Capítulo 8
Después de días sin ir a la escuela, Paula no se sentía lista para llegar y ver como todo mundo la señalaba con la mirada. Si bien había unos cuantos a quienes no les importaba, también estaban aquellos que hablaban del asunto como si no tuvieran otro tema de conversación. En su camino por los pasillos se encontró con Leo, quien, en vez de saludarla, solo la pasó de largo, demostrándole cuán enojado se hallaba con ella.
«Ahora sí, te quedaste sola», pensó la joven.
Unas manos se posaron sobre sus hombros. Asustada, miró hacia atrás y se encontró con el rostro burlón de Gustavo. Paula pasó de la tristeza al enojo, aunque más bien sus emociones se fusionaron y ni siquiera sabía qué era la masa abstracta que sentía.
—Te ves terrible —comentó Gustavo con cinismo—. ¿Es la cruda moral?
Paula respiró hondo y se quedó en silencio, sabía que si contestaba no iba a poder librarse de él. Sin embargo, su intento por tranquilizarse se vio truncado cuando notó como otra persona se acercó a rodearla, se trataba de Carlos, que era el que más solía molestarla por Instagram.
Ella mordió su labio inferior y fijó su atención en su exnovio, que se encontraba asomado en su casillero, haciendo como si buscara algo.
—¿Y sí es neta que estás embarazada? —preguntó Carlos.
—¿Y a ti qué, pendejo? —le espetó Paula. Azotó el pie contra el suelo y cerró los puños—. No es asunto tuyo —lo señaló. Perdió la poca paciencia que le quedaba, así como la oportunidad de que se acabara pronto.
Algunas personas que andaban por los pasillos detuvieron su marcha para acercarse y observar con más atención el escándalo que estaba por nacer. Paula sintió la presión de todos esos ojos encima, la misma de esa vez que Gabriela la abofeteó y le gritó cuánto la odiaba.
—Yo no tengo la culpa de tus cagadas. —Carlos encogió los hombros—. Eso te pasa por andar de puta.
Gustavo se quedó de brazos cruzados, observando el caos que empezó mientras sonreía, satisfecho. Sentía encima la mirada furiosa de Leo, pero eso lejos de causarle temor, solo aumentaba sus ganas de continuar. Siempre disfrutó de molestar a otros, haciéndolos actuar a su gusto. Su padre se encargó de enseñarle a punta de golpes y desde muy chico que algo mejor que el respeto era el temor, que esa era una buena manera de sobrevivir a este mundo incierto.
—¡Ya! —chilló Paula al mismo tiempo que empujó a Carlos. Él se le estaba acercando demasiado, tenía la intención de tocarla.
Una pequeña multitud se amontonó. Para la mala suerte de Paula, al ser la primera hora del día, no había maestros en los pasillos.
—Ya dinos, ¿sí es de Leonardo? —le preguntó Gustavo, alzó la voz, deseaba ser escuchado por todos—. Con eso de que es tremendo pendejo, pudiste haberlo engañado en chinga.
Paula miró a su exnovio, furiosa, aguardaba a que hiciera algo más que observar la escena y mantenerse todo como si fuese ajeno al asunto. Mientras tanto, la masa humana comenzó a murmurar un montón de posibilidades sobre la promiscuidad de su compañera de escuela.
—Además es un marica —prosiguió Gustavo—. La neta, sí tienes tus motivos, pero mínimo hubieras procurado no embarazarte.
Leo no soportó más el mantenerse al margen, se abrió paso entre la multitud con furia y se abalanzó contra Gustavo. Carlos, quien estaba muy cerca de Paula, retrocedió, combinándose entre los curiosos, por más que disfrutara fastidiar, no tenía la disposición para afrontar las consecuencias de involucrarse con una pelea física.
Paula, junto con el resto de los espectadores, observaron impresionados la escena. La joven no tenía idea de cómo involucrarse o separarlos, solo miraba como su exnovio tomaba ventaja y azotaba sus puños en el rostro de Gustavo. Mientras este último luchaba para cambiar de roles, moviendo sus piernas. En algún punto lo consiguió y alcanzó a empujar a su contrincante al suelo, le propinó una patada cerca del estómago, cosa que ocasionó que Leo se quejara.
