Capítulo 57.

Desde niña uno de mis mayores temores ha sido tener que experimentar la muerte de un ser amado. Pero más que el fenecimiento en sí mismo, es el sentimiento de pérdida que acompaña, la sensación de vacío infinito que se gesta en el pecho debido a la ausencia, lo que me atemoriza. Sé que una cicatriz de ese tipo es imposible de sanar y también sé que esa huella se marca en lo profundo y persiste en tanto dure nuestra propia existencia.

A lo largo de mis diecisiete años había perdido personas importantes: familiares, amigos, y mi corazón se había vuelto como una especie de "obituario simbólico", pues en el estaban impresos los nombres de aquellos que habían partido. El hecho de pensar que ese día podría sumarse un nombre más a la funesta lista me helaba la sangre, y provocaba que las lágrimas se agolparan en mis pupilas mientras corría por el bosque.

A pesar de que estábamos en primavera la temperatura solía descender ni bien el sol se ocultaba. Algunos hálitos se escapaban de mi boca, como vaporosos fantasmas que se esfumaban en la noche, la cual caía implacable. Parecía que el mismo cielo mostraba un atuendo luctuoso de forma anticipada. Ni siquiera una estrella se atrevía a brillar entre los gruesos nubarrones.

Mi corazón latía rápido y cada pálpito sonaba como un tambor en los oídos, al punto de aturdirlos. No obstante, aún con aquel ruido ensordecedor, las voces de mis pensamientos no se acallaban. Una y otra vez mi mente me recordaba que tenía que darme prisa, que Tobías corría peligro.

Si me hubiera transformado habría llegado con tiempo de sobra al lugar de encuentro, que había resultado ser —por gracia del destino o visión premonitoria— el mismo que había soñado aquella mañana, pero en mi forma humana era lenta y los minutos se estaban extinguiendo.

Por fin, detrás de la densa arboleda vislumbré la ruinosa fachada de la Hostería "Los Arrayanes". Esta lucía ligeramente distinta que la imagen que se había manifestado en mi fantasía. El cartel ya no estaba colgando sobre la puerta principal, sino que había desaparecido. Las ventanas estaban tapizadas con tablones y las paredes se veían libres de hiedra, de modo que el edificio parecía más imponente. La luz que brotaba de su interior, a través de la puerta principal que estaba entreabierta, era una muestra más de que su estado de abandono no era total.

Fui capaz de oír algunos murmullos, aquellos que quedaban contenidos, girando entre los anchos muros. Me tomé un minuto para recuperar el aliento, apoyando mi cuerpo contra el tronco de un ciprés que se ubicaba a unos metros y cuando mi respiración se regularizó, al igual que mi ritmo cardiaco, reconocí la voz de Tobías.

"Gracias a los Dioses está vivo" pensé, sintiendo una ligera descompresión en el pecho. Pero, esa breve sensación de seguridad no era suficiente para alejar el terror que me aquejaba. Sino era precavida, sino jugaba las cartas como una profesional, el panorama podía cambiar y podría ver mi peor pesadilla volverse realidad.

Repasé el entorno y reconocí dos camionetas Toyota Hilux 4x4 de color negro. Ambos vehículos, ubicados cerca de la propiedad, proyectaban sus titánicas sombras poco más oscuras que la noche, hacia el bosque. En cada una de las puertas estaba grabado el logo representativo de una cadena de comercios muy conocida en la zona: "Asociación de Caza y Pesca. El Legado". En ese momento me di cuenta de que la mejor forma de esconder algo es mantenerlo visible. El emblema de aquellas sucursales era muy similar al de los tatuajes de los Cazadores, ya que se trataba de una ballesta. Un escalofrío me recorrió al pensar que, además de vender los típicos artículos de caza, la familia de la rubia se dedicaba a probar los productos de su armería con los miembros de mi especie.

Visualicé también una fecha, la de la fundación de la compañía. Los antepasados de Karen habían iniciado sus negocios hacía al menos cien años. Diez décadas dándonos caza, diez décadas de persecuciones y masacres.

Respiré profundo e hice acopio de todas mis fuerzas para no sucumbir, afincando mis garras contra la corteza del árbol. Entonces, me enfoqué en el par de Cazadores que estaban apostados en cada flanco de la entrada. Eran réplicas vivientes de la pintura que había visto en la Logia de Luna. Ambos estaban vestidos con ropa oscura, una chaqueta y pantalón de caza. Además ambos iban muy bien armados. Observé el destello metálico de lo que podían ser armas blancas (probablemente cuchillos embebidos con acónito) relucir en su cintura. Uno de ellos sostenía una ballesta, la cual apuntaba, de manera furtiva, hacia la penumbra que vestía el bosque. Por fin la punta de flecha se detuvo en un punto fijo, el sitio exacto donde me encontraba, como si el Cazador intuyera que había "alguien" asechando.

