Lluvia & Rock

Había pasado ya una semana desde que Amaris vio a los lobos aullarle en la ventana y no volvieron, a pesar de que Amaris trató en repetidas ocasiones de volverlos a ver. Quería creer que todo estaba cambiando para mejor, pero la ansiedad en su interior no la dejaba asegurarlo.

Iba a visitar a su madre al hospital psiquiátrico cada vez que podía después de salir del trabajo, Alice y ella se habían vuelto a hacer buenas amigas y ya no le molestaba que Amaris uniera lazos de amistad con alguien que no conocía.

—¡Tú también hablas con tus amigos de internet! —se quejó Amaris mientras una tarde estaban sentadas en la acera tomando mate.

—Pero eso es diferente —defendió Alice.

—¿Ah sí? ¿Y por qué? —inquirió Amaris alejándole el vaso de mate.

—Hey, ¡dame eso! —se quejó su amiga— Bien, es diferente porque ellas a mí no me piden dinero para algo que no entiendo.

—Marcos tampoco me pidió el dinero —comentó Amaris cargando el agua al matero, y bebiendo a sorbos—, yo se lo di, porque quise, y, además, si entendía a qué le daba mi dinero —argumentó—, pero ¿podemos dejar de hablar de esto? Que estemos peleadas no cambiará nada —sonrió pasándole un mate.

—No estamos peleadas —respondió Alice—, solo no te hablaba —bromeó.

El mes de abril llegó, las lluvias inestables y las noticias inesperadas eran parte de la temporada otoñal al parecer.

Eran las cinco de la tarde y Amaris estaba a punto de cerrar la cafetería cuando su jefe llegó entrando con unas cuantas cajas y la gabardina impermeable completamente empapada.

—El cielo se está cayendo allá afuera —comentó dejando las cajas en una de las mesas, y mojando toda la entrada que Amaris acababa de limpiar.

La joven le dedicó una mirada amenazante y se cruzó de brazos.

—¡Oh vamos! —reaccionó él, la verdad era que, para su edad de 44 años, era un hombre bastante comprensivo— Yo limpio ¿ok? Tú ya hiciste tu parte.

Amaris sonrió complacida por ello y fue a dejar su delantal en un gancho de la pared.

—¿Cómo piensas ir a casa? —preguntó su jefe, secándose el cabello con un abrigo que traía debajo del impermeable.

—Mi amiga vendrá a buscarme —y en eso, fuera de la tienda sonó una bocina—, mi amiga VINO a buscarme —se retractó riendo—. Llevaré algunos dulces a casa, y un par de café para mi amiga y para mí, es que —se acercó a él y bajó la voz, a pesar de que nadie más los estaba escuchando, pero lo hizo para darle un tono de complicidad—, es el cumpleaños de mamá —susurró— y ya sabe que en casa los cumpleaños no se celebran —volvió a hablar normal—, por eso le llevaré comida y le diré que han sobrado en la tienda, de esa forma no me rechazará el regalo —se rio.

La verdad era que, aunque sabía que Mónica no era su madre, así lo había creído por varios años y no podía evitar llamarla mamá.

—Bueno, me tengo que ir —añadió rápidamente cuando escuchó la bocina del auto de Alice nuevamente—, ¡Le he dejado la factura de lo que me he llevado encima del mostrador con el dinero! —gritó saliendo, mientras corría hasta subirse al auto.

La carretera estaba totalmente cubierta por la lluvia, los rayos hacían acto de presencia con cada brillo en el cielo gris. Alice gritó cuando vio uno caer en la carretera a lo lejos y Amaris subió el volumen de la canción para que se calmaran los nervios de todos. Sonaba una canción de Green Day, la banda favorita de Amaris, y ella lo coreaba a todo pulmón mientras hacía dibujos en la ventana con el agua de la lluvia.

—¿Por qué te gusta tanto el rock? —preguntó su amiga mientras mantenía fija vista en el camino.

Amaris no respondió al instante. No dudaba de la respuesta que le daría, pero le gustaba el silencio en el que estaban andando, era calmado solamente escuchar las gotas de lluvia sobre el auto y la música de fondo amenizando todo.

—Me gusta —habló después de un minuto—, porque me da paz, esperanza, y no es hipócrita como las letras de amor o sexo que tienen otras canciones. Cuando escucho rock —añadió, dando una pequeña pausa para acomodarse mejor en el asiento—, solo somos la música y yo, y no importa nada más en el mundo; no hay problemas que invadan mi mente, no hay padres recordándome lo patética que soy, no hay enfermedades, solo es... paz —finalizó recogiéndose el cabello para luego beber del café que había traído.

