Capítulo 21: El sacrificio al Señor del Bosque
Capítulo 21: El sacrificio al Señor del Bosque
Desperté tendido en el suelo de una fría celda, con la cabeza embotada y sangre seca en la cara. Me dolía el cuerpo de la paliza, pero aún más el alma por todo lo que había vivido.
La desaparición de Thomas.
La aparición de la torre.
El descubrimiento de sus horrores.
Mario Giordano.
Los niños.
La bruja.
Y después Marc Gadot y los aldeanos.
Tal había sido la cantidad de acontecimientos que se habían ido encadenando en las últimas horas que apenas era capaz de ordenarlos. En parte porque estaba abrumado, pero también porque sospechaba que me habían sedado. La última hora había sido extraña, llena de confusión y de imágenes borrosas, hasta mi despertar. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dónde estaba?
¿Qué había pasado?
Demasiadas preguntas sin respuesta. Lo único que tenía claro era que Marc Gadot había ordenado a sus hombres que nos apresaran. Nos habían arrancado a Mario y a los hermanos de las manos, y después nos habían reducido a golpes. Sobre todo a mí, pero también a Tyara.
Tyara...
—¡Tyara!
Me incorporé y busqué a mi alrededor. Me encontraba en una celda pequeña, de forma rectangular y rodeada de gruesos barrotes metálicos en la que tan solo había un banco y un retrete. Y ella no estaba allí. Por suerte, no tardé en localizarla. Incluso estando prácticamente a oscuras, con tan solo la luz fluorescente de emergencia de las escaleras iluminando el sótano, vi su cuerpo tendido en el suelo, no muy lejos de mí. Estaba en la celda contigua, con el rostro cubierto por el cabello y las manos llenas de sangre.
Corrí hasta los barrotes y metí el brazo entre ellos, tratando de alcanzarla. Estaba lejos, a más de dos metros de mí, pero incluso así necesitaba tocarla.
Estaba tan quieta...
—¡Tyara! —volví a gritar.
Despertó a la cuarta llamada, aturdida y con un profundo dolor de cabeza. Se incorporó con lentitud, llevándose la mano a la sien, y al levantarse y apartarse el cabello mostró que tenía la cara en perfecto estado. Las manchas de sangre aún seguían allí, enmarcando los puntos donde había sido golpeada con violencia, pero ya no había ni rastro de sus heridas.
Su magia, una vez más, había obrado un milagro.
Permaneció unos segundos sentada en el suelo, tratando de orientarse, hasta recuperarse lo suficiente como para verme. Entonces se incorporó y, de rodillas, se arrastró hasta donde me encontraba, para poder abrazarme a través de los barrotes.
Pude ver el horror en sus ojos al verme la cara.
—Dios mío, Lobo... —musitó—. No te muevas.
Sus manos alcanzaron mi rostro, donde su poder rápidamente se desató, llenando de energía y sanación mi cuerpo. Podía sentir mi organismo reaccionar ante su llamada, sellando los cortes y curando las heridas para dejar solo marcas como recuerdo. Era curioso cómo, incluso débil y aturdida, sus poderes no se debilitaban.
—¿Estás mejor? —preguntó poco después, sin apartar la mano de mi rostro. Apretaba los dedos alrededor de mi mandíbula, moviendo en suaves círculos mi cara para comprobar el estado de las heridas—. Parece que ya está... ¿y el cuerpo? ¿Te duele? Lo último que recuerdo es que mientras que un policía te sujetaba, otro no paraba de darte puñetazos...
La imagen acudió a mi mente en forma de fogonazo. No recordaba el rostro del agresor, pero sí las sombras de las decenas de habitantes que lo rodeaban. Gadot no había acudido a la llamada de la bruja solo precisamente.
La bruja...
Me levanté con rapidez y corrí hasta el otro extremo de la celda para tratar de ver cuanto abarcaba la sala. Había otras tantas celdas, pero todas estaban vacías.
