C U A T R O

Bea

—¡Déjame! —intento zafar mi brazo de su reciente agarre, fallando completamente. Quien sea que fuere, me tomaba con una fuerza que empezaba a doler—. ¡Que me sueltes!

—Vamos, será divertido —insiste aún sin dejar el agarre en mi brazo.

Maldita sea a mi vejiga, en serio.

—¡¡Ayuda!! —grito con toda mi fuerza pero era inútil, con la fiesta abajo, nadie me escucharía.

Sigo forcejando con el captor de mi brazo derecho que empieza a aplicar un poco más de fuerza en su agarre. Eso dejaría una marca.

—Deja de moverte —exigió.

—¡Suéltame! —intento darle una patada, solo que fallo por la falta de luz en la habitación. Mi respiración se volvía cada vez más nerviosa y las lágrimas se acumulan en mis ojos.

Estaba entrando en pánico, me aterra pensar qué podría pasar después si no logro zafarme de su agarre.

—Suéltame, por favor —suplicar ya no me importaba, quería salir corriendo de aquí—. Suéltame...

—Vamos, linda —me estremezco cuando siento su nariz en mi nuca y como inhala—. Tienes un buen aroma, fresas —me trago un sollozo, el tipo en cambio no tenía un aroma agradable; era fetido, amargo e irrespirable, mientras más se me acercaba, más eran las ganas que tenía de vomitar.

No me apetecía saber lo que había hecho esta persona para oler a chotuno.

—Suéltame, por favor...

—¡Eh, te ha dicho que la soltaras! —vocifera alguien más a mis espaldas.

Aprovecho la distracción de quién me sujetaba del brazo para darle un pisotón en el pie y un codazo en la costilla que lo hizo retorcerse. La otra persona en la puerta entra a la habitación y me hace a un lado con su brazo, desvío la atención cuando con la poca luz del pasillo puedo ver cómo su puño se estrella contra el rostro del chico de la habitación. No soporto el sonido de los siguientes golpes, ni la risa desquiciada del otro tipo. Solo salgo de ahí hacia el poco alumbrado pasillo, dónde me abrazo a mí misma y proceso toda la situación.

Anda, que se estarán preguntando: «¿En qué rayos te has metido, Beatríz?»

Bueno, como mi abuela diría: los iluminaré.

Cuatro horas atrás...

—Aidan, ¿Y qué hago yo aquí? —cuestioné, viendo por la ventanilla del auto de mi pelirrojo mejor amigo la gran casa con gente a montones.

—Pasamos tiempo juntos —se desabrocha el cinturón de seguridad.

—Ai, sabes que este no es mi ambiente —señalo la fiesta de atrás—. Ni de lejos.

—Vamos, Bea —anima, dándome algunos toques con sus dedos en la costilla—. Tú y yo bebiendo hasta ya no saber nuestros nombres.

—¿Eso no es lo que sueles hacer con Evan y Andy?

—¿Y por qué no hacerlo contigo también?

—Porque yo no soy como ustedes. Vamos, Aidan, llévame a casa, ¿Si?

—Vamos, Bea, ¿Por favooor? —hizo un puchero agitando las pestañas de arriba hacia abajo.

Suspiro rendida, odio cuando Aidan me compra con su carita de perrito. También me odio un poco a mí porque aún después de tantos años tenía debilidad por esa carita suya. ¡Es que de verdad es muy tierna! No sé cómo un ser tan perverso como Aidan puede tener en su posesión una carita tan bonita.

—Está bien.

Después de la pequeña celebración de mi mejor amigo fuimos a la fiesta de... ¿Raquel? ¿Ovette? Eh... ¡Isabel! Sí, es ella. Vaya que no mentían en la preparatoria cuando decían que sería la fiesta más épica.

El jardín de entrada era una cosa hermosa y bien cuidada, con arbustos de flores blancas y amarillas, un árbol creciente decorado con luces festivas y con un caminillo que lleva a la entrada principal. Las personas que estaban afuera hablaban, bebían y otras en las esquinas más oscuras se estaban besando creyendo que nadie los estaba viendo.

Eh, chicos, que se tapen un poco, ¿Vale?

