Capítulo 15
La feria estaba abarrotada de artesanos, visitantes curiosos y potenciales clientes. Los puestos se extendían a lo largo del predio municipal en fila interminable y parecían formar una larga galería de techo verde, sitio donde los artistas locales exponían sus variopintos trabajos.
El puesto de talabartería de mi viejo se ubicaba entre los últimos porque era "el nuevo" y había que ganarse derecho de piso. Los primeros lugares estaban reservados para los artistas más antiguos, pero también aquellos costaban más caros.
Además, la ubicación no era del todo mala porque estaba cerca del espacio de comidas y el consumista profesional sabe que no hay nada mejor que comprar con el estómago lleno. Así que, sus últimos mangos* eran bien gastados en el puesto de mi papá.
Las ventas, hasta el momento, eran bastante buenas (pese a que la situación económica del país no era para nada óptima). Eso se debía a que era época de aguinaldo, y a mi sugerencia de incorporar un Posner inalámbrico en el puestito, así que la gente no tenía necesidad de gastarse todo el efectivo y podía pagar con débito y/o tarjeta de crédito. Yo era la encargada de realizar las cobranzas. En tanto, mi mamá se enfocaba en la atención al público, mientras mi viejo y mi hermano mayor, Amaru, realizaban algunos trabajitos espontáneos, adaptados al gusto y la necesidad de la clientela que nos visitaba.
Mis otros dos hermanos se dedicaban a pasear. No porque no hubieran querido colaborar (Yaguati quizá no) pero Katu se había retirado obligado. Sucede que el espacio era reducido y nosotros ya éramos varios y en vez de ayudar terminaríamos estorbando. No obstante, le había prometido a mi hermano Katu que podría suplantarme cuando me cansara de facturar. De paso también tendría oportunidad de curiosear entre los demás stand "las novedades". Sobre todo estaba interesada en el puesto de libros usados, porque allí siempre se conseguían auténticos tesoros literarios -para los que teníamos ojo crítico- a precios de oferta. Lo cierto era que había que economizar. Tampoco es que fuera a derrochar todas las ganancias. Había que reinvertir, hacer circular el dinero pero con moderación, para que la cosa funcione.
Cuando llegó la tarde ya me sentía un poco cansada y ansiosa, así que pedí permiso a mi viejo para retirarme del puesto, con la promesa de que buscaría a mi hermano para que me reemplazara. Me resultaba extraño que finalmente no hubiera aparecido y eso que se había ido desde la hora del almuerzo.
Estaba caminando en dirección al stand de libros usados (camino obligatorio en la búsqueda de mi fraterno) cuando en mi campo de visión se atravesó Nahuel.
No supe cómo sentirme al respecto. Desde su extraño comportamiento en mi casa estaba algo escéptica de sus estados mentales. En mi experta opinión en "estados ciclotímicos" (surgida de mi propia adolescencia) podía diagnosticar que el ojinegro padecía de una severa bipolaridad.
Lo peor era que Nahuel no estaba solo, sino acompañado por aquellos dos matones del baile. Parecían sus guardaespaldas.
En mi fuero interno, empecé a rogar para que no me viera porque entonces estaría forzada a socializar con él. Y era distinto un encuentro escolar obligatorio, que uno casual en un espacio público. Allí él notaría que me había afectado su comportamiento y podría empezar a pensar cosas ridículas. Por ejemplo, podría pensar que sí estaba "afectada" era porque sentía algo por él, etc.
Lo único que sentía por él en ese momento era desconcierto.
—¡Hola Irupé!
«Mierda»
No solo me había visto, sino que me saludaba con una gran sonrisa. Así: con total despreocupación, como si nunca hubiera actuado como idiota. Tan típico de él.
—Hola—dije en un tono algo serio, pero me permití formular una media sonrisa—. No sabía que te gustaban las ferias artesanales.
Nahuel se rascó la nuca, mientras se encogía de hombros. El sol le daba de costado y le otorgaba un brillo dorado adicional a su reluciente piel morena.
El cosquilleo en mi estómago me traicionó.
