Capítulo 22
—¡Irupé! ¡Bajá! Necesitamos hablar—Mi madre me esperaba en la cocina detrás del mostrador. Tenía los brazos cruzados y el semblante serio, por lo que deduje de inmediato que lo que tenía para decirme no era nada bueno.
—Si es por Katu, me dijo que vuelve mañana mismo a casa. El trabajo escolar le llevó más tiempo de lo esperado...—me atajé.
Parte de la mentira era cierta. Había hecho un trato con mi hermano: él volvería a cambio de que yo accediera a comunicarme con nuestra abuela, le confesara la verdad y la "convenenciera" para que viniese de visita. Esto último era algo que de todas maneras iba a hacer porque pronto sería mi cumpleaños. Solo me había adelantado a los acontecimientos.
—No es por eso. Katu ya habló conmigo—reveló—. Necesito que me expliques ¿qué significa esto?—Señaló un pilón de ropa que estaba apoyado sobre el mesón.
Me di cuenta que se trataba de la ropa de Tobías y tuve que hacer un enorme esfuerzo para disimular la vergüenza que ascendía por mi rostro.
¡Sabía que debía haber quemado esa ropa en vez de ponerla para lavar!
—¿Un montón de ropa limpia?—respondí encogiendo mis hombros. Mi madre agudizó su mirada, frunciendo el entrecejo.
—La pregunta es ¿a quién pertenecen estas prendas? Ya les pregunté a tus hermanos y a tu padre y afirman no saber.
Lo cierto era que Tobías tenía un look rockero que no cuadraba en lo más mínimo con ninguno de los miembros de la familia.
Tragué saliva, mientras intentaba inventar una excusa creíble a velocidad luz. Pero mi madre era más rápida.
—Hija, si estás teniendo una relación con un chico y se ha quedado en la casa...
—¿¡Qué!? No, no mamá. ¡Alto! No estoy en relación con ningún chico...
—¿Una chica de talla grande entonces?—increpó.
¿Era en serio? Mi madre tenía más fantasías en su mente que J.K Rowling.
—No mamá. No estoy en una relación con nadie, punto. En realidad tomé la ropa prestada del colegio, ya que unas chicas que me fastidian escondieron la mía después de la clase de Educación Física—mentí, evocando aquel horrible episodio acontecido meses atrás.
Anahí sopesó mi respuesta unos instantes y luego exhaló.
—Bien, no es menos preocupante que sufras bullying escolar a que salgas con algún miembro de una banda de rock metalera, que se queda a dormir y nos usa de lavandería, pero valoro que me dijeras la verdad. Voy a llamar al colegio para dar aviso—resolvió.
—¡No! No podés hacer eso. Las cosas van a ponerse más pesadas si alertás a los directivos. Además, Dana y yo lo tenemos resuelto...
—¿Dana también sufre acoso?
¡Mierda!
—Por favor má. Te digo que ya está resuelto—dije ocultando mi rostro tras mis manos, mientras me dejaba caer sobre el mostrador, en actitud de súplica.
—Bueno hija, cálmate. No voy a hacer nada esta vez, pero quiero que invités a Dana a cenar para hablar con ella del tema. Necesito que ella misma me diga que está bien, para quedarme tranquila.
—No sé si pueda venir hoy—comenté, asomándome tras mi jaula de dedos—. Es tarde para extenderle una invitación. Además, sus padres son algo estrictos y no la dejarían venir de noche a casa sabiendo que tengo tantos hermanos varones.
—Con más razón tenés que invitarla, aunque sea a almorzar. No quiero tener problemas con sus padres si se enteran lo de ella y Amaru.
Me puse rígida por completo.
—¿¡A qué te referís!?
¿Cómo es que mi madre sabía que a mi mejor amiga le gustaba mi hermano?
—Auch—Mi madre frunció el gesto y se rascó la nuca nerviosa—Pensé que lo sabías...
—¿Saber qué?
