C U A R E N T A Y C I N C O
Cuando volvimos de la cafetería a la casa de nuestros tíos, papá nos pidió que recogiéramos algo de ropa junto a nuestras cosas de la escuela.
Entre los tres, yo era el que parecía menos afectado. Por supuesto, esta reunión de hoy también fue un golpe fuerte para mí, pero yo al menos conocía la historia, el shock inicial ya lo había pasado. Ava y papá, en cambio, apenas hoy recibieron toda esa ráfaga de información.
Así que sus expresiones pensativas y constante silencio no me supo tan mal como lo habría hecho en otras ocasiones.
Eso sí, que no me supiera tan mal no significa que no me sintiera incómodo con ello.
—Y... —dije, golpeando mis dedos contra mis rodillas, observé a Ava por el espejo retrovisor—, ¿Qué quieres hacer más tarde, niña?
Mi hermana me ignoró. Auch. Se quedó viendo con la mirada perdida hacia la ventana.
—Vale —murmuré, luego ví a papá—, ¿Qué quieres hacer más tarde, viejo?
Otro gran silencio.
Claro, ¿Por qué no? Silencio total, hagamos esto, como si estuviera en una charla grupal con plantas de interior. Al menos ellas serían más animadas. ¿Quién necesita interacción humana, después de todo?
Me concentré en el camino como mi hermana. Conocía esta ruta de memoria, así que no me sorprendí con nada de lo que ví. La misma calle, los mismos locales, los mismos árboles y banquetas. Nada nuevo, pero eso parecía más interesante que mi silenciosa familia.
Papá estacionó frente a la casa familiar, una que tenía recuerdos tan buenos como malos.
En esta ocasión me fue un poco más fácil entrar. No tuve un ataque de pánico, así que eso era un gran logro. Aunque claro, aún me generaba una sensación de nerviosismo y malestar, como si de la nada volviera a ver a mi madre desmayada siendo llevada por los paramédicos.
Mandé ese recuerdo al fondo de mi cabeza, era lo que menos necesitaba ahora.
La casa estaba silenciosa y oscura, el ambiente era frío y pesado. Se sentía como si nadie hubiera vivido aquí en unos diez años, nuestros pasos resonaron por toda la sala con un eco que rebota en cada pared. Era inquietante.
—Estaré en mi cuarto —anunció mi hermana.
Papá asintió y Ava subió las escaleras, yo me quedé en medio, mirando de uno a otro, sintiéndome un poco mal de que el día en familia haya dejado estos ánimos.
—¿Segura que no quieres hacer algo, Ava? —insistí antes de que se perdiera en el segundo piso.
Ava despidió un suspiro por la nariz, tiene los ojitos hinchados, su expresión no era de precisa alegría.
Negó con la cabeza, siguiendo con su camino.
—Ava... —dejé caer mis brazos a cada lado, ahora miré a papá. Muchos dicen que soy la copia exacta de ese hombre, pero justo ahora solo podía encontrarle un montón de similitudes con Ava—, ¿Estás bien, papá?
Se dejó caer en el sofá, volvió a jugar con el anillo de matrimonio.
—¿Si? —hizo una mueca—. Debo estarlo, ¿No? Es mi trabajo, soy papá.
—Que seas papá no significa que debas seguir reprimiendo tus sentimientos —dejé mis cosas junto al sofá—. Tuviste que hacerlo por un tiempo, pero ya no más. Ya no soy un niño, papá, y yo mejor que nadie te puede asegurar que eso que te pesa aquí —señalé mi pecho—, no va a ser más ligero por ocultarlo, el peso crece, y cuando lo hace, las consecuencias no son bonitas.
Largó un suspiro profundo, echándose sobre el apoyo del sofá. Detallé un poco más a mi padre: ojos cansados y un poco hinchados, las ojeras aún decoran las bolsas bajo ellos, le había crecido el pelo y parecía no rasurarse desde hace unos cuantos días, su mirada refleja algo entre la tristeza y la esperanza. Parecía mayor de lo que realmente es.
—Lo de mamá te afectó —comenté.
—Sí, aún estoy... sorprendido —dio vueltas al anillo en su dedo.
—Entiendo, yo también estuve así cuando hablé con ella.
Papá me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Cuándo hablaron?
—Mañana se hará una semana.
—¿Y no planeabas decírmelo? —alzó una ceja.
—Sé que no debí mentirme, es solo que mamá no quería que le dijera a nadie. Ella misma quería dar sus explicaciones.
