INDECISIONES
La impotencia y la rabia recorría el cuerpo de Amaris a medida que los segundos pasaban. Sabía que era ella quien había insistido en la verdad, pero no había pensado en cuanto la afectaría conocerla.
No se había movido del centro de su habitación desde que sus padres adoptivos salieron de ella, y la dejaron sola mirando una puerta cerrada. No sabía que pensar, ni qué hacer; quería correr e irse lejos, gritar y odiar a todo el mundo, pero no estaba siendo justa, ni siquiera con ella misma.
De un momento a otro, la fortaleza que había adoptado frente a sus padres se esfumó, y cayó en un dolor absoluto, todo en aquella habitación le recordaba la farsa en la que había vivido por tanto tiempo, y le hacían burla a su realidad.
Avanzó con decisión hacia la cómoda frente a su ventana y con una mano tiró todo lo que encontró al suelo, escuchó como un retrato de su familia caía al piso, y se inclinó a observar la foto que sobresalía del marco, el cual estaba con vidrios rotos. Las lágrimas brotaban lentamente de sus ojos observando la familia feliz de aquella foto, mientras la rabia y el dolor le recordaban en su mente, que nada de lo que había vivido, fue real.
Comenzó a darle golpes con sus nudillos a aquel marco, quería eliminar cualquier recuerdo de la mentira en la que había vivido toda su vida; comenzó destrozando no solo el retrato, sino que también sus manos, ya que, a cada golpe que daba, los vidrios cortaban, y la sangre comenzaba a manchar la foto, el piso, su ropa...
Todo aquello parecía una horrible pesadilla, de la cual, Amaris anhelaba despertar pronto; sin embargo, sabía que no sería así, y debía acostumbrarse a vivirla como su nueva realidad, aún cuando aquello la tuviera muerta por dentro.
Dejó de golpear el recuadro cuando miró sus manos temblorosas bañadas en sangre, y el vacío la inundó, se apartó del lado de la cómoda y avanzó gateando por el suelo, manchando más el piso con su sangre, se recostó por la cama y miró al techo, llorando sin consuelo.
No aguantaba pensar en cuánto estaba cambiando su vida, sentía que los problemas le ahogaban, sentía que el destino había confabulado en su contra para vivir una dramática historia de ficción.
Intentó sujetarse el cabello con fuerza, pero los pequeños trozos de vidrio en su mano le sacaron un grito de dolor al ejercer la presión; la sangre brotó con más intensidad, el dolor interno comenzó a cesar, el dolor externo lo apaciguaba. Observó la sangre en sus manos, y poco a poco aquellas heridas sangrantes provocaron que se empaparan sus muslos, el rojo de su sangre le traía paz, la calmaba, la transportaba en un limbo del cual no quería marcharse.
Poco a poco, la paz inundó su mente, y Amaris comenzó a cerrar los ojos, débilmente comenzó a inclinar la cabeza... su cuerpo... y luego cayó al suelo, provocando un leve sonido, de un cuerpo desmayándose en el piso.
***
Despertó en la mañana cuando la luz del sol se colaba por la ventana, obligándola a cerrar los ojos con fuerza. Amaris se observó las manos, las tenía vendadas. Las cosas de su habitación estaban colocadas en la misma forma que siempre, no había vidrios rotos en el suelo, la alfombra no estaba, y la sangre del piso se había limpiado; todo parecía una pesadilla vivida, y lo hubiera creído así, si no fueran por las vendas que cubrían sus manos, y el dolor que estas ocultaban dentro de ellas.
Amaris se levantó. Después de todo, lo único que le dolían eran las manos, y aunque la sociedad se esmeraba en asegurar que, las mujeres eran el vaso más débil, ella sabía que no era así.
Avanzó decidida hasta el baño, observó su reflejo en el espejo, y vio a una chica delgada, demacrada, con ojeras oscuras y un cabello completamente alborotado; sabía que debía cambiar, debía dejar de verse así, pero no encontraba las fuerzas internas para salir de aquel pozo oscuro y profundo en el cual había caído.
En el interior de su mente, una idea se debatía entre los sentimientos que producía su corazón. Había una forma de obtener fuerzas, de luchar por aquello que le haría bien, y avanzar, sin importar todo lo que se le pusiera en frente. Su madre, su verdadera madre; ella era su objetivo ahora, quería abrazarla, decirle que sabía la verdad y que lamentaba no haber estado más cerca de ella antes, pero ahora tenía la oportunidad, y no iba a desaprovecharla.
