Corre...(8)
Miro las frondosas copas de los árboles cubiertas de nieve. Siento la brisa fría en mis brazos.
No tenía ni idea como había llegado al bosque, descalza y en una simple bata de dormir. Mis pies arden por la nieve bajo ellos y los dedos de mis manos empiezan a entumecerse.
—Corre, Eira —miro a mi alrededor en busca del propietario de esa voz —.¡¡Corre!!
Sin saber quién me ordenaba, comiendo a correr con todas mis fuerzas. Miro hacia atrás asustada, pero solo puedo escuchar como las ramas de los árboles se mueven de forma terrorífica y mis pies dejan huellas sobre la nieve.
Huellas llenas de sangre.
El terror me carcome al darme cuenta de que mis pies están manchados de sangre al igual que mi bata.
—Corre, es divertido verte hacerlo —carcajadas hacen eco en todo el lugar—. Este juego de cazador y presa me encanta.
Sigo corriendo, hasta salir a lo que parece ser una inmensa pradera cubierta de nieve. Su extensión es tan grande que no consigo ver el final.
Mi cabello está húmedo. Siento el peso de algo contra mi pecho. Es mi collar, el que se supone debía protegerme.
—¡Boo! —suelto un grito al sentir como alguien me toma por de tras y dobla mi cabeza hacia un lado—. Si te destruyo a ti, lo destruyo a él.
Percibo su respiración en mi cuello y luego su lengua lamer desde mi hombro hasta detrás de mí oreja.
Por instinto levanto mis manos con la intención de alejarlo de mí. Empujó su rostro con todas mis fuerzas, pero es inútil.
Hasta que topo con su boca y puedo sentir sus grande colmillos.
—Es hora de morir —anuncia apartando mis manos—. Salúdame a tu madre, allá arriba.
Despierto y de inmediato me siento en la cama.
Llevo mi mano hacia mi pecho en busca del collar, pero lo único que encuentro es a mi corazón latiendo a toda fuerza. Toco mi cuello en busca de alguna herida, pero toda parece normal.
—Ha sido sólo un sueño —me susurro poniendo de pie.
Me calzo mi botas, tomo mi bolso y salgo del cuarto a toda prisa.
Rebuscó mi celular y miro la hora.
8:27 AM.
—¡Mierda! Es tarde —suelto bajando las escaleras rápidamente.
—¡Buenos Días! —Exclama Milka, pero yo solo le miro con el ceño fruncido-. O tal vez, no tan buenos.
Suelto un resoplido y me acerco a la mesa en la que comparte el desayuno con su madre.
—Lo siento, sabes que soy de los que sufre de mal humor mañanero —confieso sentándome en la silla a su lado—. Además voy tarde al taller, necesito cambiar la ruedas de mi auto antes del invierno.
—Al menos desayuna, no quiero que Leila me llame para avísame que te desmayaste por falta de comida —objeta, Milka con tono demandante.
—No tengo hambre.
—O no. No me vas a salir con esas Eira Blest, tú siempre tienes hambre —señala colocando frente a mí, un par de tostadas—. Come o prometo que yo misma las meteré a tu boca y te obligaré a tragarlas.
—Me gustaría ver que lo intentes —reto con una ceja arqueada.
—No me retes —advierte, antes de darle un trago a su café.
—Si no tengo mi café, no comeré las tostadas —informo empujado el plato hacia el frente.
—Yo te lo traigo, cariño —avisa Sulay apunto de levantarse de la mesa.
—No gracias, prefiero que lo haga Milka.
—De verdad que eres imposible —musita la pelinegra, mientras se dirige a la cocina—. Solo lo hago porque no quiero que mueras por desnutrición.
Sonrió y le doy una mordida a mi tostada con mantequilla.
—Eira, sé que no te gusta hablar mucho de tu vida, pero ayer por la noche me quede preocupada —dice Sulay.
Le miro unos segundos, antes de bajar la vista hacia mi plato.
—Estoy bien, fue solo un día agotador.
La mujer me examina con la mirada y justo cuando va a decirme algo más, el golpe de una taza contra la mesa la interrumpe.
—Tu café -señala Milka, dejándose caer en su silla—. Ahora bébelo.
—Claro —respondo con una sonrisa burlona.
Le doy un par de tragos a mi café y me levanto de mi lugar.
—Debo irme, Kenneth me esperaba, voy medía hora tarde —aviso.
—¿Vendrás después? —pregunta Milka.
—No lo sé, tengo cosas que hacer en casa —comunico cerrando la puerta del bar.