Paula solo cerró los ojos, rezando porque deseaba que todo terminase pronto.
A pesar del dolor, Leo pudo moverse para hacer tropezar a Gustavo. Ya nada le importaba, consideraba que todo lo que le quedaba se arruinó por completo y solo se dejó llevar por la furia y estrés acumulado.
No obstante, la pelea se interrumpió con la llegada de un par de profesores y del prefecto de disciplina. Los espectadores se dispersaron y se apresuraron a volver a sus clases, mientras Paula, incapaz de moverse, se quedó parada, observando que separaban a Leo y a Gustavo.
Como si no fuera suficiente, el asunto creció a ese nivel.
Y al parecer, en ningún momento se detendría.
Tanto Gustavo como Leo tenían moretones en la cara, pero a quien más se le notaban los golpes era al primero, incluso su labio inferior se hinchó y también le quedó el ojo morado. Leo solo se abrazaba la cintura, la patada ahí seguía doliéndole. Paula los miraba a ambos desde su silla y, de vez en cuando, bajaba la cabeza y se enfocaba en su barniz negro, ya descarapelado.
La directora observaba a los tres adolescentes con severidad, esperando a que cualquiera de ellos hablara, quería saber de una vez cómo proceder, solo estaba consciente de que le otorgaría el castigo más severo a quien inició la pelea. Leo meditó un rato sobre hablar o no, podría provocar incluso su propia expulsión, aunque eso ya no le importara del todo, no obstante, el ver a su exnovia tan nerviosa le quitó buena parte de sus deseos erráticos.
—Paula —habló la directora. A pesar de no ser tan mayor su voz sonaba rasposa—, ¿quién inició la pelea? —le preguntó con insistencia—. ¿Y por qué?
Era la oportunidad que Paula tenía para hablar de todo el acoso que sufrió, podría decir por fin que Gustavo incitaba a sus compañeros a mandarle mensajes que contenían improperios como: «¿Cuánto me cobras por hacerme un mame?». «Si te llevo al cine, ¿ya puedo coger contigo?».
Sin embargo, era incapaz de encontrar las palabras para decirlo, la lengua se le trababa como si hubiese perdido la capacidad de hablar, porque hacerlo implicaría confirmar el secreto a voces sobre su embarazo.
—Gustavo estaba acosando a Paula —respondió Leo en su lugar. El joven colocó ambas manos encima la mesa de madera y buscó los ojos de la directora—. Y también decían cosas sobre mí. Nos insultaba a ambos y no me iba a dejar.
—¡¿Yo qué?! —expresó un indignado Gustavo—. ¡Yo solo le pregunté algo a Paula!
La mujer apretó el tabique de su nariz. Ya había recibido antes reportes sobre el supuesto acoso que sufría la joven, sin embargo, no podía proceder si la víctima no levantaba el reporte por su cuenta o si alguno de sus padres no lo hacía.
Eran las pautas de un protocolo oxidado.
—¡Le preguntaste si ella está embazada de mí, después de mandar al pendejo de Carlos a decirle que era una puta! —exclamó Leo al instante, el impulso con el que habló fue tan rápido que poco le importó moderar sus palabras—. Lo siento señorita, Ceci —atinó a decirle a la educadora con un tono más suave—, pero es la verdad.
Cecilia, la directora, dio un sobresalto al confirmarse que una de sus alumnas estaba embarazada, era algo que nunca en sus diez años en el puesto le había sucedido.
—¿Paula, es verdad eso? —insistió la mujer.
La joven tomó una bocanada de aire, miró a Leo y le dedicó un remedo de sonrisa amarga.
—Sí, sí lo es —afirmó Paula en un murmullo—. Las dos cosas son verdad. Gustavo se encontraba molestándonos.
—¡Ella está mintiendo! —arguyó Gustavo—. ¡Siempre voltea las cosas a su favor! —Estaba empezando a perder la paciencia, si descubrían que él inició todo sería sometido a comité y después expulsado.
—¡Entre Gabriela y tú se la pasan diciéndole a otros que le jodan la vida a Paula! —señaló Leo, se le notaba lo enojado que estaba, pero también la dolorosa ironía en su mirada.
