De Cabeza

Por las cosas que se había dicho con su amiga hace unos momentos, parecía que Amaris no iba a dar su mejor desempeño en el trabajo ese día; sin embargo, fue totalmente lo contrario, liberar esa tensión y expresarse libremente la colmó de confianza en ella misma. Por lo que, esa mañana, atendió con más alegría a todos los que llegaban al local, incluso trató con extrema amabilidad al señor Domínguez, quien todas las mañanas iba a pedir su café y aprovechaba para decir dos o tres defectos de Amaris.

Podría decirse que ese día todo marchaba de maravilla, tanto que ya hasta era sospechoso. Quizás sea porque siempre que las cosas le iban bien, algo comenzaba a fallar, que empezó a sentir una ansiedad profunda dentro de sí misma, era como un vacío que se extendía por todo su cuerpo, y a pesar de que había un vacío... algo le oprimía el corazón, como si una de esas plantas parásito estuviera absorbiendo la vida que habitaba en ella.

La respiración se le acortaba, el pecho le dolía, sentía una sudoración fría recorrer su espalda, quería gritar y pedir ayuda, pero a mayor esfuerzo, mayor era el dolor que se producía en su interior. No, esto no tenía nada que ver con un simple ataque de ansiedad, Amaris estaba sufriendo un ataque al corazón. A su alrededor las cosas empezaron a verse borrosas, se sentía mareada, y le era casi imposible respirar; con esfuerzo, fue a sentarse a una de las mesas más cercanas.

Escuchó que la puerta del local se abría, pero no se animó a levantarse y mirar, solamente escuchó una voz que le habló, pero el sonido le llegaba lejano, distinguía una voz conocida, masculina, preguntándole si se encontraba bien.

"Cuanta ironía" — pensó Amaris, hasta hace unos minutos hubiera jurado que estaba bien, que el día no podía mejorar, y ahí estaba ahora, ahogándose en su propia miseria humana.

— No... no me... siento... bien... — dijo entre suspiros Amaris, dando oportunidad a que su cuerpo consumiera la poca energía que le quedaba haciendo que se desmayara.

Cuando abrió los ojos vio a un doctor que la estaba examinando en la cafetería, ella seguía acostada en el suelo, ahí donde se había desmayado, más atrás del doctor, vio a dos hombres, a uno de ellos lo conocía, era quien le había preguntado si estaba bien, era el dueño del local; al otro... no, al otro definitivamente no lo había visto nunca, tenía buen porte, se vestía con un traje que parecía muy caro, y observaba más que todo al local, parecía como si la chica no le importara en lo más mínimo, no, su interés estaba en el local.

— ¿Sueles tener estos ataques? — preguntó el doctor guardando su estetoscopio en el maletín.

— No, es la primera vez que me pasa — respondió Amaris sentándose en el suelo.

— Por lo que veo, tal parece que has sufrido un leve ataque al corazón.

— ¿Leve? — La cara de desconcierto de Amaris, en otras circunstancias, hubiera sido muy cómica — ¡Me desmayé! ¿Cómo puede ser eso leve?

— En mi experiencia como doctor, he visto personas morir a causa de un ataque al corazón, Y SÍ señorita, en su primera vez — se apresuró a añadir el doctor al ver que Amaris estaba a punto de replicar.

— ¿Y bien doctor? ¿Qué le recomienda? — preguntó el dueño del local.

— En vista de que es la primera vez que sucede, puede haber varios factores involucrados como causantes de este evento, tales como, la sobrecarga de estrés. Mi recomendación es que guarde absoluto reposo por una o dos semanas, y por favor, vaya a mi consultorio pasado mañana, necesito hacerle unos estudios para tener un diagnóstico más conciso — Después de decir todo eso se retiró con mucha calma.

— ¡Doctor! Espere — llamó con fuerza Amaris — no me ha dicho cuanto le debo.

Pero en ese momento, el dueño de la cafetería la interrumpió.

