C I N C U E N T A Y O C H O
Capítulo final, preparen los pañuelos.
-
-¿Y tú eres...? -Aidan deja las palabras en el aire.
Bea lo mira con reproche.
-Ja, Ja, que gracioso, Aidan.
Nuestro pelirrojo mejor amigo sonrió divertido.
-Es broma, enana. Estás muy linda, Bea.
Ella le sonríe.
-Tú también estás muy guapo, Aidan. Igual tú, Briana.
Briana le sonríe agradecida. Ella sería la acompañante de Aidan para el baile ya que no quiso venir solo y ella tampoco. Va con un vestido color azul marino, con el pelo negro lacio y tacones del mismo color que su vestido.
Briana está muy linda esta noche, debo decirlo, pero no tan linda como lo está mi novia.
-Gracias, Bea.
-En fin, dejemos los cumplidos para otro momento -pide Aidan-. ¡¿Quién está listo para el baile?! -alza la voz para ser escuchado por los demás estudiantes que vienen llegando.
-¡¡Uuuhh!! -vitoreamos todos los que estamos afuera.
Aidan le ofrece su brazo a Briana.
-¿Me acompaña, señorita Duquet? -le pregunta, imitando muy mal un acento británico.
Briana se ríe.
-Claro que sí, señor López -le siguió el juego ella, ambos entrelazaron sus brazos.
Y así se fueron al gimnasio.
Le tendí mi mano a Bea.
Ella la tomó y entrelazó nuestros dedos.
-Vamos a tu baile de graduación, Ross.
Adentro en el gimnasio todo estaba decorado con los colores azul y gris. La música está muy alta y hay muchos alumnos bailando en el centro de la pista. En unos lugares más apartados están unas mesas con bocadillos y en otro, un sector decorado específicamente para las fotografías de los recuerdos. Lugar donde ya están Aidan con Briana, acompañados de Andy y Lyla.
-¡Vamos con los chicos! -sugiere Bea, alzando la voz para que pudiera oírla sobre la música.
No esperó una respuesta mía, solo me arrastró hasta allá.
Aidan y Briana se estaban tomando un par de fotografías, de la forma más rara posible: de espalda con espalda, fingiendo tener armas en sus manos. Una clásica pose de espías. Otras más, dónde Briana sonreía a la cámara, pero Aidan hacía su mayor cara rara, su clásico que nunca puede faltar. Y otra dónde sí fue un poco más normal: Briana sonriendo, Aidan también, pero de labios cerrados, con las manos entrelazadas tras su espalda. Después de ellos, les siguieron Andy y Lyla. Y su sesión de fotos fue aún más rara que la de mi mejor amigo.
-Hey, chicos, ¡Vengan! -nos llamó Lyla-. Vengan, vamos a tomarnos una foto grupal.
Los seis nos acomodamos para que todos podamos aparecer en la fotografía. Andy y Lyla estaban en el centro, Bea y yo a su lado derecho, y Briana y Aidan del lado izquierdo.
No solo tomamos una, si no varias fotos. Un par solo las chicas, otras solo los chicos y yo. Y una que otra, (por obligación de Lyla) de Bea y yo. No me voy a quejar, las fotografías salieron muy bien.
Luego de la sesión de fotos más larga de mi vida, (y la única) nos unimos a la aglomeración de personas. La fiesta había cobrado vida hace ya un rato, la música sigue sonando y estoy casi seguro de que alguien le está agregando alcohol al ponche, hay muchos ánimos por aquí, y eso solo se logra con un poco de alcohol corriéndote por el torrente sanguíneo.
Bea y yo salimos de la pista de baile para ir a tomar algo.
-¡Vaya! No solo cantas, también bailas muy bien -comentó ella, agitada-. ¿Hay algo que no hagas?
Reí negando con la cabeza.
-Gracias por venir conmigo -le dije-. Ahora estaría muy aburrido sin ti aquí.
-No tienes nada que agradecer, Evan. Las gracias te las debo yo: por convencer al director para dejarme venir.
Por un instante, me quedé viendo a Bea, tiene una ligera capa de sudor sobre la cara, sus mejillas están un poco sonrojadas. Tiene una sonrisa cansada y bebe de varios vasos de agua intentando refrescarse. No sabría decir exactamente qué fue lo que me llevó a decir esas palabras, si la imagen que tengo de ella justo frente a mí, o todos los recuerdos de estos últimos meses a su lado:
-Te amo, Bea.
Sé que me escuchó, lo sé por como sus ojos se desorbitan y se congela momentaneamente.
