Capítulo 58

 ¿Alguna vez has tenido la extraña sensación de que tu alma se escapa de tu cuerpo? No importa lo que hagas para intentar contenerla, simplemente huye como un pájaro en vuelo.

Un sentimiento extracorporal es el que experimenté durante el enfrentamiento. Estaba físicamente allí, mi loba se disponía a pelear, pero mi esencia (la humana quizá) había escapado de su armazón para observar el panorama desde otro ángulo.

Otis se encontraba frente a mí bloqueándome el paso. Blandía su cuchillo y soltaba estocadas al aire, como si a través de aquel pudiera herirme o como si aún no se decidiera a atacarme. No sabía si estaba atemorizado o era puro precalentamiento.

Además era consciente de lo que transcurría a mí alrededor. Veía a mis hermanos, los miembros de la Logia, transmutando en su forma lobuna antes de unirse a sus respectivos contrincantes para desempeñar su papel en la contienda.

Visualicé a la perfección el afilado acero del Cazador lacerando la piel del lobo. El acónito surtía efecto de inmediato causando heridas atroces.
Oí aullidos de dolor, de desespero, cuando alguna flecha envenenada  atravesaba su carne, con la misma facilidad que un rayo la nube de tormenta. Los vi caer, agonizar, morir...Sentí el hedor rancio de la muerte contaminar la atmósfera, la bilis ascender por mi garganta, y el corazón quebrarse con cada baja, con cada perdida. Las vidas que se iban eran hilos que se soltaban del intrincado edredón que unía a la manada.

Pero mis hermanos no eran los únicos caídos. Muchos miembros del bando opositor también yacían en el suelo, con sus cuerpos yertos cubiertos por un manto escarlata. Heridas abiertas, miembros amputados, gargantas desgarrados, allí donde nuestras armas naturales los habían perpetrado.

Sus gemidos y gritos se sumaban al de los lobos formando una única sinfonía mortuoria.

En cierto sentido, sus muertes también me dolían... Era extraño, pero las barreras entre nosotros se desvanecían conforme la parca hacía su solemne aparición y llegaba a recoger sus almas.

La parte egoísta de mí se contentaba por no tener que llorar a mis seres queridos.

Dana y Amaru, mis Protectores, peleaban a la par, cuidándose las espaldas. Manipulaban sus armas en perfecta simetría, como si hubieran nacido para luchar juntos.

Sabía que Dana había iniciado su entrenamiento con mi hermano días atrás, pero me sorprendió que estuviera tan avanzada. La forma en la que se movía, con soltura y destreza, esquivando golpes, lanzando los propios, era fascinante. En ese punto debí darle la razón a mi abuela y aceptar que mi amiga había sido elegida por una fuerza superior para desempeñar ese rol.

Por otro lado, los Protectores de Nahuel, Rodrigo y Matías, libraban su propia contienda contra un grupo de seis Cazadores que los habían arrinconado contra las escalinatas.

Sin embargo, el par aprovechó la aparente dificultad para sacar ventaja. Rodrigo ganó altura al subir los escalones y saltó, dando una vuelta de acróbata en el aire, pasando sobre las cabezas de los oponentes para aterrizar, de manera magistral, a sus espaldas. Soltó entonces un puñado de navajas, las cuales se clavaron en cuatro de estos de manera simultánea.

En tanto, Matías, se abrió paso entre los cuerpos agonizantes, con gesto aburrido, para terminar el trabajo de su compañero de lucha y acabar con los que aún seguían vivos. Tenía una táctica eficaz que combinaba combate cuerpo a cuerpo (el cuál incluída golpes karateca) y armas blancas.

En lineas generales se podía decir que  aquellos dos grandotes lo que tenían de Terminator lo tenían de Jackie Chan.

Por su parte, Greg estaba sumido en un intenso forcejeo con Óscar.

No podía afirmarlo con seguridad pero, en sus miradas y balbuceos preliminares, había advertido cierta intimidad entre ambos, una familiaridad que podía sugerir la existencia de un pasado común (lo que era lógico ya que ambos vivían en el mismo pueblo)  y también estaba el tema del odio mutuo ancestral, claro está.

Nahuel se había unido a la pelea a la par de Tobías. Era raro verlos juntos, sobre todo en aquella desagradable situación; pero observarlos en tal cercanía — mutua y de la muerte misma— me hizo dar cuenta de cuánto los quería, a ambos por igual, y me reveló aquello que no había querido reconocer en voz alta pero que resultaba una obviedad: jamás podría escoger entre uno y otro, cada uno complementaba a la perfección una de las dos mitades de las que estaba hecha, aquella dualidad que me acompañaba desde el momento mismo de mi nacimiento y que jamás había podido equilibrar hasta que los conocí a ellos.

