Capítulo 42.
"Y la verdad os hará libres" ¡Cuánta verdad había en esa frase!
Al otro día me levanté con una sensación de liviandad y ligereza. Me sentía como un globo de helio, que se elevaba ingrávido hacia el cielo.
Mi buen humor matinal era inmejorable, incluso podía omitir el hecho de que Carla había usado mi espalda como cancha de Hockey durante la noche.
El desayuno transcurrió sin mayores novedades. Solo mi amiga y yo estuvimos presentes porque el resto de los miembros de mi familia, aquellos que no estaban durmiendo, estaban enfocados en los preparativos de la fiesta.
Desde la cocina, se filtraba el aroma a leña y carbón. A mí viejo le gustaba iniciar el fuego temprano, para no apurar el asado. ¡Nada peor que comer carne chamuscada!
Mi abue y mi mamá, en tanto, estaban preparando unas empanadas caseras y habían copado la totalidad de la mesa con las tapas y el relleno.
Cerca del mediodía llegó la primera invitada. Puntualisima, como era su costumbre. Esa chica debía de tener un reloj suizo incorporado.
—¡Hola Dana! Gracias por venir—Mi amiga me saludó con un abrazo.
Pocas veces la había visto usar vestido, porque la morena era más de los pantalones de jean, pero en esa ocasión había optado por cambiar el estilo (aunque la prenda era de aquel material). En ese aspecto estaba a tono conmigo, ya que también había decidido ponerme un solero de color blanco que mi amiga Carla me había obsequiado.
—¡Feliz segundo cumpleaños Iru!—expresó con alegría antes de ingresar a la casa.
Carla nos miraba de reojo, cautelosa, desde su puesto en el sofá de la sala mientras hacía zapping con el control remoto.
Pronto me encargaría de cambiar su expresión. No podía permitir que esas dos sintieran celos la una de la otra o estaría acabada.
Tomé a Dana de la mano y la conduje al living.
—Mejora Rionegrina, te presento a mi mejora Porteña—comenté, enfatizando el término "mejora" en ambos casos para que ninguna pensara que la menospreciaba.
—¿Qué onda? Soy Carla, la "mejora Porteña"— Pude percibir ese ápice de ironía en su vocecita. Comencé a experimentar una sensación de pesadez en el estómago.
—Y yo soy Dana, la "mejora Rionegrina"—arguyó mi compañera, con una sonrisa. Hasta el momento ninguna había hecho el menor amago de acercarse a la otra. ¿Qué les pasaba? ¡Ni que el contacto físico estuviera prohibido!—. Estoy bien y ¿vos?... ¡No jodas! ¿Te gusta Conan Doyle?—añadió, sin darle tiempo a la contraria de responder el primer interrogante. Carla enarcó una ceja y en su rostro se pintó un signo de pregunta. Dana, por otro lado, captó su incertidumbre al vuelo y enseguida reformuló—. Quiero decir si te gusta Sherlock—Se acomodó los lentes y señaló la pantalla LED que colgaba de la pared. En ese momento estaban transmitiendo uno de los capítulos de la serie de Gatiss y Moffat.
—Ah...Sí, está bueno. Digo, en general prefiero las series teens pero Benedict Cumberbatch tampoco está mal. Lástima que sea gay. ¡Por qué todos los tipos buenazos lo son! Eso es una injusticia— se lamentó.
Salvando el hecho de que Carla se había desviado del asunto original, como era su costumbre, lo positivo era que se estaba soltando y manteniendo un tema de conversación con Dana. Uno que además tenía "algunos" puntos de concordancia.
—De hecho, no lo es—informó Dana—. Al menos el actor confesó en una entrevista que ha tenido ciertas experiencias con hombres, pero nunca se consideró homosexual. Afirma que le atraen las mujeres.
Aquel dato me sorprendió considerablemente ya que jamás hubiera pensado que mi amiga— aunque era una traga libros— se interesara por material de lectura de ese tipo. Y no fui la única. Carla estaba maravillada, sus ojos avellanados irradiaban felicidad.
—¡Es la mejor noticia que me pudiste dar!—exclamó, regalandole al fin una sonrisa.
La visita más esperada llegó justo cuando estábamos por servir el asado, cerca de las tres de la tarde, y debo confesar que creí que no llegaría. Para ese momento una parte de mí ya estaba aullando.
Por si no sabes de quien hablo, me refiero al chico que hace el Delivery de las pizzas, aquel muchacho bonachón que tiene la enorme responsabilidad de alimentarnos al menos dos veces a la semana, en especial los días que me toca cocinar y me pinta la vagancia...
¿Te la creíste? ¡Porque era broma! Obviamente estoy hablando de Nahuel.
El moreno ingresó al comedor con la timidez pincelada en sus mejillas y su negro y brillante cabello alborotado, igual que todas las mañanas que lo veía ingresar al colegio, lo que me dio la pauta de que hacía poco que se había levantado y eso podría explicar la demora.
Iba vestido con jeans negros gastados y una chomba de Kevingston, estilo Rugby. Se veía muy guapo.
¿Cómo podía cuestionarlo por llegar tarde? Lo importante es que había llegado.