La cagué, de seguro que la cagué.
Aunque fueron diez segundos de silencio entre nosotros, yo los sentí como diez horas.
Sus ojos por fin conectan con los míos, baja el vaso del que bebía agua y esboza una sonrisa tan... malditamente perfecta.
-Yo también te amo, Evan.
Algo invadió mi pecho, una sensación... cálida, agradable. Y supe al instante de qué se trataba: es por ella. Ella me hace sentir mil cosas, amor, felicidad, diversión. Soy feliz a su lado y siempre lo sería. Yo no solo quiero a Bea, yo la amo. Amo a mi novia, a mi Pulgarcita.
A nuestros alrededor empezó a sonar una canción que ambos conocemos muy bien. Una que desde el día que le pedí que fuera mi novia se había vuelto parte de nosotros, de nuestra relación. Es una canción que, aunque estemos a millones de kilómetros de distancia, si la escuchamos, pensaremos en el otro y lo sentiremos ahí a nuestro lado sin importar la distancia que nos separe.
Es nuestra canción.
-¿Quieres bailar? -le pregunté.
Ella sonríe y, acto seguido, asintió con la cabeza.
-Claro que sí.
Volvimos a la pista de baile, todos los demás bailan la canción por su ritmo animado y divertido. Pero entre Bea y yo esa canción es más que una simple melodía, un simple hit. Es mucho más que eso.
Llevé mis manos a su cintura, ella las suyas a mi pecho.
-I'm wastin' my time when it was always you, always you... -canto para que nadie más que ella me escuche-. Chasin' the high, but is was always you, always you...
Solo somos nosotros y nadie más que nosotros, mis manos en su cintura, las suyas sobre mi pecho, seguramente podía sentir el latido de mi corazón que solo ella genera.
Así estamos nosotros, ahí en medio de la pista, bailando nuestra canción.
-
¿Qué tengo para decir del verano?
Tantas cosas, de hecho, demasiadas.
Dos meses enteros que fueron de los mejores. Dos meses enteros dónde no paré de reírme. Dos meses enteros dónde el estómago me dolía de tanto carcajear y las mejillas de tanto reírme.
Dos meses enteros dónde alcancé el tope de la felicidad.
Si hace dos años me hubieran dicho que me reiría de una tontería como Aidan fallando en una voltereta, o que volvería a cocinar galletas con mi madre, te hubiera tachado de loco. Ser... «normal» me parecía algo imposible, creía que siempre estaría ahí, en ese vacío oscuro y que ese sería mi nuevo lugar.
Estuve ahí, salí de ahí y ahora estoy aquí. Sonriendo, siendo feliz, viviendo.
-¡No me gustan estas cosas! -exclamó Bea.
-Vamos, Bea. Tranquila. Nada te va a pasar.
-¡¿Por qué no deja de moverse?!
-Es una silla voladora, Bea, obvio no dejará de hacerlo.
-Esto fue un mala idea -se lamenta.
-Me tienes a mí, tranquila. Si caes, caemos los dos.
Eso la relajó solo un poco, ya no sujeta con tanta fuerza las cuerdas que sostienen la silla a la viga del techo.
-Venga, relájate -le dije-. Nadie se va a caer.
Ella se echó hacia atrás, aún desconfiada.
Pasé mi brazo por encima de sus hombros.
-¿Ves? No se cayó. Estamos a salvo.
-No me gustan estas cosas.
-A mí sí, son divertidas -admití con una sonrisa.
Bea menea la cabeza, seguramente pensando algo sarcástico.
Se recuesta de mi hombro, pasando su brazo por mi abdomen. Pude ver la curva de su nariz, lo larga que son sus pestañas, lo rellenitas que son sus mejillas y, lo mejor, inhalar más de cerca su aroma a fresas. Nunca me cansaría de esa fragancia.
-¿Qué quieres hacer hoy? -le pregunté.
Es de nuestros últimos días juntos antes de que con los chicos partamos este viernes a Holbrook, fueron meses lindos, divertidos he increíbles dónde lo pasamos todos juntos, pero ya debíamos de ir desconectandonos del verano y aceptar que ya vamos a empezar una nueva etapa.
-Nada -contesta-. Solo... estemos aquí, tú y yo, sin hacer nada.
Me acomodé en mi lugar.
-Muy bien... ¿Estás segura?
Asintió contra mi pecho.
-Segura, quiero que este día solo seamos tú y yo.
-Así lo hemos pasado los últimos tres días, Bea.