—¿¡Mario!? —grité—. ¡Mario!
Mi voz resonó por todo el sótano sin obtener respuesta. No había ni rastro de Mario, ni tampoco de los otros dos niños. Marc Gadot había ordenado a una de las mujeres que le acompañaban que los cogiera y, aunque ellos habían intentado escapar, habían acabado siendo cazados por los aldeanos.
—No están —se lamentó Tyara—. Hemos estado tan cerca... Dios, Lobo, tan, tan cerca...
—No te des por vencida: esto aún no ha acabado.
Pasaron varias horas antes de que nadie acudiese a nuestro encuentro. Largos e inacabables minutos en los que Tyara y yo permanecimos juntos, cogidos de la mano y con los hombros apoyados el uno en el otro. Habíamos tratado de salir de todas las maneras posibles, pero ni la cerradura cedía, ni contábamos con ninguna herramienta con la que forzarla. Además, estábamos agotados. La subida a la montaña sumada a su desenlace era una pesada carga que no era fácil de gestionar. Ambos necesitábamos dormir unas cuantas horas, pero no nos atrevíamos a cerrar los ojos.
No sin saber cuál sería nuestro destino.
A pesar de todo, confiábamos en que Cat y Thomas estarían bien. Cabía la posibilidad de que los hubiesen detenido, por supuesto, pero el que no estuviesen allí era esperanzador. Conociendo a mi hermana, habría encontrado la forma de escapar. De hecho, hasta cabía la posibilidad de que nos rescatase. No obstante, no podíamos depender de ellos. Nuestras vidas y las de los niños estaban en juego, y aunque por el momento no podíamos hacer otra cosa que esperar, llegado el momento no me iba a quedar de brazos cruzados. Lycaenum iba a pagar caro lo que nos había hecho.
Lo iba a pagar muy caro.
Llegado el amanecer, la luz de la mañana se coló por las escaleras, devolviendo parte de la claridad perdida al sótano. Sospechaba que nos encontrábamos en el subterráneo de la comisaría, pero no fue hasta la aparición de Marc Gadot acompañado por el comisario, Luis Meira, que no tuve la certeza de ello.
Los observamos acercarse en silencio. Mientras que el policía se quedaba en la escalera, con la mirada esquiva y la expresión severa, el alcalde recorrió el sótano hasta alcanzar la parte delantera de nuestras celdas, donde se detuvo para observarnos desde sus casi dos metros de altura. Seguidamente, al ver que no nos levantamos, optó por acuclillarse y quedar así a nuestra altura. Y para sorpresa de ambos, ni había rabia en su mirada, ni tampoco reproche. Había algo muchísimo peor: tristeza.
—Os lo pedí —dijo con amargura—. Os lo pedí con buenas palabras, pero no, tuvisteis que quedaros. Tuvisteis que seguir... Dios, me estáis obligando a hacer cosas que no quiero hacer. Cosas que me horrorizan, pero no me dejáis más opción... —Hizo un alto—. Meira, déjanos solos.
Sentí miedo por Tyara al ver al policía retirarse escaleras arriba y al alcalde ponerse en pie. Marc retrocedió un paso y se llevó la mano a la cintura, de donde creí que iba a sacar una pistola. De hecho, ambos lo creímos, con la diferencia de que, mientras que a ella el pánico la paralizó, a mí me hizo reaccionar. Despertó al superviviente que había en mí.
Me incorporé a la velocidad del rayo y me abalancé contra los barrotes, logrando cogerle de la muñeca antes de que tuviese tiempo a retirarse. Acto seguido, cerré las manos alrededor de su brazo, a la altura del codo, y tiré con violencia hacia el interior de la celda, provocando que su cuerpo se estrellara con los barrotes.
Marc gritó de dolor y yo volví a tirar de él. Tiré con todas mis fuerzas y el alcalde volvió a golpearse... pero solo una última vez. Con el brazo dentro de la celda, Gadot aprovechó la postura para aferrarse a mi codo y, con la fortaleza de un cuerpo musculoso y descansado, contratacó. Tiró de mí, imitando mi propio ataque, y choqué de costado los barrotes. Tal fue la violencia del golpe en las costillas que grité.
