Capítulo 2:

Desperté. Aunque creía que nunca lo haría, desperté. La luz seguía encendida pero no había ni rastro de Scott. Vi el cuerpo de Julia en el mismo sitio que antes de perder la consciencia. La llamé a gritos pero no se movió. Había demasiada sangre. Recé para que no estuviera muerta pero por mucho que la llamaba no respondía. Oí pasos en la planta de arriba pero nadie bajó. Yo podía oír sus pasos pero arriba nadie oía mis gritos. Las lágrimas se apoderaron de mis ojos y me mordí la lengua con fuerza para evitar que salieran. No podía mostrar debilidad. Seguí llamando a Julia y traté de moverme pero el dolor de las piernas era insoportable. Apoyé la cabeza en la pared y traté de respirar para relajarme. No sé cuanto tiempo pasé así pero finalmente oí como la puerta del sótano se abría. Scott bajaba con una bandeja.
- Veo que estás despierta. Supongo que habrá sido toda una sorpresa.
Dejó la bandeja a mi lado. Un vaso de plástico con agua y un sándwich de jamón y queso.
- Espero que te guste.
Miré el cuerpo de Julia y si tenía algo de hambre se desvaneció.
- Deberías haber oído como te llamaba. Realmente creía que iba a matarte cuando cogí mis herramientas.
De nuevo las lágrimas amenzaron con salir y de nuevo me mordí la lengua. Cogí el vaso de agua y se lo lancé.
- No hagas eso - me gritó.
Recogió el vaso y miró con enfado el suelo empapado.
- Mira como has puesto todo. Ahora tendré que secarlo.
Cogió un trapo y se agachó a fortar el suelo. Cuando terminó se sentó junto a mi y me acercó aún más la bandeja.
- Come - me ordenó.
Sostuve su mirada pero no hice lo que me decía a pesar de que mi estómago me pedía que me comiera ese sandwich. Cogió el samdwich y partió un cacho pequeñito. Me lo tendió pero seguí sin moverme, solo le miraba. Pareció enfadarse de nuevo y se acercó más a mí para obligarme a comerlo. Por mucho que lo intenté no conseguí evitar que entrara a mi boca y aunque querría escupirselo me tapó la boca para evitarlo. Finalmente me tragué el sandwich.
- Puedo seguir así todo el día.
Cogí el sandwich y me lo comí poco a poco. Tenía miedo de lo que me pudiera hacer si no obedecía. Tal vez sería bueno hacer lo que ordenaba para intentar escapar.
- Buena chica - dijo con su sonrisa retorcida.
Con el pulgar limpió la comisura de mis labios para después chupárselo.
- Has tirado el agua así que no te pienso dar más.
Se dirigió al cuerpo de Julia y lo puso bocarriba.
- Una pena, era realmente guapa - dijo acariciando su cuerpo.
Aparté la mirada cuando comenzó a masajear uno de sus pechos. Oí el ruido del plástico mientras envolvía su cuerpo y le vi marcharse con él al hombro. ¿Y si aunque saliese de ahí nunca encontraban su cuerpo? El tiempo pasaba y no sabía como medirlo. Al final me quedé dormida sobre el suelo frío y húmedo.
Me desperté al oír las escaleras y me incorporé de golpe. Scott se acercó a mí a un paso lento e irritante mostrando unas tijeras de cocina. Cuando llegó hasta mí me quedé muy quieta sin saber que esperar. Tal vez si me portaba bien no me haría daño. Con las tijeras terminó de romper la sudadera y cortó los pantalones y la camiseta. Pensé que también cortaría mi ropa interior pero no lo hizo. No es que fueran uno de esos conjuntos de lencería que Julia llevaría, más bien era un conjunto negro de lo más básico. Le vi marcharse con la ropa y de nuevo se hizo el silencio. No conseguí volver a dormir hasta pasado un buen rato. Recordaba las heridas de Julia y tenía miedo del momento en que me las hiciera a mí. El frío me calaba en los huesos y lo único positivo era que aliviaba parcialmente el dolor de mis piernas.

Había pasado una semana. Lo sabía porque siempre me llevaba un zumo de naranja por las mañanas y un sandwich y un vaso de agua por las noches. No entendía por qué hacía eso y mucho menos entendía por qué aún no me había herido como había hecho con Julia. Ella no estuvo aquí mucho más tiempo y su estado era peor que el mío por lo que tal vez le hizo enfadar. Tampoco entendía para que me retenía. No era un psicópata que se divertía torturando porque a parte de las piernas no tenía ni un rasguño. ¿Tal vez fuera simple morbo? ¿La necesidad de encerrar a alguien? Después de que me bajara el desayuno me entretuve contando las gotas que sonaban al caer. Había perdido la cuenta varias veces pero en esta ocasión iba por ochocientos treinta y siete cuando la puerta se abrió. Era imposible que fuera la hora de cenar.