Lo único que lamenté fue que el hecho de que había sido Amaru quien nuevamente lo había recibido. Seguro le había soltado un gran sermón mientras lo escoltaba, en esos diez pasos desde la puerta hasta el comedor. Mi hermano sabía ser conciso y a la vez intenso.
Ahí quien había fallado había sido yo. Debería de haber salido a abrir la puerta cuando sonó el timbre, pero estaba desmoralizada desde que me había encontrado con un individuo menos amigable aguardando en el porche: Karen.
¿Qué que hacía la oxigenada en mi cumpleaños? Estorbar, claro. Pero Yaguati la había invitado, y eso que había sido muy específica cuando había dicho que los únicos animales que se admitían en la fiesta eran Mauricio y mi loba interior.
No obstante, él insistió en que le debía aquel favor, por la vez en que casi lo vuelvo comida de Lobizón. Además, añadió que Karen "ya era como parte de la familia". Puajjj.
Como sea, en ese punto me había ahorrado comentarios y creí que con mi silencio dejaba suficiente clara mi postura, pero no. Debería trabajar mejor en mi afasia.
—Feliz no cumpleaños Irupé—susurró Nahuel y me entregó una bolsita de seda que apretujé entre mis manos. Ni loca la abría ahí. Bastante tenía con estar con él frente a TODA mi familia y sentir tantos pares de ojos expectantes puestos sobre nosotros. ¡Resultaba apabullante!
Recuerdo que apenas pasé bocado durante el almuerzo ya que mi padre y mis hermanos parecían miembros de la CIA y no habían dejado de interrogar al recién llegado. ¡Como si Nahu no tuviera suficiente castigo con estar sentado frente a su ex y a Yaguati!
No obstante, el moreno resultó un experto en cuestiones de supervivencia y pudo zafar bastante bien del interrogatorio; incluso se permitió repetir el plato. Al menos alguien podía disfrutar el asado.
Más tarde logré escabullirme de la fiesta con él gracias a mis amigas (Dana y Carla habían resultado una buena dupla al final). Ante la tensión del almuerzo, habían ideado una excusa para que pudiéramos alejarnos de los adultos, alegando que daríamos una caminata por el bosque para bajar la comida. Claro que nuestros caminos se bifurcaron ni bien perdimos de vista mi casa.
—¡Por favor perdóname por el momento incómodo! —me disculpé, cuando estuvimos a solas. A parte de nuestras voces, en el bosque que rodeaba la propiedad, solo se oían las cantarinas melodías de las aves.
—No te preocupes Iru. La verdad es que estoy acostumbrado. Pasé la prueba de fuego de los interrogatorios cuando conocí al padre de mi ex. Un tipo bravo—informó.
Sentí un cosquilleo en el estómago al imaginarme la situación. Sobre todo por la comparación que había hecho. Karen y él eran novios.
—Sí, pero vos tenías algo con Karen—me animé a decir, paseando la vista por las copas de los árboles, que se mecían ligeramente por efecto de la brisa, mientras seguíamos caminando por un sendero sin rumbo fijo, o eso pensaba yo. Lo cierto es que Nahu parecía dar pasos bastante certeros en una dirección específica—. En cambio nosotros...
—Justo de eso quería hablarte. Pero antes quiero que veas algo—De pronto se detuvo y descorrió algunas tupidas ramas que parecían haber sido colocadas a priori a un lado del camino. Tras estas pude ver un sector despejado del bosque donde los rayos solares de la tarde se filtraban juguetones entre el escaso follaje y reposaban sobre una escena de cuentos de hada.
Me quedé absorta ante la nueva imagen. De las ramas bajas de los Amancay colgaban varios farolitos de colores donde la luz anaranjada del ocaso rebotaba, proyectándose en diversas direcciones, provocando la sensación de que había estrellas bailando a nuestro alrededor.
En el centro del claro estaba tendida una manta de picnic, donde descansaba una cesta y junto a ella un estuche de guitarra. Además había algunos velones, intercalados con ramilletes de flores amarillas, dispuestos alrededor. Era notorio que "alguien" se había encargado de encenderlos antes de que llegáramos. Eso podía adivinarlo porque la cera estaba apenas derretida.
—¡Es precioso!—grité cuando logré salir de mi estado de trance—. ¿Lo hiciste vos?
—Sí...Me alegra que te guste. Este es mi segundo regalo para vos, o el primero considerando que el otro no lo abriste—me guiñó con diversión, provocando que me ruborice. ¡Era cierto! Que tonta había sido.
De inmediato saqué del bolsillo de mi vestido la bolsita de seda y la abrí. Sobre la palma de mi mano cayó una pulserita con un fino tramado artesanal. En un primer momento me pareció de plata, pero luego noté que era acero. En su centro había engarzada una piedra de luna. ¿Insinuante, verdad?
—¡Me encanta!—¡Por Tupá, me iba a quedar la mandíbula contracturada de tanto sonreír!— ¿Me ayudás a colocarla?—Nahu se acercó a mí y deslizando sus cálidas yemas por mi muñeca comenzó a colocarme la pulsera—. Gracias, en serio, me encanta—. Volví a decir elevando la vista hacia sus ojos deslumbrantes. Literalmente estaban brillando. Como pequeñas chispas que se escapaban de un fuego más intenso, provocativo, atrayente. Me fue imposible contener los deseos de besarlo. Y claro que me sumergí en la hoguera.
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