2. Cuando nadie ve. P. 5

Como sueño idílico todo funcionaba de maravilla. Despiertas, conoces al presidente de la república, te dicen que estás a punto de ser candidato en las próximas elecciones, ves de frente a un angelito que es Dulce, como su nombre, y que va a darte un bebé.

Hasta entonces, la única preocupación de un Christopher medio desorientado era evitar darle el divorcio a su esposa. No quería verla llorar, y le había echado la culpa a su trabajo por desgastar el matrimonio.

De echo, toda esta realidad alterna dura casi una semana. Para ser precisos todo el tiempo que tengo que quedarme en el hospital, pues, aunque diga que estoy de maravilla, tienen que cerciorarse de que el derrame no haya tenido daños colaterales.

Ya no vuelvo a recibir visitas de ningún miembro del gobierno, no veo televisión, no oigo noticias. Pero sí la veo a ella. Todos los días. Pasamos mucho tiempo hablando de cosas triviales, le canto mucho, me acompaña a caminar en silencio por el jardín del hospital.

La mente no olvida del todo, pues siento que la quiero aún sin saber que lo hacía. Pero tenerla cerquita hace que me enamore un poco más.

Christopher del hospital sabe que la vida no puede ser tan color de rosa, así que cuando sale y ve a un montón de prensa esperándole en la puerta del hospital y luego en la entrada de su casa, sabe que algo no está bien.

Preguntan cosas raras, como ¿desde cuando engaña a su esposa? ¿por qué verle la cara de esa manera a Juan Carlos del Bosque? ¿el bebé es suyo?

¿Merece la población tener de presidente a un mal hombre, infiel e inestable?

El anillo de seguridad de mi padre me cubre de maravilla. No doy declaraciones, pero ni bien ingreso al salón de mi casa, tengo un dolor de cabeza horrible y me empieza a salir sangre de la nariz.

La desesperación de mi madre, los gritos de mi padre ordenando cosas, el llanto de Dulce. Todo pasa tan rápido que me veo sumergido en un mar de recuerdos distorsionados que van y vienen.

El efecto es similar al reinicio de una computadora vieja que amenaza con colapsar.

El dolor de cabeza es insoportable.

Voto mucha, pero mucha sangre.

Me veo de pequeño en el colegio, en casa, como parte del auditorio de varios discursos políticos de mi padre.

Me veo de adolescente, fuertemente presionado por las exigencias de un hombre que luego de una carrera política perfecta, se erige como ministro y como dueño de un partido seguido por grandes masas. Me exige seguir con su legado, y pone todas sus expectativas sobre la espalda de su único hijo.

Me veo en cursos de oratoria y argumentación, en charlas, en reuniones de partido.

Me veo en la universidad, en el día de mi graduación. En mi primer día de trabajo...

Me veo en tantas cosas, y me veo volviendo al preciso momento en que la conocí. Revivo la entrevista, nuestra conversación en la parte más alta del edificio, nuestra primera noche.

Me veo el día de mi boda, el momento en que se la presenté a Juan Carlos.
Me veo felicitándola por su boda, quitándole el vestido de novia en el cuarto que el local había dispuesto para maquillarla.

Las imágenes de las muchas otras veces en que nos vimos, a las espaldas o en la cara de nuestros esposos pasan ante mis ojos distorsionadas.

Revivo el día del accidente, el momento en que el camión se aproximaba, mi impulso de protegerla a como dé lugar.

Y cierro los ojos, así como ese día. Lentamente, con la imagen de su rostro y el vívido recuerdo de su olor a vainilla en mi mente.

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–Necesito comprar una revista.

Mi padre, sentado tras el escritorio de lino de su oficina de casa me mira con las cejas levantadas y el ceño fruncido. Hay un montón de papeles apilados sobre la mesa, y el olor a "trabajo" ya me da flojera desde el inicio.

Estaba mejor en coma, o sin recordar nada, o acostado en la cama para recuperarme de toda la sangre que había perdido.

–Ahora que estás bien vas a hacerte cargo de todo esto como el adulto responsable que eres. Vamos a dar una rueda de prensa, te inventas lo que sea, pero necesitamos cerrar tu candidatura. Moví unas piezas con el jurado nacional, y ya sabes, vamos a...

