Capítulo 8.
Mi día no podía ir peor. Nahuel, había faltado a clases, y su ausencia repercutía en el panorama académico, que se volvía más denso. Sobre todo porque teníamos "clase especial" de Biología y había tocado disección. Puede que en mi estado lobuno no tuviese ningún drama en desgarrar animalitos indefensos para saciar mi apetito voraz, pero en mi fase humana, las tripas se me revolvían, cada vez que acercaba el bisturí al pequeño cuerpecito de la rana.
—¿Te ayudo con eso?—me preguntó una de mis compañeras. Se trataba de una chica de tez morena, cuyos gruesos lentes para la miopía reducían el tamaño de sus ojos, haciéndolos ver más rasgados de lo que eran en realidad.
En ese momento, no recordaba bien su nombre, pero me sonaba a algo así como "Aldana" o "Diana".
La joven, que se sentaba a unos dos bancos delante de mí en el laboratorio en el que estábamos, ya había terminado la tarea y la había hecho de forma excelente además, por lo que el profesor le había solicitado ayudar a otros alumnos, a los más "desorientados".
—Seguro—dije encogiéndome de hombros, haciéndome a un lado, para darle espacio en el mostrador.
—Ya veo que ni siquiera empezaste— indicó, sonriendo mientras tomaba el bisturí—. La disección puede parecer asquerosa, lo sé— Frunció su pequeña nariz, acomodando los lentes que se le habían resbalado.
—Vos terminaste rápido—señalé—. Parece que tenés experiencia en esto del desmembramiento... —comenté, ignorando la parte de mi cerebro que me susurraba: "aleta de asesina serial"
—¡Nada que ver!—Rio—. La verdad es que se me hizo fácil porque imagino que lo que estoy cortando es una pieza de pollo—confesó. Yo tenía que admitir que la chica tenía una imaginación muy frondosa, y que además era bastante diestra—. Es fácil, ¿ves?—En pocos segundos, había abierto a la rana en las zonas indicadas, realizando cortes simétricos, perfectos. Sus pequeños órganos rozados comenzaban a asomar por las aberturas, provocando un nuevo revoltijo en mi estómago—. Te iba a preguntar si querías intentarlo, pero por tu cara de pánico, mejor le pido permiso al profe para salir al baño.
—Sí, por favor—dije conteniendo el vómito. El olor a formol me estaba abrumando.
Lo siguiente que recuerdo es sacar la cabeza del inodoro, donde había descargado el amasijo en el que se había trasformado mi desayuno y lo que parecía ser un bolo de pelos blancos.
‹‹Carajo. ¡Maldita licantropía!››
—¿Está todo bien ahí dentro? —La oí preguntar, del otro lado de puerta.
—Sí...ya salgo—dije, tirando la cadena del sanitario, antes de abrir.
—¿Te llamas Irupé, no? —inquirió la chica, que estaba apoyada contra el lava manos, desde donde me observaba. Me agradó que recordara mi nombre y me reprendí mentalmente por no saber el suyo—.Yo soy Dana— añadió, ahorrándome la adivinanza y la vergüenza.
—Sí—confirmé—. Tenés un lindo nombre. Es hebreo ¿no?
Dana se mordió el labio.
—Sí, pero mi vieja me lo puso por una actriz de novela brasilera que le gustaba—Giró sus ojos—. El tuyo es Guaraní, ¿cierto? También es lindo.
—Sí —confirmé, mientras me lavaba las manos y me enjuagaba la boca—. Gracias por acompañarme al baño, no tenías por qué quedarte—repuse, un poco a la defensiva.
Hasta el momento, Dana me había parecido bastante buena onda, incluso amable, pero una nunca sabe cuándo pueden cambiar los roles y aflorar las verdaderas personalidades.
—No es nada. Tenía que asegurarme de que no te desmayes. Además, la clase ya se me hacía aburrida y la tarea que me asignó el profesor es tediosa—Chasqueó la lengua—. No me mal intérpretes, no me molestó ayudarte a vos, pero después me tocaba asistir a las "chetas" esas del fondo y la verdad las odio.