—Sí, bueno...Los padres de Rodrigo— señaló a uno de los matones, al de cabello rubio (el otro era castaño) que estaba enfocado intentando disparar con el rifle de aire comprimido a los patos de hule que desfilaban en uno de los stand de juegos, mientras que su compañero aguardaba su turno—tienen un puesto acá. ¿Y vos qué hacías? ¿De compras?
—Ah mirá... ¿Y qué venden? — «¿Armas?»—. En realidad, mi viejo también tiene un puesto. Te conté que se dedica a la talabartería ¿te acordás? Lo estuve ayudando todo el día... Y ahora sí iba de compras. ¡Es mi hora libre!
—Venden libros usados—«Carajo»—. Sí, me habías contado. ¡Qué bueno, che! Ahora me doy una vuelta por ahí. Me gustan las cosas en cuero. Además, ya me aburrí de perder en estos juegos—Arrugó el entrecejo—. Está todo arreglado. Hace una hora que Rodrigo y Matías están intentando darle a esos patos y nada que los voltean. ¡O son inmortales, o no sé qué mierda!
No puede evitar soltar una carcajada.
—Ya lo decían Will y Jace Herondale… ¡Son bestias sanguinarias!—Nahuel rio.
«¿Entendió la referencia o está en modo "carialegre"?»
—También me gusta la saga de Cazadores y los personajes—aclaró. Sentí que me faltaba el aire.
«¿Por qué tiene que ser tan lindo?»
—¿Querés que te acompañe al puesto? —ofrecí. Había caído en sus redes de nuevo. ¡La ciclotímica era yo!
Su rostro se iluminó más cuando asintió.
—Dale. Pero, creí que ibas a comprar... A todo esto, ¿qué tenías que comprar?
Me mordí el labio mientras exprimía mis neuronas.
—¡Nada, chucherías! ¿Vamos o les tenés que avisar a tus guardaespaldas?—indiqué, mirando al par de patovicas. En ese momento el morocho, Matías, disparaba sin piedad a los patos arteros. Podía quedarse ahí toda la vida sin conseguir derribarlos a todos, porque la mayoría estaban adheridos con pegamento a las bases. Una larga vida de ferias me lo había enseñado. Pero no iba a decirle nada porque no quería que estuvieran interfiriendo en nuestra charla y menos que nos acompañaran.
—No son mis guardaespaldas. Son amigos...algo cuidas—El semblante de Nahuel se tornó más rojo y estaba vez nada tenía que ver con la luz solar—. Es que me conocen desde chico y soy como un hermanito para ellos—Ante la aclaración, confirmé que Rodrigo y Matías eran mucho mayores que Nahuel, como había supuesto. Tal vez por cinco años—. A propósito, nunca te pedí disculpas por algo que pasó en el boliche aquella "noche fatal"—Hizo un gesto de comillas—. Creo que tu hermano ya te lo habrá contado, pero sino te lo digo yo. Fueron ellos los que lo agarraron a las piñas—comentó, avergonzado—. No es que yo se lo haya pedido—se apuró a añadir—. Mi estilo no es arreglar las cosas así.
—Pero sí el suyo—aventuré. Él asintió—. Mi hermano me lo había contado—mentí—, pero no me tenés que pedir disculpas. Vos no hiciste nada, al contrario. Tranqui—Sonreí.
—Me siento responsable. Cuando recibí esa llamada anónima me puse como loco y ellos, que estaban en ese momento conmigo, se ofrecieron a acompañarme para que no haga idioteces. Lo irónico fue que los dos terminaron cometiéndolas—Exhaló—. Bueno...¿vamos?
—Sí, dale.
Mientras caminábamos no pude evitar sentirme nuevamente culpable. Yo más que nadie tenía mucha responsabilidad en los sucesos de aquella noche, y al parecer mi karma no tendría fin.
*Mangos: plata, dinero.
Dedicada a: MariaThomasMaresca edith0teresa Escriboymegusta xandy547 ConstanzaUrbano98 JayCam ItsasoAU DarysDiaz jorge1617 shamialvarez Estanislaa dianadbu88 TifaSteph kariis78 carliita69 RubnPrezPardo dan1722 clarymorgen2 sebymelano44 sarita_mommy ariagomez69 nelySun Britger26
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