Grité mucho.
Después caí redondo al suelo, en shock. Seguramente fuese por mi estado de debilidad, o por las circunstancias, pero nunca me había dolido tanto nada. Por suerte, no llegué a perder la conciencia. Permanecí unos segundos tendido en el suelo, desvanecido, hasta que los gritos de Tyara lograron hacerme reaccionar. Parpadeé, recuperando el control de mi propio ser, y me incorporé con lentitud.
Al otro lado de los barrotes, Gadot había sacado algo del bolsillo del pantalón, pero no era un arma precisamente.
—Buen intento —me dijo, con la mano apoyada en el hombro dolorido—, pero no tienes nada que hacer contra mí, Monfort. Estás en inferioridad de condiciones.
—Por suerte para ti —repliqué, poniéndome ya en pie. Me palpitaba el cuerpo y la cara en los puntos en los que había chocado con el metal.
—No te voy a culpar por ello, en tu lugar yo habría hecho lo mismo —prosiguió Gadot.
Abrió las manos para mostrarnos que, en realidad, lo que iba a sacar era un medallón de madera. Un amuleto en apariencia que dejó en el suelo, al alcance de Tyara, para que ella pudiese cogerlo cuando considerase oportuno.
Se le llenaron los ojos al reconocerlo.
—¿Dónde está Mario? —preguntó—. ¿Qué le habéis hecho?
—Está bien —respondió Marc—. Es un chico afortunado, el Señor del Bosque no lo quiere. Por desgracia, la bruja sí que parece tener interés. Por un instante creí que le liberaría, pero me temo que no. No ha tenido suerte.
—¿El Señor del Bosque? —repetí, sintiendo vértigo ante su mención—. Dime que no es verdad lo que ahora mismo estoy pensando, Gadot. Dime que no sois unos malditos paletos anclados en las viejas costumbres.
No pudo negarlo. Quizás podría haberlo intentado, pero no lo hizo. No tenía sentido.
No después de haber visto la torre.
No después de haber visto a la bruja.
El rostro del alcalde se ensombreció.
—Jamás los entenderíais —dijo, cruzándose de brazos—. No sois de aquí, no sabéis lo que pasa en Lycaenum... no sabéis nada. ¡Esta tierra está maldita! Somos prisioneros de esos seres: son nuestros dueños y señores. Ellos exigen y nosotros tenemos que cumplir. ¡Tenemos que obedecer! De lo contrario no habrá futuro para nosotros. No habrá Lycaenum al que volver.
—¿Y por eso ayudáis a esa bruja a matar críos? —grité con rabia. Las palabras me ardían en la garganta—. ¿Para complacerlos? ¿Para evitar un futuro peor? ¡Sois unos degenerados!
Marc Gadot escuchó mis acusaciones en silencio. Tenía la culpabilidad grabada en el semblante, pero también la determinación. Mis acusaciones no eran falsas, pero a su modo de ver, tenían respuesta. Tenían explicación.
Una explicación que se prometía tan repugnante como todo cuanto estaba pasando.
Era imposible de creer, pero insoportable de vivir.
—Sé lo que puede parecer. Sé que ahora mismo debéis pensar que estoy siendo cruel, que soy un monstruo, y puede que tengáis razón, pero todo lo que hago es necesario. ¡El Señor del Bosque estaba devorando a nuestros hijos! ¡Los estaba matando uno a uno! Cada mes nos obligaba a entregar a uno en sacrificio. Uno tras otro, uno tras otro... de lo contrario, todos moriríamos. ¡Todos! ¡Todo Lycaenum! —Gadot negó con la cabeza—. No tuvimos otra opción... no había otra alternativa. Y sé que es cruel, pero no tenéis la menor idea de lo que es ver morir a todos los niños de tu alrededor.
