Capítulo 6

—No puedo decírtelo —admitió, nerviosa. Acercó un dedo a su boca y comenzó a morderse la uña—. Es mi culpa.

Lo que menos deseaba la joven era que alguien le repitiera una vez más que todo lo que le pasa era culpa suya, que ella es la que se lo buscó, que fue quien no se dio a respetar desde un principio y que debía de cargar con la responsabilidad de sus actos.

—Paula, ya no me guardes secretos —apremió su madre—. No tienes derecho a decirme que no quieres hablar después de lo que sucedió hoy.

La joven tomó una bocanada de aire, subió sus pies descalzos a la silla y pegó las rodillas al pecho, era tan menuda y elástica que podía acomodarse en esa posición sin problemas.

—Mamá, por favor —se quejó Paula.

Se quedaron en silencio unos segundos.

—Prometo que no te voy a juzgar —resopló la mujer.

—Está bien —musitó la joven. Volvió a acomodarse en la silla y repasó en su mente la forma correcta de empezar su historia, sentía que se estaba contradiciendo porque siempre deseó que alguien más aparte de Leo o Moni le pidieran su versión de los hechos—. ¿Te acuerdas de Fernando? —preguntó con voz trémula, decidió que esa sería la mejor manera de comenzar.

La mujer asintió con la cabeza.

—Era tu novio, ¿no? —cuestionó, pensativa—. Estaban hace como un año y a tu papá no le caía bien —vaciló, fue un acto de torpeza, producto de su nerviosismo.

—Mi papá tenía razón. Fernando no convenía, era un vago con un montón de problemas en su casa; se la pasaba afuera, buscando con quién quedarse en lo que terminaba la tarde para estar con sus papás lo menos que se pudiera, por eso, cuando comenzamos a andar, siempre me pedía que lo trajera para acá. —El rostro de Paula empezó a abochornarse, jamás creyó que llegaría el momento en el que tuviera que contarle aquello a su progenitora—. En una de esas tardes, me convenció de que lo hiciéramos.

Esperó el regaño de su madre, pero al no escuchar más que un suspiro continuó:

—Me dijo que yo le gustaba mucho y que era diferente a las demás chicas, ya sabes, la típica verborrea para que una acepte. Debes pensar que soy tonta por creérmelo.

—No —pronunció con esfuerzos—, en todo caso, eres tonta por no cuidarte, pero ya hablamos de eso.

—Yo no quería, sentía que llevábamos poco tiempo como para eso. Además, ni Moni, ni Gabs podían aconsejarme, porque jamás les había pasado. —Hizo una pausa al darse cuenta de que volvió a llamar a Gabriela de la misma forma en la que lo hacía cuando eran amigas inseparables—. En fin, yo acepté —confesó, avergonzada. Buscó los ojos de su madre y se relajó al no encontrar un juez—. Y a partir de ahí, lo único que hacíamos después de clases era venir acá a... hacerlo. —Sus dedos tamborileaban en la mesa y mantenía la vista fija en el suelo—. Entonces, me harté de que ni siquiera me invitara al parque o a ver una película, solo me quería para eso, era aburrido, por eso decidí terminarlo.

—¿Por qué? —Él exigió mi respuesta, me tomó con brusquedad de la muñeca y no dejó que me moviera.

Estábamos afuera de la prepa, en la parte de atrás, por donde está el CELe. La gente pasaba, pero solo nos miraba sin intervenir.

—Porque ya me aburrí de estar contigo —le espeté. Intenté zafarme de su agarre, pero Fernando era mucho más fuerte que yo—. No hacemos otra cosa más que ir a mi casa.

—A ver Paula, es lo que todas las parejas hacen, que tú seas una niña que aún quiera que salgamos de la manita, no es asunto mío. —Fernando seguía tomándome de la muñeca, aumentó la presión, me causó dolor e hice una mueca, quería que supiera que me lastimaba—. ¡Ya madura!

¿Era verdad eso? No lo sé, tampoco quise pensarlo mucho en ese momento, solo quería que me soltara y aceptara mi decisión de terminarlo. La gente nos miraba raro y sabía que no tardarían en esparcirse los chismes sobre nuestra pelea.

—No quiero —le ladré. Alcé la cabeza para quedar al tú por tú, busqué sus ojos negros y al notar su furia temí por mi integridad, pero no quise que él lo supiera—. ¡Ya! —exigí—. No es mi culpa que tú tengas pedos con tus padres y que ellos se odien.

Él se quedó catatónico, le di donde más le dolía. Nunca me lo contó del todo, pero era obvio que la situación en su casa lo ponía mal, era evidente que ellos no le daban más que para comprarse algo en un Oxxo y lo del pasaje. Creo que esa era la razón por la que prefería matar el tiempo en mi casa, comerse las galletas de la despensa, hacer como que ve una serie conmigo y bañarse con agua caliente en una ducha y no a jicarazos.

