C I N C U E N T A Y U N O
Mini maratón 2/4
Evan
Ese fin de semana había sido el mejor de toda mi maldita existencia.
De hecho, desde ese día en el parque, dónde Bea me había dicho que sí para ser mi novia, todo había empezado a ir de maravilla. Creo que a sido la mejor semana en mis diecisiete años de vida.
No solo con lo relacionado con Bea, también lo que pasaba en mi familia. Ahí también las cosas estaban yendo genial: mamá nos llamaba todos los días antes de desayunar o irnos a dormir. La extrañabamos, sobretodo Ava, pero sabíamos que tenía que estar en el psiquiátrico en Quebec, todo por su bien, para pronto estar con nosotros. Papá ya no estaba tan abarrotado con el trabajo y pasaba más tiempo con Ava y conmigo, por eso estábamos pasando más tiempo en nuestra vieja casa y no en la de los tíos.
Realmente todo era perfecto, sentía como todo se ponían en orden. Un orden que no sentía desde los diez años. Ya dormir en mi vieja casa no es tan caótico. Ya no tenía pesadillas, solo soñaba con los recuerdos felices de mi infancia y con los que estaba creando ahora con Bea.
Desde el día en el parque hemos salido bastante: al cine, a comer helado, ir al parque y patinar en el lago congelado o solamente pasar el día viendo películas en casa.
La cual la última la estábamos haciendo.
Estábamos en la casa de mi padre solo nosotros. Papá salió con Ava a pasar la tarde juntos así que Bea y yo estamos aquí, viendo una película. Estábamos viendo la segunda película de Son Como Niños, y a cada segundo estábamos riendo por las escenas.
Bea está sentada a mi lado, comiendo de un tazón de Ruffles, (su fritura favorita) mientras que yo uno de Doritos. Sinceramente, los Doritos son mejores que los Ruffles, pero no se lo digas a Bea, se volverá completamente loca y te dará un cuestionario de las razones de por qué los Ruffles son mejores que los Doritos.
Ahora están pasando la escena de dónde saltan a la cantera, es mi escena favorita de toda la película y sin duda de las mejores.
Bea rompió en carcajadas en la parte donde Lamonsoff caía sobre Higgins. Yo también reí fuertemente. Sí, es la mejor escena de la película.
A Bea se le puso la cara roja por la carcajada que no había parado incluso cuando la escena ya había terminado. Su risa para mí es la más bonita, pero siendo bonita aún es graciosa. Ella es ese tipo de personas que su risa te da risa.
—Ay... mi estómago... —se quejaba riendo, respiraba con dificultad por el ataque de risa que tenía.
Tuve una idea para que dejara de reír. Le conviene a ella y... me conviene a mí.
Me acerqué lo suficiente a ella y tomé su rostro con una mano y junté sus labios con los míos. Ella dejó de reír al instante como me correspondía el beso.
Agradecía ya no tener gripe.
Bea no es que es una besadora experta, es un poco torpe y tímida. Honestamente, a mí no me importa, significa que tengo excusas para besarla y enseñarle, y la idea me gusta bastante.
Los pocos momentos dónde nos habíamos besado los besos no pasaban más de cariñosos roces. Sé que Bea es un poco tímida con el tema, que se está adaptando, así que trato de ser amigable con ella. No quería asustarla ni nada. Y por esa razón es que no aceleré el ritmo del beso a un nivel... diferente. No quería incomodarla.
Pero el beso fue interrumpido por ella, por la sonrisa que esbozaron sus dulces labios.
—Es una bonita forma de interrumpir una carcajada. Me gusta.
—Y a mí me gustas tú.
Su sonrisa se ensanchó.
—Tú también me gustas, Ross —y me dió otro beso, uno más corto.
Se acomodó a mi lado hasta recostar su cabeza de mi hombro de modo que yo tenía mi brazo pasado por encima de los suyos. Seguimos viendo la película pero la verdad yo solo estaba concentrado en ella: en el sonido de su risa, en el de su respiración. De lo suave que se veía su cabello. El olor a fresas que emana me deja alelado. Me encanta. Toda ella me encanta.