—¿Incluida tu propia hija? —preguntó Tyara, apretando los puños—. Es por ello por lo que la perdiste, ¿verdad? La entregaste a ese ser.
Los ojos de Gadot se llenaron de lágrimas cuando asintió. Incluso siendo un monstruo repugnante, tenía sentimientos. Pocos, pero los tenía.
—Llevamos ya muchos años sufriendo su maldición... su crueldad, y no hay manera de que esto acabe. No se puede parar.
—¡Matadlo! —exclamé, apretando con fuerza los barrotes—. ¡Matadlo y acabad con la maldición de una vez por todas!
—¿Acaso crees que no lo hemos intentado? —Negó con la cabeza con amargura—. El Señor del Bosque siempre ha protegido Lycaenum. Lleva siglos haciéndolo. Existe un pacto sagrado entre el pueblo y las montañas por el cual cada mes los aldeanos entregaban un sacrificio a la bestia. A veces era caza, otras veces parte de la cosecha... otras amuletos u objetos sagrados. El Señor del Bosque siempre los aceptaba de buena gana: la bruja celebraba el sacrificio en el Lago Rojo y nos bendecía con su protección. —Apretó los puños con impotencia—. Siempre fue bondadoso y piadoso. De hecho, Lycaenum ha sobrevivido durante muchos siglos gracias a él. Sin embargo... —Marc apartó la mirada—. Todo cambió hace veinte años. Las ofrendas dejaron de satisfacerle... para él ya no era suficiente la muerte de un animal o la quema de verduras. Él quería más... él quería sangre. Quería venganza.
—¿Venganza? —preguntó Tyara con confusión.
Gadot desoyó su pregunta.
—Empezó a atacar al pueblo, arrastrando a varios de sus habitantes hasta el bosque para destriparlos y devorarlos aún con vida. Podría haber arrasado con los campos y con las granjas, pero no: quiso hacernos daño. Quiso castigarnos de verdad, y empezó a darnos caza. Nosotros no entendíamos el motivo, pero pronto Beatrix nos hizo saber los deseos del Señor del Bosque... nos transmitió las condiciones del nuevo Pacto, y lo que dijo nos dejó helados. Estaba furioso con nosotros. Estaba muy furioso y quería venganza. Quería castigarnos con nuestra destrucción, y la única manera de evitarlo era entregándole nuestro mayor tesoro: la vida de nuestros hijos. Cada mes, un alma.
Hizo una pausa para respirar hondo, le ardían las palabras en la garganta, pero aún más los sentimientos y los recuerdos.
—Intentamos acabar con él, pero no lo logramos —prosiguió—. El espíritu del bosque no puede morir. Éramos conscientes de ello, pero incluso así lo intentamos. Estábamos desesperados. Cogimos nuestras armas y salimos en su búsqueda. Por desgracia, nos estaba esperando. Sabía que íbamos a enfrentarnos a él y cinco hombres murieron en la expedición. Murieron de la forma más cruel posible... creo que Beatrix nos traicionó. —Chasqueó la lengua—. Viéndonos contra las cuerdas, decidimos abandonar Lycaenum. Íbamos a dejarlo todo y empezar desde cero. Lamentablemente, no nos lo permitió. Cuando íbamos a salir, provocó que una terrible ventisca de nieve y pasamos tres meses aislados. Tres largos meses en los que fueron casi una docena de personas las que murieron. No pudieron soportar el frío... no sobrevivieron a sus ataques. —Suspiró con amargura—. No nos dejó más alternativas: tuvimos que aceptar sus condiciones: una vida al mes en señal de buena voluntad.
Un alma al mes. Gadot no podía disimular la tristeza que despertaba aquel acuerdo en él. Aquella decisión le había marcado de por vida, pero incluso así, incluso con ese pesar, se mantenía firme en su postura. Consideraba que era la mejor solución para la supervivencia del pueblo y no iba a dar su brazo a torcer.
Todo por Lycaenum.