Tragué saliva y apreté mis puños a los costados mientras avanzaba. No sabía si me había descubierto, aunque lo dudaba, ya que había aprendido a moverme con sigilo gracias a las enseñanzas de Tobías. Ambos sujetos me divisaron con claridad cuando estuve lo suficientemente cerca para que mi silueta dejara de ser una simple sombra.

Dos pares de ojos sorprendidos se posaron en mí a la misma vez y en ambos rostros apareció una mueca de desprecio, de odio puro, que provocó que mi loba se estremeciera bajo mi piel humana. Era un hecho que entrar en la guarida del Cazador era más atemorizante que ingresar a la del lobo.

Si estos individuos eran capaces de acribillarme con sus miradas, aún en la distancia, ¿qué clase de cosas terrible le habían hecho a Tobías?

—Quedáte quieta "perra"—vociferó uno, el de cuerpo más robusto. Su expresión era sombría, intensificada por el tinte verde oscuro de sus ojos. No pude evitar notar cierto parecido entre ambos sujetos y Karen. Sobre todo en el color de cabello, de un rubio matizado con tonalidades zanahoria—. Hernán revísala y fíjate que no tenga otras armas ocultas, a parte de las garras...

"También tengo colmillos" pensé, al tiempo que sentía unas tremendas ganas de transformarme y arrancarle la yugular por la forma en la que me había llamado. Pero tenía que mantener la calma.

El tipo que respondía al nombre de Hernán, se acercó a mí, mientras su compañero me apuntaba con el arma, y comenzó a palparme.

—Ojo dónde ponés las manos, o podrías perder una—amenacé, y al momento me arrepentí de abrir la boca. Pero detestaba tener que actuar el papel de "loba sumisa y obediente"

—Está limpia—afirmó dando un paso atrás—. Bueno, todo lo limpia que puede estar una perra.

"Hijo de re mil..." Un gruñido se formó en mi garganta. La sonrisa de ambos sujetos desapareció de sus horrorosas caras, pero la ballesta se mantuvo firme apuntando a mi cabeza.

—Qué entre. "El Jäger" la está esperando—dijo el tipo de mirada penetrante y me abrió paso.

La palabra "Jäger" quedó suspendida en el aire, resonando unos segundos, mientras que se deslizaba por mis oídos al interior de mi mente para ser procesada. Era un vocablo familiar. Lo había leído en un libro de la biblioteca de la Logia. En definitiva era extranjero, de origen alemán, y significaba "Cazador".

Al ingresar a la Hostería barrí el edificio con la mirada, contabilizando a los presentes. Eran un total de cinco personas, el padre de Karen y Tobías incluidos. Este último estaba inconsciente y amarrado a la chimenea de una vieja estufa de hierro, la cual les había servido como poste de azote.

Ver su piel lacerada, aquellas heridas, que se asemejaban a rojas flores abiertas, diseminadas por toda su espalda, me generó una gran agitación interna.

—¡Qué le hicieron malditos!—Exclamé. Más que una pregunta, era un reclamo.

Intenté aproximarme hacia él. Me moría de ganas de socorrerlo. Era la primera vez que veía a un Tobías vulnerable. Pero era obvio que habían aprovechado su estado de aturdimiento inicial para drogarlo y debilitarlo. Posiblemente habían utilizado hierbas similares a las empleadas con Ciro. Esa especie desconocida de "matalobos"

Uno de los Cazadores, el que estaba más próximo, me detuvo para que no pudiera avanzar, aprisionando mi brazo con fuerza. El resto de los presentes se pusieron alertas. Con todo ese arsenal como segunda vestidura parecían invencibles. De todas formas, bajo aquella fachada de ferocidad y de odio, llegaba a percibir un atisbo de temor. Su aroma los delataba. Además sino me temían ni un poco, ¿por qué se tomarían tantos recaudos por una sola Loba?

—Nada que la piel de lobo no pueda sanar—respondió uno. Se trataba de un hombre mayor, de unos setenta años. Su cabello entrecano conservada algunos destellos de color, desvaídos, pero notoriamente claros. El matiz de ojos también era claro. Un tono verdoso, atenuado por aquel velo gris propio de la senilidad. Pero, pese a la edad y a aquellas arrugas, grabadas como hondas cicatrices del paso del tiempo, el parecido con el secuestrador de Tobías (quien permanecía a su lado como su versión más joven) era evidente. Ese hombre tenía que ser su padre, el abuelo de Karen—. Soy Otis Blaz Jaegermann—se presentó—, y vos debés ser María Irupé. Diría que es un placer conocerte, pero posiblemente no me creerías—En su faz se dibujó una sonrisa algo torcida, que dejaba entrever que la edad no modificaba todas las cosas. Lo siniestro de su personalidad se mantenía intacto.