La casa de Isabel es una de las viviendas más hermosas de toda Ciudad Nevada. Quedó en el puesto número dos en casas más bonitas en una revista local. Es una casa quinta con un techo de tejas, dos balcones al frente dónde podía ver a más personas, y grandes ventanales a cada lado de la puerta de entrada. Todo la fachada de esa casa gritaba gente con dinero, pero a lo poco que he tratado con Isabel, se nota que es una chica bastante sencilla y humilde.

Una humilde que vive en una casa con una piscina en el patio, eso me hace sentir un poco de envidia, pero me sigue agradando.

Por las luces de color que cambian a cada cinco segundos no pude detallar bien el ambiente adentro. Solo que la sala es bastante amplia y que tenía unas escaleras helicoidal de diseño moderno que daban al segundo piso.

Había también una mesa junto a las escaleras con un DJ haciendo mezclas con las canciones, a unos escasos metros a la izquierda de la improvisada cabina del DJ, estaba un panel panorámico que da vista a la cocina, dónde sobre la mesada se veía a un bartender sirviendo tragos a todos los adolescentes alrededor.

En medio de todo eso, una masa de adolescentes bailando al ritmo de Who Do You Love de The Chainsmokers con 5 Seconds Of Summer.

—¡¡Ven, vamos!! —Aidan grita sobre la música, tomando mi mano y arrastrándome entre la multitud de gente.

Llegamos a la improvisada barra donde servían tragos, mi amigo tomó dos vasos plásticos y me entregó uno mientras le daba un sorbo al suyo.

Miré el vaso un poco dudosa, pero de igual forma lo acerqué a mis labios y le di un sorbo. El ardor corrió por mi garganta e instintivamente hice una mueca de desagrado.

—Pero... —aclaro mi garganta—. ¿Qué demonios es esto, Aidan? —mi voz es un poco ronca.

Él se encogió de hombros.

—No lo sé, pero está muy bueno —y dió otro trago como quien está bebiendo agua.

Le entregué el vaso, asqueada. No bebería más de esa cosa por lo que resta de la noche.

—Tómatelo, no sé qué clase de cosas le habrán echado a esa bebida.

Aidan toma el vaso y sin problema alguno se bebió el líquido amarillento que contenía. Doy un espasmo exagerado, sintiéndome aún más asqueada. No entiendo cómo es que mi amigo puede beber de esas cosas sin inmutarse, es como si estuviera bebiendo algo tan normal como jugo o agua, no alcohol amargo que te deja la garganta rasposa.

Entre saludos de todos los chicos en esa fiesta, Aidan se fue a la pista de baile olvidándose completamente de mí. Yo me mantuve cerca de la barra improvisada, que era el único lugar en la fiesta donde había una luz que no cambia cada cinco segundos.

Dos horas después...

—¡Uhhhhhh! —gritaron todos muy animados desde la pista de baile.

—¡Eso es, hermano! —exclama alguien.

Desde que Aidan se fue dejándome abandonada, la fiesta se animó un poco más, ya a estas alturas de la noche habían empezado una improvisada competencia de baile. Por aquella razón es que a Aidan le decían «El alma de la fiesta» había escuchado los rumores, pero nunca había estado presente en un momento de esos.

No sé cómo rayos lo hacen, pero los que han participado lo han hecho muy bien, a pesar de tener más de un litro de alcohol en su torrente sanguíneo.

En cambio a todos, yo me he mantenido en el mismo sitio durante estas pasadas dos horas. Sola, nada más bebiendo unos eventuales refrescos.

Bueno, hasta este momento.

Como si mi cuerpo quisiera estar en movimiento, las ganas de ir al baño a hacer el número uno me obligan a moverme del lugar al que he proclamado mi «puesto seguro»

Creo que no debí beber tanta Coca-Cola.

Decidida, ya que no quiero que mi vejiga explote ahí mismo, me aparté de mi lugar seguro en busca de algún baño en esa inmensa casa. Paso alrededor de la pista de baile evitando a los sudorosos adolescentes que me invitan a bailar. Suspiro aliviada cuando consigo llegar a las escaleras sin problemas.

