mañana no tendría que responder preguntas incómodas de qué hacía la chica que me gusta bajando recién despierta las escaleras.

En mi habitación, dejo a Bea sobre mi cama, quien luego me da la espalda. Asegurado de que sigue dormida, voy hacia mi armario a cambiarme a un pijama, no sin dejar antes nuestros teléfonos sobre la mesita de noche junto a mi cama.

Ya cambiado vuelvo a mi habitación, Bea sobre mi cama se remueve y gruñe incómoda hasta que se sienta con las piernas despatarradas y su cabello hecho un desastre de mechones desordenados.

—¿Bea? —la llamo cuando noto que aún tiene los ojos cerrados.

—Estoy incomo... —boztezo—, da...

—¿Incómoda? —asiente aún dormida—. Ehm, tú... eh... ¿Te quieres cambiar? Yo podría...

—¿Ayudarme?

—Pre-prestarte algo mío...

Bea murmura bajito un «sí, vale» y yo vuelvo a mi armario para tomar la camiseta más holgada que tengo, aunque estoy seguro que todas le irían como vestido. En mi cama, Bea se había sentado a la orilla y de forma bastante vaga se desabrocha los ganchos de su overol, éste cayendo por delante y detrás, dejándome a la vista la piel tostada de su espalda baja y cintura.

Ay.

Trago saliva y con paso lento, como si así pudiera evitar de alguna forma el que Bea perezosamente se está desvistiendo en mi habitación, me acerco. Ella da pinta de un zombie, solo moviéndose con pereza y cansancio, puede que ya los tragos que había dado en la fiesta le están pasando factura.

Frente a ella, estoy en un punto nervioso en el que nunca he estado y ella ni lo nota, solo está como drogada desvistiendose.

—Ehm... esto... ¿Q-qué... puedo... ayudarte? —alza los brazos, bostezando. Ese gesto lo entendí desgraciadamente bien—. Oh...

Mi corazón late al mil por segundo de lo asustado que estoy. Ni siquiera en mis ideas más locas llegué a creer que vería a Bea semidesnuda, mucho menos con ella ebria. Está mal, muy mal.

—¿Evan?

Bueno, es solo una ayuda para que esté cómoda. Nada más, no soy estúpido, no haré nada malo, no a ella.

Aún nervioso, con el corazón latiendo apresurado y mis manos temblorosas, tomo el borde de la camiseta manga larga de Bea y se la saco del torso, dejando a mi vista sus pechos cubiertos por un brassier blanco lleno de corazoncitos rosas.

En serio, en serio, en serio no creí que estaría en esta situación con ella.

Vuelvo a pasar saliva sin despegar mi mirada de su torso. Soy un desgraciado, ya debería de haberle puesto mi camiseta y solo estoy aquí, parado frente a ella, observando su desnudez parcial.

¡No seas maldito, Evan Ross, ponle la camiseta!

Decido que lo mejor para mí ahora es cerrar los ojos y de esa forma es que logré ponerle la camiseta y darle el chance a ella de que se despojara del overol. Diez minutos después vuelvo a abrir los ojos y la encuentro echada en mi cama. Recojo su ropa y la dejo sobre el viejo escritorio. Hace unos minutos pude verla de torso desnudo, pero dormida en mi cama, con una prenda mía puesta, me parece incluso más hermosa.

Que ella me tiene bastante mal.

Me acuesto en el lado vacío de mi cama sin conciliar el sueño de forma normal, durante mucho rato estuve viendo aburrido el techo, otro rato más, mirando a la chica que dormía plácida de costado. Esta vez, Bea sí parece completamente dormida y yo estoy a su lado, observandola como un acosador loquito por ella.

—Si no fuera porque tengo miedo a perderte, te juro que haría cualquier cosa para que sientas lo mismo que yo siento por ti —susurro—. Bonitos sueños, Pulgarcita.

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