Recostó la cabeza del apoyo del sofá, observó con tanta fijación el techo que me pregunté qué había de interesante ahí arriba. Quizá había una grieta que develara el sentido de la vida, o tal vez simplemente estaba midiendo si cambiar la bombilla mejoraría su día.
Papá siempre había sido la figura solida en nuestras vidas, el que nos protegía cuando las cosas se volvían turbulentas, el que nos cuidaba cuando las enfermedades atacaban y el que tenía todas las respuestas. Sin embargo, en esta ocasión no parecía tener ninguna.
Verlo tan vulnerable, tan sumido en sus pensamientos girando ese anillo como si así pudiera deshacer años de incertidumbre y dolor, me hizo entender por completo el dolor que mi papá carga consigo. Nosotros perdimos a nuestra madre, pero demonios, él perdió a su esposa y mejor amiga, la persona que más amaba simplemente un día lo dejó sin darle respuestas o un próximo paradero. Ella solo se marchó y lo dejó solo.
Siempre se ha mostrado como un hombre fuerte, no obstante, ahí dentro hay una persona que ha sufrido en silencio durante siete años y se ha obligado a ser una roca para no desestabilizar más el mundo de dos niños que dependían de él.
—Lo hiciste bien —hablé, rompiendo el hielo que se había creado en la sala.
Papá me miró, confundido.
—¿Qué?
—Lo hiciste bien, papá —repetí, llenando mis palabras de seguridad y agradecimiento—, aún cuando fue difícil, estuviste ahí con nosotros, no te fuiste, luchaste con el diagnóstico de Ava, con mi diagnóstico, y aún así no te rendiste.
Esbozó una rápida sonrisa de cansancio.
—Bueno, no podía dejarlos.
—Podrías haberlo hecho.
—Poder y querer son cosas distintas, hijo, y ninguna de las dos opciones las tenía en mente. ¿Cómo podría haberlos dejado? Son mis hijos.
—Mamá lo hizo.
—Mamá tiene problemas.
—Tú también los tuviste, y aún así te quedaste.
Papá negó con la cabeza, volvió a soltar aire.
—No lo entiendes, Evan, eras pequeño para recordar esos días.
—¿El abuso de mamá?
No dijo nada, pero su expresión me reveló que di en el clavo.
—Ella me contó un poco —admití—, pero aún así... ¿Cómo fue que pasó todo? ¿Qué pasó exactamente esos días?
—Fueron difíciles —respondió en un murmuro—, y tú eras apenas un niño, no quería angustiarte con toda esa situación.
—Ella me dijo que estuvo en coma durante dos semanas, ¿Es cierto?
Papá asintió, más no dijo nada durante unos segundos que se convirtieron en minutos. No lo presioné, esperé pacientemente en mi lugar al momento en que quisiera hablar. En este mundo hay muchas que duelen, y una de ellas son los recuerdos.
Al final, él despidió un suspiro profundo, como si lo hubiera estado llevando consigo por casi una década.
—Sí, eso es cierto —respondió—, fue un momento... de verdad difícil. Aún recuerdo las palabras de la neurocirujana, el golpe había sido demasiado fuerte, casi... casi la matan esa noche.
—¿Por eso entró en coma?
—Por eso la indujeron en coma —corrigió—, tu mamá entre todo ese caos tuvo algo de suerte, las pruebas no habían mostrado hemorragias, así que hubo necesidad de cirugía; pero las resonancias mostraron inflamación —él le frunció el ceño al techo—, nunca había entendido las pruebas médicas, pero esa casi que no necesité explicación de nadie, sabía que algo iba mal —dijo, más para sí que para mí.
»Los médicos la indujeron en coma para que su cerebro y cuerpo descansaran durante su tratamiento.
—¿Por eso me quedé con la abuela?
—No quería exponerte a todo el estrés de esa situación, hijo —me miró con disculpas—, me sabía mal, pero todo era tan delicado, y tú eras un niño. Creí más sensato dejarte fuera mientras tú mamá se recuperaba.
No refuté nada, tenía sentido. Papá solo velaba por mi salud y por la de mamá, estaba en una situación complicada y fueron las decisiones que tomó en un momento de gran estrés, no podía reclamarle eso. Él prosiguió:
—No quería llevarte porque no quería que vieras a tu mamá así. Sabía que te destrozaría. Así que preferí dejarte con tu abuela.