—¡Por culpa de los dos me llegan mensajes obscenos todos los días! —secundó Paula. El tener el respaldo de Leo, la hacía sentirse más fuerte—. También me roban mis libretas y me escriben en las tapas que soy una puta, me mandan fotos de sus penes y me llueven bolas de papel diciéndome que soy una zorra y que me muerda. —Era difícil admitirlo de esa manera, pero no iba a quedarse callada una vez más, necesitaba detener todo—. El otro día Gabriela pegó un montón de notas en la mesa en las que se me insultaba. —No pudo contener más las lágrimas y se permitió llorar. Recordar esos pasajes la torturaba.
La educadora se quedó en silencio, analizando la magnitud de todo lo que sucedía a sus espaldas.
—He escuchado como Gustavo les dice a los demás esas cosas sobre Paula —añadió Leo. Quería consolar a su exnovia, pero sabía que le hacía más bien diciendo la verdad—. Hace rato llamó a Carlos para que la jodiera.
—¡Hubieras golpeado a Carlos y no a mí! —replicó Gustavo, frunció el entrecejo y cruzó los brazos. Cada vez perdía más el control que siempre alegaba tener sobre sí mismo y los demás—. ¡Ellos molestan a Paula porque quieren, yo no los obligo!
—En eso tienes razón —admitió Cecilia. Sintió las miradas de indignación de la joven y Leo—. Gustavo no obliga a nadie y tampoco Gabriela.
—No, pero si ellos no estuvieran alentando a los demás, quizá se hubiera parado —refutó Leo.
—¿Y por qué apenas acusas si ya tiene meses que te pelaste con Gabriela? —cuestionó Gustavo—. ¿Por qué de repente resulta que te molestamos?
Cuando recién comenzó su relación con Leo, la joven estuvo a punto de tomar medidas contra el acoso que sufría, no obstante, este fue mermando poco a poco, así que creyó que sería el momento en el que todo se detendría definitivamente, por eso ya no vio necesario el levantar un reporte. Al parecer sus compañeros tenían respeto por la novia de un buen amigo, no por Paula por ser solo ella. Mientras tanto, las jóvenes con las que compartía clases no tardaron en convencerse de lo mismo, ya que era la novia de uno de los integrantes más queridos de la generación, y su intención solo era joderla a ella, no a Leonardo.
—¿Por qué, Paula? —la cuestionó Cecilia.
—Porque creímos que ya no me acosarían —susurró—, pero como estoy... —Tragó saliva—. Embarazada... —El solo pronunciarlo le causaba escalofríos en su anatomía—. Gustavo soltó el chisme y todos volvieron a tomarla en mi contra y también en la de Leo.
—¡Yo no dije nada! —alegó el acusado. Sentía la expulsión cerca, y si lo sacaban de la escuela a meses de graduarse, su padre le daría una paliza—. Señorita Cecilia, es mi palabra contra la de ellos.
—¡Es obvio que fuiste tú! —le gritó Paula—. Y Mónica lo sabe, ella puede decirle todo lo que Gustavo ha hecho para que me sigan acosando —aseguró al mismo tiempo que observaba a la educadora.
Cecilia calló a los tres jóvenes y les pidió que le pasaran datos y apellidos de todos los involucrados. Los anotó en su portátil, junto con observaciones al respecto. Era un caso complicado porque no solo implicaba acoso en la escuela, estaba también el cibernético, además, se encontraba con el factor del embarazo de Paula.
La única medida que se tomó fue la suspensión de Leo y Gustavo por una semana, y la detención de Carlos por las tardes. También se llamaría a los padres de los cuatro, así como se les programarían entrevistas a Mónica y a Gabriela para confirmar la coherencia de las versiones con la de los demás.
Paula pidió permiso para salir antes de clases, sentía menos ánimos que siempre de lidiar con cuchicheos y rumores. Cruzó la calle con prisa, pero no era por llegar a casa, era urgencia porque todo sucediera más rápido y que los meses volviesen a durar un abrir y cerrar de ojos.
Aquello no pasaría y Paula lo sabía, conocía bien la ley de la relatividad: el tiempo se mueve más rápido o más lento dependiendo de la percepción.