Bea juega distraídamente con el cordón de la sudadera azul cielo que últimamente en estos días le he visto. Parecía como si su mano estuviera concentrada en el jugueteo pero sus ojos en la película.
—¿Por qué últimamente siempre traes esta sudadera?
Le costó lo suyo dejar de ver la película.
—¿Ah?
—La sudadera. ¿Por qué la estás llevando siempre?
Bea miró la prenda que lleva encima.
—Ah... no lo sé. Puede que sea porque es mi favorita.
—No sé si es que ya perdí la chaveta o es verdad que fui yo quien te la regaló.
Mi novia se echa a reír y yo sonreí al instante, no solo por escuchar el lindo sonido de su risa, también porque me gusta esa palabra, «mi novia» me encanta referirme a Bea como «mi novia»
—No, Evan, no perdiste la chaveta. Tú sí me la regalaste, ¿Lo recuerdas?
—Eh... —hice memoria—. Ni casi.
—Fue en el año en que nos conocimos: me la regalaste en mi cumpleaños catorce. Recuerdo que me pareció raro que un chico que no tenía ni tres meses que conocía me haya dado un lindo regalo de cumpleaños. Bueno, un regalo bastante grande. Si crees que me queda grande ahora, no te imaginas cómo me quedaba a los catorce.
Ambos nos reímos.
—Claro... ya lo recuerdo. Aidan me dijo que ibas a cumplir años y que te iban a hacer una reunión pequeña. Dijo que podía ir con él.
—Sí, eso también me pareció un poco raro.
—No quería ir con las manos vacías por esa misma razón. Le dije a mi tía que me ayudara a buscar un regalo y encontramos esa sudadera en una tienda en el centro comercial. Y... aún la conservas.
—Siempre fue mi favorita porque aunque es bastante grande es muy calientita. Además de que el azul cielo es mi color favorito. Y ahora...
—¿Ahora...?
—Creo que me gusta más —agrega con una sonrisita.
—¿Por...?
—Porque sí, Ross, fin del tema.
Le doy varios toques en la costilla que espanta con manotazos a mi mano.
—Admite que te gusta más porque ahora estamos saliendo.
—No, claro que no.
—Tomaré ese «no» como un «sí»
Ella negó con la cabeza.
—Puede que sí sea así...
Sonreí antes de dejar un beso a la altura de su sien.
Sin duda alguna este es de los mejores tiempos de mi vida.
-
—¡¡GRACIAS SANTÍSIMO PADRE DIOS!! —gritó Aidan, llamando la atención de todas las personas en la cafetería.
Por un breve periodo de diez segundos, la mitad de la Preparatoria Jefferson mantuvo sus ojos en nuestra mesa, cuando se dieron cuenta de que no íbamos a montar una escena digna de Hollywood, dejaron de vernos.
—Aidan... —regañó entre dientes Bea.
—Oye, era necesario y si tuviera que volver a gritar, lo haré, no lo dudes.
Asentí a eso, conozco a Aidan, sería capaz de hacerlo.
Pasó sus manos incrédulo por su pelirrojo cabello, desordenándolo en el acto.
—Es que... ¡Vaya! Aún estoy impactado. ¡Esto es genial, amigos! Al fin están saliendo. Estoy muy feliz por ustedes, en serio -nos sonrió.
»Aunque, claro, no quiero que me olviden, ¿Vale?
Bea le lanza una papita frita de su almuerzo.
—¿Cómo olvidar a la cabeza encendida López? —le digo.
—¡Que no me llames así! —exige como niñito—. Me tocará buscarte un apodo.
—Inténtalo, no lo lograrás.
Aidan me mira entrecerrando los ojos.
—Soy muy creativo cuando me lo propongo, Evan Ross. No digas que no lograré algo porque lo haré en menos de veinticuatro horas.