—Paz... —repitió su amiga— ¿sabes? Suenas a los drogadictos del colegio cuando le preguntamos porque se metían esa mierda —añadió ella sonriendo.

Amaris le dedicó una media sonrisa y miró al frente. Faltaba aún kilómetro y medio para llegar a su casa y Alice manejaba lento debido a lo peligrosa que se había puesto la carretera.

—Para ellos no era "mierda" —comentó Amaris—, era la liberación de todo el caos que tenían, por eso podía entenderlos, por eso me trataban como una más del grupo ¿recuerdas? —preguntó bajando un poco a la música para poder cambiar a otra que le gustaba más— Porque compartíamos una acción común, drogarnos —confesó—, solo que la droga era diferente, ellos se metían sustancias, yo me metía música.

Alice sonrió negando con la cabeza, pero no dijo nada. Siguió conduciendo mientras Somewhere only we know sonaba de fondo.

Amaris recostó su cabeza en la ventana y movió sus labios al son de la canción, pensando en todo lo que el rock causaba en ella, y en la paz que producía a su mente. En ese momento, un mensaje sonó en su teléfono:

"Señorita, ¿estás?"

No necesitaba leer más para saber quién era el remitente, solo había una persona en todo el mundo que la llamaba señorita. Por alguna razón le recordaba a Will Turner de Piratas del Caribe, tenían la misma actitud valiente pero caballerosa.

"Dime un día en el que no haya estado"

Envió respondiéndole, para luego recibir un mensaje de forma rápida.

"No sé, siempre hay una primera vez. XD"

XD. Esa era su forma de simular una sonrisa bromista a través de un mensaje, y a pesar de que no sea tanto el tiempo que Amaris llevaba conociéndolo, había aprendido a descifrar sus emociones a través de sus palabras.

Ella sonrió ante el mensaje, y su amiga la miró con curiosidad, pero no le diría nada, habían quedado que no hablarían de él para evitar cualquier discusión.

"¿Dónde andas?"

Preguntó nuevamente el chico con otro mensaje. Marcos sabía que Amaris había vuelto a trabajar, y no le molestaba, de hecho, no tenía razones para hacerlo, porque eran decisiones que Amaris había tomado y él como un amigo debía respetar. De igual forma él siempre se preocupaba por ella, brindándole consejos y haciéndola sonreír en los momentos más necesarios.

"En la carretera rumbo a mi casa. Alice me está llevando"

Probablemente para una persona normal, dar tanta información sobre su ubicación y sus actividades sería algo que les diera miedo, pero a Amaris no le importaba, le tenía más confianza a Marcos que a su propio hermano, que resultaba ser su primo en realidad. Irónico.

La conversación entre ambos siguió, hablando de algunos negocios que Marcos había hecho y de los cuales quería que Amaris formara parte también.

"¿Por qué lo haces? Hablo del hecho de querer ayudarme tanto"

Amaris no tenía razones para quejarse de Marcos, nunca, porque siempre que ella lo necesitaba, él siempre estaba ahí.

"Quiero que tengas éxito, quiero verte grandiosa, logrando todo lo que siempre te has propuesto lograr, y ayudando a tanta gente a ser lo maravillosa que tú eres"

Amaris no pudo evitar sonrojarse ante aquel mensaje, quería gritar, pero estaba con Alice y no quería demostrar lo patética que era al recibir un poco de cariño. Aunque era su amiga, tampoco debía exagerar.

"Quiero enseñarte algo, ¿puedes hacer un zoom esta noche?"

"Espero tu respuesta"

En ese momento Alice estacionó el coche, ya que habían llegado, de modo que no pudo responderle al instante.

—¿Es tu novio? —preguntó su amiga de una forma tan curiosa que Amaris soltó una pequeña risa ante aquella pregunta.

—¿Qué? —dijo Amaris, aún estupefacta por la pregunta— ¡Claro que no! —exclamó pensando en lo raro que sonaba eso.

Marcos era más que un conocido o un simple amigo, sí, pero jamás pensó en el de una forma más romántica, y hacerlo le causaba mucha gracia.

—Marcos es como... —pensó sus palabras, había muchos términos que podría usar, pero se le vino a la mente uno que él usaba mucho con ella— mi costilla —afirmó—.

—¿Tu qué? —preguntó Alice de una forma muy graciosa.

—Mi costilla —repitió Amaris—, mira, en Venezuela decir mi costilla es como decir que lo quieres más que a tu propio ser, son de esos amigos por los que darías un riñón o incluso tu propia vida, ¿entiendes?

—Como tú y yo —enfatizó su amiga.

