Capítulo 4.
Llegamos a nuestro preciado destino con las primeras luces del alba y gracias a mi vergonzosa alucinación "onírica" ahora estábamos vivos, porque mis gritos despertaron a TODOS, incluido mi papá que se había adormecido al volante.
Después de un brusco movimiento vehicular, para redirigir el auto hacia la ruta, (poco transitada a esa hora, por fortuna) y gritos e improperios sucesivos, por parte de mi mamá especialmente (algunos en guaraní y otros en criollo), fue Kanu quien tomó el mando para que papá pudiera descansar y continuáramos el viaje a salvo, ya que era muy diestro manejando, pese a su edad.
Lo bueno (aparte de que no morimos) fue que mi familia me agradeció mucho por salvarlos de un fatídico final en carretera y ninguno supo que mis alaridos habían sido por mi sueño "lobuno".
Casi ninguno pudo dormir desde entonces, salvo mi papá que se hacía oír por sus propios ronquidos, así que pude ver la transición que iba sufriendo el paisaje a medida que nos acercábamos a la provincia del "Nahuelito"
La uniformidad del terreno fue cambiando, y aquel se fue tornando cada vez más ondulado, aunque la vegetación seguía siendo principalmente esteparia. Pero no fue hasta que aquel majestuoso macizo cenozoico, "la Pre-Cordillera Andina", impuso sus escarpados picos, algunos vistiendo sus capuchas blancas de nieves perpetuas, contra el diáfano éter, que mis ojos quedaron absolutamente prendados del paisaje. Es que una cosa es verlo a través de fotos y otra muy distinta es tener aquella maravilla natural frente a tus ojos. Ahora sí que podía jactarme plenamente de mi sitial privilegiado.
—¡Dejáme ver!—dijo Yaguati y me empujó para poder observar la montaña a través del cristal delantero.
—¡Mirá por tu propia ventanilla! Se ve igual—respondí, sin intención de moverme, con mis brazos apoyados en el respaldo de la butaca delantera.
Él, ladino como todo gato, volvió a ejercer coacción corporal, aprovechando que su físico es mucho más grande que el mío y fornido (lo trabaja mucho en el gym) pero no logró que cediera ni un poco. Seguramente mi fuerza también se había incrementado con mi "maldición lobuna". Sonreí satisfecha ante esta ventaja. Empezaba a pensar que no todo era tan malo como creía.
—¡Mamá! Decile a "la" María Irupé que se corra que no me deja ver nada— me acusó, como un niño pequeño. (Buchón)
—Él puede ver igual de su lado. ¿Cómo es que Amaru no se está quejando? —contrarresté.
—Porque soy el más maduro y avispado de todos, obvio—dijo mi frater, alardeando.
A veces, pienso que o mi madre le erró en el nombre, o la culpa la tuvieron los del Registro Civil cuando lo anotaron (algo que ocurre frecuentemente en mi país). Debieron ponerle Arandu, que significa "sabio" en vez de Amaru que es "padre de la lluvia", porque a mi hermano le gustaba presumir sus conocimientos cada vez que podía. Aunque tampoco nos habían tocado tiempos de extrema sequía como para que pudiese alardear también sus dones natos.
Es que el nombre en la cultura guaraní es muy importante porque se dice que refleja nuestra esencia, nuestra alma...
Yo, por ejemplo, llevo el nombre de una hermosa flor acuática que simboliza el amor puro, y forma parte de una leyenda romántica. Tal vez mis padres esperaban que fuera más femenina y delicada (y menos lobuna) pero ni con eso...
—Eso no fue maduro, fanfarrón— espeté, frunciendo el gesto.
—¿No pueden dejar de pelear ni siquiera el primer día en la provincia?