Verlos luchar como los hermanos de especie que eran, en sus respectivas formas lobunas, me dio la pauta de que ambos (aún con sus antagonismos) también lograban fusionarse bien. El lobo de pelaje negro, secundado por el lupus de pelo dorado, eran un extraordinario yin yang: Arakue ha Pyhare. El día y la noche. Luz y sombra que se mezclaban para formar un perfecto atardecer.

Juntos habían desterrado en pocos segundos al enemigo. Hernán estaba muerto, tendido a sus pies, y su compañero había huido (ballesta en mano) al ver tantos dientes aproximándose.

La verdad es que no podría culpar a aquellos que desistían de la lucha, menos cuando era notoria su posición de desventaja. Pero el enfrentamiento ya había dejado sus secuelas: una masacre que, para el bien de la comunidad, había tenido lugar en pleno corazón del bosque y permanecería oculta allí, solapada por la misma naturaleza, como si fuera deber de aquella alzar un muro de contención o protección para el mundo sobrenatural.

Breve había sido mi contribución en esa lucha. Mi cuerpo había tenido algo de "acción momentánea" cuando Otis al fin se había decidido a atacarme, generandome un corte en el brazo con la punta de su puñal. La sangre manó rauda, trazando un largo surco en mi pelaje plateado y con la misma rápidez se detuvo, mientras mis tejidos se cerraban. De manera instantánea devolví el ataque, dando un zarpazo. Pero el anciano había reculado lo suficiente para zafarse y, con toda la sagacidad que la avanzada edad le permitía, había enfilado rumbo a la salida trasera de la Hostería.

Estaba decidida a ir tras él. Ese hombre había iniciado el enfrentamiento y no permitiría que en el futuro siguiera asechando a mi manada. Ahora que conocía nuestras identidades podría buscar apoyo de otras familias de Cazadores y proseguir con el exterminio, hasta aniquilarnos a todos. 

Di un paso al frente y en un segundo todo mi entorno se alteró bruscamente. No sé si mi avance fue percibido como un mal movimiento,  en esa "eterna partida" que parecía jugar contra el destino y contra los Dioses mismos, o sí era turno del contrincante de ganar...Pero lo cierto fue que la fatalidad hizo acto de presencia en ese jaque mate final.

Me había equivocado al subestimar al viejo. Otis no se había marchado, había ido en búsqueda de un arma que cumplieran mejor a sus malignos propósitos.

Un solo tiro. Uno certero, seguido de un aullido y todo el mágico universo que había proyectado, el que había resultado ser mi salvaguarda en aquel lúgubre escenario, se había destruido.

Cuando la flecha atravesó al lobo de pelaje umbrío y el pétreo suelo, cual cementerio, se preparó para recibir a otro caído, mi cuerpo y mi esencia se unieron. Pero yo seguía siendo una figura inacabada, un ser incompleto...

El cielo seguía de luto en la mañana, pero al fin se había permitido derramar sus lágrimas contenidas, que cayeron en forma de una fina llovizna. Los nubarrones coronaban el cementerio y el agua bendecía los féretros cerrados.

Varios funerales tuvieron lugar aquel fatídico día y el llanto de quienes honraban a los muertos se unió a la lluvia creando el auténtico aguacero. Aquel torrente estaba compuesto también de súplicas y oraciones, de promesas de deudas que serían saldadas, de sentimientos de pesar, de tristeza y de la siempre perecedera esperanza.

Pese a todo el sufrimiento me sentí afortunada de poder contar con el apoyo incondicional de mi familia. Mis padres, mi abuela, mis hermanos e incluso mi mejor amiga, Dana, que se había vuelto mi hermana en aquel tiempo compartido, estaban rodeándome. Cada uno, a su manera, profesando en silencio sus rezos a los muertos.

Nahuel yacía a mi lado, con su mano sujeta a la mía, firme como un ancla, cálida como el sol que se había negado a salir esa mañana. La otra mano, sin embargo, permaneció vacía, hasta que Tobías se levantó del suelo, tras dar el último adiós a Gregory, echando un puñado de tierra sobre el féretro cerrado que iniciaba el lento descenso hacia una nueva urna de barro.

Todavía no estaba completamente sano. La flecha le había atravesado medio cuerpo y, bajo el traje negro, tenía el torso vendado.

El pelinegro se la había sacado.