- Necesito que te portes bien - dijo poniéndose de cuclillas frente a mí.
Apartó varios mechones que me tapaban la cara y a modo de protesta moví la cabeza para que volvieran a su sitio. Suspiró y volvió a colocarlos tras mi oreja. Yo repetí el movimiento y volvieron a caer delante de mis ojos.
- Estate quieta - me regañó.
No volvió a apartarme el pelo. Bien, había ganado. Con una llave abrió los grilletes y me cogió en brazos pasando un brazo por la parte alta de mi espalda y otro por la parte de atrás de las rodillas. Sentí un latigazo de dolor cuando me levantó del suelo y en sus brazos me sentía realmente pequeñita pero el calor que desprendía su cuerpo me reconfortaba. Me llevo a la otra habitación que había en esa planta, un baño, y me dejó en la bañera.
- Tienes agua caliente, jabón y champú. Te dejo un cepillo de pelo y otro de dientes en el lavabo.
Le miré atónita. Si la idea de ser secuestrada y de que me partieran los tobillos ya era inverosímil, la de que mi secuestrador me dejara darme un baño después de tenerme encerrada durante una semana ya era de otro nivel.
- He puesto esta mañana un pestillo en la puerta por fuera. No intentes salir.
- ¿Entonces nunca habías subido a ninguna...? - busque un nombre pero víctimas seguramente no le agradaría y finalmente no añadí nada.
Me miró sorprendido pero no tardó en responder.
- Tú eres distinta. Ya te lo dije.
Sin decir más cerró la puerta y oí como echaba el cerrojo. Corrí la cortina blanca de la ducha, aunque si quisiera ver me podría haber obligado a bañarme delante suyo, y encendí el grifo. Ajusté el agua y no puede evitar sonreír al notar el agua caliente en contacto con mi piel. No sabía de cuanto tiempo disponía por lo que intenté darme prisa. Cuando terminé, corrí la cortina y me ayudé con los brazos a sentrme en el borde de la bañera. Poco a poco pasé una pierna detrás de otra y me envolví en la toalla que había junto al lavabo. Me estiré para intentar coger el cepillo de pelo pero estaba muy lejos y mis piernas no soportarían mi peso. Lo intenté una vez más y caí estrepitosamente al suelo. Mi atención se habría centrado en el dolor de los codos que se habían llevado la peor parte si no fuera porque las piernas acaparaban toda la atención en cuanto a dolor se refería en la última semana. Oí el pestillo y Scott entró a toda prisa.
- ¿Qué haces?
- Me he caído - murmuré.
- Como se puede ser tan torpe - se quejó.
- Teniendo dos piernas rotas - repliqué yo.
Primero me miró en silencio y después sonrió. Salió del baño y dejó la puerta abierta. Me arrastré en silencio y no le vi por bingún lado. Tal vez si lograba llegar a la puerta podría abrirla y gritar por ayuda. ¿Pero que sentido tenía? Realmente apenas vivía gente en la zona y Scott no tardaría en pillarme de nuevo. Con los tobillos en ese estado tampoco podía huir muy lejos y aunque no gritara y tratara de irme me alcanzaría en cuestión de segundos.
- ¿Planificando una huida? - me preguntó desde la cocina.
Volví la mirada y después la bajé a sus pies descalzos.
- Podrías haberlo intentado - me dijo.
Volví a mirarle. Se acercó a mí y me cogió en brazos de nuevo. Traté de conseguir que la toalla no se cayera y finalmente me dejó en una silla de ruedas que había cogido de la cocina.
- Hablas muy poco.
De nuevo aparté la mirada. Noté su mano en mi barbilla obligándome a mirarle. Bajé la mirada para no cruzarla con la suya.
- Mírame.
Aunque prefería no hacerlo, obedecí.
- Tienes unos ojos muy bonitos. Lo pensé el día que te conocí. Y tu voz es muy dulce.
Aparté la barbilla de su mano pero no la mirada de la suya.
- ¿Sabías que siguen buscando a Julia pero que nadie ha denunciado tu desaparición?
Alcé una ceja indiferente aunque eso en el fondo me dolía.
- ¿No tienes a nadie?
Negué con la cabeza.
- ¿Por qué?
- No te voy a contar mi vida. No te interesa así que te ahorro el tiempo.
- Me parece bien - dijo con una sonrisa.
Su personalidad era completamente volátil. En un momento te sonreía como si sacarte las entrañas fuera un hobby y al otro parecía el chico encantador que me presentó Julia. Pensar en ella aún era doloroso. Empujó la silla al baño y me colocó frente al espejo.