–Necesito comprar una revista.

–Ahora no, Christopher. Tienes una maldita candidatura por delante, no tienes idea de cuanto estoy gastando para que se limpie tu imagen y...

–Voy a hacer todo lo que quieras. Te juro por mi hijo que voy a llegar a ese palacio. Lo voy a hacer siempre y cuando tú accedas a lo que te pido.

Cuando se prueba lo bueno del poder ya no se quiere dejar de ver. Así es el mundo de la política, adictivo como un buen perfume o como Dulce.

Dulce es para mí lo que el poder es para mi padre. Adictivo. Algo que por más peligroso, inmoral o insano que sea siempre vamos a perseguir y siempre vamos a querer tener.

Así que ahí está la respuesta para el porqué de siete años de relación clandestina.

Ahí está la explicación para aquel accidente, y para el drama que vino después. Porque así terminan los políticos, arruinados si es que no se han cuidado bien o si es que han cometido muchas cosas ilícitas.

Y si mi padre está dispuesto a hacer todo para no perder el poder, yo también estoy dispuesto a todo para no perderla a ella. Ni a ella ni a mi hijo.

Por eso, en cuanto le prometo que voy a llegar a ocupar ese sitio que ocupó él durante diez años, porque sí, señores y señoras, Víctor Von Uckermann ocupó durante 10 años el lugar del presidente de la república, mi padre cierra la boca y cruza las manos, esperando que comience a hablar.

–Uno, vamos a comprar una revista. La de los del Bosque o cualquier otra, de prestigio, y la vamos a poner a su nombre –él rueda los ojos, pero no dice nada–. Dos, no solo vas a limpiar mi imagen, también vas a limpiar la suya. No quiero ni una noticia amarillista más sobre Dulce...

–¿Por qué tantas consideraciones? Esa es la culpable de que estemos...

–Dulce, papá. Dulce, no esa y si no vas a aceptar, mejor lo dejamos aquí y...

–Sigue, por favor –contesta desesperado.

–Me voy a divorciar de Natalia, le vamos a dar todo el dinero que pide y luego me voy a casar con Dulce. Porque la quiero a ella como primera dama.

–Una mujer así no puede...

–¿Así como?

–¡Engañó a su esposo! ¡te causó un accidente! ¡puso en riesgo la candidatura!

–Pusimos, papá. Nadie me puso una pistola en la cabeza para hacer todo lo que hice...

–Esa mujer te volvió loco, te cegó y...

–Así como a ti te cegó el poder –no me dice nada y continúo–. Vas a mover cielo, mar y tierra para despedir al productor del programa que antes conducía Dulce, y vas a contratar a alguien que la vuelva a poner en frente. Se va a quedar a vivir aquí y vamos a cubrir todos los gastos del embarazo y todo lo que a ella se le de la gana de comprar.

–Yo creo que lo del matrimonio podemos...

–Todo o nada, papá. Me ayudas con todo lo que te pedí o me voy, y te quedas sin candidato. Porque, así como tú estabas dispuesto a sacrificar a tu familia por el poder, yo estoy dispuesto a sacrificar todo por Dulce.

Juego con los cajones mientras él sopesa sus opciones. No sé cuanto tiempo pasa, pero veo al magnífico ex presidente de la república entre la espada y la pared; algo dentro de mí me recuerda que cuando era adolescente, él también me puso en la misma situación. O ciencias políticas o nada. O seguir sus pasos o nada.

Y se siente bien. No soy rencoroso ni resentido, reconozco que haber seguido sus pasos me permitió varios caprichos. Tuve una vida llena de comodidades, y evidentemente, tener poder se siente bien.

Después de un rato en completo silencio, papá asiente despacio. Le choco los puños como cuando era pequeño, le sonrío y le reafirmo mi promesa de llegar a ser presidente de la república.

Voy a enmendar esto. Voy a hacer que Dulce olvide cada lágrima que derramó luego del accidente. Voy a hacer que todo aquel que le dio la espalda se arrepienta. Voy a ponerla en la cima del mundo, porque se merece eso y más.

