C U A R E N T A Y S I E T E
Evan
Estrés. Molestia. Cansancio. Insomnio. Dolores tremendos de cabeza. Falta de hambre.
Fueron las cosas que me pasaron el resto de la semana. Y por ello, para hoy viernes no pude ir a clases porque estoy enfermo.
Odio estar enfermo.
Sentir los mareos cada vez que me levanto de la cama, no tener hambre y cuando puedo comer lo devuelva todo, que el olor dulce y de comida frita me hagan ir directo al baño, y lo peor: no poder dormir.
Normalmente suelo dormirme tarde porque tengo insomnio, pero ahora es peor que nunca. Estar enfermo lo empeoró y ahora en las noches tengo que tomar pastillas más fuertes de las que suelo tomar para poder conciliar el sueño temprano.
Pocas cosas buenas pasaron esta semana. Tanto en la escuela como en casa.
Primero empecemos con la escuela, que solo puedo definir la experiencia de esta semana con una sola palabra: horripilante. Los exámenes, pruebas y tareas. Todo era horrible. Mínimo en cada clase recibía tres tareas que debía entregar dos días después. Tenía que hacer presentaciones escolares y más. No soy tímido frente al público, mucho menos frente a mi clase porque los conozco desde cuatro años atrás, solo que no podía aprender nada por estar pensando en otras cosas.
¿Qué otras cosas?
Mamá y Bea.
Lo de mamá está con el tema de la casa: se va mañana y en serio no quiero que lo haga. Sé que es para su bien, pero aún así no quería.
Y eso me hizo sentirme como un egoísta y también como un idiota. Se supone que aún estamos pensando en todo, a ver si la podemos perdonar. Aún así, ella a estado muy al pendiente de mí desde que me empecé a sentir mal el miércoles y hoy viernes, vino a la casa, (nuestra vieja casa) y a estado muy atenta de mí desde que llegó esta mañana.
Volví a ser aquel pequeño Evan de ocho años que cuando pescaba un resfriado su mamá le hacía su clásica sopa de pollo y vegetales y que le recompensaba con una galleta si se la tomaba toda.
Es genial volver a esos recuerdos, a los felices, dónde está mi mamá y es genial tenerla aquí conmigo, con Ava y con papá. No quería perder eso. No cuando recién lo recuperé.
Pero no podía evitar que mamá se fuera.
Ella estaba decidida y no por volver a abandonarnos, si no porque quería estar sana y en todas sus facultades mentales para pasar tiempo con nosotros y así, tal vez, volver a ser una familia.
Mentiría si dijera que eso no me traía emocionado. Y no solo a mí, también a Ava y a papá.
Cambiando el tema, no solo no podía concentrarme en las presentaciones de la escuela por el tema de mamá, también estaba la «situación Bea»
Puede que sí me haya comportado otra vez como un imbécil con ella.
¿Puede?
Vale, sí, a pasado otra vez. Es algo que no hago a propósito, simplemente... mi lado gilipollas egoísta salía a la luz cuando la veía con ese chico, Remo.
De tan solo pensar me hace sentir mal, y no es justo, ni siquiera lo conozco como para tacharlo de idiota. El único idiota aquí soy yo.
Un idiota indeciso que le chorrean mocos de la nariz, que asco.
No puedo evitar comportarme así cuando la veo con él. Cuando están juntos Bea se ve feliz, sonriente. Ella siempre está riéndose con él y eso me hace sentir mal a mí.
Yo aún quiero eso que tiene él: hacerla sonreír, hacerla reír, hacerla... feliz.
Lo único que puedo hacerla sentir es frustración con todos mis repentinos cambios de humor.
Incluso yo me empiezo a caer mal, más de lo que ya lo hago.
Resoplo por la boca, sorbiendo mi nariz aguada. Otra de las cosas que odio de estar enfermo: mi nariz chorrea moco horriblemente.
—¡La doctora Ava Ross está a punto de entrar! —anuncia mi hermanita desde afuera del pasillo. Sonreí al acto, meneando la cabeza.
Ava entra a mi cuarto, llevando en manos una bandeja con un tazón humeante y un vaso que por lo que ví es algún jugo que no se ve muy apetitoso. Lleva el pelo en una coleta alta y un gorrito de enfermera. En vez de alguna pijama o la ropa con la que se fue esta mañana a la primaria, va con un disfraz de enfermera rosado con estampados de ositos y una bata médica que le llega a las pantorrillas.
Ava es otra que a estado muy al pendiente de mí. Mamá y papá la dejan traerme mi comida porque ninguno de los dos quiere que me levante de la cama después del casi accidente de ayer con las escaleras, así que Ava aprovecha eso para jugar a la doctora y yo ser su paciente.