—No. Lo. Lograrás —repito cada sílaba lentamente.
—Muy bien —intervino Bea—. Aidan, ¿Qué tal tú con la clase de Teatro?
Mi mejor amigo deja de verme con los ojos entrecerrados para mirar a Bea y sonreír como Ava cuando le dicen que vamos a ir a su heladería favorita.
—¡Genial! —exclamó feliz—. Es... guao, la clase es realmente increíble. Con los chicos siempre bromeamos y me gusta: es divertido estar ahí. ¡Y en las escenas serias no me río como creía! —dijo antes de reír—. Me encanta la clase. Creo que... nunca había sentido algo como realmente lo mío y con la actuación no es así. Siento que es lo mío. Que es como... mi especie de propósito o algo.
—Me alegro, Ai —le sonríe Bea—. Te veo muy bien: feliz en la clase. Creo que nunca te había visto tan emocionado.
—Sí, es cierto. Nunca había estado tan emocionado. Y, ¿Saben? Creo que... es lo que quiero estudiar en la universidad: Artes Escénicas.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Sí, estoy seguro. Es que, hermano, en serio considero que es para lo que nací. Me gusta y saben que a mí no me gustan muchas cosas así —Bea y yo asentimos—. Estoy totalmente seguro de que Artes Escénicas es la carrera que quiero estudiar en la universidad. No tengo dudas.
—Bueno, si es así, sabes que yo te apoyo con todo. A excepción de que entres a stripper o drogadicto —Aidan y yo reímos—. Si es eso lo que quieres, sabes que yo siempre estaré para apoyarte y gritar «¡Ese es mi mejor amigo!»
Aidan le sonríe.
—Gracias, gnomo de jardín.
—También cuentas con mi apoyo, sabes, ¿No? —mi pelirrojo mejor amigo asintió—. Estaré de incógnito en redes sociales divulgando información tuya como «A los ocho años Aidan López se comía los mocos»
Bea carcajeó.
—¡Es cierto! —convino ella.
—¡Eeeevan! —se queja Aidan—. ¡Son los secretos de la infancia, grandísimo hijo de perra!
—¡Pero si es verdad! —refuté.
Aidan de niño tenía unas manías bastante asquerosas.
Bea sigue riéndose, parecía no importarle que los ojos de muchas chicas están sobre ella. Unas miradas de resentimiento, otras de confusión y muchas de «quisiera estar en tu lugar».
Por esta cosa de la popularidad es que ya media preparatoria sabe que ella y yo estamos juntos. Y la verdad, no me importa lo que digan las otras personas. Lo único que me interesa era hacer feliz a Bea. Cursi, lo sé, pero cosa que es real. Quería hacerla muy feliz el tiempo que estemos juntos.
Apenas media semana saliendo con ella y ya estoy sobrepasado con la cursilería. Eso es un nuevo récord.
Aidan me veía como si quisiera ahorcarme con sus propias manos.
—Esa no te la perdono, Evancito.
—¿«Evancito»? —repetí en risas—. ¿Qué diablos con eso?
Encogió los hombros.
—Mi apodo. Ahora te dará risa pero más adelante lo odiarás, lo sé.
—Me dará igual toda la vida, Aidan.
—Ya lo veremos, Evancito.
Negué con la cabeza.
Cuando el almuerzo terminó cada uno se fue a su clase, las cuáles son las extracurriculares. Así que Aidan se fue emocionado al auditorio y Bea y yo a los salones de dibujo y de cocina. Ahora solo éramos Andy y yo ahí, no es mi clase favorita pero sí o sí tenía que aprobarla porque sino no podría graduarme.
Nos detuvimos frente al salón de dibujo.
—¿Nos vamos juntos después de clase? —le pregunté.
—Claro.
Dejé un beso en su mejilla.
—Te veo después, Pulgarcita.
Bea rueda los ojos y luego me sonríe, esa sonrisa que tanto me gusta.
—Nos vemos, Ross.
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