— Amaris, yo pagaré los gastos médicos, y también los estudios que vayas a realizarte.

— ¿Qué? ¿Por qué? — la verdad es que, si era desconcertante tanta amabilidad por su parte.

— Todo a sucedido dentro de mi local, y me veo obligado a hacerlo, además, me siento un poco culpable porque aquí dentro quizás te he puesto bajo demasiado estrés.

— Bueno... pues, gracias, pero créame que he dado lo mejor de mí aquí — Amaris no sabía la razón, pero ese hombre que estaba con ellos en la tienda la intimidaba un poco.

— Lo sé, y eso es algo que debo agradecerte, has cuidado muy bien de este local y no tengo ninguna queja de ti, definitivamente has sido mi mejor empleada — la forma en como dijo aquello le produjo una sensación extraña a Amaris, era como si toda la sangre que había en sus venas se convirtiera en hielo.

— Disculpe señor, pero... ha dicho usted ¿"has sido"? — preguntó con miedo.

— ¡Oh sí! Cierto que con todo lo que ha pasado hace un momento me olvidaba de presentarte a alguien — se acercó al hombre que estaba cerca de él y dijo: — este es el señor Miguel Larrosa, es el nuevo dueño del local.

"¿NUEVO DUEÑO? ¿QUÉ? ¿Y LO DIJO ASÍ TAN SIMPLE? Oh Amaris, he vendido la tienda, posiblemente tengas un jefe insoportable, te pague menos de la miseria que yo te pagaba y tu vida aquí sea una verdadera tortura, pero ¡mira! es el, el señor florecitas". — En ocasiones, si Amaris dijera todo lo que pensaba, quien sabe lo que pasaría en el mundo, pero afortunadamente en vez de decirlo, solo se limitó a sonreírle al señor Miguel.

— ¿Nuevo dueño? Pero señor... no puede vender la tienda — Amaris no era ella si no replicaba, aunque sea un poco.

— Ya lo he hecho — respondió este con tanta calma que a Amaris le tentaba la idea de darle una patada.

— Pero... ¿por qué? — preguntó levemente mirando sus pies, tanto, que pareciera que la pregunta se la hacía a sí misma.

— Debo mudarme de nuevo a Alemania, mi esposa está enferma y seguirá su tratamiento allí, el señor Miguel, cuando supo que debía marcharme, me ofreció comprar la tienda ya que quiere abrir su consultorio odontológico aquí. — Tal parecía que él estaba muy feliz con los negocios que había hecho.

Consultorio odontológico, vaya, eso significaba que ella debía irse, la idea la aturdió, tan solo en la mañana sentía que todo era hermoso y especial, y ahora... todo se había puesto de cabeza.

— No quiero que pienses que te dejaré sin empleo, así como así — añadió al ver que Amaris no respondía y solo se quedaba ahí, mirando sus pies. — tengo aquí el cheque de tu liquidación — se lo extendió para que lo agarrara - con la suma que te doy podrás vivir bien hasta que encuentres un nuevo empleo, eres joven, eso no será un problema para ti. — Y terminó de decir eso, aún con el cheque tendido, esperando que ella lo agarrará.

Finalmente, Amaris tomó el cheque, si era una suma considerable, más la idea de quedarse sin empleo le retumbaba los oídos como si tuviera un panal de abejas dentro, se levantó, se quitó el delantal que tenía puesto, lo puso en la mesa más cercana y miró fijamente a su ex jefe.

— Se equivoca señor, para una joven como yo es aún más difícil conseguir empleo, por factores tan variados que, aunque se lo explicara, una persona con su posición, no lograría entender — y luego de decir eso, se despidió con dos cabezazos y salió del local.

Al salir, eran aproximadamente las 11:40 del mediodía, hacía un calor exagerado, el bullicio de las personas saliendo de su trabajo para ir al almorzar y los niños yendo a casa después de la escuela se perdían tras el caos que se producía en la mente de Amaris. Todo había pasado tan rápido, que Amaris sentía estar caminando sobre nubes, no sentía ni siquiera su propio cuerpo, y el único peso que sentía era el de todos sus pensamientos y emociones que se acumulaban a medida que avanzaban los minutos.