En mi mesita de noche había dejado su maletín de primeros auxilios, que no es más que un bolso mediano que antes era blanco, está lleno de jeringas de juguetes, tijeras plásticas, un estetoscopio también de juguete que si le presionas un botón en medio puedes escuchar una grabación de los latidos del corazón, además de que alumbra.
Incluso tiene un par de cajitas que le hacen de pastillas para la fiebre, pero en realidad solo son caramelos de menta que mamá le había comprado para poder seguir su juego.
Mi hermana se acerca a mi cama y sobre mi regazo deja la bandeja que traía. En el tazón hay una sopa de pollo con verduras, la clásica sopa de mamá. En el vaso hay un juego extraño: anaranjado oscuro y extrañamente espeso.
Eso no es jugo de naranjas.
—¿De qué es el jugo? —le pregunto a mi hermanita, que busca en su maletín de primeros auxilios sentada a la orilla de mi cama.
—De zanahoria —respondió, aún buscando algo.
Miro a Ava con los ojos desorbitados, luego al jugo.
No, no, no y en mil años no.
—Mamá me dijo que debías de tomártelo todo —informa Ava, dejando su maletín en el suelo. En manos lleva una jeringa de juguete verde mucho más gruesa que las reales—. Y si no te lo tomas, te inyectaré —amenaza, apuntandome con la jeringa, también entrecerrados los ojos y haciendo un puchero.
Por más que quise parecer intimidado por su amenaza, no pude. Ava se ve muy adorable así.
—¡No te rías! —me reprocha—. Juro, por Boo-Boo Piú-Piú que lo haré.
Alzo ambas manos en señal de paz.
—Bien, lo haré.
Ella asiente y deja la jeringa con cuidado sobre la mesita de noche. Ella se toma muy en serio ese papel de doctora, así que solo pude seguirle el juego para que no me "inyectase"
La sopa estaba rica, me hizo sentir un poco mejor y con la capacidad de poder levantarme para llevar yo mismo el tazón a la cocina.
El jugo de zanahoria... solo hizo que me dieran náuseas. Era horrible. Sabía... ugh, ni siquiera quiero pensar en eso otra vez. Ni nunca.
—Muy bien —dijo Ava y dejó su jeringa otra vez sobre la mesa—. Le diré a mamá que te tomaste todo el jugo.
Cuando dejé el vaso otra vez en la bandeja tuve un rápida arcada, aunque no vomité. Solo por muy poco no lo hice.
Dios, mamá, no me vuelvas a dar eso nunca más en mi vida ni en la tuya.
Ava tomó otra vez la bandeja en sus manitas pero la detuve.
—Yo lo llevo, enana.
—No, Evan, mamá y papá dijeron que no debías levantarte de la cama.
—Tranquila, A. Estoy bien, podré ir.
Ella me mira indecisa.
—Vamos, cuando volvamos podrás darme una de tus pastillas.
Eso pareció convencerla.
—Yo llevo el vaso —y tomó en manos el vaso de vidrio que tenía antes el horrible jugo de zanahoria.
Cuando puse los pies descalzos sobre el frío piso de madera y estuve de pie, sentí el mareo llegar de golpe. Es una sensación para nada agradable. Sentía como mi mundo entero daba vueltas a mi alrededor y cuando acababan me dejaba dolores de cabeza insoportables.
—Evan, acuéstate —me pide Ava preocupada.
Inhalo profundamente, apretando los ojos con fuerza. El mareo cesó.
—Estoy bien, enana. Estoy bien.
—Ven —dijo antes de tomarme de una mano, con la otra agarré la bandeja donde estaba mi comida.
Ava no me soltó de la mano hasta llegar a la cocina dónde están nuestros padres. A papá se le veía un poco más relajado, y por la sonrisa que tiene mientras habla con mamá, sé que también está feliz porque ella esté aquí.
Ambos me notaron cuando entré a la cocina.
Mamá se apresuró a mí seguida de papá.
—Deano, cariño, ¿Qué haces fuera de la cama?
—Yo le dije que se quedara pero no me hizo caso —responde Ava.
Mamá me miró fingiendo reproche.
—¿No has hecho caso a las órdenes de tu doctora? —regaña cruzando los brazos, sonreía ligeramente de lado.
—Me a amenazado con inyectarme si no me tomaba todo el jugo —digo, señalando a mi hermana la amenazadora con inyecciones.
Mamá mira a Ava, luego se agacha a su altura.
—¿Se lo tomó todo? —pregunta en un susurro que todos escuchamos.
Ava asintió, haciendo que su coleta de caballo brinque.
—Todo todito.