—Exacto —afirmó Amaris—, tú y yo jamás estaríamos juntas —añadió—, a menos que tú me lo pidas —levantó las cejas de una forma tentadora y ambas rieron.

De esa forma la tensión de la pregunta se esfumó por completo, y al parecer, aquello relajó a Alice.

—Oye, antes de que nos bajemos —se apuró en decir esta— ¿te quedas en mi casa esta noche? —preguntó.

—¡Por supuesto! —exclamó Amaris sin pensarlo.

Luego de bajarse del auto y de que ingresaran a la casa corriendo rápidamente para no mojarse más de lo debido, todo lo que Amaris creyó que pasaría, ocurrió. Su hermano, su cuñada y sus sobrinos estaban en la casa, como siempre, tomando mate con sus padres adoptivos.

Decidió que sería mejor llamarlos así para evitar confusiones y porque tampoco quería rechazar del todo la idea de que aquellos eran sus padres.

Llevó a Mónica a la cocina dejando a Alice en la sala con su familia, cosa por la que sabía que su amiga se quejaría más adelante, pero no importó, quería abrazar a su madre como hacía cuando era pequeña y decirle que la amaba. Cuando estaban a solas le entregó la bolsa con masas dulces que había comprado del trabajo, le dijo que se lo daba así porque no quería que los demás comieran todo de ella y le pidió que esa vez, solo por esa vez, no lo compartiera con nadie.

Mónica la abrazó y le susurró al oído que a pesar de que sabía porqué le daba ese regalo, haría como que no, y aceptaría su muestra de afecto. Amaris sonrió al salir de la cocina porque supo que a pesar de toda la mierda que los pensamientos de su cuñada y de su hermano lanzaban hacia ella, la relación con una de las personas más importantes de su vida, estaba bien otra vez.

Pidió a Alice que la esperara en la sala mientras ella iba a dejar algunas cosas y recoger otras para llevar a su casa, pero su amiga dijo que iría al auto a encenderlo y calentarlo para cuando tuvieran que ir. Mentirosa. Amaris sabía que Alice no aguantaba ni un poco a su familia.

Dejó todo lo que llevaba, agarró una mochila y cargó ropa. Era fin de semana así que decidió que podía quedarse en casa de Alice esos días, llevó su computadora, unos cuadernos donde anotaba todo sobre el libro que estaba escribiendo, su billetera, palpó su bolsillo y sí, definitivamente el celular estaba ahí; buscó un par de zapatos cómodos y unas zapatillas.

Dejó todo encima de la cama y comenzó a cambiarse la blusa mojada, y luego se abrigó. Cuando checó que no le faltaba nada tomó la mochila y bajó a la sala para despedirse.

—Cualquier cosa me avisas —habló Mónica una vez que ella abrió la puerta para salir de la casa.

Cuando estaba a punto de subirse al auto de Alice escuchó un sonido agudo que le erizo la piel. Era el aullido de un lobo, de uno solo, y sintió que no era el mismo que estuvo frente a su ventana tiempo atrás.

—¿Oíste eso? —preguntó a su amiga.

—Sí... —respondió ella con un dejo de temor y confusión— ¡Pero ya métete! —suplicó— Te vas a enfermar si te sigues mojando.

Amaris obedeció, se metió al auto y su amiga comenzó a manejar. Alice ya conocía el repertorio de Amaris así que decidió calmar el aire con un poco de sus canciones favoritas.

—Puedes poner las canciones que a ti te gustan también —comentó Amaris cuando vio que su amiga trataba de colocar una buena canción—, sabes que me gusta el pop, no tanto como el rock, pero lo veo pasable —añadió lanzando una carcajada.

Alice se alivió y puso "My Strange Addiction" de Billie Eilish.

—¿Pasable? —preguntó con una sonrisa de complicidad.

—Oh sí —respondió Amaris asintiendo con la misma sonrisa—, muy pasable.

Ambas rieron y dejaron solamente que la letra de la canción formara el ruido dentro del auto. A Amaris le gustaba esa sensación de paz, le encantaba viajar y escuchar música sin que nadie le dirigiera la palabra, era una combinación perfecta para su mente y corazón.

Pero esa paz no siempre resultaba tan buena como ella deseaba, porque en ocasiones sus pensamientos llegaban a ella haciendo que la ansiedad acompañara su camino, como tal era en esos momentos, en los cuales su mente la transportó al aullido que había escuchado antes de salir de su casa.