No voy a tirar a la basura siete años de esconder cuanto es que la amo.

–Es en vano, Lucy. Me han desprestigiado en todos los medios, nadie quiere contratarme.

La miro puesta en el teléfono, está mirando la ventana de forma pensativa y no ha tocado el pastel que tiene en la mesita de al lado. Luce agotada, vencida, derrotada. Destruida.

Y mientras me siento a su lado y la acerco a mi pecho, me prometo devolverle todo lo que ha perdido.

Los ojos se le llenan de lágrimas cuando me ve y se apresura por terminar la conversación para evitar que su asistente, la única persona que se ha quedado cuando todos se han ido, la escuche mal.

Hasta conmigo intenta disimular su estado forzando una sonrisa. Se acomoda en mi pecho y me huele.
Ahora sí huelo a madera y a cítrico, porque ella sonríe.

–No te sentí llegar. ¿Te tomaste la vitamina?

–¿Tú te tomaste las tuyas? –le digo después de asentir.

–Hace un rato. ¿Quieres? –señala el pastel intacto–. Se me antojó, pero ya se me fue el antojo. Yo creo que solo quería verlo. Es de frutos rojos, tu favorito.

–¿Me lo vas a dar tú? –le pregunto y ella ríe.

Se estira un poco y recoge el plato. Es tan perfecta, que troza un poco con una mano y me lo acerca a la boca.

–¿Te ha vuelto a doler la cabeza? –niego, con la boca llena de pastel–. ¿Qué tal te fue con tu padre?

–Muy bien.

–No se habla con la boca llena.

–Tú me preguntaste, nena –se estremece entre mis brazos.

–Nena. Hace mucho no me decías así.

–No seas exagerada.

Hay un largo silencio que, en vez de parecer disfrutable, se siente abrumador. Me sonríe mientras troza el pastel de rato en rato, no obstante, en sus ojos hay un vacío similar al que vi un día antes de mi boda.

En ese entonces, ambos lo pasamos por alto porque sabíamos que era lo mejor. Era consciente de la súplica que me hacía en silencio «no te cases». Pero ella no me lo iba a decir, y yo no estaba esperando que lo haga.

Ciertamente, nos conocimos muy tarde.
Ciertamente, el amor no era tan suficiente como para suplir todos nuestro sueños y objetivos.
Ciertamente, yo no iba a dejarla y ella no estaba dispuesta a dar un paso al costado.

Pero tuvo miedo, y no me lo dijo. Tuvo miedo y aunque me duele admitirlo, lo enfrentó sola.

Supongo que la decisión de ser amante de una persona involucra muchas cosas, y no se toma fácil.

–Todo va a estar bien –le había dicho esa vez y se lo vuelvo a repetir ahora en susurro.

El amor no había sido más fuerte hace más de siete años, pero hoy había un bebé de por medio. Y todo tenía que estar bien por él.

Mis palabras la reconfortan y la desconciertan en partes iguales. Supongo que hay una parte de su subconsciente que me cree, pero hay otra que ya se ha decepcionado lo suficiente y no confía. Hacía 7 años le había dicho lo mismo, y como ha quedado registrado, nada había terminado bien.

Pero no me dice nada. No me reclama. No se ríe con ironía. Tampoco se va.

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Aunque Dulce convoca a los medios, mi padre se encarga de hacer el trabajo sucio, pues evita con acierto que la prensa centre sus preguntas en el drama del accidente. Es sábado por la mañana cuando un grupo de periodistas influyentes del país se conglomera en la sala de comunicaciones del edificio del partido para hacerle frente a la opinión pública luego de haber confirmado de forma oficial mi candidatura hace solo un par de horas.

El artículo con declaraciones inéditas y primicias que cualquier medio hubiese deseado tener fue publicado en el sitio oficial del partido, escrito y firmado, para sorpresa de medio mundo, por la madre de mi bebé y mi futura esposa que, además, es la encargada de inaugurar la rueda de preguntas.

