19. Positivo o negativo
Taís, Rodrigo, Carolina y Rafael fueron a cenar a un restaurante para celebrar aquel día tan especial, aquel sueño por fin alcanzado.
—¡Estoy tan orgulloso de ti! —exclamó Rafael abrazándola cuando bajaban del auto y se disponían a ingresar—. Has estado estupenda —sonrió besándola en los labios.
—Bueno, bueno... dejen eso para luego que tenemos hambre —bromeó Taís ingresando al lugar seguida de su novio.
Una vez adentro buscaron una mesa para cuatro y se dispusieron a hacer sus pedidos. Carolina se sentía algo agotada, no solo por el evento en sí, sino por la tensión acumulada en ese y en los días previos, además de la ansiedad y los nervios; pero aun así estaba feliz y satisfecha por sus logros y tenía dentro de ella esa sensación de haber alcanzado una meta, ese sentimiento de orgullo que le resultaba tan refrescante, positivo y nuevo.
Hicieron sus pedidos mientras conversaban sobre las preguntas que le hicieron, sobre las personas que conocieron, sobre aquella pareja de jóvenes que les había caído tan bien. Por un momento todo fue festejo, algarabía y orgullo.
Un par de horas después decidieron que ya era hora de ir a descansar.
—Mientras pides la cuenta voy un rato al tocador —informó Carolina y luego miró a Taís—. ¿Vienes conmigo? —preguntó y la chica asintió.
—Las chicas y su manía de ir juntas al baño —bromeó Rafael.
Carolina y Taís caminaron hasta el tocador y entonces la mujer aprovechó la oportunidad para tocar aquel tema que ambas conocían.
—Mañana a primera hora te haces esa prueba —dijo mirando a la joven antes de meterse a uno de los cubículos. Taís sorprendida por aquellas palabras asintió y luego se quedó pensando.
Por un buen momento había dejado de plantearse todo aquello mientras se distraía un poco con lo que había estado sucediendo.
—Tengo miedo —murmuró.
—Yo también, pero no estás sola —añadió Carolina.
Aquella frase tenía un sentido mucho más amplio del que Taís podía entender en ese momento. Ella también tenía miedo, y también estaba atravesando por la misma situación.
Salió del baño y mientras se lavaba las manos y se arreglaba el pelo observó a la chica que miraba perdida sus manos y jugueteaba con sus dedos. Estaba asustada, a leguas se notaba que lo estaba. Carolina se acercó entonces y sin decir palabras la abrazó, la quería mucho y no le gustaba verla así.
—Oye... arriba ese ánimo. Todo saldrá bien —dijo levantándole el mentón para que la mirara. Taís sonrió—. Vamos a comprar otra prueba para asegurarnos, esa que tienes me parece poco fiable. Diré que debo comprar un medicamento y pararemos por la farmacia de ida a la casa, ¿está bien? —inquirió y Taís asintió.
En realidad lo que Carolina quería era comprar dos pruebas, una también para ella. Pero no era necesario decírselo a Taís, no quería agobiarla con más preocupaciones.
Cuando subieron al vehículo, llevaron a Rodrigo a su casa. Luego, y como había planeado, Carolina le pidió a Rafa que se detuviera en una farmacia donde ella bajó a comprar dos pruebas de embarazo. Le pidió a la empleada que le diera dos de las más efectivas y entonces las guardó en la cartera. Luego volvieron a la casa.
Al llegar, Taís se despidió alegando que tenía sueño y se metió a su habitación. Carolina fue a darse un baño mientras Rafael se preparaba un té digestivo pues sentía que había comido demasiado.
Bajo la ducha, la mujer observó su vientre preguntándose si acaso allí estaría alguien más. Sonrió ante la idea pero inmediatamente una sensación de temor la invadió por completo. ¿Cómo podría ella ser una buena madre si no había tenido un buen ejemplo? Recordó a Berta diciéndole que mucho de lo que ella había aprendido o quería hacer con Adler era lo que su madre había hecho con ella, Berta adoraba a su madre y quería darle a su hijo algo de lo que había recibido de ella. Sin embargo, Carolina tenía otra historia... no tenía un punto de referencia, no tenía idea de cómo debía ser una buena madre. Era cierto que estar con Berta le había abierto los ojos ante la maternidad, sin embargo, una cosa era ver desde afuera y otra muy distinta vivirla en carne propia. Se asustó y un sentimiento oscuro que hacía bastante tiempo no sentía se introdujo colándose por sus venas hasta llegar a su pecho y oprimirlo. No se creía capaz de hacerlo bien, se sentía insignificante y atemorizada. No le gustó sentirse de esa manera.
Durante la mayor parte de su vida se había sentido así y le había costado demasiado superar su baja autoestima para empezar a confiar en sí misma. Negó con la cabeza y decidió pensar en otra cosa, no quería que aquel pensamiento la llevara a navegar de nuevo por aquellas aguas oscuras de su pasado.
Recordó su tarde y a las personas que conoció. Pensó en Pilar y en una oración silenciosa rogó que lograra salir de aquello en lo que era obvio estaba metida, pensó en Lucette y pidió que alcanzara sus sueños. Sonrió ante la imagen de ella misma hablando ante un montón de gente que parecía admirarla, ante la idea de ella firmando aquellos libros que una vez fueron solo un sueño lejano.
Salió de la ducha y se secó, se dispuso a acostarse a descansar. Rafael ya la esperaba en la cama con los brazos abiertos. Carolina sonrió y se metió bajo las mantas enrollándose entre sus brazos.
—Te amo —susurró en su oído y la rubia suspiró.
