11. Lo que debe de ser
Durante las siguientes dos semanas vivieron bajo el mismo techo como dos perfectos desconocidos. Se cruzaban en las comidas y se saludaban, pero no pasaba de allí. Taís observaba extrañada aquel ir y venir de miradas desencontradas, aquel vaivén de vacíos y silencios que parecían incapaces de ser llenados con nada; miraba con tristeza cómo dos personas que según su propia perspectiva aún se amaban, decidían por cuenta propia abandonarse al orgullo, obligándose cada uno a extender la nula distancia física que ahora los separaba.
—Voy a ir a la casa de campo de los padres de Rodri este fin de semana —informó Taís ese viernes en el desayuno. No creía que le contestarían, no hablaban cuando estaban juntos o cerca.
—¿Y a quién has pedido permiso? —preguntó Rafael sorprendiéndola.
—Mira, papo. Si no quieres que vaya no iré, pero tampoco me quedaré aquí. Iré a dormir a lo de Paty o a la plaza... o hasta bajo el puente. Pero estoy harta de estar aquí siendo una especie de red para el juego de tenis que están jugando ustedes —exclamó agobiada.
—No te preocupes, Taís. Siento que esto esté siendo tan pesado para ti. pero ya encontré donde quedarme. Me mudo el lunes —informó Carolina y ambos la miraron.
—¿A dónde vas a ir? —preguntó Rafael, pero Carolina hizo como si no lo hubiera escuchado. Taís bufó, la tenían cansada con ese comportamiento tan infantil.
—¿A dónde vas a ir? —repitió la pregunta de su tío sabiendo que a ella sí le contestaría.
—Marlene me ha conseguido un departamento mientras tanto. Ya solo faltan tres meses para el lanzamiento del libro; aunque suene mucho no lo es. Me quedaré hasta eso y luego volveré a Alemania —informó y observó de reojo la reacción de Rafael, que frunció un puño ante la impotencia de saber que se marcharía de nuevo y que esta vez quizá sería para siempre.
—¿Quién rayos es Marlene? —preguntó ofuscado, pero Carolina lo ignoró deliberadamente.
—La gerente del salón —respondió Taís aceptando ese tonto juego—. Bien... ¿y tengo o no el permiso? —preguntó mirando a Rafael.
—No —zanjó este molesto.
—¿Qué? ¿Por qué no? —inquirió Taís sorprendida.
—Sí, puedes ir —sonrió Carolina en tono maternal.
—¡Oye! ¿Y tú quién te crees para pasar sobre mi autoridad? ¡No eres su madre! —exclamó Rafael enfadado.
—¡Tú estás actuando de forma ridícula! ¿Qué culpa tiene ella de tus problemas? ¡Déjala divertirse! —Carolina defendió su postura.
Iniciaron entonces una discusión sin sentido en la que ninguno de los dos escuchaba al otro, una discusión en la que solo esperaban tener la razón o sentir la victoria de haber ganado la batalla.
—¡Basta! —gritó Taís—. ¿Saben qué? No voy a irme mañana, voy a irme ahora mismo. ¡Ya no los soporto! Son peores que padres a punto de divorciarse y lo triste es que ustedes ni siquiera están juntos. Me atrevería a jurar que ni cuando tenían veinte años se comportaron de la forma tan inmadura en la que están actuando ahora y me estoy hartando. Si se van a amar, ámense, y si se van a odiar, ódiense, pero ya salgan de este incómodo sitio en donde se han puesto y desde donde no pueden ver más que su propio orgullo. Tú —dijo mirando a su tío y señalándolo con el dedo índice—, lloraste por tener lejos a esta mujer durante más de diez años y ahora la tienes durmiendo en tu cama, decides ignorarla. Y tú —observó ahora a Carolina—, dices amarlo y sin embargo no eres capaz de ceder un ápice para escucharlo, no eres capaz de hacer lo que él hizo por ti... Perdonarlo.
Taís se levantó de la mesa echando la silla hacia atrás por la fuerza del movimiento y los miró de nuevo.
—¡Los amo a los dos pero ya no los soporto! —exclamó y se internó en su habitación cerrando con fuerza la puerta y preparando un bolso con ropa para salir de ese infierno lo antes posible.
Rafael se levantó y se fue a su estudio mientras Carolina se quedó allí recogiendo los cubiertos y pensando en la veracidad de las palabras de Taís. Estaban actuando como un par de niños malcriados en vez de enfrentar los problemas como adultos.
Dejó todo listo en la cocina y se encaminó hasta el estudio. Colocó la mano sobre la puerta a modo de golpear antes de pasar, pero en ese mismo instante Rafael abrió la puerta quedando muy cerca de ella. La mujer se estremeció y bajó la mirada avergonzada.
—Yo... creo que Taís tiene razón. Hemos estado siendo un par de tontos... Quiero agradecerte por dejarme quedar en tu casa estos días...
—Carolina —la interrumpió Rafael tomándola de la mano para que ingresara al estudio y cerrando la puerta tras ella—. Sé que me he equivocado mucho en todo este tiempo, he sido un completo idiota desde que malinterpreté todo aquello... y cuando dejé que te fueras. Y con mi comportamiento de este tiempo, y el viaje a Alemania... Todo —añadió compungido—. Sé que estás muy enfadada... pero ya no quiero estar así contigo.
—Lo sé... está bien... Yo... no te guardo rencor —dijo ella suspirando.
El silencio se hizo entre ambos.
