Capítulo 45
—Si "alguien" hubiera mencionado antes lo de los cuchillos y la sangre, hubiera pensado mejor mi respuesta...—balbuceó Dana, que de pronto estaba más pálida que la luna que entronizaba el cerúleo éter.
—¡No puedo creer que diga eso la chica que me enseñó a empuñar un escalpelo y a diseccionar anfibios en la clase de Biología!—expresé con un ápice de malicia—. Pero entendería sino querés hacerlo. Todavía podés dar marcha atrás. Es lógico tener miedo—Mis ojos pasearon por los rostros de los presentes que estaban sentados en torno de la cálida fogata que flameaba, como una bandera anaranjada, a unos pocos metros nuestros.
Carla estaba obcecada en mantener conversación con Nahuel. Esperaba que no estuviera divulgando ninguna situación ridícula o vergonzosa de nuestra infancia -en ese aspecto mi amiga era peor que mi madre-, aunque sospechaba que sus intenciones tenían más que ver con sonsacar información que con revelarla.
El pelinegro, en tanto, tenía la vista fija en su interlocutora, pero podía aventurar que sus oídos estaban atentos a las palabras que podían salir de los labios de Dana.
En cuanto a mi progenitora, la rigidez de su postura, la seriedad en su semblante, el claro hecho de que ignoraba deliberadamente el parloteo de mi padre mientras sus orbes se mantenían fijos mi acompañante, todas sus acciones en fin, indicaban que ella también estaba a la expectativa.
Yaguati era el único que parecía más enfocado en mantener con vida la fogata que en los sucesos del entorno. Al igual que Mauricio, quien descansaba, indiferente, a sus pies. En cierto sentido envidiaba sus momentos de abstracción y desinterés (sobre todo en las situaciones de tensión)
Katu y Amaru intercambiaban efímeros diálogos, pero su actitud era de vigilia y pasaban a integrar aquella parte del público que aguardaba la definición del espectáculo.
—¡No tengo miedo!—medio gritó Dana y su tono de voz pareció avivar las ondulantes llamas que crepitaron expulsando chispas al aire. Me pareció notar que una de aquellas "luciérnagas ardientes" se posaba justo en la cola de Mauricio sacandolo de su cómodo letargo—. Pero estoy sorprendida por el rumbo que tomaron los acontecimientos—explicó, y debí admitir que tenía razón.
Todo se había tornado raro desde el momento en que Itatay soltó la "insólita revelación" después del corte del pastel (al menos en esa ocasión se había esperado hasta que pudiera digerir al menos un bocado)
Mi abuela parecía empecinada en no dejarme olvidar su visita. Ya lo había logrado desde que había decidido compartir el secreto de mi condición licantrópica con mi familia, pero la había rematado al decir que mi cumpleaños era ocasión propicia para realizar "el ritual de unión" que me vincularía con mis Protectores.
Mis nervios habían aminorado cuando compartió las identidades de aquellas personas que serían mis "guardaespaldas" de por vida, pues se trataba de mi hermano Amaru y de Dana, pero eso no implicaba que una parte de mí sintiera bastante ansiedad todavía.
Amaru había sido el primero en aceptar, aunque era un tanto evidente. Él es mi hermano y además está empapado con las implicancias y responsabilidades que el cargo conlleva porque ya lo ha desempeñado, y aunque su protectorado anterior no había sido del todo óptimo, estaba segura de que tomaría esa segunda oportunidad para reivindicarse. En parte, creía que mi abuela lo había seleccionado justamente por eso y porque los mismos dioses le mostraban a los "elegidos", obvio.
En cuanto a Dana, ella era una neófita en todo este asunto de la licantropía, apenas conocía mi mundo por arriba (ser "casi" devorada por un Lobizón y haber salido airosa no la dotaba de la sabiduría que se necesitaba para ser una Protectora) Pero Itatay sintió "la vibra" cuando la tocó (y no se confundan, eso no tenía nada que ver con el Parkinson sino con su don extrasensorial)
—Voy a hacerlo—determinó Dana, después de unos momentos de reflexión y extendió la mano hacia la lóngeva mujer que aguardaba su respuesta final, firme como tótem, a nuestro lado.
Mi abuela se había preparado para la ocasión como esta lo ameritaba. Iba vestida con su túnica ceremonial, y su cuerpo estaba ornamentalmente decorado con collares con plumas y brazaletes. Su imagen podía presentar cierto antagonismo frente al look convencional que tenía mi amiga, pero de alguna forma extraña esas distinciones culturales y temporales, en el instante en que sus manos se unieron, congeniaron y se armonizaron volviéndose parte de un paisaje homogéneo.