Dulce se pone de pie cuando el presentador termina de explicar las reglas de juego, va vestida de blanco, con una blusa y una falda elegante a cuadros que le llega hasta las rodillas. No soy el único que la mira, pues las cámaras han dejado de apuntarme para centrarse en la mujer que se mueve incómoda abriendo con prisa el cuaderno donde ha anotado la pregunta.

Hay una ola de murmullos, lo suficientemente alto como para entender las expresiones cargadas de sorpresa y confusión de los medios invitados.

Ella también los detecta y se tensa, no obstante, levanta la cabeza, se aclara la garganta y empieza.

–Buenos días, ministro, Dulce Espinosa para Cara a Cara –pese a la voz firme y el semblante sereno, sé de sobra que está temblando ligeramente–. Ha comenzado en el partido de su padre, lo hemos visto como embajador. Se ha desenvuelto con éxito en el senado y su gestión como ministro de hacienda le ha dejado al país una marca imborrable por los tratados de libre comercio que se han firmado en su mandato. Que significa para usted y para su trayectoria haber anunciado oficialmente su candidatura y qué espera de esta campaña electoral, teniendo en cuenta las circunstancias y los acontecimientos que, según muchos, han manchado su imagen.

Nuestros ojos se encuentran en el preciso instante en que dice la última palabra, y la veo tan indefensa que tengo la necesidad de ponerme de pie para correr a abrazarla. Tiene orgullo, así que, no sorprende que vuelva a tomar asiento con elegancia mientras por lo bajo, se aferra al cuaderno como si su vida dependiese de eso.

Tomo una fuerte bocanada de aire, acerco el micrófono levemente a mis labios y empiezo, sabiendo que es el momento de dejar todo claro.

–he trabajado desde muy joven para poder estar aquí, y no me refiero solo al echo de forjarme camino para postular a la presidencia, me refiero al echo de prepararme, pasando por cargos importantes que ya has mencionado para ocupar el cargo más demandante e importante del país. Sé que hace un embajador, cuan difícil es sentarse a debatir leyes en el senado y más abiertamente en el congreso, sé cómo es dirigir un ministerio; y no ha sido fácil, pero precisamente por eso consideraba que este era el momento adecuado, he pasado por todos los cargos y me siento con la experiencia suficiente como para aventurarme a desear un cargo así.

Hago una pequeña pausa para ver de reojo a mi padre, sentado junto a las figuras más importantes del partido al lado izquierdo de la sala. Las cosas van bien, pues cuando siente mi mirada asiente, y al mismo estilo de cuando era niño, su aprobación ese suficiente para seguir.

–Por ese mismo echo, de haberme preparado por muchos años y de haberle servido al pueblo con transparencia y determinación, espero ver en esta campaña toda la confianza y la seguridad que siempre le he querido transmitir a la gente. No pueden borrar años de trabajo limpio con malos entendidos y dramas sin fundamento, que, además, se mantienen al margen de mi vida profesional. El accidente, del que, por cierto, no volveré a hablar más no mancha mi imagen, más bien, me reivindica como un ciudadano más que no está libre de imprudencias de personas al volante, y la filtración arbitraria del embarazo le da a mi vida lo que le faltaba para ser un candidato completo, voy a tener un bebé y voy a consolidar una familia ejemplar. Por eso quiero una campaña con mucho respeto no solo hacia mí, también hacia la madre de mi hijo.

Desde donde estoy me son visibles muchos de los gestos de sorpresa de los periodistas, y el ruido de los flashes disparando se mezcla con el ruido de voces que se levanta a continuación, amenazando con convertir esto en un caos. Supongo que todo el mundo muere por hacer "la pregunta del millón", porque, aunque tienen números y había un orden establecido, no lo respetan.

Las voces de la prensa se pierden entre el mar de pensamientos que me cruza la mente cuando me topo con su mirada, cargada de lágrimas y con una pisca de inseguridad. Hay miedo, probablemente.

Es el jefe de prensa del partido quien se para y toma la palabra, pidiendo orden tras amenazar con detener la conferencia en este mismo momento. Dice que voy a responder todas las preguntas, porque para eso estamos.

Así que cuando la cosa se calma, se levanta otro periodista, estratégicamente del diario aliado de nuestro partido, para cambiar la dirección de la conversación de forma casi sutil.