—Muy bien. Dejaré pasar esto, Deano —dijo, levantándose—, ¿Cómo te sientes?
—Mejor —respondo yendo a dejar los platos sucios en el fregadero—. Algo cansado, nada más.
—Deberíamos ir al médico —sugiere papá.
—No, no —meneo la cabeza rápidamente—. Médicos, no.
Mamá echa se reír.
—¿Aún le tienes miedo a los hospitales, Deano?
Irracional, sí. Cobarde también. Pero no podía evitarlo. Le tenía pavor a los hospitales. No solo por lo que pasó con Ava, si no también por ver una película de terror con Aidan una vez a las tres de la madrugada, estaba ambientada en un hospital abandonado que estaba embrujado. Después de eso nunca quise volver a pisar un hospital. Mucho menos de noche.
—Creo que lo a superado un poco —responde papá por mí—. Ya puede pasar frente a ellos sin temblar, eso es una mejora.
Mi hermana y mamá se rieron.
—Evan es un cobarde —dijo Ava, riendo.
—¡Hey! No soy un cobarde, solo... no me gustan los hospitales, es todo —digo tratando de sonar relajado. Es mentira: aún le tengo pavor a los hospitales.
Puede que sí sea un cobarde.
—Mejor vuelve a la cama, Deano —pide mamá.
—Sí, ven. Te daré mis pastillas para que se te pase el calor &convino Ava, volviendo a tomar mi mano—. Todavía está muy caliente, ¿Por qué? —le preguntó a nuestros padres.
—Porque tiene fiebre, princesa —contesta papá—. Se le sube la temperatura y solo se baja si le das tus pastillas especiales —agrega un guiño a lo último.
Ava sonríe emocionada.
—¡Vamos, Evan!
Y prácticamente me arrastró otra vez a mi habitación.
-
Para la mañana siguiente ya no tenía fiebre pero sí gripe.
En serio que odio estar enfermo, odio tener gripe, odio que mi nariz chorree moco como sopita y odio cuando se irrita por tanto estar soplando contra un pañuelo.
Cómo lo estoy haciendo ahora, soplo mi nariz para poder respirar por mis fosas nasales, solo que el frío de afuera no ayudaba mucho tampoco. Aún llevando un abrigo, una bufanda, ese gorro de lana negro y guantes para el frío, mi gripe está en todo su gran esplendor. Mis padres me obligaron a usar todos estos trapos, siendo esa la única condición para poder ir a despedirme de mamá en la estación de autobuses.
El día había llegado, mamá debía de volver a Canadá.
Ahora ella está agachada a la altura de Ava, ambas se dándose un fuerte abrazo que ninguna de las dos quería terminar, pero Ava lo hizo a regañadientes. Tenía los ojos empañados.
—Vas a volver, ¿verdad?
Mamá asintió sonriéndole, también acomodándole una de las flores de las trenzas africanas que le había hecho.
—Voy a volver —prometió.
—¿Cuándo?
—Pronto, mi niña, pronto —mamá rebuscó algo en el bolsillo de su abrigo azul marino, al encontrarlo lo sacó: un sencillo círculo de plata.
Un anillo, su anillo de bodas.
Se lo tendió a Ava.
—¿Podrías prestarme tu colgante, mi niña?
Ava asintió sin vacilar ni preguntar, mi hermana se dió la vuelta y mamá le desabrochó el colgante que le había regalado papá hace tiempo. Ese donde está el dije con su piedra de nacimiento.
Mamá le insertó el anillo que quedó al lado del diamante de imitación de Ava. Volvió a ponerle el colgante.
—Cuídalo por mí, ¿Vale?
Ava miraba confundida el anillo insertado en su collar.
—¿Por qué?
Mamá le acaricia la mejilla cariñosamente.
—Porque es muy importante para mí —dijo—. Y es mi ancla contigo —nos mira a papá y a mí—, con ustedes —vuelve a ver a Ava—. Mientras tú lo cuides, yo siempre voy a volver.
—Te mantiene atado a nosotros —dedujo mi hermana—. Como el ancla de Jake y los piratas de Nunca Jamás.
Mamá asintió, dándole una sonrisa cariñosa.
—Así es, ¿Lo vas a cuidar por mí?
Ava la abraza en respuesta.
—Si hará que vuelvas, lo cuidaré siempre. Con tal de que regreses —promete mi hermanita.
Sorbí mi nariz, otra vez. No tanto por querer llorar, porque sí que quiero hacerlo. Es más por este frío terrible, no me deja respirar por la nariz.
Extraño respirar por la nariz.
Mamá se levanta después de terminar el abrazo con mi hermana. Se acercó a mí.
—Cuídate, ¿Vale? —asentí—. No olvides el jarabe para la tos.
