Capítulo 23
¿Han escuchado el dicho popular "al que madruga Dios lo ayuda"? Conmigo no aplica.
Eran las seis de la mañana y podía paladear la tensión que emanaba mi viejo hasta en mi propia infusión y eso que el café estaba espeso. Pero la tirantez no provenía sólo de su parte, mi madre estaba igual, rígida como rulo de estatua. Apenas si nos había dirigido palabra a mí y a mis hermanos.
Sospechaba que la causa de su mutismo tenía que ver con la culpa, no solo por haber revelado el "secreto" del noviazgo de Amaru (quién estaba en su cuarto escondido como la rata que era) y la traidora de Dana, convirtiéndose en la responsable indirecta de mi malestar, sino también por el castigo que mi padre me había impuesto por arruinar en segundos su trabajo de días.
Cuando había llegado a casa, la noche anterior, habían sido pocas las palabras que compartió conmigo, pero tuvieron la misma repercusión y contundencia que si me hubiera soltado todo un discurso: "María Irupé, estás castigada. Sin salidas por dos semanas" (Y aclaro: eso NO significaba no ir al colegio)
Era más que injusto, pero lo acepté sin rechistar porque no quería pasarme mi cumpleaños en prisión domiciliaria. Ya tenía planes, que eran: perderme en el bosque todo el día. La compañía de los animales era mejor que la de mi familia.
Además, como Katu había vuelto, Yaguati se mostraba más irritante que antes (y eso ya es decir mucho) aunque había tenido la gentileza de mantener en reserva su secreto. De hecho, ni siquiera se dirían palabra, pero la cara de traste era una mascarilla permanente.
—Irupé, ¿me pasás la mermelada?—solicitó Yaguati desde el extremo opuesto de la larga mesa.
El frasco se encontraba justo al lado de Katu y a una distancia considerable del resto (incluida yo) por lo que resultaba molesto tener que hacerle de sirvienta. Además estaba el hecho evidente de que todo aquello era una niñería. Sin embargo, respiré hondo y haciendo una elongación forzosa (de la cual mi profesora de Gimnasia estaría orgullosa), se lo alcancé.
—¿Podrías alcanzarme el untador hermanita?—pidió Katu, y no necesito especificar cerca de quién estaba dicho instrumento culinario.
En esa ocasión, mi expresión de hastío fue más evidente. Pero, sin duda, la gota que rebalsó mi vaso fue cuando Yaguati volvió a solicitar mis "servicios".
—¿Te molestaría darme...—Ni siquiera dejé que concluyera la frase.
—¡Sí loco, la verdad me molesta mucho!—Me levanté de la silla con brusquedad y apoyé ambas manos sobre la mesa, clavando mis uñas sobre el tablón—. A ver si vos y Katu se dejan de joder y arreglan sus cosas de una vez. ¡Ya tengo bastantes líos yo para estar aguantando las boludeces de los dos!
Lo había dicho, había soltado la bomba, y aunque sentía las miradas de todos los integrantes de mi familia clavadas en mí, mientras hacían esfuerzos por mantener la boca cerrada o por formular alguna palabra, no me importaba.
Fue entonces cuando descubrí que por más castigo que me hubieran impuesto había otras formas de sentirse liberada. Y esa sensación emancipadora era plena, refrescante y gratificante.
Aproveché mis cinco segundos de valentía y el intervalo momentáneo para retirarme del comedor. Tomé la mochila que colgaba del perchero junto a la puerta y me fui.
Si alguien logró emitir palabra o juicio cuando crucé la puerta, ya estaba suficientemente enajenada en mis pensamientos para prestarle atención.
Nadie me siguió y no fue extraño, puesto que mis padres tenían mucho más que resolver dentro de la casa. Había dicho lo del conflicto entre mis fraternos, y eso merecía atención. No así una adolescente que había sufrido una "crisis premenstrual", o al menos pensaba que ese sería el justificativo que mis viejos le darían a mí impulsivo accionar.
Por fortuna, a diferencia de mi estado emocional, el día estaba apacible. Claro, con pocas nubes pinceladas aquí y allí en el éter.
La cálidez primaveral se sentía en las matas de flores que perfilaban el sendero del bosque, camino que tomé para ir al colegio.
De inmediato noté que "alguien" se había esmerado en cubrir aquellas rasgaduras que le había proferido a las cortezas de los árboles.
Imaginé que Tobías había sido el responsable, ya que había insistido mucho en que debía ser cuidadosa por si había Cazadores acechando.
A mí me pareció que exageraba, ya que había ido varias veces al bosque a todas horas y nunca me había topado con un "siniestro merodeador armado con escopeta", o como sea que se vean los Cazadores de Lobizones. Ni siquiera tenía suficientes detalles al respecto como para diseñar un arquetipo mental de su apariencia. Pero mi desconocimiento estaba próximo a acabarse, ya que el amigo se Katu había prometido esclarecer mis dudas ese mismo día.
Llegué a la puerta del Instituto y lo primero que captaron mis ojos fue la imagen de la morena de gruesos lentes que sacudía su mano como si tuviera un ataque de epilepsia.