—Tomaste una sabia decisión gurisa—comunicó mi abuela y le propinó, con el cuchillo de alpaca que sostenía en su otra mano, un corte limpio en la palma. La linfa escarlata brotó de esta mezclándose con la luz de plata de los astros, de aquellos cuerpos celestes que lejanos y silentes guardaban memorias de nuestros actos terrenales. Dana apenas pestañeó cuando el filo de la hoja la penetró, pero tuvo la precaución de mantener su vista puesta en la figura de Itatay todo el tiempo, en vez de en la herida de su mano—. Es tu turno ahora Irupé—informó y con determinación di un paso hacia ella y extendí mi mano. Mi abuela repitió el mismo proceso y una vez que la sangre comenzó a manar de la herida unió nuestras palmas recitando una especie de predica en su lengua madre.
Si bien yo no hablaba siempre en Guaraní, el idioma constituía mi segunda lengua, así que podía entender con precisión aquel cántico que Itatay rezaba.
La sangre es vida, es linaje, alianza. Crea lazos invisibles que nos unen a otros en cuerpo y, a veces, también en alma.
Aquel pacto simbolizaba la "unificación" de dos seres en materia y esencia, pero además implicaba un compromiso de por vida, al que solo podía dar fin la muerte.
Traduje para Dana la parte de la declamación que contenía la pregunta final, la más importante, aquella que requería su aceptación de guardar el secreto de mi naturaleza y jurar defenderme-aún a costo de su propia vida-, en aquellos momentos en los que fuera más vulnerable ante el peligro, a fin de que pudiera concretar el designo que los dioses habían establecido.
Recordé, mientras transponía las palabras de un idioma a otro, lo dicho por Tobías respecto a no depender de nadie y encargarnos nosotros mismos de nuestros enemigos. Pudiera ser que en su caso la negativa a forjar esta clase de vínculos estuviera relacionada a una cuestión de orgullo o de reafirmación de su valentía o simplemente tuviese que ver con un tema de libertad. Por mi parte, en cambio, si había una mínima de rechazo hacia aquel pacto de unión estaba vinculada con el temor que me generaba que mi amiga saliera herida y acabara muerta por mi culpa. Además, no podía dejar de pensar que mi condición no era la misma que la de otros Licántropos. Mis transformaciones no estaban supeditadas a los caprichos de la luna. Podía defenderme siempre. Pero Itatay había insistido en que era justamente esa particularidad la que me volvería objeto de una cacería más sofisticada y por ende necesitaba de toda la ayuda posible. También me recordó el riguroso entrenamiento a los que son sometidos los Protectores y me hizo ver que la chica flacucha e "indefensa" (físicamente hablando) que conocía, pronto transmutaría en un ser completamente diferente. Eso me había infundido cierta tranquilidad, pero no había aplacado mis preocupaciones por completo y nada lo haría. Aunque es algo lógico...Cuando se quiere, se teme.
En medio de mis divagaciones, al abrigo de las miradas esperanzadoras de nuestros testigos, Dana había hecho el juramento y tras aquel último "sí", nuestras vidas se unieron de forma definitiva.
Entonces la miré a los ojos. Estaban brillantes, como luceros, pero aparte de eso mi amiga tenía razón, no advertí miedo en ellos y en ese momento yo también dejé de albergar aquel sentimiento.
Entendí que aún en nuestra "fragilidad" individual juntas éramos fuertes, como las prominentes llamas que se alzaban unánimes y solemnes hacia lo alto, como ardientes columnas de fuego y de humo, sobre las que en ese instante descansaba parte del magno techo del mundo.
¡Hola amados lectores!
Se acerca la Navidad y no quería dejar pasar esta fecha especial sin regalarles un capi más de Lobizona, el cuál para mí tiene un valor significativo, no solo por lo que narra, sino porque marca el inicio del final. ¡Pero tranquilos! No digo que YA vaya a acabar, aún faltan unos capítulos más (los más emocionantes) y me he planteado hacer segunda parte.
Pero, dejando de lado la historia, aprovecho la ocasión para desearles muchas felicidades. Anhelo que pasen unas fiestas junto a sus seres queridos, que disfruten, se diviertan, coman cosas ricas y reciban obsequios, pero fundamentalmente que pasen una noche en armonía y con mucho amor.
¡Los adoro y les agradezco por seguir aquí! ¡Hasta pronto!
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