Luego de su presentación supuse que me había equivocado a establecer la conexión filial. Ese hombre no podía ser familiar de Karen por vía paterna. Su apellido era diferente al de la rubia, que era bien argento. Aunque no había errado al pensar que había alemanes involucrados. Otis Blaz, alias "El Cazador", quién era evidente que estaba a cargo de la facción, era originario de aquel país, aunque posiblemente se había radicalizado en Argentina hacía muchos años (de su acento no había ni rastro)

Además si algo había aprendido del bando opositor, era que estaba compuesto por diversos grupos de antiguas familias de la zona, y el sur del país había recibido inmigrantes alemanes por más de un siglo, y justamente ese grupo específico, parecían ser los neonazis de los Lobizones. "Maldita suerte la mía"

—Sorpréndame—dije en tono desafiante, librándome de la mano que aún me aprisionaba—. Haga que nuestro encuentro cambie la forma en que percibo a los Cazadores y libere a Tobías. Ya no lo necesita. Estoy acá, sola, tal como me lo solicitaron—señalé, mirando al padre de Karen con desdén.

El viejo llevó una mano a su prominente mentón rascándose una barba incipiente.

—Sí, mi hijo Óscar se cree muy bueno negociando—"Entonces sí son familia. Pero por algún motivo han cambiado su apellido" medité—. Sin embargo, hace promesas que no son sencillas de cumplir—El aludido hizo una mueca, ante el desaire de su padre—. Si libero al chico, qué me asegura que no te transformes ahora y no nos despedaces—observó.

—Si no lo libera, ¿qué le hace pensar que no me voy a transformar igual y no los haré pedazos de todas formas?

El anciano volvió a sonreír secamente.

—Si no fueras una lupus, probablemente hasta me caerías simpática. Al menos tenés más agallas que estos inútiles que me rodean—ironizó. En ese momento el repelús fue del grupo en general—. Pero ambos sabemos que no vas a hacer nada que ponga su vida en riesgo, y esa es mi garantía.

—¿Qué es lo que quiere de mí entonces?—solté, tragándome el coraje. Era duro aceptar que el viejo miserable tenía razón.

—Lo que quieren todos. Hacerte pruebas, analizar tu esencia—indicó como si fuera una obviedad y posiblemente lo era, ya que Greg había manifestado su interés en esta y sus beneficios, pero él no lo había expresado de una forma tan cruda, ni me había hecho sentir una "loba de laboratorio"—. Una lupus hembra... Tu caso es un evento atípico que no sé ve hace años. Tu sangre podría contener claves acerca del origen mismo de la especie y nos permitiría conocer más a fondo a los Lobizones.

—El conocimiento necesario que les permitiría  aniquilarnos a todos masivamente—indiqué.

Otis abrió los ojos con sorpresa. Me gustó ver aquella expresión. Que el viejo supiera que no podía tomarme como idiota.

—El que nos permitiría ponerle un fin a la maldición y hallar la cura a la licantropía—respondió y fui yo quien se quedó absorta.

Era un hecho que tenía mucho para analizar, demasiado que procesar. ¿Era posible una cura? ¿Algún miembro de mi especie la querría? Tal vez, aquellos que, como yo en un principio, percibían el hecho de ser Lobizón como una desgracia. Y si era posible ponerle un alto a la maldición ¿Cuántos se beneficiarían? ¿La "cura" acabaría con la ancestral guerra entre Lobizones y Cazadores? Pensar en una posible paz me daba ánimos, pero ¿por qué confiar en la palabra de estos tipos? Lo más probable es que  usarían sus investigaciones para causar un exterminio masivo.

No era momento para pensar. Además Tobías estaba despertando. Volví a fijar los ojos en él y verlo en ese estado de deterioro me recordó que no podía fiarme de esa escoria. Pero debía fingir que sí, para conseguir lo que deseaba.

—Si acepto ahora mismo su propuesta y permito que me analicen, ¿estaría dispuesto a dejarlo ir? Accedería también a que me seden si eso le da mayor seguridad...

El castaño poco a poco se despabilaba y finalmente me había reconocido y había llegado a captar parte de mi conversación.

—Iru...pé...no...lo ha..gas...—balbuceó—No...con..fíes.

Tuve que ignorar su petición por más que me doliera el alma.

—¿Lo haría?—increpé con apremio.

Otis se tomó un momento para meditarlo.

—Desaten al chico—ordenó al fin. Dos de sus "lacayos" se movieron para acatar sus órdenes—. Pero no lo dejen ir hasta que las drogas surtan efecto en ella. No quiero llevarme sorpresas.