-Sabes de lo que hablo, Ross -me reprocha-. Solo quiero quedarme aquí contigo. No quiero ir a ningún lugar.
-Vale, está bien.
Y apareció el silencio, solo estamos ahí, disfrutando la compañía del otro, viendo hacia la calle vacía.
Escucho atentamente el sonido tranquilo de su respiración, dando suaves caricias a su cabello que le sacan una eventual risa. Son esos sonidos pequeños que se han vuelto mis favoritos.
Ella se había vuelto una de mis personas favoritas.
-
Al día siguiente...
Toco la madera con los nudillos y espero una respuesta.
-¡Adelante! -escucho del otro lado.
Giro el pomo y abro la puerta, el lugar sigue como la última vez que vine, los mismos colores en las paredes, la misma disposición de los muebles, incluso él está sentado en el mismo lugar, dedicándome esa sonrisa de siempre.
-Que lindo tenerte de vuelta, Evan -dijo Ernesto, haciendo un gesto con su mano para que tomara asiento en la silla frente a él.
-Es lindo volver, doc -digo, sentándome.
Antes de empezar la sesión, Ernesto me ofrece de su típico chocolate caliente que he hechado de menos los últimos meses, solo hasta hoy había venido porque es necesario para mí.
-Entonces, cuéntame, ¿Qué a pasado en la vida de Evan Ross desde la última vez que se presentó en mi consultorio?
Dejo ir un suspiro en medio de una sonrisa, recordando todo, pero todo lo que ha pasado desde la última vez que vine.
-Tantas cosas, doc -doy un sorbo al chocolate caliente-. Cómo siempre, altas y bajas, pero he sabido salir de ellas, y ahora estoy aquí, estoy en el tope, nunca creí que llegaría a este punto.
-Estoy muy orgulloso de ti, Evan -me regala una sonrisa paternal.
-Yo también estoy orgulloso de mí -Ernesto asiente alegre, sabiendo que después de tanto tiempo pude decirme a mí mismo que siento orgullo por mí, por lo que he superado y he conseguido-. Hace meses que no tengo un ataque de pánico, creo que... se han ido.
-Tus ataques de pánico puede aparecer de la nada, Evan, tienes que estar conciente de ello -y lo estoy-. Por ahora estarán... fuera de servicio, pero en algún momento pueden volver.
-Lo sé, y también sé que tener un ataque de pánico no significa que todo se haya arruinado, es solo una caída, una de la que puedo levantarme.
Ernesto asiente.
-Me alegra que lo hayas entendido, Evan, de tus caídas siempre puedes aprender algo, y lo más importante: puedes levantarte.
Hay un momento silencioso donde solo tomamos de nuestros chocolates calientes. Tengo tanto que contarle a Ernesto, tantas cosas que han pasado y lo bien que he lidiado con ello.
Sí, en definitiva, estoy orgulloso de mí.
-Este viernes estaré yendo camino a la universidad -dejo la taza en la mesita.
-Felicidades, Evan, ¿Para qué carrera optaste?
-Psicología -es claro la sorpresa en su rostro-. Quiero ayudar a otros como tú me ayudaste a mí, Ernesto.
-Y sé que serás un gran psicólogo, Evan, entiendes lo que es estar en ese lugar, tú mejor que nadie logrará entender a tus futuros pacientes.
Asentí de acuerdo, una de las tantas razones por la que quiero estudiar psicología es esa: sé lo que siente estar ahí, sé que cuesta, sé que hay que luchar a capa y espada, pero también sé que es posible salir de ahí.
-¿Sabes? Hoy... recordé cuando quería morir -en mis muñecas están las cicatrices, puedo recordar al Evan de quince años tomando las tijeras, haciendo cortes, viendo sangre, sintiendo dolor. Luego, recuerdo a mis amigos, a mi novia, a mi familia, los momentos que pasamos juntos y todas la felicidad de los últimos meses-. Me alegra ya no estar ahí.
Ernesto tiene esa sonrisa de completo orgullo, esa mirada cálida y acogedora.
-Felicidades, Evan Ross -no entiendo por qué sus palabras-. La parte más difícil para un paciente con depresión no solo es sentirse vacío, no es solo pasar por los pensamientos suicidas, la parte más difícil para un paciente con depresión es aceptar que se alegra ya no estar esa zona oscura.
»Lo lograste, Evan, te caíste, te rompiste, durante siete años has estado reconstruyéndote, tomando cada pieza a su tiempo y aquí estás, completo, como lo has dicho, estás en el tope.
-Aún tengo miedo -admito-. Miedo de volver a caer, miedo a lo que se viene, miedo... solo miedo de fallar.