El segundo piso estaba un poco más desolado y poco iluminado, lleno de puerta a cada lado de donde algunas pocas escucho sonidos que pido a todas las entidades místicas olvidar para poder estar en paz. Cuando he llegado a una puerta que desde donde estoy no se escucha absolutamente nada, pienso que al fin llegué a mi destino.

Abrí con cuidado y la oscuridad plena fue lo que me recibió. Entrecierro los ojos tratando de ver más allá de negro, pero no puedo. En ese momento, no sabía que mi mayor equivocación sería adentrarme al cuarto a buscar un interruptor.

—Vaya, vaya, vaya ¿Pero qué preciosura tenemos aquí? —una varonil y ronca voz se escucha entre la oscuridad, asustandome.

—Este no es el baño —murmuro para mí misma, maldiciendo internamente.

—No, no es el baño, pero que alegría que estés aquí —hay pasos pesados a mi alrededor, escucho el sonido de la puerta ser cerrada—. Creo que tú y yo nos vamos a divertir mucho.

—Déjame salir —exijo disimulando el miedo que se acumula en mi interior. No tengo idea de quién es este sujeto, pero esto no pinta nada bueno.

—Tranquila... —los pasos se acercan—. No tengas miedo... —siento un aliento frío detrás de mi oído y como murmura—: Que nos vamos a divertir bastante tú y yo.

—¡Déjame! —intento zafar mi brazo de su reciente agarre, fallando completamente. Quien sea que fuere, me tomaba con una fuerza que empezaba a doler—. ¡Que me sueltes!

—Vamos, será divertido —insiste aún sin dejar el agarre en mi brazo.

Maldita sea a mi vejiga, en serio.

—¡¡Ayuda!! —grito con toda mi fuerza pero era inútil, con la fiesta abajo, nadie me escucharía.

Sigo forcejando con el captor de mi brazo derecho que empieza a aplicar un poco más de fuerza en su agarre. Eso dejaría una marca.

—Deja de moverte —exigió.

—¡Suéltame! —intento darle una patada, solo que fallo por la falta de luz en la habitación. Mi respiración se volvía cada vez más nerviosa y las lágrimas se acumulan en mis ojos.

Estaba entrando en pánico, me aterra pensar qué podría pasar después si no logro zafarme de su agarre.

—Suéltame, por favor —suplicar ya no me importaba, quería salir corriendo de aquí—. Suéltame...

—Vamos, linda —me estremezco cuando siento su nariz en mi nuca y como inhala—. Tienes un buen aroma, fresas —me trago un sollozo, el tipo en cambio no tenía un aroma agradable; era fetido, amargo e irrespirable, mientras más se me acercaba, más eran las ganas que tenía de vomitar.

No me apetecía saber lo que había hecho esta persona para oler a chotuno.

—Suéltame, por favor...

—¡Eh, te ha dicho que la soltaras! —vocifera alguien más a mis espaldas.

Aprovecho la distracción de quién me sujetaba del brazo para darle un pisotón en el pie y un codazo en la costilla que lo hizo retorcerse. La otra persona en la puerta entra a la habitación y me hace a un lado, desvío la atención cuando con la poca luz del pasillo puedo ver cómo su puño se estrella contra el rostro del chico de la habitación. No soporto el sonido de los siguientes golpes, ni la risa desquiciada del otro tipo. Solo salgo de ahí hacia el poco alumbrado pasillo, dónde me abrazo a mí misma y proceso toda la situación.

Desde afuera escucho uno, dos o tres golpes más y luego esa misma voz hostil amenazando al otro chico, que no hace más que responder con una risa burlona. Otro golpe, una risa más, una amenaza más directa y luego alguien sale de la habitación. Me abrazo con más fuerza hasta que veo unas viejas zapatillas converse que reconozco al instante.

Era Evan.

Lo miro agacharse frente a mí a través de las lágrimas, su mirada grisácea está llena de preocupación, su pelo azabache todo desordenado y las mejillas sonrojadas.

—Todo está bien —me asegura con una tranquilidad increíble en su voz, muy diferente a segundos atrás—. Estás bien, Bea, lo prometo. Si el maldito se te acerca, se las verá conmigo.

