II
Me desperté con los ladridos de "Lío" —Perro del demonio, había olvidado darle de comer— me levanté del sofá. En el televisión estaban dando otra película. La apagué. Fui a la cocina a beber un poco de agua. Sentía la garganta tan seca que tuve que beber directo de la jarra, si me hubiese visto Clara muere en el acto. Fue cuando escuché un extraño ruido en la sala. El perro había cesado de ladrar. Me acerqué y por supuesto no era nada. A esa hora decidí calentar la comida al pobre animal, eran la una y media de la madrugada.
Me dije a mi mismo: —Donde se habrá metido este perro—. Entonces recordé que no había sacado al perro de su casa que estaba en el patio ¿cómo era posible que estuviera ladrando dentro de la casa? Me hice la señal de la cruz y agarré un cuchillo en la cocina. No era que creyera en fantasmas, solo qué temía que fuese algún desgraciado tratando de robar lo poco que tenemos. Revise con mucho cuidado todos los rincones de la casa y cuándo constate que todo estaba bien. Regresé a la cocina, guarde de nuevo la comida del perro y me retiré a mi habitación. Probablemente había escuchado ladridos que provenían de la televisión ¡Que imaginación la mía! Me acosté y nuevamente me quedé dormido.
****
Escuché un golpe fuerte al otro lado de la puerta. Ya despierto, esta vez escuché una especie de arañazos que maltraban la puerta con insistencia ¡Carajo, mi Dios! ¿Qué coño pasa?, dije ya con los pelos de punta. Dudé un poco en si iba averiguar o no que era lo que sucedía. Me susurré como mantra que era un hombre viejo para tales niñerías y me dirigí a la puerta. Esta vez agarré el bate de madera que estaba detrás del escaparate.
Abrí la puerta de golpe y... ¡Zas! Alcé mi bate al aire lanzando un contundente batazo a la nada. Sí, no había nada ni detrás de la puerta ni en el corredor. Esto era muy bochornoso para mí hombría. Volví de nuevo a dar un recorrido. Era evidente que no estaba en mi sano juicio y debía controlar mis nervios. Me asomé en la habitación de los niños y todo estaba en orden o más bien en desorden, esos muchacho cochinos, todo estaba regado por el suelo: juguetes, ropas, libros... El solo hecho de ver aquello era un horror.
Cerré la puerta y me encaminé a la cocina de nuevo. Traté de encender la luz, pero el bombillo parpadeó quemándose en ese instante. ¡Que mierda! Tendría que comprar otro en cuanto amaneciera. Otro gasto no calculado. En unas zancadas largas casi de un brinco llegué a la puerta de la nevera. Necesitaba iluminar el lugar ya me estaba dando miedo. Pero solo se iluminó entre sombras y fue cuando vida algo parado en la ventana de la cocina. Esta vez no estaba disposición de averiguar si era mi imaginación o no. Corrí como cualquier personaje de película que huye de los desconocido antes de ser asesinado horriblemente, no obstante para mi desatino nocturno, tropecé en medio de la oscuridad cayendo de bruces. Ahí quedé tendido como un estupido esperando el destino fatal. Me veía bañado en sangre con el cuchillo atravesado en la espalda o quizás partido a la mitad con las vísceras regadas por toda la sala o también sin cabeza y luego siendo colocado en mi sillón favorito. Me quedé ahí lleno de miedo sin saber que hacer. Sin poder mover ni un solo músculos. Era mi fin.
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