Utilizó parte de su tiempo esa mañana para asearse y vestirse de una forma cómoda pero elegante, que le permitiera verse mejor, luego, bajó las escaleras con prisa, y ni siquiera se inmutó cuando su tía, a quien había creído madre por años, le preguntó cómo había estado, o a dónde iba.
Salió de la casa dando un portazo, y comenzó a correr por la acera del pueblo. Necesitaba tomar un autobús para llegar al manicomio donde su madre se encontraba internada, pero la parada más cercana se encontraba a un kilómetro, así que apuró más sus pies; el aire de la mañana le sentaba muy bien, le encantaba sentir como el viento golpeaba suavemente su rostro mientras, sus pulmones tomaban aire a medida que corría. Aquello se sentía como la libertad.
Cuando llegó a la parada, el autobús estaba a punto de salir. Se apresuró a subir, aunque vio que aquel no llevaba al lugar donde ella quería ir; pagó su boleto y le pidió al chofer que la dejara en cualquier lugar del centro, ya que, de allí sería más fácil ir caminando hasta el lugar. Y pensar que, había vivido 3 años de su vida a tan solo cinco cuadras de su madre, y no había ido a visitarla ni siquiera una vez.
Aquel pensamiento, hizo que se sintiera un poco miserable a medida que el vehículo avanzaba. Comenzó a pensar en qué le diría aquella mujer, ¿sabría ella que Amaris era hija suya? ¿Se recordaría aún de ella? ¿La odiaría por no haberla ido a ver durante tantos años? Trató de alejar esas ideas negativas de su mente, y se concentró en lo positivo: tenía una madre con quien podría tener un nuevo comienzo. De ahí sacó sus fuerzas.
Ella había buscado asiento detrás del conductor, y una anciana muy amable se había sentado a su lado. La mujer comenzó a hacerle preguntas, entablaron una conversación muy entusiasmada y Amaris sintió confianza para contarle la situación por la que estaba pasando, la anciana se compadeció de ella y trató de brindarle calma para que pudiera recobrar la relación con su madre.
Al parecer, el chofer del autobús también había estado escuchando la conversación, porque minutos más tarde, Amaris escuchó un anunció que la dejó sorprendida.
—Siguiente parada damas y caballeros, ¡Hospital psiquiátrico San Patricio de las Lomas! — gritó el hombre, y ella se levantó.
Cuando el autobús paró frente al manicomio, Amaris observó al conductor e intentó preguntarle ¿por qué? Pero no podía pronunciar palabras debido a la emoción.
El hombre lo entendió, y cuando ella trató de juntar las monedas para completar el boleto hasta el manicomio, él respondió:
—Cortesía de la casa — sonrió viéndola bajar.
Ella avanzó feliz y decida, gracias al gesto que aquellas personas desconocidas habían tenido con ella. Cuando ingresó al patio de aquel lugar, vio a algunas personas sentadas en los bancos de los jardines acompañados por unos cuantos enfermeros, otros simplemente estaban sentados en el suelo mirando a la nada o jugando con el pasto. Se preguntó si aquel sería su lugar algún día, pero rápidamente abandonó aquel pensamiento, no estaba allí para visionar una vida que se deterioraba, sino que, estaba allí para mejorar su vida, su relación con su madre y también mejorar la vida de la misma.
Se preguntó, ¿sería posible? No la había visto desde hace mucho, y no sabía si su situación mental había mejorado o empeorado. Rogaba que sea el primero, pero necesitaba comprobarlo y no solo estar haciendo especulaciones.
Caminó hasta la recepción y pidió ver a Amalia García, ese era el nombre de su madre, y, por ende, aquel era su verdadero apellido. Amaris Rodríguez se había esfumado, y en su lugar Amaris García apareció; esta chica sería mejor que la anterior, una renovación positiva de su alma.
—¿Relación con el paciente? — preguntó una mujer rellenita y con grandes gafas detrás del mostrador.
—Yo... — las palabras se sentían secas en su boca — soy su hija — comentó después, viendo como aquella mujer se quedaba boquiabierta observándola.
—Así que es cierto — murmuró por lo bajo.
—Disculpe, ¿ocurre algo? — preguntó Amaris con un leve tono de incertidumbre.
La mujer se levantó de su silla y caminó rodeando el mostrador para acercarse a ella, la tomó del brazo, y con una señal le indicó que caminara con ella.