Y es ahí que caigo en cuenta de la situación en la que estaba.

Un chico desconocido iba a tocarme, iban a... a...

Mi cerebro no había procesado completamente la situación en la que me había metido solo por querer ir al baño. Es hasta ese momento en que las lágrimas salen libres de mis ojos, Evan no duda ni un segundo atraerme hacia sí para regalarme un cálido abrazo, por lo que terminamos siendo dos chicos sentados en el suelo de un pasillo semioscuro.

—Todo estará bien —asegura una vez más, calmando mis nervios con delicadas caricias a mi espalda.

No sé cuánto tiempo estamos ahí abrazados en el suelo, solo sé que fueron los suficientes para tranquilizar los acelerados latidos de mi corazón, aminorar mis nervios y sentirme segura en los brazos de Evan. Ese suave y agradable aroma que destila, algo como ropa limpia y lavanda, me tranquiliza en medio de tantas emociones nerviosas.

—Gracias —murmuré, poniendo un poco de distancia entre nosotros—. Si tú no hubieras llegado no sé... no... —una lágrima hace un recorrido por mi mejilla—. Gracias, Evan —levanto mi rostro para ver esos profundos ojos gris ceniza.

Evan me da una mirada cálida que fue capaz de pasar a segundo plano el escalofrío que aún recorría mi cuerpo. Limpió con cuidado la reviente lágrima que se me escapó; un olor metálico llegó a mi nariz, y mi cerebro no tardó en hacerse ideas horribles. Tomé su mano entre las mías, miré asustada las heridas en sus nudillos de dónde salen hilillos de sangre.

—Evan... tus... tus...

—Oye, tranquila —se suelta de mi agarre y hace a un lado los mechones desordenados de mi flequillo—. Estoy bien, Bea. No duele.

—Pero...

—No me duele, Bea, en serio. Estoy bien porque tú lo estás —me extiende su otra mano para levantarme—. Oye, no te olvides que estoy aquí para cualquier cosa, y si eso implica golpear a un abusivo, lo hago para que estés bien. Ahora vámonos de aquí, Aidan está abajo esperándonos.

Recorrimos en silencio el pasillo con el fondo de la música de abajo y el coro de ruidos que me causaron incomodidad y a los cuales Evan ni se inmutó. Abajo, la fiesta seguía como si nada, música alegre, personas bailando, bebiendo, besandose... Nuestro amigo se veía ansioso parado en la improvisada barra de bebidas, en cuanto nos vio bajar de las escaleras, vino empujando a personas sin importar las quejas de otros. La preocupación estaba clara en su mirada color caramelo.

—¡Estaba tan preocupado por ti! —me rodeó con sus brazos y susurró una y otra vez—: Perdón, Bea, perdóname, no debí traerte aquí. Lo siento muchísimo.

Le correspondí el abrazo a Aidan, asqueada por el aroma que desprende: alcohol y sudor, traté de no pensar en el sujeto de arriba. Pese a la música fuerte, aún consigo escuchar sus latidos apresurados y todo su cuerpo en tensión me demuestra lo preocupado y asustado que estaba. 

—Estoy bien —le aseguro en un susurro que él escucha claro—. Solo... solo no me vuelvas a dejar sola en una fiesta, Aidan, por favor.

Deja un beso en la coronilla de mi cabeza y me abraza más protector.

—Lo prometo.

Evan se aclara la garganta, obligandonos a separarnos.

—Es hora de irnos, chicos. Ya es bastante tarde.

Ambos asentimos sin quejas, yo no quería estar más ahí y Aidan tal parece que tampoco. Nadie nos impide irnos, nadie pregunta nada. Nadie sabe lo que pasó en la habitación de arriba y lo prefiero así.

Aidan pasa su brazo por mis hombros, manteniendone pegada a su costado, acepté el medio abrazo porque justo ahora necesitaba un ancla a la realidad para no perderme entre pensamientos oscuros.

—Lo siento mucho —murmuró—, lo siento...

Entrelacé la mano que cuelga por encima de mí hombro con la mía para darle un apretón reconfortante.

—Estoy bien —refuerzo el agarre que tengo en su cadera—, estoy bien...

Nos alejamos de esa casa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top