Los meses soportando miradas hostiles, comentarios crueles, insinuaciones sexuales, mensajes de odio en Instagram y fotos no pedidas de penes, fueron una auténtica eternidad, los sintió casi tan largos como sus diecisiete años de existencia. En cambio, el tiempo que estuvo bien con Leo, se pasó tan rápido como la vida de una luz de bengala, ardió y ardió lo más que pudo, para después apagarse de la nada.
«La ley de la relatividad es una auténtica perra cruel», pensó.
Ella comenzó a patear una piedra, metió las manos dentro de sus bolsillos y miró al suelo, iba absorta en sus pensamientos, mismos que se vieron interrumpidos cuando sintió una presencia conocida. Lejos de molestarse, solo continuó caminando, a pesar de todo, se encontraba cómoda a su lado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Paula sin voltear a ver a Leo.
—La boca me sabe a sangre y todavía me falta el aire, pero creo que bien —respondió, haciéndose el gracioso—. ¿Y tú?
La joven se detuvo en seco y se agarró del hombro de su exnovio.
—Ponte serio, te ves del asco —afirmó con hostilidad fingida—. No lo sé, me siento como si hubiera lanzado una bomba. Y es bien curioso, ¿sabes? Mi mamá quería venir hoy a hablar con la directora sobre esto, pero no pudo porque se le cruzó el trabajo, ahora hoy le va a llegar la noticia de que me le adelanté y no sé cómo se lo vaya a tomar.
—Tu madre te apoya —expresó al mismo tiempo que colocaba ambas manos sobre los delicados hombros de Paula—, a la mía le va a dar algo, pero ya más no me puede detestar. —Sonrió con amargura.
—No te odia, solo está decepcionada —repitió las palabras de su progenitora, las mismas que le consolaban el dolor que le causaba la indiferencia de su padre—. Tú me lo dijiste, este tipo de noticias no son cosas que la gente se toma muy bien. —Mordió su labio inferior y sintió un cosquilleo en su estómago.
Leo resopló y miró al suelo.
—Siento haberme comportado como un pendejo ayer. —Tenía los ojos todavía puestos en el asfalto—. Es que no quiero ser padre, no estoy listo, no sería bueno para eso y...
—¿Y?
—Yo sé que tú tampoco lo deseas —completó, fue un susurro apenas perceptible—, por eso me molesté, porque si fuera algo que tú hubieras decidido por tu cuenta, no sería tan malo, al menos uno de los dos lo haría deseándolo y no porque lo obligaron.
—Odio que me conozcas —replicó sin energías, relajó los hombros y movió su mano de regreso a su bolsillo—. No me encuentro lista para esto y sé que merecemos un castigo por irresponsables, pero dudo que sea lo que nos conviene a todos.
—Si no querías, ¿por qué ayer no lo dijiste? —se incorporó. Los coches cruzaban a buena velocidad la avenida Carranza y provocaban un fuerte viento que hacía que los cabellos de Paula revolotearan—. ¿Fue por presión? —Leo acomodó algunos de esos mechones rebeldes detrás de sus orejas.
—Sí —musitó. Leo iba a alejar su mano, pero Paula la retuvo—. Es duro, todo el mundo espera que yo haga ciertas cosas o que no las haga, y cuando se me ocurre desobedecer, debo ser castigada.
Él comprendió los deseos de su exnovia y entrelazó sus dedos con los suyos, también necesitaba ese contacto, debía mostrarle que estaría ahí para ella sin importar qué.
—Que se jodan —masculló Leo—, que se diga lo que se diga de Paula. —Subió un poco la voz, porque quería que a la joven se lo grabara—. Ella va a hacer lo que sea que decida, aun si eso les caga a todos.
—Pero...
—Vale verga la opinión de otros sobre tu cuerpo —la interrumpió, seguía subiendo el tono y algunos de los peatones los observaron, extrañados—. Tú di qué quieres ahora, sin presiones.
—Deseo que estemos juntos en esto —pidió ella al mismo tiempo que alzó la mano que sostenía la de su exnovio—, hasta que consigamos superarlo y podamos seguir como antes lo estábamos.
¡Hola, conspiranoicos! Gracias por el apoyo que le están dando a la historia, ya tenemos más de 20k leídos y para lo corta que es y el tema que toca es demasiado.
¿Qué les está pareciendo la historia?
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