No correspondí el saludo, porque lo que menos deseaba era tener que fingir que todo estaba bien entre nosotras, pero Dana era igual de obstinada que el destino y no me dejaría pasar mi indiferencia.
De inmediato avanzó hacía mí con gesto consternado, abriendose paso entre el bullicioso colectivo humano que conformaban los estudiantes, mientras yo intentaba pasar de ella, y me enfocaba en mi teléfono celular, que estaba apagado porque me había olvidado de cargarlo. ¡Hasta esa suerte!
—¡He! ¡Hola! ¿Qué onda? ¿Por qué no me saludaste?—cuestionó con esa vocecita que ya se estaba haciendo irritante.
—No tenía ganas—solté encogiéndome de hombros, sin levantar la vista de la oscura pantalla.
—¿Te pasa algo?—Esa sí era una pregunta estúpida—. Bueno, es obvio que sí. Es una pregunta estúpida—admitió—. ¿La cuestión es qué? ¿Estás enojada conmigo?
—Es obvio—corroboré y pude reconocer su nerviosismo.
En el fondo estaba disfrutando aquella situación de incomodidad. Y eso era solo el inicio.
—¿Qué te hice?—Dana cruzó sus brazos, mientras yo despegaba mis orbes del celu para enfocarlos en los suyos.
—¿A parte de traicionar mi confianza ocultándome cosas?—Ella comenzó a balbucear. Sus ojos estaban inquietos, bailando por todo el entorno—. Por favor, no me insultes alegando desconocimiento, porque sabés bien de qué te hablo—añadí.
Mi pequeña contrincante era lo suficientemente astuta para darse cuenta qué sucedía.
—¿Quién te lo dijo? ¿Fue él verdad?—inquirió y de inmediato añadió—: Lo siento tanto Irupé, te juro que quería decirte, pero…
Levanté mi mano interponiéndola entre ambos rostros, silenciándola.
—Me valen ahora tus disculpas. Y no importa quién me lo dijo ¿sabés? La cosa acá es que no me lo dijiste vos. Yo te estimaba, pero después de esto considerá terminada nuestra relación.
Tras esas palabras, giré sobre mis talones y comencé a alejarme de ella.
Puede que mi reacción les parezca dramática, que piensen que fui demasiado drástica en mi determinación, tal vez hasta injusta al irme sin haber oído sus excusas, pero no sabía cuánto me había dolido su silencio y consecuente engaño hasta que fui consciente de aquel. Y aunque yo también le había guardado un secreto, mis motivos eran forzosos. No podía hablar sobre mi naturaleza licantrópica cuando ni yo misma sabía con exactitud qué me sucedía o cómo manejarlo, y ahora se sumaba también la complicación de que hablar sin el suficiente conocimiento pondría en riesgo a los miembros de mi especie. ¿Qué tal si Dana fuese una Cazadora? ¡Ni siquiera podría reconocerla!
—Irupé—Cuando volteé mis pupilas estaban abarrotadas de lágrimas. Las limpié ágilmente porque no quería que la persona que tenía frente a mí me viese llorando. Aunque no era la responsable del llanto, ya que quien lo provocó se había marchado tras soltar aquel impiadoso veredicto, ese individuo tampoco se había ganado el derecho a verme flaquear de esa manera. Sobre todo porque aún era un completo extraño.
—Tobías...—El muchacho dio una última calada al faso*, antes de tirarlo a un costado.
Ya sabía que fumaba hierba. Su ropa apestaba aún después de lavaba. Todavía estaba sorprendida de que mi madre no hubiese hecho alusión a aquel detalle. Hubiera añadido "drogón" a la lista de apelativos desdeñables del misterio dueño de las prendas/posible novio secreto.
¡Y lo que hubiera dicho si supiera que lo hacía momentos antes de entrar al colegio! ¡Ni todo el repertorio de insultos en Guaraní le hubiera alcanzado!
—¿Estás lista para irnos?—preguntó y ahí caí en la cuenta de que aquella charla que me había prometido respecto a "los misterios que albergaba nuestra especie" tendría lugar durante las horas de clase, no después.
"Bueno, al menos no fuma hierba antes de entrar al colegio, solo lo hace cuando está a punto de hacerse la rata*" Pensé.
—Vamos—dije sin titubeos y comencé a seguirlo.
Detrás del Instituto, en el playón, estaba aparcado nuestro vehículo y les juro que Carla (mi amiga porteña) se hubiera muerto si lo hubiera visto. Tobías, como todo sexy licántropo con aires de rebeldía, conducía una motocicleta.
nelySun Escriboymegusta shamialvarez ConstanzaUrbano98 TifaSteph xandy547 ItsasoAU JayCam RubnPrezPardo DarysDiaz clarymorgen2 ariagomez69 maygomez1513 sebymelano44 sarita_mommy edith0teresa kariis7
*Faso: cigarro.
*Hacerse la rata: Expresión coloquial que alude a faltar a clase, sin autorización, como si se tratara de una travesura.
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