Aproveché para zafarme, miré mi muñeca y tenía un moretón muy pálido. Aquello me enfadó más, estábamos en plena primavera y debía de esforzarme en ocultarlo usando mangas largas con el calor que hacía.

—No quiero un fracasado como tú para novio —pronuncié con fuerza.

Di media vuelta y me marché, Fernando intentó agarrarme por la chaqueta, pero alcancé a voltearme para empujarlo.

—No es asunto mío que a tus padres les valga madres que pase contigo. —Volví a espetarle.

Me fui corriendo hasta donde pasa el camión, me daba miedo que él viniera detrás de mí a hacerme algo después de todo lo que le dije. No obstante, me alivié una vez que me subí. Soy tan ingenua que pensé que saldría bien librada del asunto.

—¿Qué te hizo ese maldito? —preguntó una iracunda Carmen—. ¿Por qué no nos dijiste que te maltrató?

—Por vergüenza —admitió—, me daba pena que supieran lo que hacíamos él y yo aquí, por eso no dije nada.

—¿Qué fue lo que te hizo? —exigió con prisas.

—Él les dijo a todos sus amigos que yo era una puta y una pervertida. Empezó a contarles que yo no era virgen cuando lo hicimos, que sabía mucho de sexo y que le exigía a cada rato que lo hiciéramos. —Dejó de repasar y tomó una bocanada de aire—. Y que incluso lo hicimos en el baño de la prepa —rio con dolor, sonaba igual a un chiste y de hecho ella se reiría si eso le hubiera sucedido a alguien más—. Como nadie me molestaba, no intenté contradecirlo para no hacerme de problemas. Por eso muchos se tragaron lo que él dijo de mí.

—Qué hijo de puta —expresó, furiosa—, ¿y en la escuela no hicieron nada?

Paula negó.

—¿Qué iban a hacer? Es cosa nuestra —replicó. Se quitó la toalla de la cabeza y sacudió sus cabellos empapados—. Y todavía era soportable, no representaba un problema para mí... Hasta lo que vino después. —Tragó saliva y centró su atención en la lámpara que le dio Leo, necesitaba valor para contar esa parte de la historia que aún la hacía sentir culpable—. ¿Sabes por qué Gabriela ya no viene a la casa? ¿o por qué ya no salimos?

—No —respondió con vergüenza, el enojo que sentía por lo de Paula estaba cambiando de remitente—. ¿Qué pasó? Eran inseparables desde secundaria, incluso eras más unida a ella que con Mónica.

—Gabriela tenía un novio que se llama Rodrigo, creo que nunca te conté de él. —Paula desenredó sus cabellos húmedos con los dedos—. Él y Gabriela tenían muchos problemas, según ella porque sus papás no lo dejaban meterlo a su cuarto o estar muy tarde con él. Ellos comenzaron con eso de terminar y volver a cada rato. No era algo fuera de lo común. Hasta que un día después de clases Rodrigo me buscó.

—Hola, guapa —me dijo él, caminó con celeridad porque deseaba alcanzarme.

Me detuve en seco y me preparé para decirle que sí lo ayudaría a reconciliarse con Gabriela. Me llevaba bien con él y aunque le daba la razón a mi amiga, tampoco quería que los dos terminaran.

—¿Qué pasó? —le pregunté, subí un poco las comisuras de mis labios.

—Nada, solo saber cómo estás. —Sonrió. Él usaba Brackets, así que se veía simpático. Tenía que admitirlo, era muy guapo—. ¿Tienes prisa o algo?

Negué.

—Mi único plan es ir a comprarme un flan en La esperanza y de ahí ir a mi casa a ver un maratón de «Rick and Morty».

Rodrigo se quedó callado unos segundos, yo continué mi camino a la panadería, sabía que me seguiría así que no me molesté en pedírselo. Una vez entramos al inmueble él tomó una charola y empezó a poner flanes, donas y hasta uno de esos pastelillos cubiertos de chocolate. En la caja él pagó todo eso y de paso mi flan.

—¿Qué? —me preguntó cuando notó mi mirada extrañada—. Me quiero unir a tu plan y creo que necesitamos más que un flan.

Reí por lo bajo y sentí un bochorno en mi rostro. Rodrigo colocó una mano sobre mi cabeza y revolvió mis cabellos con ternura, sonreía todo el tiempo y me hacía sentir culpable, ¡era el novio de mi mejor amiga!

—No podemos y no debemos, tú sigues con Gabs, no seas cabrón —le recordé con dureza.

Rodrigo hizo una mueca.

—Ya no somos novios —bufó, aparentó verse entristecido—, ya terminamos y todo está bien.

—¿Por qué no me lo contó ella? —cuestioné, sorprendida.

—Está hablando con Moni —afirmó—, ya sabe que tú tienes tus pedos y no quiere molestarte con los suyos.

—Debería ir a hablar con ella —expresé, me encontraba frustrada. Saqué el celular de mi bolsillo, dispuesta a llamarle—. Gracias por decirme.

—Paula, ella está bien. —Él puso la mano encima del aparato—. Necesitas relajarte, con toda la mierda que se dice de ti te hace falta tontear un rato, lo mereces.