Volví a sentir dos pares de manos reteniendome. El padre de Karen, Óscar, se disponía a sacar una jeringa de un botiquín. La habitación contenía poco mobiliario, el original del viejo y apolillado edificio, pero se notaba que recientemente lo habían dotado de insumos y principalmente armamento. Lo mismo que reparé en la enorme cabeza de ciervo empotrada en la pared, sobre Tobías. Mi mente me jugó una mala pasada y por un segundo esa imagen transfiguró en la de un lobo, provocando que mi ritmo cardiaco se incrementara, mientras mi adrenalina se disparaba.

Me tomé un momento para observar a Tobías por última vez y susurré por lo bajo: "Confiá en mí. Todo irá bien. Te amo" y luego sentí el pinchazo.

Me sentí desvanecer parcialmente, el entorno perdió consistencia y todo se ensombreció como en un apagón momentáneo. Pero todavía podía sentir y oír, incluso me sostenía en pie, aunque había doblado mis rodillas a priori, fingiendo que me sentía peor de lo que estaba en realidad.

Greg tenía razón. El matalobos no me afectaba como al resto. No importaba que fuera acónito "transgénico" o la hierba original. Podía arder, debilitarme un poco, pero no llegaba a quebrarme del todo. La inmunidad era algo nato en mí.

—Está dormida—confirmó Óscar.  Entonces escuché al "Jäger"" hablar. Ordenaba sacar a Tobías de allí, llevarlo al bosque y hacer lo planeado. No me había equivocado en desconfiar. Su plan era matarlo, tal como lo harían conmigo después de usarme. No obstante, ellos no sabían que mi chico, aún en su fragilidad, era fuerte.

El sonido de una garganta desgarrándose, el torrente sanguíneo fluyendo por el corte, fue mi señal.

Abrí los ojos de golpe. Estaban totalmente encendidos, como los de mi compañero, quien se había encargado de dos de sus "captores" en un pestañeo. Ahora era tiempo de que me hiciera cargo de los míos.

Mis garras emergieron cortando tejidos, carne, llegando incluso al hueso mismo. 

Los alaridos de dolor llenaron la atmósfera, pero los Cazadores eran resistentes, soldados entrenados, que aun podían luchar con miembros semi amputados.

Noté el zumbido de una flecha cortar el aire y rozar mi mejilla. Si mis reflejos no hubiesen sido tan buenos hubiera acabado con mi vida. La sangre manó del corte y la sentí cálida, hirviendo sobre mi piel.

Tobías gruñó al verme lastimada y saltó sobre el que sostenía el arma. Su rostro estaba cubierto de plasma. Los colmillos relucían bajo las luces dicroicas y se veían aún más atemorizantes cuando desgarraron el cuello expuesto del responsable.

Hermán, el otro guardia, sacó su cuchillo, mientras el padre de Karen tomaba su propia ballesta y apuntaba al corazón del lobo.

Intenté detenerlo. Me encontraba a unos cuantos pasos de distancia, pero el maldito viejo se me atravesó, cerrándome el paso, al tiempo que empuñaba su propia arma blanca.

No era rival para mí, pero sí que entorpecía mis planes.

Por un momento temí por la vida de mi compañero, sobre todo cuando me percaté de que más Cazadores estaban aproximándose a la propiedad, emergiendo desde el bosque como tenebrosas figuras envueltas en jirones de oscuridad.

Otis había pedido refuerzos, mientras nosotros estábamos enfocados en nuestras respectivas luchas.

Imaginé por un segundo cómo esa situación se hubiera transformado en nuestro fin, si no hubiera puesto el plan B en marcha, si no hubiera tenido la precaución de poner al tanto a Greg de lo que pasaba, para que este alertara a los Lobizones de la Logia, sino hubiera hablado con Dana y con Amaru para que coordinaran con el grupo de Protectores y reforzaran sus filas por si algo salía mal.

Claro que no me había agradado exponer a mi hermano y a mi mejor amiga a semejante peligro, pero no podía fiarme de que el plan que implicaba que los licántropos usaran tapones nasales como una forma de resguardo de mí y mi maldito estado de celo que obnubilaba su juicio, funcionara. Lo menos que quería era una manada de Lobizones disfuncionales corriendo por ahí.

Además los lobos solo podrían transformarse si estaban lo suficientemente cerca de mí para que actuara como su fuerza lunar. Sino serían solo simples humanos y eso no nos daría la ventaja que necesitábamos si pretendíamos ganar.

Lo único que no había podido anticipar de todo aquello era que Nahuel estaría ahí, peleando junto a la manada, ya que había dejado en claro que lo quería fuera de la lucha. Suficiente ya era arriesgar la vida de otros de mis seres amados, para ver peligrar también la suya. 
No obstante, por más que me esforzara, los engranajes del destino se habían puesto en marcha y la suerte de cada uno, para bien o para mal, ya estaba signada.

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