»Fueron tres semanas duras, no quería irme del hospital pero tenía que estar atento de ti. La doctora se mostraba positiva diciendo que habían mejoras todos los días, aún así... era difícil.
Era fácil de imaginar, la tristeza en su voz mientras me cuenta es tan palpable. Mis mayores cuestiones aquellos días eran saber a qué hora papá volvería de dónde sea que estaba, las suyas eran si su esposa despertaría de un coma.
—Las tres semanas dónde tú mamá estuvo en el hospital, la policía buscó a sus agresores. Fue difícil cuando los encontraron porque no hubo quien confirmara que eran ellos —suspiró negando cabizbajo—. Los hijos de perra casi salen libres, consiguieron relacionarlos con un caso anterior, meses antes de que pasara lo de Christina. La víctima accedió a ir al juicio.
»Yo no falté ese día, era una mujer menor que tu madre en aquel tiempo, pero le hicieron las mismas torturas. Se llamaba Rachelle.
—¿Ella fue la víctima...?
—Sí, la que... se quitó la vida semanas antes del juicio, pero su declaración aún estaba vigente, y fue por ella que a esos degenerados les dieron una condena larga. No solo fueron dos víctimas aquí, tu tío descubrió que también habían ataques con los mismos patrones en Holbrook, solo que nunca lograron que las víctimas fueran al estrado.
»Creí que la parte más difícil había acabado cuando tú mamá despertó, los primeros días fueron duros, sí; la depresión, el insomnio, los dolores terribles de cabeza. A veces tenía miedo de que ella...
—Se rindiera.
Papá asintió, sorbió su nariz.
—Dos años después nos enteramos que estaba embarazada de Ava —su sonrisa parece sincera—, cuando me lo contó estaba tan feliz, esa felicidad no la había visto en mucho tiempo. Tú mamá... ella siempre había querido tener una niña, alguien a quien peinar, comprarle vestidos y decoraciones rosadas.
—Vaya amor.
Se rió.
—Te adoraba, Evan. Siempre fuiste su bebé, pero ya sabes, era como parte de su meta familiar.
No me quejé, después de todo, yo también quería un hermano o hermana, alguien que me acompañara en casa, alguien con quién jugar o echarle la culpa por mis travesuras. Y aún incluso durante el embarazo, mamá nunca me descuidó, seguimos con nuestras actividades de siempre, teniendo cierto cuidado por su estado físico.
—Nunca me imaginé lo que pasaría unos meses después.
—Tampoco lo esperé.
Nadie lo hizo, en realidad.
—En ese tiempo, creí que todo lo que tenía que ver con el accidente había quedado en el pasado. Tu madre se veía bien, su terapia funcionaba, sus medicamentos, creí... creí que estábamos bien... —las manos le tiemblan, ¿Tal vez por miedo? ¿O tal vez por rabia?—, no pensé que ese trauma seguía escalando, y después de dos años...
—Superar las cosas nunca es fácil, papá —mi mirada viaja a mis muñecas libres de las pulceras, dejando ver las viejas cicatrices—. Mamá tuvo un ataque ansioso y también la peor recaída depresiva de la que he oído. Lleva luchando con sus pesadillas desde hace casi una década. No importa cuánto tiempo pase, mientras tú mente no sane, tú no sanas.
»Lo que hizo no estuvo bien, aún duele, y mucho, pero... de cierto modo la entiendo. Sé lo que es caer en ese pozo oscuro, y asusta mucho. Sé lo que es llegar al límite y decirte «no merezco esto, no quiero esto»
—Tú no merecías sufrir, Evan.
—Mamá tampoco lo merecía —murmuré—. Le ví las cicatrices de las muñecas, y en ese momento solo pude sentir dolor, papá. Dolor por ella, dolor por mí y por todo. Fue como si volviera a tener quince años y estuviera tomando las tijeras del escritorio.
»No es que quiero minimizar mi situación, sin embargo... a mamá la atacaron, la forzaron, la amarraron y la golpearon, por poco muere... —esas palabras nos dolieron a los dos—. Ella cargará con esas cicatrices y con ese dolor toda la vida, no quiero justificar sus acciones con eso. Éramos su familia, pudimos apoyarla, pero ahora entendemos los motivos de por qué se fue, y con eso, ¿Crees que sea posible...?
—¿Perdonarla? —completa por mí—. No lo sé. Aún tengo que pensar todo lo que nos dijo —concentró la mirada en su anillo—. No creía que aún lo conservara.