Yo, ahogada en mi frustración y mi deseo de venganza, solo había podido correr tras Otis al ver el cuerpo de Toby desplomarse. Le había dado caza al  viejo Cazador en la entrada del bosque. Me había abalanzado sobre él por la espalda, afincando mis garras y abriendo un tajo de lado a lado. Después lo había volteado, para que el miserable me mirara a la cara mientras le destrozaba la yugular. No dejé siquiera que suplicara piedad. Cualquier palabra murió junto con él esa noche. Desperdigué por todo el sendero sus restos, despojandolo de todo vestigio de humanidad, hasta que fue reducido a una masa de tripas y huesos. Ya no era un hombre digno de compasión. Lo había vuelto nada... Excepto por la cabeza, mi trofeo, el que le llevaría a Tobías como tributo, para que desde el más allá supiera que había hecho justicia con mano propia y pudiese honrar así su memoria. "Mis enemigos, mis muertos".

En ese momento ni yo misma podía reconocerme cuando me vi reflejada en el espejo de aquellos ojos que, desde el mismo fenecimiento, brillaban iluminados por la luna como dos trozos de esmeralda. El odio había ganado la batalla, y no dejaba  espacio ni a la culpa, ni al arrepentimiento.

Cuando regresé a la Hostería, y vi que, aún en su debilidad, Tobías seguía respirando, mientras su cabeza descansaba sobre el regazo de Nahuel, me desplomé junto a ellos.

Las lágrimas de gozo brotaron de mis ojos. Agradecí a los Dioses, mientras le susurraba cuánto lo amaba, y le rogara que resista, que no era tiempo de marcharse, que le daría parte de mis días de vida, de mi corazón, con tal de que el suyo continuara latiendo. Y lo hizo.

Sé que fue producto de mi magia. Soy consciente de que el don que la Diosa Arasy me otorgó lo sanó aquella noche, pero también me gusta creer que fue producto del amor. Un amor que se hizo visible frente al grupo de lobos que se había reunido al rededor, aunando fuerzas para que su hermano herido pudiera levantarse, mientras que otro grupo lloraba la partida de Greg, que había muerto junto a Óscar en batalla. Un amor que me puso en evidencia frente a Nahuel y que probablemente lo había herido como la punta de flecha que había atravezado a Tobías. Pero si fue así, él no lo dijo. Guardó sus sentimientos para sí y compartió mi felicidad cuando el otro lobo abrió los ojos, cuando habló, cuando dio sus primeros pasos a esa nueva vida que los Dioses le habían regalado.

Allí, en el cementerio, ambos me tenían a mí sujeta de las manos, como si fuese yo la renacida, la que sin su apoyo pudiese trastabillar y derrumbarme.

Y es cierto, una parte de mí se había desplomado antes, pero gracias a aquellos sólidos pilares me había vuelto a levantar desde mis cimientos, más fuerte, más estable, y con la convicción de que también podía sostenerlos a ellos sin quebrarme.

En aquel jardín, donde la paz no llegaría en largo tiempo para algunas almas, un variopinto grupo se había reunido bajo un cielo común, para la última despedida, aunque eran muchos los muertos que no se irían del todo.

Los que sabíamos la verdad de lo ocurrido éramos conscientes de que la batalla apenas comenzaba. Pero no todos eran conocedores de la realidad. Todavía el velo que separaba lo sobrenatural de lo mundano no se ha caído de forma definitiva. Y tal vez, de momento, fuera lo mejor. No todos estaban preparados para aceptarnos, para abrazar a ese "otro" diferente. Para reconocer que hay seres extraordinarios moviéndose entre humanos, que traspasan leyendas para formar parte de la cotidianidad, que libran sus propias batallas internas para reprimir su naturaleza, para ocultar su identidad y no lastimar a aquellos a quienes aman. Seres que luchan por reclamar su derecho legítimo de permanecer sobre la tierra y hacer de esta un mejor lugar para todos. Yo formo parte de esas criaturas, bautizadas por mis ancestros como "Lobizones", "guerreros del bien", "protectores", y es mi designio divino devolver a mi especie todo el poder que les fue arrebatado y restaurar la paz.

Hola gente bella ❤️

Hemos llegado al final. En general siempre me causa una sensación amarga concluír una obra, aunque luego llega ese momento de éxtasis por la culminación, pero en este caso me he salteado los preliminares. Estoy feliz de haber terminado. Siento que esta historia se extendió (temporalmente hablando) más de lo necesario y eso se debió principalmente a mis períodos de bajoneo donde mis musas estaban en una especie de huelga no declarada.
Pero bueno, me he esforzado, llegué a una especie de tregua con ellas y este es el resultado. No sé ¿qué les parecerá? En lo personal estoy conforme.
Además deben saber que hay un epílogo, así que todavía tendrán un adicional de Irupé y sus Lobizones por si llegaron a sentir que faltaba algo más 😉
Por ahora me resta decir GRACIAS por el aguante, la paciencia y la fidelidad en sus lecturas.
Les envío un fuerte abrazo a la distancia y espero verlos pronto en un nuevo viaje. 😘

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