-Y créeme, es totalmente normal. Mientras creas en ti, derrumbarte no será tan fácil. Y el miedo a lo que se acerca también es normal, las decisiones correctas también asustan, no temas de equivocarte porque de los errores se aprende.
»Quiero que recuerdes esto: si te caes, levántate. Si fallas, aprende. Si pierdes, inténtalo otra vez. La vida es una serie de juegos interminables, y si pierdes, siempre tienes un nueva oportunidad. Y lo más importante: diviértete, haz lo que amas, porque como es un juego donde vivimos aprendiendo, también lo debe ser para vivir nuestras vidas.
Asentí a sus palabras, guardandolas en mi mente.
-Eres el mejor, Ernesto.
-Solo hice mi trabajo, muchacho.
-
Viernes...
¿Olvido algo? No, no olvido nada.
Aunque siento que...
No, Evan, no olvidas nada.
Es cierto, no olvido nada.
Cierro la parte trasera del auto de Andy y vuelvo con las personas que están frente a la casa del rubio para despedirnos.
El día de irnos a la universidad había llegado.
Mentiría si dijera que no estoy nervioso, ¡Lo estaba tremendamente! Empezamos una nueva etapa, una que espero que sea buena, pero como dijo Ernesto: las decisiones correctas también asustan, mientras crea en mí, derrumbarme no será tan fácil.
No lo será.
Un poco alejados de nosotros, Lyla se despedía de sus padres con abrazos y de su perro, Lucky. Más acá, están papá, con la tía Vanessa y el tío Peter junto con Ava, también la mamá de Aidan y Sam. Andy se despedía de sus padres, hermana, cuñado y sobrina, también con abrazos.
Ava y Sam derraman lágrimas sin parar, ellos son los que están más tristes de que Aidan y yo nos vayamos a la universidad. Y por los sollozos que escucho un poco alejados, la sobrina de Andy también debía de sentir lo mismo que Ava y Sam.
-Te voy a extrañar mucho... -solloza mi hermanita, hipando-. No quiero que te vayas -me rodea el cuello cuando me puse a su altura, aún suelta lágrimas.
Acaricié su pequeña espalda.
-Yo también te voy a extrañar mucho, enana -me separé de ella y le limpié las lágrima-. Pero recuerda: voy a venir de visita los fines de semana. Te llamaré por video llamada todas la noches, ¿Vale? No te olvidaré, hermanita. Nunca lo haría.
Ava sorbió su nariz.
-¿Lo prometes?
-Lo prometo -dije-. Además, también tienes a los tíos, a papá, a mamá, también a Sam. No estarás sola, Ava.
-Pero... pero... te voy a extrañar mucho, Evan -las lágrimas vuelven a salir de sus ojitos-. Mucho...
-No me iré la vida entera, Ava. Solo estamos separados por cinco horas de distancia. No lo olvides: te voy a llamar todo el tiempo hasta que te canses de recibir mis llamados.
Eso le sacó una pequeña sonrisa a mi hermanita.
Volvió a abrazarme.
-Te quiero mucho, hermano.
-Yo también, hermanita.
Me separo de mi hermana y veo a dónde están Aidan y Sam, ambos también abrazándose.
Lyla se acerca a nosotros, con Lucky guiado por su cadena, Bea está a su lado.
-Te voy a extrañar muchísimo, mi gran amigo peludo -dijo Lyla, acariciando detrás de las orejas de Lucky.
Cuando dejó de darle mimos, se fijó en el par de niños de ocho años que siguen soltando una que otra lágrima. Va con Ava y Sam, que están uno al lado del otro, se agacha para estar a su altura.
-Oigan, peques, ¿Por qué tan tristes?
-Porque nuestros hermanos se van -contesta Sam-, y los extrañaremos mucho.
Lyla asintió, entendiendo.
-Los entiendo. Yo también voy a extrañar mucho a mi perrito, así como ustedes a Evan y Aidan.
Ava limpió sus lágrimas.
-¿Les puedo pedir un favor? -preguntó Lyla, ambos niños se vieron, compartieron una mirada para luego asentir-. Mis padres no pueden cuidar de Lucky, Bea lo hará, pero ella estará súper ocupadísima en clases, así que... ¿Pueden ustedes cuidar de él mientras Bea no pueda?
Eso interesó a Ava y Sam.
Ava miró a papá. Sam miró a su mamá, ambos preguntaron al mismo tiempo:
-¿Podemos...?
Ahora fueron mi papá y la mamá de Aidan quienes compartieron miradas.