Inconscientemente, mientras subía las escaleras para ir a su departamento, sacó el celular y marcó un número.

— ¿Mamá? — preguntó cuando oyó que alguien contestó.

— Hola mi niña, ¿Cómo estás? — mi niña, así le decía su mamá, no importaba la edad que ella tuviera, su madre siempre la vería como su niña chiquita a la que debía proteger.

— Bien — respondió desganada — sabes, quería comentarte algo, acabo... de perder el empleo — decirlo, el simple hecho de aceptarlo, la dejó por el suelo, se quedó sin ganas de seguir caminando, así que se sentó en un escalón de espaldas a la pared y mientras oía las palabras que decía su madre para consolarla, las lágrimas caían silenciosas por su mejilla.

— Yo sé que todo va a estar bien — decía su madre — vas a ver que es temporal y vas a conseguir otro trabajo, no te preocupes tanto.

— Oye mami — hacía un gran esfuerzo para que ella no se diera cuenta que estaba llorando, a pesar de que la voz entrecortada no le ayudaba mucho — yo quería preguntarte si uno de estos días podía ir y que me dieras un poco de lo que plantan en la huerta de casa, aquí son un poco caros y hasta que no consiga trabajo... no puedo darme el lujo de malgastar mi liquidación — pedir era algo que le causaba mucha vergüenza a Amaris, siempre quiso ser autosuficiente, sin embargo, en las circunstancias en las que se encontraba ahora... no tenia de otra.

— Ven a casa a buscar lo que necesites y ya luego vemos como solucionamos cualquier cosa que te pueda faltar, por el momento no te preocupes.

"Vemos como lo solucionamos" esa siempre era la frase que decía su familia cuando a uno de ellos le surgía un problema. Si había algo de lo que Amaris no podía quejarse nunca, era de la unión familiar que había siempre en su casa. Terminó de hablar con su madre, y hundió la cabeza entre los brazos, mientras sollozaba pensando que haría después de eso; no le importaba la hora, no le importaba si las personas que pasan por ahí la veían como una loca, no le importaba si se quedaba sentada ahí por siempre, en ese momento, solo importaba el silencio mental que quería obtener.

Su único objetivo en toda la tarde, estando sentada en las escaleras, era callar a sus pensamientos, los cuales la atormentaban, culpándose, cuestionándose y preocupándose por aquello que venía y de cómo iba a manejarlo. Para cuando fijó su vista en la hora se dio cuenta que eran aproximadamente las 19:40 hs, estuvo ahí toda una tarde, pero ya era hora de avanzar, esa desesperanza y vacío que sentía la acompañarían también en su habitación, así que era mejor subir; suspiró profundo, miró hacia arriba y vio las escaleras que aún le quedaban por subir, no le quedaba de otra más que ponerse las pilas y caminar para llegar a su departamento.

Una vez llegó, se sacó los zapatos, dejó el celular, las llaves y el cheque que llevaba en el bolsillo sobre una mesa, agarró su toalla y se metió a duchar. Esa noche no importaban muchas cosas, por ejemplo; que hora se dormía, si cenaba o no, si ponía o no el despertador, lo único que le importaba a Amaris era quitarse de la cabeza esa sensación inútil de desesperanza.

Mientras estaba desnuda bajo la ducha, sintiendo el agua recorrer su piel, cerró los ojos, mandó la cabeza hacia atrás, y dejó que el agua le cayera en la cara; esa sensación fresca, la ayudó a aclarar sus pensamientos, comenzó a pensar nuevamente, sí, pero esta vez de forma correcta, había dicho que deseaba la oportunidad de hacer algo nuevo, algo realmente significativo en su vida, y ahora... tenía esa oportunidad, debía aprovecharlo como fuera. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top