Capítulo 35
—Pude notar tu presencia hace rato—indicó Tobías, quebrando el silencio.
Él estaba de espaldas a mí, sentado en pose de yoga y en engañosa "meditación", sobre una roca frente al lado.
Las aguas espejaban el tono anaranjado y carmín del cielo crepuscular y su pequeño oleaje emprendía un lento vaivén al ser mecido por la brisa fresca de la tarde. Sobre aquel manto ondulado se deslizaba apacible un cisne de cuello negro, delicado y esbelto, cubierto de la gloriosa incandescencia que derramaba el febo.
Bufé, dejando escapar una buena cantidad del aire que estaba conteniendo, ante el descubrimiento del contrario.
Me había acercado de forma sigilosa, intentando sorprenderlo. Incluso me había colocado contra el viento para camuflar mi aroma, pero al parecer no lo había hecho bien.
Cuando Tobías volteó, estaba sonriendo con suficiencia. Sus delgados labios formaban una medialuna en aquel rostro coqueto.
Yo, en cambio, lo escrutaba de forma seria, con el rostro fruncido y cruzada de brazos.
—Dejá de presumir y decime ¿cuál es el truco? ¿Cómo hago para cubrir mí rastro?
Tobías achinó sus ojos caramelo, escrutándome con detenimiento. Su iris, por efecto de la luz, resplandecía como un fuego pequeño, calmo, pero no iba a dejar que aquella atractiva flama me confundiera. Seguía enojada con él por no dejarse acometer.
Entonces, se levantó de la roca y se puso a la par mía, demasiado cerca.
¡Maldito! Sabía cómo quebrarme. Ya me estaba provocando un aceleramiento del ritmo cardíaco.
—Para empezar, tenés que aprender a controlar tus palpitaciones— susurró en mi oído, deslizando su mano hasta centrarla en mí pecho. Aquella acción surtió el efecto adverso. Parecía que una comparsa de carnaval estaba retumbándome adentro. ¡Genial!—. Además del sentido del olfato desarrollado tengo buen oído—se jactó.
En el fondo, debía admitir que estaba en lo cierto. Había sido descuidada y eso solo evidenciaba mi falta de experiencia y de conocimiento sobre mi propia naturaleza, o la del enemigo.
—¿Creés que por eso los Cazadores llegaron hasta Dana? Por mi notoria falta de cuidado al respecto...—pregunté retóricamente.
Acto seguido, desvié la mirada paseándola por las copas de los regios arrayanes, pensando en todas las huellas que había dejado en el bosque la noche que había descubierto su relación con Amaru y había ido a buscarla transformada.
Tobías se había esforzado por borrar la evidencia de regreso, pero tal vez algo se le había pasado por alto. No obstante, la culpa seguía siendo mía. Yo les había pintado a los Cazadores una gran marca roja en la puerta de la casa de mi mejor amiga.
—Creo que estás siendo muy dura con vos misma—sentenció, como si adivinara mis cavilaciones. Después, capturó mi mentón entres sus yemas, de forma suave, y me impulsó a hacer contacto visual nuevamente—. Nadie nace sabiendo Irupé y a pesar de que los Lobizones tenemos esa dosis de conocimiento adicional que nos provee el instinto, tampoco somos eruditos...Por ejemplo, desde la conversión vos ya sabías usar la dirección del viento para cubrir tu aroma y eso te sirvió al momento de la cacería para capturar a tu presa, ¿cierto?—Asentí con un gesto—. Pero, cuando uno se vuelve el objetivo debe ser aún más astuto, y aprender técnicas de defensa, no solo de ataque. Por un lado, debe ser meticuloso al momento de esconder aquello que puede llegar a delatarnos, y por el otro, aprender a detectar al Cazador mucho antes que el a nosotros, a fin de mantenernos lejos de su óptica.
—Gracias por compartir tu conocimiento conmigo—reconocí, bajando la guardia.
—Tomálo como un adelanto de tu primera clase teórica, lobita—indicó, volviéndose todo un "sexy" profesor—. Pero, antes de continuar, te toca a vos compartir cierta información...
Entrelazó su mano con la mía —en un gesto que me gustó más de lo que iba a admitir abiertamente— y me condujo hasta la roca plana en la que había estado sentado. Me ubiqué a su lado, cruzando mis piernas y empecé a narrarle en detalle cómo habían transcurrido los acontecimientos desde el secuestro de Dana, hasta el momento que él había llegado a la cabaña.
Después, él me contó que una vez que nos dejó en la escuela y devolvió la motocicleta robada, regresó hasta ese punto del bosque para asegurarse de que no había quedado nada en la escena que pudiera comprometernos y para recabar "otros datos" de importancia.
Según lo expuesto, le fue fácil pasar desapercibido ya que el sitio era un hervidero de gente: policías, bomberos voluntarios, vecinos de zonas aledañas, la prensa local (que también iba siguiendo un rastro de "caza") En fin, todo el tumulto se agitó aún más cuando se descubrió que en el incendio había muerto alguien. "Al parecer" el "propietario" o "inquilino", un tal "León González" o "Gonzalo León", "arrendaba la casa por temporada" o "pasaba la temporada en esa casa" y había tenido la desventura de estar "justo allí" cuando "se inició el incendio" o "lo iniciaron".
De más está decir, que esas eran las especulaciones de los vecinos, porque la policía puso el letrero de "clasificado" ni bien se halló el cadáver entre la pila de escombros, limitando toda información al respecto, en tanto durase la investigación.