—Papá, sé que en esa videollamada dije que traerla a nuestras vidas no sería tan fácil como chasquear los dedos, pero desde esta perspectiva... sí se puede, un paso a la vez, pero se puede. ¿No te gustaría... volver un poco a la normalidad de antes?
La única respuesta que tuve fue un suspiro.
—Me encantaría, hijo. Me encantaría volver un poco a lo de antes. Yo también la pasé mal, pero... —su voz se apaga, es cómo si no quisiera admitir algo.
Un «algo» que nos aterraba a todos.
—Tienes miedo de que pueda irse otra vez, ¿Verdad? —asintió—, yo también tengo miedo de eso, pero tenemos la oportunidad de volver a empezar, de por fin ser una familia, así sea de una forma... extraña.
»Yo sé que aún hay que pensar, yo también debo hacerlo. Siete años de dolor no se perdonan de la noche a la mañana. Pero veo posibilidades, papá —ahora me tocó a mí suspirar—. No quiero perder la única oportunidad que tenemos de que ella vuelva. Ava la necesita y yo también.
»He aprendido que empezar desde cero no siempre está mal, empecemos otra vez. No todo será igual, claro, pero nunca está demás intentarlo.
»¿Qué dices, papá?
Él me regala una sonrisa de lado.
—Tienes razón, Evan: hay que pensar, tomarnos nuestros tiempos. También veo la posibilidad de tenerla de vuelta, así solo sea como tu madre. No quiero que Ava crezca sin su mamá. Y si ustedes pueden perdonarla, yo también podré hacerlo. Fue... no sé si aún es así, pero era mi mejor amiga, también anhelaba esto: una explicación. Así que, creo que sí puede ser posible darle el perdón.
—A su tiempo —dije.
—Pero posible —agregó papá.
Ambos sonreímos.
Miré el anillo en su dedo, tiene grabados en los bordes dorados y a la tenue luz, la pedrería parecía brillar como nueva. Pensé en el vídeo de su ceremonia, la delicadeza con la que él le puso el anillo a mamá y el amor con el que ella cerró su promesa de amarlo por siempre.
Tenía el presentimiento de que esa promesa no se había roto.
—¿Por qué nunca te lo quitas? —pregunté.
—Hice unos votos, hijo. Podré haber sido joven, pero me mantengo firme a mi palabra.
—«Te prometo que nunca habrá un día en el que no te diga cuánto te amo, y que incluso en los silencios, sabrás que soy tuyo completamente.» —cité ese fragmento de sus votos.
Papá se rió, sus orejas se pusieron rojas.
—¿Aún recuerdas eso?
—Jamás lo olvidé —escondió su rostro entre las manos, avergonzado—, nunca has dejado de amarla.
Mis palabras no eran una pregunta y no tenían la intención de serlo.
—Bueno —dijo, destapando su rostro aún sonrojado—, cuando te enamoras por primera y única vez a los dieciséis años es difícil olvidarse de eso. Nunca vuelves a encontrar a alguien que te haga sentir igual.
Papá se puso de pie y dió un par de palmaditas débiles a mi hombro.
—«ahora y siempre, Christina, tú eres mi hogar, mi todo» no ha habido quien reemplace eso, Evan.
Subió las escaleras, dejándome solo.
-
La vida en casa y la vida en la preparatoria eran dos mundos completamente distintos, casi como comparar un spa de meditación con un campo de batalla. En casa, el sonido más fuerte era el de los cubiertos chocando contra los platos, pero en la escuela, los pasillos estaban llenos de estudiantes corriendo como si sus mochilas estuvieran a punto de explotar... y probablemente lo estaban, considerando la cantidad de tareas que nos dan últimamente.
Lo que nos quedaba de curso los profesores lo estaban aprovechando para mantenernos ocupados con exámenes, tareas importantes e informes. ¿Podría considerarse esto como explotación académica? Ha de ser ilegal en algún rincón del mundo. Incluso Aidan, quien siempre tiene una actitud relajada, ahora se la pasa leyendo en la biblioteca y con la cabeza hundida en libros y proyectos escolares, estresado por todo lo que debe aprenderse para exponerlo en veinte minutos.
Imagino que de seguir en este ritmo, Aidan pronto podría escribir la próxima gran enciclopedia en un mes. Y seguro le añadiría un capítulo sobre cómo sobrevivir a los exámenes finales.
