Capítulo 12

—Gracias por acompañarme al refugio de mascotas—le dije a Dana, alzando mi voz sobre el polifónico sonido animal circundante, al tiempo que mi nariz captaba los diferentes aromas, reconociendo, sin necesidad de un examen ocular, a cada una de las especies que habitaban el refugio.

—No hay de qué—respondió la morena, acomodando sus lentes, que solían resbalarse del puente de su nariz—. ¡Me encantan los animales!— añadió, acercándose a uno de los caniles, para acariciar a un cachorro de pelaje moteado, mezcla de Cocker Spaniel, que agitaba fervorosamente su rabo—. Además, tu estrategia de redención me parece muy acertada. Es decir, es mejor una disculpa si viene acompañada de un regalo.

Asentí. Me sentía mejor con la aprobación y el apoyo de Dana. Y me sentiría aún más satisfecha cuando le llevara a Yaguati aquella mascota soñada que nuestros padres siempre nos prohibieron tener, por una cuestión de espacio principalmente. Pero esa cuestión estaba arreglada, pues nuestra casa actual, a diferencia de la vivienda de Buenos Aires, era más espaciosa y el terreno era extenso, con salida directa al bosque inclusive, espacio imprescindible para satisfacer las necesidades animales (hablo por experiencia).

Así que podíamos tener esa mascota, y con poco presupuesto, pues en el refugio solo te pedían que además de adoptar al animal abandonado y brindarle un buen hogar, compraras una bolsa de alimento, para ayudarlos a seguir funcionando, pues no tenían apoyo municipal, sino que aquel sitio había surgido de la mera voluntad y compromiso popular. Era como una ONG para mascotas.

—¿Qué tipo de mascota buscabas, linda?—inquirió la cuidadora, regalándome una sonrisa, pues yo me había presentado como la interesada en la adopción—.Tenemos muchos perritos ansiosos por encontrar hogar. Todos están desparasitados y tienen la primera dosis de la vacuna cuádruple colocada.

Inicialmente había pensado en un cachorro, pero esos me gustaban a mí (ahora entendía mucho más esa empatía), aunque como la mascota sería un regalo especial para mi hermano, era mejor llevar un animalito que le gustara a él. ¿A ver si adivinan cuál? Una pista: la especie guarda relación con su nombre.

¡Sí, exacto! Un felino.

—Eso noté— le dije a la mujer que sostenía a una "pequeña bola de pelos renegridos" entre sus brazos—. Pero la verdad, aunque a mí me encantan los perros—comenté, mientras observaba a mi amiga acariciar la lanuda cabeza del cachorrito (yo no lo hice porque no quería encariñarme innecesariamente) —, en mi familia son más amantes de los gatos.

La mujer parecía algo decepcionada. Realmente si una especie sobreabundaba en el refugio, eran los canidos. ¡Demasiados perros abandonados! Realmente triste.

—Oh... Está bien. Las llevo al sector donde tenemos a los felinos entonces—comunicó, y estaba a punto de dejar al perrito en el canil de nuevo, cuando Dana se lo arrebató de las manos.

—¡No! ¡Espere, por favor! Creo que yo también voy a adoptar una mascota hoy— anunció, para sorpresa de ambas. Incluso el pequeño cachorro parecía extasiado, pues había comenzado a lamerla eufóricamente, mientras ella lo acunaba entre sus brazos.

—¡Qué alegría que te hayas animado!—exclamó la cuidadora, Marta, según el distintivo identificador de su delantal—. Realmente es un gesto muy noble darle hogar a un animal desamparado. ¡Ojalá todo mundo entendiera! Acá en el centro hacemos lo que se puede...pero a veces son tantos que no podemos mantenerlos a todos—Suspiró y nos miró con gesto apesadumbrado—. No hace falta que les explique lo que pasa en tal caso...

Claro que no hacía falta mencionarlo en detalle, la sola insinuación bastaba para entenderlo. Si un animal no podía darse en adopción y no había espacio o fondos en el refugio para mantenerlo, su fin era una muerte inducida, por desgracia.

Desvié la vista hacia Dana, quien de pronto estaba pálida, pues posiblemente había hecho las mismas cavilaciones que yo.

—Pensándolo mejor, me llevaré dos perros. El cachorro y uno adulto. Aquel que menos posibilidades de adopción tenga—resolvió. Yo estaba impresionada y también me sentía orgullosa de la decisión que había tomado mi compañera, aunque lamentablemente no podía imitar el gesto generoso, ya que apenas había conseguido el permiso para llevar a casa una mascota, si aparecía con dos, me exiliaban.

—¡Perfecto cielo!—Marta se deshacía en sonrisas y agradecimientos—. Entonces, mientras llevo a tu amiga a ver los gatos, vos podés quedarte escogiendo otro perro—señaló hacia el último tramo de la larga fila donde se establecían los caniles—. Allá están los más adultos.

Detrás de un cortinado estaba el espacio destinado a los felinos, que era más pequeño y más tranquilo (los gatos no eran tan expresivos como los canidos), o al menos lo fue hasta que puse un pie en el recinto.