Pero, sorprendentemente, dieron una respuesta rápida:
-Claro, chicos -accedió papá.
-¡Sí! -festejaron ellos.
Lyla sonríe.
-Gracias, señor Ross. Gracias, señora Cabello.
-Todo está bien, linda -asegura la mamá de Aidan-. Sabremos arreglar a los niños para que lo cuiden bien.
-¿Escucharon, chicos? -preguntó papá al par de niños que ya se encontraban acariciando a Lucky.
-Sí, papá -dijo mi hermana-. Lo cuidaremos bien, Lyla.
Ella le sonríe a Ava.
-Yo sé que lo harán, Avita -así es como Lyla le decía a mi hermana.
-Bueno, chicos... ya se está haciendo hora -avisa Andy, llegando junto a nosotros.
Aproveché los minutos que nos quedan y voy a hablar con Bea, nos alejé un poco del grupo de familiares para hablar más a solas.
Ella suspiró.
-Llegó el momento -dijo.
-Sí...
-Te voy a extrañar -admite, metiendo las manos en los bolsillos de su sudadera.
-Yo también.
-Evan, recuerda lo que hablamos, ¿Vale?
Claro que lo recordaba, lo recordaba muy bien.
-Te lo dije ese día, Bea: es imposible que deje de sentir algo por ti -acaricié su mejilla-. Te amo, Bea. Y eso no se olvida tan fácilmente solo por ver nuevas caras.
Suspira otra vez, viéndome como si ya me hubiera ido.
-¿Me escribirás?
-Todo el tiempo.
Aún la noto insegura.
-Sé que va a ser difícil y extraño esto de una relación a distancia, pero lo lograremos, ¿Okey? Nada es imposible y menos esto.
Esbozó una pequeña sonrisa.
-Lo lograremos, por nosotros -afirma.
-Por nosotros -repito, seguro.
-¡Eh, par de tortolitos, hora de irnos! -gritó la voz de Aidan.
-Me escribes en cuanto llegues, ¿Vale?
-Vale.
Bea mordía insegura su labio inferior, hasta que en un movimiento rápido, se acercó a mí y dejó un casto beso en mis labios.
Fruncí el entrecejo, divertido.
-¿Acabas de robarme un beso?
Ella se sonrojó ligeramente.
-Puede ser... -musitó en tono agudo.
Esta vez fui yo quien se acercó a ella y la besó, con cariño, con ternura, pero también con desesperación porque quizá este sea el último beso que nos demos durante un tiempo.
-¡Miren, mucho amor y poco movimiento! ¡Vamos, que tenemos que irnos! -y por la molesta voz de Aidan, fue que nos separamos.
-Yo también te amo, Evan.
Volvimos con los chicos y nuestras familias. Me despedí por última vez de mi papá y tíos, también de Ava. Andy y Aidan hicieron lo mismo. Los padres de Lyla ya se había ido.
Al subir al auto, todos agitaban sus manos a modo de despedida.
Andy encendió el auto y arrancó.
Avanzamos y avanzamos, mi familia, la de Aidan, Bea, y la familia de Andy se volvió solo una mancha a lo lejos.
Me acomodé en mi asiento, viendo el camino que nos aguardaba para nuestra próxima meta: la universidad. Crecer, aprender nuevas cosas, vivir nuevas experiencias y nuevas locuras.
Suspiré viendo por la ventana. La nueva etapa en nuestras vidas a llegado, aunque una recién se haya cerrado y se acaba de abrir otra nueva, muchas cosas de la anterior quedarán en nosotros.
Andy seguirá siendo ese rubio bromista. Lyla seguirá siendo esa chica rara. Aidan seguirá siendo mi extraño y egocéntrico mejor amigo.
Y yo... yo seguiré siendo Evan Ross... un chico que, aunque haya pasado por cosas difíciles apenas a los diez años, a los diecisiete aprendió que todo fue parte del camino, un camino donde hubo muchas caídas, caídas de las cuales se levantó por muy difícil que le pareciera. Lo hizo porque sabía que ahí no podía terminar todo.
Tengo a mi mamá de vuelta, tengo una familia relativamente normal. ¡Estoy en una relación con la chica que me gusta desde el año pasado!
Aunque fue un camino largo y duro, con sus tropezones, sus caídas dolorosas, todo valió la pena para llegar a este preciso instante.
Sonreí, repasando en mi mente todos los momentos de este año y el año pasado.
Sin duda, había sido el mejor año de toda mi vida.
Y solo era el primero de los muchos que se venían.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top