- Te traeré ropa.
Esta vez no cerró la puerta así que me puse la ropa interior corriendo antes de que volviera. Para cuando le vi apoyarse en el marco de la puerta ya había terminado de cepillarme el pelo y lavarme los dientes. Me entregó unos pantalones cortos de chandal de color gris y una camiseta blanca básica. Me las puse bajo su atenta mirada.
- Sígueme - me ordenó.
Moviendo las ruedas de la silla conseguí apañármelas para seguirle a la cocina.
- ¿Sabes cocinar?
Asentí.
- Tienes todo lo que necesites aquí así que ponte a ello.
Miré que había en la nevera y decidí hacer un caldo de pollo con fideos. Observé toda la cocina y vi un reloj. Las dos menos cuarto pasadas. Comencé a cocinar y durante ese tiempo Scott no dijo ni hizo nada. Solo observó. No pareció preocuparle en absoluto que cogiera todo tipo de utensilios.
- ¿Me vas a dejar utilizar un cuchillo? - le pregunté observando el filo.
- Si intentaras atacarme, ¿no crees que te vería venir?
- No solo sirve para atacarte a ti - murmuré.
Le vi acercarse con una de sus radiantes sonrisas y aunque traté de impedirlo era más fuerte que yo y me obligó a levantar la muñeca.
- Lo sé - respondió antes de darle un suave beso a la cicatriz.
Casi como un impulso, traté de clavarle el cuchillo con la mano libre. No le costó nada detenerme. Apretó con tal fuerza que me obligó a soltar el cuchillo. Sostuvo mis muñecas y se acercó a mí. Pensé que me besaría y por alguna razón no me disgustó la idea. Aparté la mirada y él divertido me soltó. Cuando terminé, me pidió que me colocara en la mesa y él llevó la olla con el caldo. Sacó un plato, un vaso y una cuchara para él y me obligó a ver como comía. El hambre hacía que me doliera el estómago y el olor no ayudaba. Comencé a clavarme las uñas en las pantorillas intentando concentrarme en eso para olvidar el hambre. Scott se dio cuenta y se levantó de golpe. Me quitó las manos de las piernas y pasó un dedo por la herida arrastrando algo de sangre.
- No, no, no - empezó a murmurar -. ¿No lo entiendes? - parecía molesto - Si tú te haces daño yo también te lo tengo que hacer. ¿Te crees mejor que yo?
Había muchas cosas que no entendía de toda mi situación y esta escena se sumaba a la larga lista. Bufó claramente enfadado y cogió la tabla en la que había cortado las zanahorias para golpearme con ella la cara. El oído comenzó a zumbarme y mi visión se tornó borrosa. Me incorporé y me sujetó la cara con una de sus manos.
- No vuelvas a hacerlo.
Asentí. Cuando terminó de comer recogió su plato y me puso uno a mí. En ese momento mis ojos debieron brillar porque Scott me regaló una de sus sonrisas bonitas. Me sirvió un poco del caldo y me dio permiso para comer. Intenté ir despacio pero con el hambre que tenía era casi imposible. Cuando terminé llevé mi plato al fregadero.
- Limpia todo esto.
Le hice caso y de nuevo bajo su atenta mirada limpié y recogí todo.
- Vamos.
Le seguí hasta la habitación en la que estaba el colchón y cuando le vi abrir el armario paré la silla en seco.
- No quiero volver al sótano - murmuré.
- Es lo que hay.
- ¿No puedo quedarme aquí? Si pones otro pestillo en esta puerta no podré salir.
- ¿Y por qué iba a hacer eso?
Tal vez no era buena idea decirle que porque ya había hecho otras cosas por mí que por sus otras víctimas no así que solté lo primero que se me ocurrió.
- Haré todo lo que me pidas. Te lo prometo - le supliqué.
- ¿Ahora es cuando empiezas a suplicar como todos los demás?
Sostuve su mirada sin saber muy bien si la había cagado. La respuesta la obtuve cuando cerró el armario. Suspiré aliviada. Si al menos podía quedarme en esa habitación me sentiría mucho mejor que en el sótano. Scott volvió con una manta que dejó a los pies de la cama y se puso manos a la obra con el pestillo. Cuando terminó me lazó una de sus sonrisas y cerró la puerta. Me acerqué a la cama y me senté sobre ella. Como había hecho en el baño subí ambas piernas con cuidado y las cubrí con la manta. Aunque se me clavaban algunos muelles en la espalda llevaba una semana durmiendo en piedra así que fue como dormir en una nube porque en efecto no tardé ni dos minutos en caer rendida.

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