—Yo a ti —respondió y sintió su mano colarse por su vientre bajo la blusa de su pijama.
—No sé cuánto más vaya a aguantar esta abstinencia —murmuró Rafael besándola en el hombro, Carolina sonrió.
—De toda formas hoy no es un buen día, estoy muerta de cansancio —musitó sintiendo su sangre comenzar a hervir por las pequeñas caricias que Rafael le prodigaba.
—¿Cuándo el cansancio fue una excusa para nosotros? ¡Te estás poniendo vieja! —bromeó Rafael, Carolina le dio un pequeño golpe en el hombro en respuesta.
—¿Vieja? ¿Yo? ¡Todavía me falta mucho para llegar allí! —exclamó—. Además ni aunque me convirtiera en una ancianita decrépita podría estar lo suficientemente cansada como para negarme a estar contigo —bromeó.
—Entonces estás admitiendo que el cansancio es solo una excusa, ¿no? —dijo Rafael sonriendo y Carolina asintió.
—Podría ser, pero preferiría que lo dejáramos para otro día —afirmó, los pensamientos que le rondaban la cabeza la tenían desconcentrada y no quería que Rafael se diera cuenta.
Él no insistió, la besó con ternura y luego de susurrarle una vez más al oído lo mucho que la amaba y lo orgulloso que estaba de ella, se dispuso a dormir. Y no le costó demasiado, unos minutos después ya estaba perdido en sus sueños.
Carolina lo observó con ternura mientras se permitía imaginar cómo sería un hijo de ambos. No era la primera vez que lo deseaba, que soñaba con acunar a un pequeño bebé que tuviera lo mejor de los dos, sin embargo, la idea siempre había parecido muy lejana, y ahora estaba tan cerca que sintió su corazón acelerarse.
Intentó relajarse y decidió que dormir sería la mejor opción para acelerar las horas que le quedaban antes de que finalmente se hiciera el test.
Cuando el despertador de Taís sonó, ella se cubrió con sus mantas. No quería que llegara ese momento, pero sabía que era la hora. Con lentitud tomó el coraje para levantarse de la cama y abrió el cajón donde la noche anterior había guardado la prueba que Carolina le había dado antes de que se durmiera. Podía meterse a su baño, el que tenía en la habitación, pero quería despertar a Carolina para que al menos estuviera con ella a la hora de leer el resultado.
No hubo necesidad de buscarla demasiado, ella estaba a punto de golpear su puerta cuando Taís la abrió y la encontró del otro lado. Su pelo algo alborotado, su bata de dormir de seda rosada y una sonrisa enorme le brindaron la calma que deseaba. Ella no estaba sola.
Sin decir palabras se dirigieron al baño social del departamento, el que quedaba cerca de la sala. Taís ingresó y Carolina se recostó en el sofá. Metió la mano en el bolsillo de la bata para sentir su propio test, el que haría segundos después de que Taís saliera del baño.
—Tengo que esperar cinco minutos —dijo Taís un rato después saliendo y mirándola con algo de temor en la mirada—. Si salen dos rayas es que es positivo, si se pinta solo una es que no —recitó como si se hubiera leído el manual un millón de veces.
—¿Dónde dejaste la barrita? —preguntó Carolina.
—Allí al lado del lavabo —respondió señalando—. Serán los cinco minutos más intensos de mi vida —agregó caminando hasta dejarse caer en el sofá.
—Déjame entrar al baño, siento que me explotará la vejiga —murmuró Carolina sonriendo, y no era mentira. Había leído que esos test eran mucho más fiables si se hacían con la primera orina de la mañana, por lo cual estaba esperando para poder hacérselo. Taís asintió y Carolina ingresó al baño.
Hizo todo lo que las indicaciones le decían y luego guardó la barrita en el botiquín que estaba tras el espejo para esperar sus propios cinco minutos, que serían tan intensos como Taís los había descrito. Observó la barrita que la muchacha había dejado cerca del lavabo pero aún no marcaba nada. De todas formas no habían pasado los cinco minutos requeridos.
Se lavó las manos y salió del baño sentándose al lado de Taís que observaba los números moverse en su celular. Había puesto el cronómetro.
—Entrarás tú y me lo dirás —pidió Taís y Carolina sonrió abrazándola.
Ambas se quedaron allí, en silencio, sintiendo los nervios invadirles todo su ser, pensando en que sus vidas y sus futuros dependían de aquel resultado, de aquella o aquellas rayitas que decidieran mostrarse o no en los siguientes minutos.
El sonido de una tenue melodía indicó que los cinco minutos de Taís habían llegado. Carolina la observó y Taís con la mirada volvió a pedirle que fuera ella la que ingresara. Y así lo hizo.
Caminó hasta el baño y observó la barrita plástica que la muchacha había dejado al lado del lavabo. Iba a salir a darle la noticia, pero entonces la curiosidad la mató y aunque aún le faltaban un par de minutos quiso saber si podía ver ya la respuesta, su respuesta. Con manos temblorosas abrió el botiquín y sacó la barrita de donde la había dejado escondida, atrás de algunos potes de crema.
Entonces Carolina tuvo todo muy claro, las respuestas ya estaban dadas.
La voz de Rafael saludando a Taís y preguntándole qué hacía despierta tan temprano, la trajo de sus pensamientos, guardó cuanto antes su barrita de nuevo en el sitio donde lo había ocultado esperando volver a confirmar su respuesta en un par de minutos más y tomó la de Taís guardándola en su bolsillo para mostrársela. Entonces salió del baño.
He vuelto. Gracias por sus bellos mensajes. Los quiero
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