—El horrible jarabe para la tos —corrijo. Mamá ríe negando con la cabeza—. Me cuidaré, lo prometo.
Ella se acercó lo suficiente para abrazarme.
—Te voy a extrañar mucho —susurra a mi oído—. A todos —agregó separándose de mí—. Pero voy a volver, me encantaría estar aquí para navidad, pero...
—Entendemos, mamá —le interrumpí—. Solo queremos que vuelvas.
—Lo haré.
Papá se acerca a nosotros, tiene a Ava tomada de la mano.
—Espero que cuando vuelva... —inicia mamá, viéndonos—... Sea posible el perdón. Y quizá... volver algún día a ser una familia.
—Christina... —dijo papá, tiene una sonrisa de lado que le hacía marcar el hoyuelo—. Nunca dejamos de serlo. Tuvimos nuestros tiempos difíciles, pero... mientras sepamos superar y perdonar, la familia siempre estará ahí.
—Incluso estuvo ahí cuando pasó todo —agrego—. Papá tiene razón: nunca dejamos de ser una familia. Y... —dudo en decirlo—. Siempre, sin importar qué, serás mi mamá. Nuestra mamá. Y espero poder recuperarla.
Ella ya le corrían un par de lágrimas por las mejillas rellenas. Dejó un beso sobre mi frente.
—Gracias, Deano —murmura volviéndome a abrazar—. Gracias, enfant.
—Siempre serás mi maman —aseguro—. Duele lo que pasó, pero nunca dejaste de serlo.
Escuchamos un estruendoso claxon: el autobús que llevaría a mamá a Holbrook está a punto de salir. Mamá se limpia las lágrimas.
—¿Podrían darme un último abrazo?
Ninguno se negó a su petición.
—Los quiero mucho —expresa mamá en medio de nuestro abrazo.
Cuando nos decidimos por romperlo, papá se acercó lo suficiente a ella para darle un corto abrazo y dejar un beso en su frente. Par de acciones que nos hicieron a mi hermana y a mí compartir una mirada de «Tú y yo sabemos las cosas»
—Lo sabemos, cariño. Lo sabemos.
Otra vez el claxon resonó en la terminal.
Se limpió las lágrimas recientes que le salieron y se acomodó algunos mechones de cabello detrás de la oreja.
—Les estaré escribiendo, ¿Vale?
—Vale —dijo Ava.
—Y... por si deciden visitarme... —saca algo más de su bolsillo: un papel que me entregó. Tenía escrito una dirección en Quebec, Canadá—. El francés se te da muy bien, Deano.
Sonreí viendo a papá.
—¿Vacaciones de verano en Quebec?
Él junto con Ava sonrieron, a ambos se les marcó el hoyuelo.
—Claro que sí.
Un tercer sonido del claxon: este es el momento oficial de despedida.
Mamá colocó su bolso de asas sobre la maleta de ruedas.
—Es un poco adelantado pero... feliz navidad, familia.
—Feliz navidad, mami —deseó Ava.
—Feliz navidad, mamá.
—Feliz navidad, Christina.
Ella nos regala una última sonrisa antes de ir hacia el autobús.
Cuando estuvo de salida la vimos por una de las ventanas, nos sonrió mostrando los dientes, agitó la mano a modo de despedida y dió besos al aire antes de partir hacia Holbrook.
—Hasta luego, mamá —murmuré.
———————————
Nota de la autora:
Brooooo, que lindo.
Este capítulo me encanta, está tan lleno de la familia Ross, de la relación de Evan y Ava, ¡Es tan lindo! Me encanta.
Me encanta ver los cambios de la familia Ross, de como poco a poco, a pasos de bebé, están teniendo una normalidad que desde hace siete años no han tenido.
Ya se vienen los capítulos intensos.
Y también, me lastima informar, que se vienen los finales. Ya la historia de Evan está en etapa culminante, a partir de aquí quedan doce capítulos, eso incluyendo el epílogo.
Te estamos diciendo... ¿Chao? ¿Hasta luego, Evan?
Pequeña aclaración: quizá les confunda, o no, pero tengo que aclararlo, Christina toma un autobús hacia Holbrook y estando en la gran ciudad tomará un vuelo a Canadá. Recuerden que Ciudad Nevada es una ciudad rural, por ende, no cuenta con todas las cosas de grandes ciudades.
Para los nevadences debe de ser difícil cuando van a salir del país, pobres.
En fin, eso era todo, ¡Nos vemos el miércoles! Porque sí, van a volver las actualizaciones de miércoles.
Besos y abrazos con sopa de pollo y vegetales, horrible jugo de zanahorias y gripe.
MJ.
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