Los gatos negros no traen mala suerte, ¡miau!
—¡Aaaaaaagh! —gritó frustrada al llegar a su nueva casa. Otra entrevista de trabajo fallida. Se dejó caer en el sofá, enterró la cara en la almohada, y gimoteó sin sentido hasta caer rendida. Solo volvió a moverse cuando sintió cuatro patitas trepando por su espalda—. ¿Meliodas?
—Miau. —contestó el minino, e inmediatamente se puso a ronronear.
—Gracias, Mel. —El purr aumentó, y eso le dió a la chica las fuerzas necesarias para continuar su noche.
Limpiar. Hacer la cena. Deprimirse. Ver en su celular mensajes de preocupación de su padre, notificaciones de su app de citas, y fotos nuevas de la luna de miel de Diane. Más maullidos, y entonces pensó que, en realidad, no todo estaba tan mal.
—Ya voy, cariño. —Amaba cuidar de su mejor amigo. Mimarlo. Hablar con él. Sentir su amor en cada purr le daba vida. Ella lo adoraba porque sentía en su corazón que en verdad la comprendía. Y tenía razón. Luego llegó la hora de dormir.
—Buenas noches, Meliodas.
—Miau. —contestó acurrucándose en su pecho, y Elizabeth no pudo creer que por un instante había considerado deshacerse de él cuando le dijeron que su color traía mala suerte.
—Qué tontería —pensó—. Los gatos negros no traen mala suerte. —Y tenía razón. Mala no. Cayeron en un sueño profundo sin saber que, al despertar, el destino de ambos cambiaría.
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