Abro mi bolso y saco mis llaves. Entro al auto y suelto un suspiro cansado, mientras hato mi cabello con una goma.
Mal despertar, mal día.
Eso me lo decía mamá siempre que me levantaba sin ánimos. Y también recuerdo las veces en las que me repetía que sí sentía que el día no iba ha ser bueno, solamente debía poner una sonrisa y ser positiva.
—Se positiva, se positiva —me susurro una y otra vez.
Enciendo el auto y comienzo a conducir hacía el taller. Veinte minutos después ya estoy dentro del local de Kenneth.
—Lo siento, en mi defensa Milka me obligo a desayunar —el mecánico ríe.
—No hay problema, sal del auto y los chicos y yo empezaremos con el cambio —asiento y hago lo que me pide.
—¿Crees que tengas problemas si vuelvo en un rato? —pregunto colgando mi bolso en mi hombro.
—No, para cuando vuelvas tu auto ya estará listo —responde caminado hacia su caja de herramientas.
—Gracias.
Salgo del taller caminado con destino a la única clínica odontológica de Coulant. Necesitaba ver a Gregory, las cosas no estaban del todo bien entre nosotros y me preocupa perderlo.
Cuento cada paso que doy, tratando de no concentrarme en la pesadilla, ni en mí deseo de volver con Kenneth y observar tan interesante trabajo que implica un cambio de ruedas.
Cómo si se tratara de una película, una frisa fría corre y golpea mi rostro con suavidad. De inmediato me recuerdo a mí, corriendo por la fría nieve.
Jamás había tenido una pesadilla tan extraña. No entendía el por qué mi mente se había empeñado en crear un delirio en donde la sangre y la nieve parecían tener el papel principal.
¿Y si mi propia mente intenta decirme algo?
—¡Qué estupideces! Ahora si persiste la poca cordura que te quedaba, Eira.
Me detengo frente a la clínica. Tal vez no era buena idea hacer vendido, pero lo importante que Gregory es para mí, me impulsa a tomar este tipo de decisiones.
—Dayana, ¿se encuentra gregory? —pregunto a la recepcionista, quien al verme sonreí.
—Sí, está dentro del consultorio, iré a avisarle que estas aquí —responde, dispuesta a ir en busca de su jefe.
—No es necesario, sabe que vengo. Gracias, Dayana —digo.
Me iría al infierno por mentir, pero dada la situación lo valía.
—Muy bien —responde.
Me alejo de su escritorio y me encamino hacia la puerta del consultorio de Gregory. Toco la puerta y no abro hasta que escucho un "adelante" del otro lado.
—¿Gregory?
Le observo sentado en su escritorio, de espaldas a la puerta.
—Oye, Greg... —me acerco a él en silencio.
Puedo escuchar su respiración y el sonido de hojas ser pasadas de un lado a otro. Le llamo por tercera vez, pero continua ignorándome, así que decidida a llamar su atención pongo mi mano en su hombro.
De golpe Gregory voltea y toma mi mano con fuerza.
—No me toques —refuta con voz tosca, pero al mírame detenidamente levanta las cejas en señal de sorpresa—. Eira, yo...
—¿Qué diablos te pasa? —le pregunto en un susurro—. No debí haber vendido.
—Nena, por favor espera, no sé...
—No, me voy —me suelto de su agarre y camino hacia la puerta.
—Eira, escúcha por favor —salgo de la clínica, siendo yo ahora la que lo ignora—. No puedo explicarte lo que me pasa, no lo entenderías. Sé que me estoy comportando como un idiota, pero si supieras como me siento...
Me detengo y me giro.
En su rostro se notaba el cansancio. Las bolsas bajo sus ojos me hacían saber que no había dormido bien estos días.
—Me duele y mucho Eira, yo...Estoy tratando de poner distancia entre nosotros —intento hablar pero me corta—. Sé que estás aquí por que en cierto modo te preocupo, pero me hace daño tan solo el hecho de mirarte a los ojos y solo ver en ellos como no sientes nada más que un simple cariño por mí.
—Gregory...
—Es mí culpa lo sé, me ilusioné tanto que me segué y no entendí que tú solo me vías como un amigo —cierra sus ojos y suelta un suspiro—. Yo tengo la culpa de que mi corazón esté en pedazos en este momento... por eso creí que si me alejaba de ti, aunque fuera solo un poco, me haría recordar a mi mismo que merezco ser feliz y amado por alguien por quien no tenga que hacer hasta lo imposible, por ganar un poco de su atención. Estoy cansado Eira, de luchar contra mis sentimientos. De tratar de sacarte de mi corazón y de mí mente.