Sí lo hace, yo quiero leer esa página. No sé cómo estoy sobreviviendo a esta semana, si mi motivación y ganas de vivir se agotaron hace un largo rato.
Otra cosa que no está bien en la preparatoria es mi situación con cierta chica castaña.
A Bea no la veía desde el sábado de Halloween, no he hablado con ella por ningún medio.
Tampoco me atrevía a hacerlo.
Soy cobarde, ¿Okey? Siempre le tuve miedo a su rechazo, también a que pudiera encontrar algún defecto en mí y se alejara. Y cuando por fin tuve las agallas de decirle lo que sentía, ví con mis propios ojos cómo estaba saliendo con alguien más.
No me atrevía a hablar con ella porque no quería ir y arruinar lo que tiene con ese chico por mis tontos celos de idiota. Espero que Remo la haga feliz, lo espero en serio. Bea es la chica más genial, hermosa e increíble que alguna vez tuve el privilegio de conocer.
Ella merece lo mejor del mundo.
Y «lo mejor del mundo» definitivamente no soy yo. No tengo las agallas para decirle lo que siento. Tengo defectos, físicos, mentales y emocionales, ¿Qué hay de atractivo en cicatrices por cortes? ¿En ataques de pánico? ¿En pensamientos ansiosos?
Nada, no hay nada.
Sentado en el suelo del pasillo de los casilleros, intento entender las leyes de la gravedad para mi examen de física. Odio la física, odio los números y odio estas leyes. Todos hemos visto una manzana caer, ¿Por qué demonios a Isaac Newton se le ocurrió investigar el por qué la manzana caía? O mejor, ¿Por qué no se pudo quedar dormido bajo una palmera de cocos?
Resoplé sintiéndome frustrado. En serio que odio esto, no comprendo los números ni mucho menos las fórmulas, flotan frente a mis ojos y brincan entre las páginas. Suena absurdo, pero la matemática está conspirando en mi contra; eso o llevo un serio casi de discalculia.
Mi mirada se desvía de las fórmulas sin sentido del libro para fijarse en el suelo a cuadros frente a mí, empezaron a seguir un par de tenis viejos pero que aún así, a ella le quedan genial.
Por el rabillo del ojo ví a Bea en su casillero. Va con un pantalón de mezclilla negro que le llegaba justo por los tobillos, junto con una blusa mangas largas color azul cielo. Sin duda ese color le favorecía bastante. Escucho como tararea una canción y advertí en que lleva sus auriculares puestos. Sacó un par de libros de su casillero y lo cerró. Al hacerlo, me miró sentado en el suelo.
No pude más que sonreírle de lado.
Es lo mínimo que puedo hacer. Claro que tenía en mente muchas más cosas, pero algo enorme me limitaba: ella tiene novio.
Suspira antes de devolverme la sonrisa.
El pulso se me aceleró por ese gesto tan pequeño de su parte. Lo que significa dos cosas, Afrodita la tiene enzarzada conmigo, o de verdad estoy hecho un tonto por esa chica.
La segunda opción es la más probable.
Bea se acercó a mí y tomó asiento a mi lado en el suelo, hubo tensión varios segundos dónde solo se escuchaba la canción a través de sus auriculares, Friends Don't Let Friends Dial Drunk de los Plain White T's.
—¿Estudiando? —preguntó.
—Sí, tengo un examen de física en unos minutos —no me dignaba a mirarla, las fórmulas de pronto parecían tener sentido—. ¿Y tú?
—Preparada, supongo. Oye, Evan... ¿Podemos hablar de lo que sea que esté pasando entre nosotros?
«Entre nosotros» un «nosotros» que está en la zona de amistad. Y como odio estar en la zona de amistad, casi tanto como la física de Isaac Newton.
—¿Qué tiene? Yo lo veo igual que siempre.
—¿«igual que siempre»? —repite, ofendida—. Pues tu «igual que siempre» no se parece al mío, Ross. Hace días no hablamos, y tu último comportamiento digamos que no fue el mejor.
—¿Todo bien? —me preguntó.
«No, nada bien» quería responder.
La ví y me fue imposible no sentir esa sensación de que... la había perdido, quizá porque sí lo había hecho. Accioné demasiado tarde, me di demasiado tiempo, y ahora debía de darme por vencido.
Sabía por la expresión que tiene Bea que no me había creído.
—¿Estás seguro? No lo pareces —preguntó una vez más.
Sonreí sin gracia.
—Sí, Bea, estoy seguro.