—Amalia ha estado muy nerviosa estos últimos meses, solamente menciona a su hija, grita que quiere verla... — escuchar aquello, provocaba que Amaris se sintiera más culpable — ...nosotros no teníamos ningún dato de su familia. El director del hospital comentó que Amalia tiene una hermana, pero que ella jamás se ha hecho cargo, porque no se llevan bien.
Otro balde de agua fría había caído sobre Amaris. La poca buena relación que tenía con su tía se iba desvaneciendo poco a poco, y solamente quedaban vacíos que ansiaba llenar con su madre.
—¿Qué es exactamente lo que tiene mi madre? Mi tía siempre decía que estaba loca, y que se había puesto así por un hombre que la dañó mucho en el pasado.
Lo que no quiso mencionar, es que aquel hombre, probablemente, era su padre.
La mujer que la guiaba negó con la cabeza ante aquellas menciones.
—Jovencita, el termino "loco" o "loca" no es utilizado aquí, y no es bueno que sea utilizado por nadie — le acarició la mano a Amaris, demostrándole que no la estaba regañando — los pacientes padecen trastornos, y su madre... bueno, lo verá cuando lleguemos.
Aquello no le gustó nada. El hecho de que no quisieran decirle que padecía su mamá le daba un cierto dejo de preocupación, ¿acaso era tan malo? A medida que avanzaban por los fríos y sombríos pasillos, aquella idea se extendía en su mente; escuchar los gritos desenfrenados de algunos pacientes, y los llantos suplicantes de otros, le erizo la piel en un toque de miedo. Su madre no debía estar allí, no importa que no sepa la razón que la llevaba a estar en ese lugar, nadie merecía confinar su vida en un lugar tan espantoso.
Cuando cruzaron un pasillo, el nombre que se visualizaba en el letrero de una puerta, la dejó paralizada: "ESQUIZOFRENIA". Recordó las veces cuando, de chiquita, venían con sus padres y su hermano a visitar a la tía Amalia, recordó cuando ella comenzaba a decirle cosas extrañas a Mónica; solía gritarle que le devolvieran a su hija, que lo llamaran a "él", y un montón de actitudes que provocaron el deceso de las visitas por parte de su familia. Amaris la había llamado "la tía loca" por años, debido a aquellos sucesos desconcertantes que jamás logró entender.
Ahora lo entendía, no era demencia, su madre estaba diciendo la verdad, pero las mentiras de Mónica hacían que todos creyeran que Amalia estaba loca. No podía creer a que nivel habían llegado las mentiras de su tía Mónica, y como una persona que se denominaba a sí misma "cristiana", podía hacer tanto daño a otros.
Caminar por aquel pasillo fue como internarse en una película de terror. A medida que avanzaban, vio por las ventanas a todos los pacientes que estaban encerrados en sus habitaciones por seguridad, tanto de ellos como para los otros. Vio a uno que estaba sentado en una posición un tanto extraña e incómoda para cualquier persona normal, otro estaba gritando, otros simplemente estaban acostados mirando al techo, y otros conversaban con una esquina vacía como si hubiera personas allí. Se preguntó en cuál de todas aquellas características habían catalogado la esquizofrenia de su madre, y si realmente era tan malo como lo que estaba viendo.
Llegaron ante la puerta de una habitación en la cual se observaba a un enfermero atendiendo a una mujer, estaba dándole de comer y ella abría la boca para recibir el alimento, pero no hacía nada más, no se movía, no establecía contacto visual, nada; simplemente estaba allí.
Cuando el enfermero salió de la habitación, la mujer que guiaba a Amaris se acercó a él.
—¿Cómo está? — preguntó.
—Entrando en estado catatónico — respondió el enfermero, dando un último vistazo a la mujer, y luego posó su vista en Amaris — ¿ella quién es?
—Su hija — contestó la mujer.
El muchacho observó a Amaris con detenimiento, y luego volvió a girar la vista hasta la mujer en la habitación.
—Sería de gran ayuda que pudieras hacerla salir de la catatonia, lo único que quiere es a ti — habló éste apuntándola con un dedo, como si con aquellas palabras le recriminara que no hubiera venido a visitarla durante tantos años — puedes pasar, su horario de medicamentos es dentro de 2 horas, así que tienes hasta ese momento — le indicó con la cabeza que ingresara a la habitación.
Cuando Amaris lo hizo, sintió que un vacío y una brisa helada acariciaban su piel. La mujer estaba de espaldas a ella, mirando la ventana que daba al jardín, abrazando sus propios brazos; era delgada, no era muy alta y tenía el cabello de color ámbar igual que Amaris. Ella se contuvo el fuerte impulso que le nació en ese momento de correr y abrazarla, pero no podía hacerlo así, no era lo correcto.