Bajo mi cabeza y miro mis botas. Lo que Gregory me está diciendo me hacían sentir, mal. Tenía razón, no tenía el derecho de venir y exigirle que se comportara con un simple amigo, sabiendo sus sentimientos hacia mí.
—Lo siento... —ni siquiera puedo míralo, decir esas dos palabras no iban a sanar el daño que he provocado por más de dos años.
—Cuando dices que lo sientes, me rompo más. Por qué ni siquiera tienes la culpa —se acerca y respira profundo-. He sido yo. Cometí un error al creer que alguna vez tuve esperanzas, en cuanto tú solo me profesabas una amistad. Me enamoré solo Eira, y solo yo puedo curarme.
—No. No ha sido solo tú culpa —por fin me digno a mirarle a los ojos—. Desde la noche en la que nos acostamos yo.... Era mi deber detenerlo, pero el alcohol y tú calor me drogaron. No tenía nada, ni madre, ni padre, solo a ti, frente a mí y el miedo de que también me dejarás... y tal vez por eso no tuve el valor suficiente para poner un alto.
—Ambos somos culpables —concluye Gregory.
—No, yo soy la que no tiene derecho a ni siquiera hablarte, ni venir a reclamarte el por qué me ignoras —retrocedo—. Es mi culpa.
—Eira, te estás dando demasiado crédito.
—Será mejor que me valla —finalizo, pero Gregory me toma de la mano.
—¿Te vas así? ¿Cómo si nada?
—Es lo mejor por ahora y es lo que quiero —digo soltándome de su mano.
—Lo vez, ¿no? Siempre se trata de lo que tú quieres. ¿Qué hay de lo que yo quiero? ¿De lo que queremos los demás que existimos aparte de ti? —le doy la espalda dispuesta a escapar de él y sus preguntas-. Claro vete, así lo es siempre. Huyes y le das la espalda al mas mínimo problema sin importar que pasa con los demás.
»Sabes, ¿qué? Ni siquiera sé por que aún te protejo, echándome toda la culpa —me detengo de nuevo, necesitaba escuchar lo que tenía de que decir, aun que me doliera—. Es toda tu culpa, me utilizaste solo como reemplazo para aliviar tú soledad. Soledad que tu misma te provocaste, por no ser lo suficientemente valiente y salir corriendo al mas mínimo signo de dificultad.
»Mírate, prefieres alejarte de las personas que te amaban por miedo, por no tener el valor de superar que la muerte de tu madre no fue tu culpa, por no saber escuchar y arreglar las cosas con tu padre —siento mis ojos humedecer—, y de paso me enredaste a mí, me tomaste como si fuera cualquier estúpido muñeco sin sentimientos. Priorizaste el mostrar una Eira fuerte, aún sabiendo que no había una gota de fuerza en ti. Nadie te ha dejado nunca, tú eres la que escogiste alejarse de todos los que en algún momento te tuvieron algún tipo de amor o cariño.
»Ahora solo tienes miedo de que yo el único que fue lo suficientemente estúpido para soportarte, se valla de verdad. Si vivir en una casa lejos de todo y todos tus problemas te hacen sentir mejor o como la única víctima de ellos, estás mal no...
—¡¡Basta!! —grito con lágrimas en los ojos—. ¡¡Cállate!!
Corro hacia la calle, necesitaba alejarme de él.
—¡¡¡Eira!!!
Su grito de mezcla con el chirrido fuerte del frenado de un auto.
Miro el deportivo rojo y retrocedo de inmediato.
Quién conduce ni siquiera baja del auto. Puedo sentir a Gregory tras de mí, pero yo tengo vista fija en la ventanilla del conductor.
De pronto el vidrio comienza a descender y revela a una hermosa mujer pelirroja con impresionantes ojos color caoba. Está me sonríe y lanza un beso en mi dirección, para después arrancar de nuevo el auto y seguir a toda velocidad por la calle.
—Eira, ¿estás bien? —pregunta Gregory abrazándome, pero lo apartó.
—Alejate.
Sin decir más, cruzo la calle esta vez fijándome hacia los dos lados. Camino lo más rápido que pueda en dirección al taller de Kenneth, no me podía seguir estando el mismo lugar que Gregory.
Sus palabras tenían tanta verdad sobre mí que ni siquiera sé qué pensar. Solo era una egoísta que al mas mínimo problema huía.
Lo lastime a él y no lo merecía.
Puedo sentir como pequeñas gotas de lluvia empiezan caer, dando el escenario perfecto de tristeza y sufrimiento, pero no podía culparla a ella tampoco, es toda mi culpa. Yo fui quién provocó todo el dolor que siento ahora.