No quería, en serio no lo quería, pero el tono cortante salió sin más. Sin poder pensarlo bien.
—Oye, yo solo estoy preocupada por ti —ella me miró con el ceño fruncido y la molestia apareciendo en su mirada—. No he sabido nada de ti en tres días, me dejaste plantada en el parque, ¿Y ahora? Te comportas así. No te entiendo. ¿Qué demonios te pasa?
—¿Qué me pasa? —repetí en un murmuro—. Te lo dije, no me pasa nada. Estoy bien. No deberías estar preocupada.
—Pues lo estoy, Ross, quieras o no —ella se cruza de brazos.
—Que lástima por ti, Beatríz, porque yo no te pedí que lo estuvieras.
Soy testigo del momento en que su rostro cambió completamente: de estar preocupado y curioso, a estar triste y molesto. ¿Por qué habría de estar triste? Ella debe tener asuntos más importantes que yo.
—Bien, no te molesto otra vez.
La conversación de ese día se repite en mi cabeza, junto con la charla por mensaje.
No sabía qué escribirle, ¿Un saludo? ¿Un lo siento? ¿Un saludo con un lo siento? Escribía, borraba, reescribía el mensaje y volvía a borrarlo.
Al final terminé enviando un patético:
Hola.
No es nada comparado con todo lo que tengo y quiero decirle, pero no sé cómo empezar, no sé cómo continuar, simplemente creí correcto que esa debía de ser la forma de tener un comienzo de algo. Su mensaje solo tardó segundo en llegar:
¿Qué?
Oh, vale, me merezco eso.
Yo: ¿Qué haces?
Pulgarcita: ¿Te importa? Hoy en clases no parecía que te importara mucho.
Me sentí mal en el acto. De verdad la había tratado pésimo.
Sé que fui tonto, lo siento.
Pulgarcita: Fuiste un gilipollas, Ross.
Yo: Sí, tienes razón. Fui un jodido gilipollas. En verdad, lo siento.
Pulgarcita: Tengo que irme, Evan.
Lo comprendí al instante, Bea no quería hablar conmigo, ¿Cómo quisiera? La traté horrible hoy cuando no se lo merecía. En cambio yo, me merezco este trato.
Envié soltando un suspiro rendido:
Adiós, Bea.
—¿Qué es lo que pasa, Evan?
—No pasa nada, Bea —dije tratando de no sonar cortante—. Solo he estado un poco ocupado, es todo.
—Entonces, ¿Por qué no me ves?
—Te oigo, ¿Es necesario verte?
Me tomó por sorpresa sentir su mano en mi mentón y girar mi cara en su dirección con delicadeza. El contacto generó un cosquilleo en mi estómago, como si hubieran emergido un montón de mariposas de los jugos gástricos. No es mi mejor momento, lo sé, estoy nervioso. Su mirada era decisiva, y pocas veces la había visto así.
No sé si era bueno o malo.
—Es necesario porque no me gusta estar así —soltó mi mentón—. Evan, estás a mi lado y a la vez siento que estás a millones de kilómetros. Si confías en mí, me dirás qué te pasa.
¿Qué me pasa? Me pasan muchas cosas: la escuela, el estrés por todos los proyectos, el tema de mamá, Bea, el hecho de que tenga novio y que me siento mal conmigo mismo porque no aproveché la oportunidad que tenía.
—Nada me pasa, Bea —decidí responder—. Solo es la escuela, es todo —cierro mis libros y los guardo rápidamente en mi mochila. Me levanto del suelo, Bea me ve entre frustrada e irritada. Le sonrío y le extiendo mi mano para ayudarla a levantarse—. Venga, Pulgarcita, todo está en orden.
Dió un largo suspiro y aceptó mi ayuda. Quise alargar el contacto porque eso se sentía bien, correcto sería la palabra más adecuada. ¿Seré yo el único que tiene esa sensación o ella también? La duda me carcomía a tal punto que casi salió de mi boca, sin embargo mis ojos captaron la figura de Remo a la distancia.
Solté nuestras manos como si se estuvieran quemando, Bea frunció el entrecejo.
—Te veo luego, Bea.
—————————
Nota de la autora:
Hey, hey, hey.
Lamento no haber actualizado ayer, es que no tenía internet y bueno, sin internet no me conecto.
Ojalá les haya gustado.
Besos y abrazos con canciones de los Plain White T's, recuerdos y despedidas tristes.
MJ.
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