En lo demás, no parecía haber pruebas vinculantes. Todo se había consumido por las llamas y yo esperaba que también pudieran desvanecerse con igual facilidad mis recuerdos sobre ese fatídico episodio.
—Entonces, podemos estar tranquilos en ese aspecto...—comenté sintiendo cierta descompresión en el pecho. Por más que hubiera intentando aparentar normalidad durante la jornada, por dentro los nervios me estaban carcomiendo.
—Por el momento sí. Pero como te decía, es mejor estar alertas para saber ubicar a nuestro enemigo, antes que él a nosotros. Y por eso tomé esto—Tobías sacó del bolsillo de su chaqueta el teléfono celular del Cazador fallecido y a mí casi me da un infarto—. Tranqui preciosa, le saqué el chip, así que no tienen forma de rastrearnos—explicó en tono sosegado—. Pero pienso volver a ponerlo y hacer mis averiguaciones al respecto cuando llegue a mi casa. Si hay más contactos en la agenda, entonces podemos dar con más miembros del grupo—comunicó.
—Está bien, pero tené cuidado...Y sí necesitás ayuda me decís y te acompaño—ofrecí—. Bueno, si a tus viejos no les molesta que vaya a tu casa—Tobías soltó una carcajada seca, negando.
Supe de inmediato que era una risa forzada y que algo que había dicho le había afectado, pero era reservado para seguir hablando sin ser interrogado. La cuestión es que yo soy muy curiosa para dejar de hacer preguntas cuando estoy a punto de descubrir algo.
—Dije algo que te incomodó ¿cierto?—Él suspiró.
—En realidad no. Hace rato que ya no me incomoda mi situación "familiar", al contrario, le soy indiferente o me causa gracia... A mis viejos no les va a molestar que vayas porque difícilmente están en casa. Mi viejo se la pasa laburando en el consultorio o en el hospital y en los tiempos libres duerme o se encierra en la oficina que tiene en casa a hablar por teléfono—¡Y yo que pensaba que mi madre era adicta al trabajo! Este hombre la superaba—. En cuanto a mi mamá, bueno...Desde que se puso el local de Pilates se la pasa allá...—hizo una pausa y entre tanto se dedicó a arrancar pedacitos de helechos, aquellos que crecían entre la humedad de las rocas.
Era una buena forma de mantener entretenidas sus manos, que hacía rato se habían soltado de las mías.
—¿Es ese nuevo que está en el centro, a un par de cuadras del cole?—inquirí retomando la charla. Recordaba haber visto el local de camino al instituto. También tenía un vago recuerdo de "querer empezar a tomar clases ahí" Pero, primero tenía que averiguar si Pilates era un deporte, porque yo de deportes cero.
—Sí, sí, ese mismo. En fin, no la culpo, es bueno que esté en actividad. Antes era secretaria y así conoció a mi viejo. Pero cuando se casaron, se dedicó a la casa, al marido y al cuidando a mis hermanos, los mayores... Y después, cuando podía tener un tiempo de nuevo para ella, llegué yo: "el hijo no esperado de la vejez" y se tuvo que seguir postergando.
—Lo entiendo, y también sé lo que es caer de sorpresa—comenté sintiéndome identificada—. Che, ¿tus hermanos no viven con vos, no?
—No, todos se fueron del nido hace rato. Soy el que queda...Por ahora. El año que viene me voy a alquilar un depto. Como ya me recibo, la poca atención que recae sobre mí va a desaparecer y voy a tener independencia completa—Me guiñó el ojo. Se veía más alegre que molesto. Supongo que era más fácil mirar el lado bueno, ser optimista frente a la situación, y no tener que lidiar con la falta de interés de unos padres ausentes.
—¡Qué bueno! Te felicito. Se nota que tenés iniciativa. Yo en cambio, ruego que mis viejos no me echen antes de que termine la Uni— reí y él me acompañó brevemente.
—Eso es lo que me gusta de vos—declaró de pronto, mirándome fijo.
—¿Mi falta de madurez?—Tobías negó.
—Al contrario, sos muy madura e inteligente. Sabes cómo sacar información sutilmente—Ahí había dado en la tecla—. Hacés tus preguntas, pero no atosigas—Eso dependía de la situación—. Y lo más importante, sabes salirte por la tangente cuando sentís que la charla se está poniendo densa—elevó una mano y tomó el mechón de mi cabello que se me había escapado de la cola de caballo y bailaba en mi rostro, colocándolo detrás de mi oreja, mientras entrelazaba su otra mano con la mía.
Mi corazón una vez más intentó acelerarse, pero esta vez hice un gran esfuerzo para modular el ritmo de sus palpitaciones. No quería que tuviera la ventaja de saber lo que estaba sintiendo. Ya había tenido más de una victoria aquel día.
—Gracias, es otro de mis dones—señalé divertida. Pero él no cedió, al contrario, avanzó confiado, un poco más. Sentía como el fuego de sus ojos se iba ciñendo sobre los míos, eclipsándolos.
—Todavía te falta desarrollar uno, el más importante...—susurró, provocándome un leve cosquilleo debido el flujo cálido de su aliento que acariciaba mis labios, con cada sílaba pronunciada.
—¿Cuál?
—Dejar de hablar, cuando intento besarte— declaró. Luego, con esa sabiduría excepcional que le confería el instinto más que experiencia o la edad, tornó en acciones sus palabras.
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