De pronto mi hombro golpea fuertemente contra una superficie fría y dura.
Levantó mi vista y me encuentro con los mismos ojos grises de ayer por la noche.
—Eira, ¿sabes cual es mí parte favorita de ser el cazador en este juego? —se acerca hasta mi oído y yo detengo mi respiración—. Es perturbar a la preza.
Se aleja de mi riendo, como si lo que acabará de decir, fuera el chiste más gracioso del mundo.
—Respira, Eira. Hazlo ahora, después no sabrás si podrás —sin decir más se aleja y desaparece tan rápido como apareció.
Terror.
Angustia.
Pánico.
No siquiera tenía la palabra correcta para llamar a la horrible sensación que había dejado ese hombre, cuando llego y se hacerco a mí con tanta confianza.
Inicio a correr de nuevo, al parecer hoy es el día en que hacerlo era lo único bueno que podía hacer.
—¡Eira!
Choco otra vez contra otra superficie, pero esta es más cálida.
—Estas empapada... ¿Qué te pasa cariño? —Leila no duda y me envuelve en un abrazo—. ¿Alguien te hizo daño?
Niego con la cabeza y me aferro a ella con más fuera, como si al hacerlo se alejara todo el dolor que estaba sintiendo.
—Esta bien, preciosa. Todo va ha estar bien —me susurro al oído, poniendo un paraguas sobre nosotras, evitando que la lluvia siga empapandome.
Podía sentir el peso de mi ropa mojada, como un recordatorio del mal que había hecho.
—¿Por qué corrías? —no respondo, solo me zafo de su agarre y limpio de forma ruda, las lágrimas de mis mejillas.
—Debo irme.
Paso por su lado, ignorando sus gritos. Lo único que quiero ahora, era llegar al taller, tomar mi auto y lárgame de una maldita vez de Coulant.
Está vez no conté mis pasos. Está vez pensé en todo el daño que había ocasionado y que tal vez no me había dado cuenta. Sentí como el nudo de mi garganta se hacía cada vez más grande al recordar a Ethan, a Eiden, a Milka y papá.
Andrés Blest tenía razón al decir que era una maldita malagradecida que solo me preocupaba por si misma y que se alejaba cuando más la necesitaban.
Había arruinando lo único bueno que tenía en mi vida. Había lástimado a la única persona que estuvo conmigo a cada instante. Lo había destruido, le había roto el corazón y aún así me atrevía a reclamarle el porque de su ausencia.
—Eira...¿Qué te paso? &ignoro la pregunta de Kenneth y me limito a darle su paga—. Oye, ¿estás bién?
—Lo estoy —camino hacia mí auto y me su subo a el.
—Eira, estás preocupándome —arranco y salgo de su taller—. ¡Hey! ¡Espera!
Las nuevas llantas de mi auto, sueltan un chirrido contra el pavimento por el brusco giro que doy por curva de la carretera.
—¡Te odio, Eira! ¡Te odio con todo mi ser! —me grito a mí misma.
La niebla y la lluvia se juntan con mis ojos lagrimosos dificultado más la vista por la carretera. No me importa nada. Ni siquiera mi vida, tal vez si moría, todos estarían mejor sin mí y, ¿por qué no? El mundo tambien estaría mejor sin mí.
—Eres una basura. Gregory no merecía que lo lastimaras así —susurro, pisando a fondo el acelerador.
Si antes duraba una hora de Coulant a Lonberg, ahora llegaría en media. Ni siquiera me dí cuenta cuando pase el letrero de bienvenida de Lonberg, estaba tan enfocada en la carretera que lo demás no me importaba.
Freno de golpe mi auto y salgo de este lo más rápido que puedo. Lo dejo a la orilla de la calle sin seguro, de todas formas nadie se atrevería a robarlo, era el único en su clase en todo Lonberg.
Abro la puerta de mí casa y la cierro lentamente.
Me arrastro por las escaleras, hasta llegar al baño, en donde me quito mi ropa humeda y me meto a la ducha de agua fría.
Lloro sintiéndome la peor personaje del mundo.
Grito por Gregory, por no haber podido darme más que una amistad.
Me lamentándote por papá, porque lo abandoné sin escuchar lo que tenía que decir.
Gimo de dolor por mamá. Ella estaría aquí conmigo si yo me hubiera callado.
Gregory tenía razón.
Samantha tenía razón.
Soy una cobarde, que ahora se encuentra sola, y es toda su culpa.
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Nuevo capítulo, espero que lo disfruten.
Pronto todo se pondrá mejor o ¿peor?
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