—se quejó mi mamá, volteando hacia nosotros—. Yaguati, tu hermana tiene razón, mirá por la ventana de tu lado y déjate de joder. Además ya estamos por llegar a Villa Campanario—. anunció, mientras sacaba un folleto de la guantera del auto y se lo tendía—. Tomá, sino querés mirar por la ventana, entreténete estudiando el panfleto. Hay un plano incluido.
—¿Me viste cara de mapógrafo?
—¡Se dice cartógrafo! —corrigió Amaru—. ¡Y no es forma de responderle a mamá! —añadió, dándole a Yaguati con el libro en la cabeza a lo neandertal. (Definitivamente Amaru era el nombre correcto y definitivamente aquello de "la palabra es más poderosa que espada de dos filos" tenía un sentido bastante amplio)
—¡Auch! —Yaguati se frotó la coronilla—. ¡Me las vas a pagar!—Sacó sus garras de felino (es una forma de decir, ya que en la familia la única con garras soy yo) y empezó a los manotazos con Amaru, usándome a mí de escudo.
Aquello despertó la ira de mi vieja y de reboté la ligamos todos.
Nos quitó cualquier material de entretenimiento, incluidos los teléfonos que ya habían recuperado señal en cercanía del pueblo, el libro de Amaru, y el "panfleto" recién entregado. Si hubiera podido incluso nos polarizaba los vidrios para que no miráramos al exterior... Le había brotado el Aña ancestral de adentro.
Pero aquello sirvió para que dejáramos de pelear, porque para los que no conocen a la Doña Anaí (original de Anahí) Jasy Lambaré de Rodríguez cuando se enfada es mejor seguirle la corriente o el castigo de un solo día puede durar el año entero (Bueno exagero, pero sí dura semanas)
Con el auto en completo silencio me dediqué únicamente a observar el pueblo. La nueva localidad, que formaba parte del departamento de Bariloche sería nuestro nuevo hogar desde ahora.
La fronda se fue volviendo más tupida, y arbolada, cuando nos acercábamos a la zona de residencia, lo mismo que las pintorescas construcciones estilo cabañas, que me recordaron mucho a las del cuento de Blanca Nieves. Una de ellas sería nuestro hogar y la idea se me hacía cada vez más emocionante, sobre todo cuando una serie de lagos espejados comenzaron a asomarse entre el follaje, mientras avanzábamos; brillantes bajo el sol del medio día que arrancaba destellos dorados de las aguas, cuando pasaba sus tibios dedos luminosos sobre aquel cuerpo acuoso, sin llegar a abrigarlo.
—¡Al fin llegamos! —exclamó Yaguati desperezándose y bostezando al mismo tiempo—. Ya estabaaaba necesitando un fibrón—Terminó la frase, lo mismo que el bostezo.
Tenía que darle el punto en ese aspecto. La verdad es que yo tenía entumecidas las piernas y el culo. Así que comencé a caminar un poco por el terreno, oxigenándome y estirando mis músculos a la vez que exploraba.
Mi mamá se dirigía a la hermosa cabaña vestida con sus atavíos de madera y cuarzo, donde la esperaba la pareja amiga que le había realizado el ofrecimiento laboral, (la mujer era la directora de la escuela donde ella trabajaría) mientras, mi hermano Amaru, intentaba despertar a mi papá y Kanu contemplaba con ojos reflexivos y mirada melancólica y penetrante, el lago que se extendía justo frente a nosotros.
«¿Quién sabe qué consternaciones internas o qué conflicto existencial lo aqueja ahora? »
Hice una nota mental, para hablar con él cuando termináramos de instalarnos. Se lo veía mucho más nostálgico que nunca. Tal vez fuera esa cosa del desarraigo.
Yo por otro lado, no me sentía para nada afligida. ¿Por qué lo haría? El lugar era grandioso y la casa un sueño de hadas. Además, estaba a varios kilómetros de distancia de la zorra de Selena, y hasta donde sabía, no tenía enemigos en la zona.
En cambio, tenía todo un mundo de posibilidades.
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