Todos mis sentidos gritaban ¡Alerta!
Las palabras que pronunció mi madre a continuación salieron de su boca distorsionadas, o yo las escuché así, como si estuviese hablando la posesa del Exorcista.
—De su noviazgo.
Sentí que la sangre en mi interior comenzaba a hervir y a agitarse como si se tratara de magma a punto de salir expedido por la boca de un volcán.
—Me tengo que ir—alcancé a murmurar antes de salir corriendo.
En la puerta principal choqué con mi padre, que intentaba entrar cargando su reciente diseño. Se trataba de una pequeña escultura ecuestre, que terminó regada por la alfombra.
Ni siquiera me detuve a ayudarlo a recogerla (o lo que había quedado de ella), pese a sus gritos y advertencias. No podía, ya que la transformación estaba teniendo lugar con demasiada prisa. Por otro lado, tampoco quería quedarme en esa casa ni un minuto más. Estaba enfurecida, más que eso, me sentía dolida, usada y traicionada.
Siempre había apoyado a Dana en esos "delirios de amor" que sentía por mi hermano mayor, aún cuando eso iba en contra de la ley fundamental de amistad, la que prohibía explícitamente salir con miembros de la familia de la contraparte.
No entendía por qué contando con mi apoyo, a sabiendas de que había ignorado la ley por el gran cariño que sentía por ella, me había ocultado algo tan importante. ¡A mí! ¡Su mejor amiga! ¡Su única maldita amiga!
Hasta mis padres lo sabían.
¡Y pensar que medité contarle el secreto de mi condición! Aún con los peligros que aquello implicaba.
Mis uñas empezaron a emerger con tal brusquedad que dolía. Rasgué unos cuantos árboles en la carrera para desquitarme, provocando profundas cicatrices en la corteza.
El aire alrededor se tornó más denso, más cálido, a medida que todo mi cuerpo se calentaba y los vellos cubrían la totalidad de mi epidermis.
Mis prendas de vestir habían quedado hecha jirones.
Las agujas de los pinos crujían debajo de mí, al ser trituradas con la fuerza de mis gruesas patas.
Continué corriendo, con un objetivo fijo flotando en el interior de mi mente.
Llegué a mi destino cuando la noche abrazaba el bosque y me oculté en la maleza a esperar a mi presa.
Los gruñidos se escapaban de mis fauces sin poder controlarlos, sumándose al polifónico coro animal, y mis ojos fulgurantes brillaron en la oscuridad cuando detectaron el movimiento de aquella silueta femenina que se aproximaba a la vivienda, puntual, como siempre lo era tras su hora de estudio en la Biblioteca. Tan frágil, tan pequeña e indefensa...Indiferente al peligro que la acechaba.
Con sigilo y determinación, salí de las sombras y di el primer paso hacia ella.
—¿¡Dana!?
—Sí mamá, soy yo—confirmó la menuda joven, a la mujer que la espera en la puerta, con gesto consternado.
—Estaba preocupada—confesó, mientras su hija subía las escalinatas—.Tenía un mal pálpito. Los perros estaban inquietos—indicó, y puede advertir que desde el interior de la morada emergían dos tipos de aullidos perrunos que supe identificar como los de Soushi y Sombra, sus mascotas.
—Tranquila—respondió mientras la rodeaba con su pequeño brazo por la cintura y depositaba un beso en su mejilla—.Ya estoy en casa, sana y salva.
La farola que colgaba de la galería de entrada bañaba a ambas mujeres con luz blanca, haciéndolas destacar del negro circundante. Por un momento, ambas me parecieron personajes salidos de una película antigua.
Detuve mi andar, quedándome a escasos pasos de ellas, solo admirándolas.
—¿Realmente ibas a hacerle daño a tu amiga?—Una voz masculina me obligó a voltear con brusquedad.
Visualicé a mí oponente saliendo de entre el follaje y lo reconocí instantáneamente.
