Capítulo 27

—¿Qué fue eso?—Mis sensibles oídos captaron un eco proveniente de uno de los pasajes.

Tobías se puso rígido adoptando una pose de alerta.

—Creo que son pasos. Alguien viene—masculló.

—¡Genial! Entonces podré conocer a otro miembro de la Logia finalmente—alegué, sonriendo ante la posibilidad.

—No creo que sean de los "nuestros"—indicó Tobías mientras sus ojos se enfocaban en el pasadizo por donde habíamos ingresado—. Estoy seguro que es el cuidador de la Catedral. Se encarga del mantenimiento de las criptas—explicó.

—¿Le pone aceite a las bisagras de los ataúdes para que no rechinen cuando los muertos salen?—bromeé, pero la expresión de mi acompañante permaneció tiesa.

—Lo mejor será que nos vayamos para no desviar su atención hacia estos lados—indicó y tomándome de la mano, comenzó a arrastrarme de nuevo hacia la salida.

Una vez en el túnel, Tobías se mostró más relajado.

—Siento haberte sacado así—prosiguió—, pero la verdad es que aunque algunos acólitos están interiorizados de las actividades que se realizan aquí y nos han ayudado a permanecer en secreto, no podemos llamar la atención y alertar a todo el sacerdocio. Es por eso que nuestras visitas deben limitarse a los días asignados para las reuniones.

—Lo comprendo—asentí, mientras me deshacía de su apretado agarre. Aunque podía entender su nerviosismo. En teoría, Tobías había roto las reglas por mí.

Cuando salimos al exterior el sol estaba a medio camino del descenso, y las sombras de la tarde habían eclipsado gran parte del bosque. En el cielo, podía vislumbrarse el reflejo de la luna, la cual había alterado su forma de nuevo mostrando al mundo solo un fragmento de su inmaculada faz.

Larga era la espera para poder volver a contemplar su gracia de manera plena, extenso el tiempo que la magia permanecía cautiva, en estado de latencia, incapaz de proteger a los licántropos de los peligros mortales que los rodeaban.

Volví mis ojos hacia Tobías, que al igual que yo observaba aquella inmensa bóveda celeste con cierta nostalgia.

—Es hora de regresar, antes de que se haga más tarde—argüí, obligándolo a mirarme.

—¿Qué pasa lobita, te asusta el bosque de noche?—se burló recuperando por completo su sentido del humor.

Tomé aquello como un desafío y dije:

—No es eso, yo veo genial en la oscuridad— Comencé a cambiar, asumiendo mi forma lobuna de manera parcial—. Y espero que vos igual, porque no quisiera dejarte atrás—añadí y dándole un empujón, gané unos segundos de ventaja en la carrera que estaba a punto de iniciar.

—¡Hiciste trampa!—se quejó mi compañero cuando llegamos hacia el sitio donde habíamos aparcado la motocicleta.

Aunque Tobías estaba en una buena forma física, se lo escuchaba agitado.

Yo, en cambio, me sentía fresca como lechuga.

El muchacho descansó su espada contra el tronco de un árbol mientras yo volvía a transformarme. Estaba feliz por haber ganado y triunfal por haber logrado dos perfectas trasmutaciones sin ningún riesgo colateral.

—¡Claro que no! ¡Ni siquiera me convertí enteramente!—protesté, pese a que sabía que estaba valiéndome de mi don adicional para sacar provecho.

—Hablando de eso, preparáte para morder el polvo en la siguiente luna llena. Nadie le ha ganado nunca una carrera a este Lobizón—rio de costado inflado de ego.

—Hasta ahora—corregí, guiñándole.

Tobías entonó los ojos.

—Ja. Ja. Ja. Qué graciosa. Vamos, presumida—Me tendió el casco que sacó del maletero de la moto—. Es mi turno de tomar el control.

Tobías no se esperó hasta la siguiente luna para cobrar venganza. Me hizo sentir el vértigo en la misma ruta, cada vez que tomaba una curva pronunciada. Situación que aproveché para sujetarlo con fuerza de la cintura, mientras le hincaba las uñas hasta el fondo, aunque el muy ladino ni siquiera se quejó, incluso me pareció que estaba disfrutando.

Pedí que me dejara nuevamente en el colegio, aunque la Institución había cerrado hacía rato, pero no podía arriesgarme a que me dejara en casa y que mis viejos me vieran bajando de una moto con un desconocido encuerado. (Él se había puesto esa chaqueta de piel con el logo de los Rolling Stone en la espalda, que enmarcaba sus torso musculado)

—Entonces, ¿nos vemos mañana para iniciar el entrenamiento?—preguntó al descender.

El predio se encontraba desértico y la oscuridad había comenzado a abrazarnos, lo mismo que el viento que empezó a silbar en mis oídos cuando me quité el casco. Sin embargo, no sentía frío.

Me miré por uno de los espejitos de la motocicleta y empecé a alisarme el cabello que estaba completamente despeinado. Mi apariencia comenzó a importarme en ese momento más que nunca. En especial porque él se veía como salido de un calendario. Uno de motoqueros metaleros increíblemente sexys.

—Claro, pero va a tener que ser después del cole. No puedo seguir haciéndome la rata—aclaré. El bichito de la culpabilidad había empezado a escarbar en mi estómago.

—No te preocupes corazón, no pretendo llevarte por el mal camino y que bajes tu rendimiento escolar. Sé por Katu que tenés muy buenas notas—¿Qué? ¿Había entendido bien? ¿Él había hablado con mi hermano de mí? No sabía si sentirme aún más especial o por completo abochornada—. Nos vemos a la salida del cole—añadió bajando un poco la voz, acercándose a mí, para dejar un beso justo al lado de mis labios.

En ese instante mismo supe dónde estaba el paraíso... o el infierno, porque para ser sincera me sentía ardiendo.

—¡Hasta...mañana!—Tomé mi mochila con presura y literalmente salí huyendo.

¡Mierda! ¡Mierda!

No me había sentido así desde la primera vez que había visto a Nahuel, pero aquella sensación de éxtasis volvía ahora potenciada. Y eso solo podía significar una cosa: Me gustaba Tobías...también.

Era momento de admitirlo abiertamente, estaba enamorada de dos chicos, que además eran Lobizones. Sabía que aquello podía suceder, porque lo más lógico —siendo una adolescente hormonal— es que me llamaran la atención varios muchachos a la vez, pero no a ese nivel. Es decir, una cosa es que a mi lado humano le interesaran los chicos, otra muy diferente es cuando se involucraba mi lado lobuno. Carla lo llamaría imprimación, pero no es eso. Sin embargo, no puedo negar que el sentimiento experimentado es mucho más intenso, más arrasador. Y lo peor es que no tenía la menor idea de cómo manejarlo.

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