–En su etapa de ministro de economía lo hemos visto manejar una política neoliberal, con mercados abiertos y bastante dispuesto a seguir impulsando la inversión privada. Cual es el enfoque económico y el modelo de mercado que piensa aplicar en caso de un futuro gobierno. Le pregunto esto porque ha vuelto a surgir el debate sobre un modelo más nacionalista y estatista con el candidato del partido verde.

–Es que no le encuentro la controversia. Se ha visto más de lo necesario que en Latinoamérica, y me atrevo a decir que en el mundo entero los modelos nacionalistas y estatistas no funcionan. Sería un error garrafal cambiar nuestro modelo actual...

Sigo hablando sin quitarle la mirada de encima a Dulce, que ha bajado la mirada a una libreta de apuntes que tiene sobre sus piernas. Finge que está escribiendo, pero en realidad está jugueteando con el resorte del lapicero.

No sé cuanto tiempo pasa, pero hay una mezcla extraña de preguntas que de verdad aportan a la campaña presidencial y otras que solo buscan inmiscuirse más en el escándalo. Hay quienes son prudentes porque son conscientes que nos les conviene un mal trato con el partido, pero hay otros, que sin tener muy claras las consecuencias, se aventuran a probar con mi divorcio, con el esposo de dulce y la estrecha relación de nuestras familias, con ese "¿¿qué le espera al país con un hombre que no sabe respetar los compromisos legales ni de palabra?".

Quien se atreve es, evidentemente, parte del gremio de mi más grande opositor, y el del partido de mi padre desde que fue fundado en realidad.

Así que respondo al fiel estilo de Víctor Von Uckermann, porque la política es así y siempre hay que estar a la defensiva, usando evidentemente, un poco de diplomacia.

–Tu pregunta me demuestra que no hay propuestas que atacar, y eso me suma muchos puntos, porque mi plan de gobierno es excelente.

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Experimento un sinfín de emociones complejas mientras el auto avanza por la ciudad. En definitiva, el accidente ha sido un punto de inflexión en muchos aspectos. Nada iba a volver a ser como antes, y mi inseguridad al ponerme al volante, o el solo echo de estar en un auto como pasajero lo comprueba.

Evito no mirar por las ventanillas y me centro en la conversación abierta en la pantalla de mi móvil. Dulce me manda fotos mientras la maquillan para su programa de esta tarde, en el que, por cierto, entrevistará a mi opositor más importante. La campaña electoral ha empezado hace un par de semanas, y cada quien tiene que jugar sus cartas para intentar golpear primero.

La entrevista de Dulce, sin duda, es un arma de doble filo. Siempre se ha caracterizado por ser una periodista que va al grano, que hace preguntas concretas que hacen dudar a los candidatos incluso hasta de su nombre, y no le tiro flores, es porque me ha tocado vivirlo en carne propia. Le estoy dando la oportunidad al candidato del partido verde de tener la mejor entrevista de toda su vida, pero también es mi oportunidad para ponerme por delante en lo que a propuestas se refiere.

Dul dice que ya no tiene nauseas, pero sí un sueño infinito que le tienta a volver a casa. No obstante, incluso ella misma reconoce que no puede hacerlo, porque trabajo es trabajo y sobre todo hoy, que va a tener a más de la mitad del país en sintonía.

«Te amo, nena» –escribo en respuesta a una foto en la que se le puede ver el vientre que se le marca con el vestido de flores que usa.

La amo.

Y si antes no lo decía porque nos dejaba en un punto muerto, ahora, que todo el mundo ya sabe lo nuestro y que somos casi libres de hacer lo que queramos, voy a repetírselo cada que pueda. Porque sé que le sigo debiendo muchos "te amo" y la vida no me va a alcanzar para retribuírselos.

–Natalia ha pedido el departamento de la Riviera –me habla mi abogado, que viaja a mi lado.

–Listo.

–Y una pensión mensual de 10000 dólares.

–Listo. ¿Dónde firmo?

–¿Es en serio, Christopher? ¿Vas a dejarle el departamento y además la vas a mantener por el resto de su vida<? ¿no crees que es suficiente con la casa, con los dos autos y el cheque? Todavía podemos negociarlo y...