—¿Y ahora qué? —preguntó Rafael con miedo a la respuesta que ella podría darle. No quería aceptar que ya era demasiado tarde para ellos, pero sabía que eso era lo que ella pensaba. Quizá por eso se había prestado a ese juego infantil, era la única forma de tenerla cerca y de no oír lo que temía que le dijera.
—Supongo que debemos intentar llevar la fiesta en paz... Ser buenos amigos —añadió Carolina, aunque no creía en realidad que pudieran serlo.
—¿Amigos? —cuestionó Rafael con algo de frustración en la voz.
—Sí, amigos... Ya nos hemos hecho demasiado daño para aspirar a algo más —susurró con dolor. Le costaba aceptarlo para sí misma y mucho más aún decirlo en voz alta.
—Pero...
—Ya no es nuestro tiempo, Rafael. Será mejor que intentemos superar lo que no pudo ser... Que tratemos de seguir adelante.
—¿Me estás diciendo que quieres rendirte? ¿Solo así? —inquirió él con pesar.
—Para poder rendirnos debimos haber luchado, nosotros nunca lo hicimos. Yo no luché por lo que teníamos cuando éramos jóvenes, tu no luchaste por lo que pudimos tener cuando me regresé a Alemania... Nunca luchamos, nos rendimos antes de intentarlo —añadió con tristeza.
Rafael no contestó, aquello le dolió demasiado. Observó a Carolina salir del estudio y no pudo evitar sentir impotencia y frustración. Él no entendía por qué ella se rendía después de que él había sido quién más había luchado, quien más había sufrido, quien siempre había perdido en esa historia. Carolina por su parte se sentía abatida, una vez más le tocaba perder y no sabía cómo se levantaría esta vez, de dónde sacaría las fuerzas.
Incluso esas dos semanas comportándose como una niña caprichosa la habían mantenido entretenida ocultando para sí misma una verdad que no quería aceptar: que era hora de soltar, que era hora de volar. Estaban lejos... y la vida le había enseñado que la distancia entre las almas de dos personas no siempre es proporcional a la distancia física que los separa. Ella había estado a miles de kilómetros de Rafael, sin embargo lo había sentido cerca mientras él fue un bello recuerdo, mientras él era el hombre a quien debía buscar para encontrar su perdón y ganar su libertad, mientras lo tenía anidado en sus pensamientos y clavado a su corazón, mientras soñaba día y noche con volverse a mirar en sus ojos.
Sin embargo ahora estaban cerca, dormía en su cama, comía en su mesa, lo veía a diario... pero sus almas estaban tan separadas, tan alejadas la una de la otra, que simplemente no se hallaban. Era como si se encontraran cada uno a un lado de un laberinto y no encontraran el camino que los llevara al otro, aunque lo intentaran una y otra vez, nunca sería suficiente, siempre terminarían frente a una pared que los separaría... una distancia que a esas alturas le parecía invencible y sobre todo dolorosa. Porque no hay nada que duela tanto como palpar la distancia que separa a quienes fueron tan cercanos.
Durante todo ese viernes se evitaron de forma tranquila, Carolina se dedicó a leer mientras Rafael intentó terminar trabajos pendientes. Pero a ella le pareció que el lunes quedaba demasiado lejos y sin Taís el silencio era insoportable. Así que el sábado por la tarde tomó la decisión de marcharse, cargó sus ropas y pertenencias en su maleta y salió dispuesta a ir a pasar la noche en algún hotel hasta que finalmente el lunes pudiera ingresar al departamento.
Cuando salió de la habitación con la maleta en brazos, lo vio en la sala viendo la televisión. Caminó con firmeza decidida a despedirse y entonces carraspeó para llamar su atención. Rafael la miró, luego vio la maleta y sintió que el corazón se le alteraba.
—¿A dónde vas?
—Ya no puedo quedarme aquí —fue todo lo que dijo—. Lo siento, de verdad.... Y gracias por tanto.
Aquellas disculpas iban con relación a los inconvenientes de los últimos días, los agradecimientos tenían que ver con la estadía y la comida... Sin embargo cuando lo dijo le sonó a mucho más a un «lo siento» que abarcaba todo lo que no pudo ser y a un «gracias» que significaba todo lo que fue.
—No te vayas —rogó Rafael levantándose y caminando hasta ella—. Por favor, no te vayas.
Y aquel «no te vayas» significaba mucho más que un quedarse en ese momento, significaba «no te rindas», significaba «no me dejes», significaba «quédate para siempre».
—Debo irme —susurró perdiendo todas las fuerzas que había tenido minutos antes. Rafael estaba parado enfrente, demasiado cerca, y su aliento se colaba por su piel.
—Entonces despidámonos como se debe... Cerremos esta historia de una manera más bonita —sugirió Rafael mientras acariciaba la mejilla derecha del rostro de Carolina y se acercaba aún más a ella.
—No... por favor —susurró ella pidiéndole que se alejara, no tendría fuerzas para negarle nada...
—Solo un beso... por favor —imploró.
—No —murmuró con apenas un hilo de voz... Un «no» que no tenía la fuerza necesaria para ser nada más que un ruego disfrazado. Un «no» que sabía a un «sí».
Y así es como esa tarde nada fue como esperaban. Los besos que solo debían ser besos, se convirtieron pronto en caricias, las ropas que cubrían sus cuerpos estorbaron de repente. El suelo donde caminaban, pronto se convirtió en el lecho y dos cuerpos que se alejaban, se fundieron en un reencuentro. Así es como una despedida, se convirtió en bienvenida.
Una vez más en esa historia nada fue como debía ser... o quizá aquello que en verdad era encontró la forma de volver a ser.
¿Cómo vamos por aquí? ¿Qué tal está quedando esta parte?
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