—Estáis totalmente locos... —murmuré, incapaz de creer lo que estaba escuchando—. Pero como una jodida cabra.
—Puede, pero ¿qué otra cosa podíamos hacer? ¡Estábamos condenados igualmente, así que decidimos tratar de sobrevivir de la mejor manera! Un pacto con el diablo lo llamaban algunos, yo, sin embargo, lo veo de otra manera. Condenamos a unos para que otros vivan, para salvarlos. En el fondo, son héroes. —Hizo una pausa—. Durante diez años fuimos entregando a nuestros pequeños para morir. Uno tras otro, sin excepción, hasta que le tocó a mi familia. A mis niñas. —Cogió aire—. No os hacéis a la idea de lo que se siente cuando es su nombre el elegido. Cuando sabes que no has podido salvarlos... cuando sabes que es probable que encuentres su cadáver flotando unos días después. —Respiró hondo—. Aquella fue la última vez que entregamos a uno de los nuestros. El Pacto seguía en pie y debíamos alimentar al Señor del Bosque, pero me negaba a que siguiesen muriendo los niños de Lycaenum.
—Entonces decidiste mirar fuera —comprendió Tyara—. Cambiasteis a los niños de Lycaenum por los de los orfanatos de los alrededores. Niños sin familias que nadie reclamaría... niños sin recursos.
Marc asintió con gravedad.
—Niños, sin más, daba igual su origen... pero sí, los de orfanato siempre fueron los más fáciles de obtener. —Endureció la expresión—. Le planteamos la idea a Beatrix y estuvo de acuerdo. El Señor del Bosque no lo aceptaría... pero no tenía por qué saberlo.
—¿Y os ayudó? —pregunté con sorpresa—. ¿La bruja está de vuestro lado?
—Siempre lo estuvo —sentenció Marc—. Beatrix es el auténtico espíritu protector de nuestro pueblo. Ella vela por nuestros intereses y nos protege, así que en cuanto le propuse buscar fuera, aceptó. Y al principio la acompañábamos, pero después... —Negó con la cabeza—. Después empezó a hacerlo ella sola... hasta ahora. Nunca entendí el motivo hasta que apareció Mario. Creía que lo hacía por morbo, para salir de su torre, pero lo cierto es que le estaba buscando. Le buscaba desde hacía décadas. ¿El motivo? Lo desconozco, pero es evidente que lo quiere para algo. Al fin y al cabo, es al único que quiere para ella, así que alguna explicación tiene que haber. Lamentablemente, dudo que nuca lo sepamos. —El alcalde entrecerró los ojos, pensativo. Su mirada seguía cargada de oscuridad, pero ahora que se había liberado, parecía más aliviado—. Y ahora ya lo sabéis, por desgracia, no os va a servir de demasiado. Os dije que os fuerais, a vosotros y al resto de padres desesperados que han ido apareciendo por aquí. —Negó con la cabeza—. Ojalá me hubiesen escuchado... ellos, vosotros: todos. Muy a mi pesar, ya no hay vuelta atrás. Al Señor del Bosque no le gusta la sangre de los adultos, pero supongo que algo le saciará. —Hizo un alto para coger aire—. Solo espero, por su propio bien, que los otros dos hayan decidido dejar Lycaenum para siempre. Bastante me va a costar soportar el peso de dos muertes más como para tener que añadir también las suyas. —Gadot retrocedió unos pasos—. Disfrutad de estas últimas horas juntos, esta noche volveréis al bosque.
...
No es casualidad que este capítulo salga el día de Sant Jordi :) Para los que conozcáis la leyenda, sabréis perfectamente que Lobo tiene cierta inspiración en ella............ :) Lo de los sacrificios de humanos a los monstruos nos gusta mucho a todos, ¡y a los dragones también!
Feliz Sant Jordi a todos, una de las fiestas más bonitas de Cataluña.
¡Libros para ellos (y ellas), y rosas para ellas (y ellos)!
Muak.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top