–Precisamente es lo que no quiero. Me urge divorciarme y si a cambio le tengo que dar todo eso, perfecto.

–¿Por qué tanta prisa? Van a tener un hijo juntos, van a estar unidos toda la vida y...

–Porque me quiero casar con Dulce antes de las elecciones generales –le confieso y él arquea una ceja.

–eso puede ser contraproducente. Vas a estar en boca de todos, tenemos que centrarnos en la campaña y eso sería fuera de contexto total. No creo que tu padre...

–Mi padre está de acuerdo. Quiero que la gente vote por mí sabiendo que ella va a ser la primera dama.

–A ver si más bien no te quitan el apoyo ... Dulce tiene un mal historial, y todos coinciden con que mantenerla a tu lado...

–Hasta ahí, Eduardo. Esto lo estoy manejando yo y cuando necesite consejos te los voy a pedir y se los voy a pedir a todos esos asesores que tanto hablan. Por lo pronto, limítate a hacer tu trabajo. ¿Agendaste la reunión con las comunidades nativas del norte, Ceci? –aparto la vista y le hablo a mi asistente, que está sentada en el asiento del copiloto.

–Sí, señor. Lo esperan el lunes de la próxima semana, creo que vamos a contar con su apoyo porque están muy emocionados. Creo que ningún candidato los había visitado antes, además de su padre, y ya sabe que le tienen aprecio.

–Bien. también coordina la visita al penal de mujeres, y mueve el viaje a provincia del jueves porque voy a acompañar a Dulce a consulta. No quiero cruzarme con Natalia ya –me vuelvo a mi abogado–, así que cuando tengas los papeles del divorcio corregido me los das para firmar y ya tú los llevas al juzgado.

Bajo del auto cuando nos estacionamos frente a la revista de los del Bosque, y camino junto a mi abogado hasta llegar al elegante vestidor que sigue luciendo los reconocimientos que obtuvieron de la mano de Dulce.

Hay trabajadores que cuchichean cuando me ven pasar, supongo que no es común volverme a ver luego de saber que fui el amante de la esposa del dueño. Pero no importa, y aún con muchas miradas encima, ingreso al ascensor y aprieto el botón del último piso, donde está la oficina de los directivos.

He venido a tratar dos temas puntuales. No creo tener suerte en ambos, pero sí pienso irme con un documento firmado.

La puerta se abre y me topo frente a frente con el cuadro familiar completo. Juan Carlos me mira con la mandíbula tensa y sus padres lo acompañan, uno a cada lado, y no sé quien tiene más ganas de matarme.

Soy hijo del político más influyente de los últimos 25 años, el ex ministro de economía y futuro presidente de la república. Ellos lo saben, tanto como saben que no les conviene tener problemas conmigo.

–Christopher –me saluda el padre de Juan Carlos, extendiéndome la mano con recelo.

–No tengo mucho tiempo –le digo, al notar las claras intenciones de su esposa y de su hijo de no saludarme–. Vine con mi abogado a traerles esto.

Mi abogado deja el documento de divorcio sobre la mesa, y ni bien lo ve, Juan Carlos se para.

–No les voy a dejar el camino fácil...

–Claro que lo va a firmar, es lo que estábamos esperando –habla su madre, y el echo de oírla me produce nauseas–. ¿De verdad crees que queremos seguir teniendo en nuestra familia a una...

–Cuidado con lo que dice, señora. Que me puedo olvidar de las diplomacias y entonces sí va a conocerme de verdad.

–No nos amenaces, Christopher. No te conviene tener un escándalo más ahora, estás en plena campaña y...

–Gracias por ahorrarme las cosas. Precisamente de la campaña les quería hablar. Les recuerdo que, desde hace más de 10 años, mi padre les ha estado pagando para que... sean "cuidadosos" con lo que van a decir. Pero parece que el partido verde también les ha comenzado a pagar, y la verdad a estas alturas ya no me interesa trabajar con ustedes. Así que voy a exigirles 2 cosas. Que nos devuelvan el millón de dólares que les dimos para este año, y que me vendan la revista.

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