—Pero...

—Mira, me caga que se ande con toda esa mierda sobre de ti, cuando en realidad eres una chica muy divertida y aparte, estás guapísima.

—No está bien.

—No te creas esa regla tonta de no poder salir con el ex de tu mejor amiga, es un prejuicio.

—Vale —acepté, fui una estúpida por creerle y cada vez que lo recuerdo me siento peor—, pero solo serán un par de capítulos.

—No me prometió nada —continuó la joven—, así que cuando estábamos viendo la serie, intentó...

—Paula, ¿por qué lo hiciste?

—¡Ya sé que es mi culpa! —exclamó con desespero—. Al principio le dije que no, pero me insistió y acepté, aunque después me ganó el remordimiento y no llegamos muy lejos.

Carmen, convencida de que no quería escrutar en detalles, solo soltó un suspiro. Paula observó con timidez a su madre y ahí supo que ella no sería otro juez.

—Como no quise llegar a más y él se cansó de insistirme... —continuó relatando Paula—. Se molestó y se fue.

—No puede ser, ¿no les enseñan a estos chicos a aceptar un «no»?

Paula negó y mordió su labio inferior.

—En la tarde, Moni me mandó un mensaje, preguntándome qué había hecho con Rodrigo, obvio le respondí que nada. —Tragó saliva—. Pero me mostró una foto donde salíamos los dos, justo en el momento en el que me convencía. Me dijo que Gabriela estaba encabronada porque le mandaron esa foto, diciéndole que yo —se mantuvo pensativa por unos segundos— le rogué para que tuviéramos sexo.

—Se supone que ya no eran novios —interrumpió.

—¡Rodrigo me mintió! —vociferó con ímpetu—. Y con la reputación que tengo, todos creyeron que lo hice porque... soy Paula, la puta sin amor propio.

—¿Intentaste defenderte? —cuestionó al instante—. La responsabilidad de lo que pasó ahí fue de ambos, más de él por mentirte de esa manera a ti y Gabriela.

—Ella no quería escucharme, me bloqueó de todos lados —respondió con tristeza, había vuelto a tocar la llaga sin cerrar—. Al día siguiente, la busqué para hablar, pero en cuanto la intercepté, ella me dio una bofetada y me llamó puta delante de toda la clase. Ahí supe que la había perdido. —Lágrimas cayeron de sus ojos verdes—. Rodrigo les dijo a todos que en realidad yo le rogué para que viniera a mi casa y que hicimos muchas cosas aquí.

—Y nadie lo cuestionó —musitó, preocupada. Contuvo sus ganas de llorar—. ¿Nadie? —insistió.

—Ni una sola persona —aseguró, carraspeó y se limpió algunas lágrimas con el dorso de la mano—. Y lo peor empezó ahí. Como Gabriela me detesta... Más bien, todo el mundo me odia porque soy una asquerosa traidora, comenzaron a robarse mis cosas para escribirme que era una puta. Me empujan y pisan cuando voy por los pasillos y los chicos me mandan mensajes horribles —se quedó callada, el llanto se volvió más fuerte y cubrió su rostro con ambas manos—. Lo que más duele es ser aquella persona que nadie desea cerca, alguien a quien todos hacen a un lado o ven como basura.

Carmen se levantó lo más rápido que pudo, abrazó a su hija y también dejó fluir sus lágrimas. Se sentía culpable, porque sabía que Paula hizo mal en no cuidarse, mas ella había hecho algo peor al dejar que la gente tratara así a su hija sin hacer nada.

—Tranquila —le susurró su madre—, lo vamos a arreglar. Vas a estar bien.

—Las cosas mejoraron cuando empecé a andar con Leo —relató Paula entre lloriqueos—, pero ahora la cagamos y se dice todo de mí, y de nuevo me putean, como si no fuera suficiente con estar embarazada a los diecisiete —se aferró a la espalda de su progenitora—. Me odio, me odio muchísimo.

Al escuchar esas palabras, Carmen supo que tenía que ponerle un punto final a todo el acoso que sufría su hija. Debía dejar de pensar que Paula era una chica capaz de hacerse cargo de sus asuntos, y empezar a verla como la adolescente confundida que necesitaba ayuda.

Lo primero que haría, en cuanto amaneciera, sería buscar a los padres de Leo para que ellos también fueran parte de lo que estaba por suceder.

¡Hola, conspiranoicos! Espero no se hayan enfadado con todo lo que sucedió en este capítulo, que es bastante duro.

El CELe es la escuela de idiomas de la universidad estatal de aquí, la misma se encuentra cerca de la prepa en la que estudian Paula y Leo.

La Esperanza es una panadería muy popular en mi ciudad, es bastante cara, pero sus postres son deliciosos. Esta también se encuentra en la zona cercana a donde estudian los protagonistas.

Ahora, quisiera hacerles una pregunta; ¿ustedes juzgarían a Paula por lo que hizo?







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