—¿¡Qué hacés acá!? ¡Me seguiste!—exclamé, y apenas las palabras llegaron a mis oídos fuertes y claras, supe que las había dicho en voz alta. Pero si estaba hablando, significaba que me había vuelto a transformar, por ende...—¡Carajo! ¡Dejá de mirarme YA o te juro que empiezo a gritar! ¡Depravado!
Tobías apenas se inmutó. Su actitud imperturbable me molestó aún más. Desvió de forma sosegada sus ojos, después de un momento, y señaló una bulto que estaba apoyado contra la base una araucaria.
—Cuando terminés de estar alterada, agarrá la mochila. Ahí tenés una muda de ropa—informó—. Aunque francamente no debería darte nada, considerando que ni siquiera me devolviste la otra.
Tuve que tragarme todas las palabras, tomar aire, dejar la poca dignidad que me quedaba de lado e ir hasta la mochila para poder vestirme, antes de gritarle de nuevo al desgraciado.
—¡Yo no iba a quedarme con tu mugrosa ropa!—repliqué mientras me colocaba sus mugrosos jeans negros con roturas (reflejo del que él llevaba puesto)—. De hecho, ya tengo la muda limpia y lista para entregártela.
—No tenías que lavarla—señaló el pelinegro que se había sentado en el suelo, de espaldas a mí (al menos había tenido esa delicadeza). Podía ver sus enmarañados rizos agitándose como flecos por efecto de la brisa, como si fueran parte del desgastado atavío de la noche—. Pero gracias—añadió, volteando.
Sus últimas palabras hicieron que bajara un poco la guardia.
—No es nada—respondía clavando mis ojos en la penumbra. Estaba renuente a verlo a la cara—. Y gracias por esto también. Mañana te devuelvo ambas mudas—Dicho aquello, di media vuelta y comencé a alejarme.
Él se levantó de un brinco y me detuvo, tomándome por el brazo y obligándome a voltear.
—¡Esperá Irupé! ¿Te vas a ir así nada más? ¿No te parece que tenemos que hablar? Recién parecía que tenías muchas preguntas para hacerme. De hecho, tampoco me respondiste la mía—objetó.
Tenía razón. Debíamos hablar. Pero yo estaba abochornada de nuevo.
—Es cierto, aunque no es el momento de hablar ahora. Salí de casa sin permiso, prácticamente corriendo como loca, y tengo que regresar antes de que el castigo de una semana se transforme en el de una década—suspiré—. Y para que te quedes tranquilo, no. No iba a hacerle daño, solo quería asustarla. Es mi forma de equiparar la balanza.
Tobías inclinó su cabeza de lado, enarcando una ceja mientras me evaluaba. Sus vívidos ojos estaban brillando como soles en medio de tinieblas. Mis orbes bailaron por su faz unos instantes, los suficientes para reparar en la intensidad de su mirada y en esos rasgos atrevidos y ... atractivos.
Era tan guapo como Nahuel, aunque él era más adulto. Incluso tenía esa fina pelusa en forma de candado en su barbilla que le daba ese aire de "chico malo" para morirse. Pero ¡Basta! ¿Qué diablos estaba pensando?
—Bueno...No voy a seguir indagando sobre eso, porque es obvio que es un "tema de chicas"—Hizo un gesto de comillas con los dedos—. Tampoco voy a insistir para que te quedes si está tan jodida la cosa en tu casa, pero al menos dejá que te acompañe. En serio, necesito que me respondas una última pregunta y prometo que a cambio podés hacerme las que quieras.
Medité su petición mientras iniciaba el camino de retorno. Era obvio que aunque le dijera que se largara iba a seguirme cual cachorro.
—Dale, soltála de una...
—¿Cómo es posible que seas una Lobizona?
Lancé una carcajada un poco estrepitosa y lo observé de reojo.
—Podría darte muchas respuestas, pero la verdad, todo se reduce al sentido de humor de los dioses.
Conozcan a Tobías 😏
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