Miró al espejo retrovisor exterior y juró haber visto que, entre la espesa lluvia, detrás de ellas, unos ojos rojos brillantes la observaban marcharse por la carretera. No podía ser, estaba lejos de su casa y estaban por cruzar la ciudad, no era normal que un lobo tuviera aquella actitud con ella, y, lo que, es más, no era posible que un lobo así estuviera en aquella zona, porque sabía muy bien que allí no había lobos.

Amaris no entendía lo que sucedía, pero sí sabía algo, aquello no era normal, y, o bien podía ser un juego de su mente, o aquello era tan real que asustaba.

—Alice... —habló por fin rompiendo el silencio entre las dos, su amiga hizo un sonido con la boca indicándole que la escuchaba— háblame por favor —suplicó.

—Creí que te gustaba el silencio —sonrió su amiga sin dejar de mirar el camino.

—Solo hazlo... —pidió Amaris nuevamente. Necesitaba dejar de pensar en aquello que le causaba ansiedad.

—¿Estás bien? ¿Qué tienes? —inquirió Alice con preocupación.

—¡Solo hazlo! —insistió Amaris con frustración.

—Bien, ¡bien! ¡Ok! —Alice levantó los dedos del volante sin despegar las manos, demostrando que se rendía— A ver... Hablarte, pero... ¿de qué? —preguntó nuevamente, pero esta vez sonó más para ella que para Amaris.

—De lo que sea —respondió esta, restregando sus manos en sus pantalones, porque a pesar de que hacía algo de frío debido a la lluvia, las manos de Amaris estaban sudando.

—A ver... —pensó Alice— de lo que sea... ¡ah! ¡Ya sé! —anunció victoriosa— No soporto a tus sobrinos —añadió mirándola y haciendo una mueca.

Amaris no pudo evitar reír ante tal imagen y se sintió calmada otra vez.

—Tengo que admitir que, aunque los amo, a veces yo tampoco —dijo Amaris entre risas— ¿O acaso por qué crees que traje ropa de más? —señaló la mochila que descansaba en el asiento trasero— Ah, por cierto, me olvidé avisarte, me quedaré en tu casa todo el fin de semana —añadió en una risa traviesa mientras se encogía de hombros.

—Quédate el tiempo que quieras —comentó su amiga—, de hecho... —pensó— estaba pensando en rentar una habitación de mi casa a alguna chica para poder compartir gastos, pero, ¿qué dices si te mudas conmigo?

Amaris se lo pensó un buen tiempo, ¿mudarse de nuevo? No sabía si era lo correcto, pero tenía claro que quedarse en la misma casa que su familia no le hacía nada bien, sabía que debía salir de allí y escapar de ese caos en el que vivía, pero... no había pensado en mudarse, al menos no todavía.

—No tienes que darme una respuesta ahora —habló nuevamente Alice, al ver que Amaris no respondía—, solo piénsalo, ¿quieres?

Ella asintió y trató de alejar la idea de su mente por el momento. Quería vivir con Alice, eso implicaba que serían locuras y alegrías 24/7, pero tenía que calcular bien los gastos y todo lo que debería hacer.

—Después de nuestro viaje a la cabaña —dijo al fin—, ahí te daré una respuesta, ¿sí?

Alice estuvo de acuerdo y por lo pronto tomaron el asunto con calma y dejaron de hablar de ello, no hacía falta agobiarse con eso por ahora.

Amaris recordó que no le había respondido a Marcos, y sacó el móvil para hacerlo.

"Estaré en casa de Alice todo el fin de semana, avísame cuando quieras hacer el zoom"

Ni bien lo había enviado, un mensaje sonó en respuesta:

"No te preocupes señorita, disfruta."

Y ya no dijo nada más. ¿Se había enojado? No, él nunca se enojaba, pero quizás solo no podía escribir en ese momento, realmente Amaris no le dio tanta importancia a su actitud y volvió a centrar su atención al viaje que realizaban a la casa de su amiga.

Serían unos días increíbles, o al menos tenía la esperanza de que fueran fantásticos, pero ten cuidado con lo que deseas, porque la fantasía y las aventuras increíbles están más cerca de lo que crees.

Aquel sería un fin de semana de película, con anécdotas que cambiarían las vidas de aquellas jóvenes para siempre, y con un par de ojos rojos que vigilarían hasta el cansancio. 

***

Nota de la autora:

¡Chan, chan, chan, chaaaaan! Jajaja

Nuevamente nos leemos por aquí, lobitos.

 ¿Cómo están? 

¿Qué les ha parecido el nuevo capítulo?  

¿Creen que tengamos una sorpresa realmente impactante en los capítulos venideros?

Los espero por mis redes sociales para que puedan enterarse de las últimas novedades que tenga para ustedes.

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