En vez de eso, se quedó estática en su lugar y la llamó.
—¿Mamá? — por un momento creyó que no la había oído, pero recordó lo que el enfermero había dicho. La catatonia era un estado que se daba en personas con esquizofrenia, y las hacía perder el deseo de contactar con el mundo real, perdían la movilidad y solo se dedicaban a una obediencia automática; su madre se encontraba en ese estado, y ella necesitaba ayudarla. — Soy Amaris — añadió al ver que ella no se movía.
Estaba a punto de darse por vencida y pensar que ya no había nada que podría hacer por ella, cuando, cruzando el umbral de la puerta rumbo a la salida, escuchó una voz que le derritió el corazón.
—¿Mi niña? — oyó decirle.
Aquello hizo que Amaris se volteara de nuevo y avanzara junto a su madre, esta vez no le importo si era lo correcto o no el poder abrazarla, simplemente lo hizo, aún cuando ella no se había movido del frente de la ventana, aún cuando ella no la estaba mirando, Amaris vació su alma en aquel abrazo, y pequeñas lagrimas cayeron al suelo en un silencio enternecedor que llenó de tibieza aquella habitación.
—Sí mamá — contestó Amaris — soy yo, tu niña. — pronunció aquellas palabras con un peso en el corazón que comenzó a llenar aquel vacío que había sentido por tanto tiempo.
—Mi niña — repitió Amalia, mientras seguía mirando la ventana, pero esta vez, con algo nuevo, una sonrisa se pronunció en su rostro, era leve, pero esta allí, como una muestra del progreso emocional que necesitaba.
***
Amaris había guiado a su madre hasta la cama de ella y la ayudó a sentarse. Las dos horas habían pasado volando, no hubo cambio de palabras entre ellas, más que las de "mi niña" en algunas ocasiones. Amaris aprovechó el tiempo para observar con detenimiento a su madre, ni siquiera le importó que el calmante que había tomado antes de salir de su casa estuviera perdiendo el efecto, y ahora las heridas en sus manos comenzaran a dolerle nuevamente.
Nada importó. Solo el tiempo entre ellas, y el intercambio de miradas que decían tantas cosas a la vez.
Amaris trato de encontrar palabras concretas para disculparse con su madre, pero no había mucho que pudiera decir, aun así, las palabras "lo siento" y "perdóname" parecieron bastar para que la sonrisa en el rostro de Amalia se extendiera un poco más.
Si hubiera sido por ella, Amaris se hubiera quedado allí mismo con su madre todo el día y toda la noche, pero el horario de la medicina de Amalia había llegado, y Amaris debía irse. Se había marchado de casa sin mediar palabra con nadie y probablemente, aunque sentía un profundo rencor hacia su tía Mónica, sabía que ellos estarían muy preocupados.
Ya no le molestó el hecho de que tendría que caminar un trecho algo largo hasta encontrar una parada de autobús, o que era mediodía y en la ciudad, eso significaba hora pico, es decir, mucho tráfico. Nada importaba desde allí, era una nueva ella, una mujer renovada, ahora tenía un propósito, debía luchar por ella misma y por su madre, para librarla de aquel lugar y darle una mejor vida.
Amaris García sintió que nacía de nuevo, y sus sueños, sus metas y su fuerza, renacieron con ella ese día, a pesar de tantas indecisiones.
***
Nota de la autora:
¡¡Mis lobitos amados!!
Este es un capítulo que me llena de mucha emoción el poder traérselos. Han pasado muchas cosas buenas, y una de ellas es que tengo mi insignia de embajadora wattpad. No saben la alegría que me trae poder involucrarme aún más en la comunidad y poder contribuir mi granito de arena para que nuestra amada plataforma sea un lugar cada vez más seguro y cómodo para todos.
Aprovechando también, este capítulo, es muy especial, porque de aquí en adelante, el cambio personal y económico de Amaris comienza a ponerse en marcha. No estoy diciendo que esperen solo lo mejor, pero siempre habrá sorpresas positivas.
Sé que me tardé con escribirles nuevo capítulo, pero espero le puedan dar el debido amor que se merece, ya que, lo que más ilusión me da, es poder brindarles solo lo mejor. Espero sus comentarios y sus votos mis lobitos. <3
Aullidos a la luna por ustedes.
*ATTE: A.G*
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