Como si el mismo Añá hubiese aparecido, los gatos comenzaron a actuar como si estuvieran poseídos, maullando sonoramente, y arqueando sus lomos mientras su pelambre se erizaba.

—¡Qué raro! Nunca habían actuado así estos animales—se disculpó Marta, intentando calmarlos.

Yo me sentía cada vez más incómoda, mientras reprimía comentarios sin sentido, tales como: "¡será que no se hayan entre extraños!" o "¡tal vez huelen el aroma de los perros!". Ninguno se aplicaba a la situación. Esos animales vivían prácticamente en una jauría mestiza, apenas separados por una cortina, sin mencionar que allí entraba y salía gente desconocida casi todos los días.

Lo que sucedía realmente era que ellos podían captar mi esencia de Lobizona, por eso estaban alterados.

Mis planes comenzaban a desbaratarse y eso se evidenciaba en mi semblante.

—Tal vez estén molestos porque todavía no comieron. Si querés me podés ayudar a alimentarlos y de paso entran en confianza con vos—ofreció amablemente.

Yo no pude menos que asentir, aunque dudaba que darles de comer cambiara en algo las cosas. De hecho, esos animales debían temer que yo los hiciera mi almuerzo. Veían en mí una amenaza.

Tomé los comederos llenos que me ofrecía Marta, y con cuidado los introduje dentro de sus jaulas.

Tal como lo había anticipado, los gatos actuaban más a la defensiva que antes, enseñando sus colmillos, y mostrando sus garras. Hasta me había ganado algunos arañazos. Pero intentaba no quejarme, para no tensar más el ambiente.

Entonces fue cuando llegué a la última jaula, donde yacía un felino de cuerpo robusto y pelaje de un vistoso color anaranjado, que reposaba plácido en su cesta, totalmente extendido cual largo era, mientras se daba un baño de lengua; ajeno, indiferente al ambiente histérico que lo rodeaba.

Abrí la tapa de la jaula, para dejar el comedero, abriéndome paso entre los diversos juguetes que estaban desparramados aquí y allí (ese era, sin duda, un gato aburguesado), y él detuvo su tarea, irguiendo solemne su rollizo cuello, para echarme una mirada "aceitunada", pues sus rasgados ojos eran de un tono verde oliva.

—Mauu—exclamó, como si me saludara o agradeciera, y luego, se enfrascó nuevamente en su labor de acicalamiento.

—Me llevo este—le dije a la mujer que había asomado su cabeza risada por detrás de mi hombro, maravillada por el comportamiento del único gato que no quería atacarme.

—¡Una gran elección! Sin duda este grandote es para ti. ¡Hasta podría decirse que él te escogió!

‹‹Seguro››

—¿Tiene nombre?—pregunté, al tiempo que ella retiraba al gato de la jaula, con cierta dificultad, pues se notaba que era pesado, pero igualmente manso.

—En realidad, no tiene uno oficial. Muchos de los voluntarios en el refugio nombran a los animales de forma cariñosa, según sus cualidades y características, para no llamarlos solo "cachorro" o "mishi". Pero tratamos de que no se acostumbren a uno en especial, para darles a los futuros dueños el privilegio de bautizarlos. ¿Verdad, fortachón?—dijo dirigiéndose al felino ahora.

El gato volvió a esbozar otro "mauu" y se refregó contra sus brazos.

Acto seguido, Marta me hizo entrega del felino y regresamos al otro sector, donde Dana aguardaba con su elección ya realizada.

Más tarde, luego de algunos trámites meramente burocráticos, habiendo comprado las bolsas de alimentos, y con nuestras respectivas mascotas a cuestas, salimos del edificio, ambas satisfechas. Dana con su cachorro negro lanudo, que cabía en su solo brazo de lo pequeño que era, y con un canido cruza de ovejero y siberiano, que, si bien era muy hermoso por sus particulares mezclas, tenía reuma en la cadera, y eso volvía difícil su adopción, ya que no muchos querían perros enfermos.

—¿Ya sabés cómo vas a llamar al gato, o vas a esperar a que Yaguati le ponga nombre?—me preguntó mi amiga.

Ella había bautizado al cachorro "Sombra" porque era absolutamente negro y al otro le había puesto "Soushi" pues era el nombre de uno de sus animé favoritos, el cual tenía un ojo dorado oscuro y el otro azul, al igual que el perro que padecía de la misma heterocromía.

—Creo que es mejor que mi hermano le ponga nombre. Pero si me lo pregunta, tengo la sugerencia perfecta...

—¿Garfield?—insinuó ella, pues realmente se parecía al gato de la caricatura.

—¡Es buena! Pero tengo uno más argento. ¿Qué te parece Mauricio? 

Dedicada a Escriboymegusta xandy547 dianadbu88 shamialvarez JayCam DarysDiaz RubnPrezPardo clarymorgen2 sebymelano44 sarita_mommy ConstanzaUrbano98 kariis78 carliita69 Estanislaa edith0teresa ariagomez69

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