Ante esa confesión Dana captó mi atención. Al menos, ahora sabía a qué grupo no pertenecía ella.
Yo, ya había visto a esas tres chicas con aires de estiradas, que se sentaban en el fondo del salón en todas las clases, para cotorrear tranquilas de sus "trivialidades" (y para críticar). Una de ellas, la rubia que podía ser una perfecta imitación de Selena, de no ser porque esta era natural y no teñida, se había tomado su tiempo para prestar atención a mi presentación del primer día, e incluso había soltado una risita cuando había dicho mi nombre.
—No parecen muy amigables— convine—. Aunque tampoco es que vaya a socializar con ellas. Estoy bien con mi soledad.
—Sí... yo soy igual —aportó Dana, bajando la vista—. Prefiero sobre todo la compañía de los libros o los animales, a la de las personas—Después volvió a enfocar sus ojos marrones en los míos, los cuales estaban brillando—. Che, ¿ya viste la Biblioteca Pública de la cuidad? ¡Es genial! Si querés podemos ir después de clases juntas...a estudiar, o a leer.
—Claro—afirmé, ahora más segura—. Me parece buena idea.
Tras eso, salimos del baño rumbo al laboratorio, donde, luego de la breve interrogación del docente para asegurarse de que estaba integra y no debía llamar al servicio médico, continuamos la clase.
En las siguientes horas, Dana y yo ya compartíamos banco, y aprovechábamos los momentos libres, para conocernos. Le conté un poco de mi familia, mi vida en Buenos Aires, mis amigas, pasatiempos; y ella hizo lo mismo.
Era una chica muy agradable, inteligente, elocuente.
Contrariamente a mí, ella era hija única y siempre había vivido en esa provincia, lo mismo que su familia, por lo que tenía sus raíces bastante cerca. Era afortunada.
Gracias a su compañía, mi ánimo había mejorado considerablemente, incluso había podido soportar que Yaguati se me acercara en el recreo a pedirme dinero para la cafetería, y de paso, realizara una inspección ocular minuciosa a algunas de mis compañeras (por suerte Dana tenía buen gusto, y no se había babeado en ningún momento por mi hermano, pese a sus intentos de parecer sexy frente a ella), pero como el destino había amanecido bastante puto conmigo ese día, movió sus hilos para que todo volviera a encausarse; y a la salida del colegio, cuando organizaba mis cosas para irme con Dana a la biblio, vi a Nahuel de pie en la puerta de la Institución, como esperando a alguien.
—Así que al fin se arreglaron esos dos—comentó Dana, al verme enfocada en la pareja que se estaba abrazando. Después de eso, añadió otras cosas, pero los sonidos que brotaban de sus labios, me llegaban distorsionados.
Toda mi atención estaba puesta en el chico de pelo negro desordenado y expresivos ojos obsidiánicos, que estrechaba a la rubia estirada del último banco, cuyo nombre era Karen, contra su cuerpo, y le regalaba esa misma sonrisa franca que me había embelesado.
››¡Irupé! Te estoy hablando. ¿Te sentís mal de nuevo? —preguntó Dana, elevando la voz, para que la mirara.
La verdad era que sí me sentía mal. Ahora estaba realmente enferma. Sobre todo, porque la mención de mi nombre en voz tan alta, había logrado atraer la atención de Nahuel hacia mí, y sus ojos se habían quedado prendados a los míos, por unos instantes.
En el interior de mi mente intentaba auto convencerme de que lo que había visto no debía importarme, ni afectarme, al fin y al cabo, solo conocía a ese chico hacía solo un día, como para enamórame y asumir una actitud de mártir.
‹‹Mejor desengañarte ahora Irupé, antes de que continuaras haciéndote ilusiones›› me dije a mi misma, antes de responder.
—Estoy bien. Mejor nos vamos, antes de que se haga más tarde—indiqué, despegando mis ojos de los de Nahuel, mientras comenzamos a alejarnos.
En algún lugar remoto de mi mente, oí a mi loba lamentándose.
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