Capítulo 3
—Entonces, ¿no se va a hacer cargo? —preguntó Moni al mismo tiempo que se sentaba en la orilla de la cama.
Paula se quitó la sábana de la cabeza y se acostó boca arriba.
Después de golpear a Leo y entrar a su casa, buscó el celular y pidió un taxi para que la llevara a donde de su amiga. Solo les dijo a sus padres que Moni la invitó a quedarse a dormir, mientras su madre bufó con incredulidad, su progenitor le dio un billete de cien pesos.
No quería dinero, mas lo aceptó, aunque lo que en realidad necesitaba era que alguien la abrazara y le dijera que pronto la situación se calmaría.
—No sé —musitó—, dice lo mismo que todos y no sé cómo le voy a hacer para que responda.
—Búscalo de nuevo. —Moni se hizo un espacio en la cama, subió los pies y se acostó al lado de Paula—. Podrías hablar con sus papás.
—No y no —se sentó en la cama, tenía medio cuerpo cubierto por la sábana—. Si les digo, ellos les dirán a los míos y ya sabes cómo son.
—De que el pendejo te tiene que responder, debe dé.
Paula se bajó de la cama y abrió la cortina, ya era más de medio día y el sol se encontraba en su punto.
—¿Y después qué? —le preguntó, al aire—. No quiero ser madre y aunque quisiera no podría hacerme cargo.
—¿Deseas interrumpirlo? —la cuestionó Moni, acomodó hacia atrás sus cabellos rizados.
La joven mordió su labio inferior al mismo tiempo que sus manos empezaron a sudar. Había escuchado un montón de casos de chicas que intentaron llevar un embarazo a término por su cuenta usando cualquier cosa, la mayoría de las historias —por no decir todas—, tenían finales terribles en donde ellas morían.
La puerta de la habitación se abrió y Gustavo entró sin siquiera preguntar si podía. Era lo típico, llevaban tanto tiempo juntos que los padres de Moni no le cuestionaban nada y ella tampoco se le imponía.
—Pau, ¿saliste embarazada? —la interrogó el joven—. Te dijimos que las consecuencias de tus actos serían graves.
Una de las tantas situaciones que exasperaban a Paula sobre la relación de su amiga, era que no le ponía límites a su novio; no le discrepaba nada y tampoco hacía muchos esfuerzos para defenderla. Era como si él le hubiese suprimido todo el carácter.
—Gustavo, sé serio —le pidió Moni.
Él se sentó en la orilla de la cama, agarró a su novia de la cintura y pegó la boca a su cuello, por la mueca que hizo ella, Paula supo que su amiga no se encontraba a gusto con ese contacto.
—Escuché que deseas abortar, si lo quieres así, allá tú —la señaló el joven—, nada más tienes que tomar un camión a la ciudad de México y ahí ver cómo te las arreglas. Allá es legal por si no lo sabías.
—Tal vez... —susurró Paula—. Aunque no sé todavía qué hacer.
—Hazlo, de todos modos, tu consciencia ya está sucia —se encogió de hombros—, conociéndote lo verías como algo más a tu lista.
—¡Gus! —reclamó Moni—. Déjala.
—Yo solo digo la neta —se defendió—. Ya sabía yo que una tipa como tú le cagaría la vida a Leo.
Paula esperó a que Moni dijera algo, pero solo se dejó envolver por la mano de su novio. En lugar de responderle, la joven se sentó en el suelo, pegó las rodillas al pecho y después de unos segundos entre cavilaciones llegó a la conclusión de que Gustavo tenía razón.
«Yo lo arrastré dentro de mi mierda», se dijo.
Uno de los pocos lugares rescatables de la ciudad era El Cosmovitral. Esta atracción se trataba de un inmueble cuyos ventanales se encontraban compuestos por figuras hechas de vidrio, en su mayoría eran rojas o naranjas y en conjunto formaban algo muy parecido a un Mandala. Dentro había una exposición permanente de jardines y plantas. Casi todos los que iban a visitarlo solo lo hacían con el fin de tomarse fotos y tener buenas historias que subir a su Instagram.
En cambio, para Paula, El Cosmovitral era igual al único lugar cercano a su casa en el que podía ir a perderse un rato y estar en silencio, por lo mismo, nunca llevó a Leo, solo llegó a comentarle lo mucho que le agradaba estar ahí. Como Gustavo no pensaba dejarla sola con su amiga, y tampoco deseaba quedarse a soportarlo, prefirió empacar, darles las gracias a los padres de Moni y salir a caminar sola a ese sitio que tanto la calmaba.
La joven se detuvo delante de la fuente de un jardín japonés, esta era de madera y se abría y cerraba, dejando el agua fluir. Había bambús a su lado, así como más adelante un muelle que ayudaba a los visitantes cruzar; al ser un jardín de ese tipo, se encontraba sobre la imitación de un lago.
Mientras pensaba en lo mucho que le gustaría tener un jardín así en su casa, sintió como alguien le daba un tirón a la manga de su chaqueta de mezclilla. Dio un sobresalto y después giró el rostro para encontrarse con quien la llamaba, resultó ser Leo.
—¿Qué buscas? —le preguntó, fastidiada.
Se recargó en la barda de madera, apoyando sus codos ahí y de paso la barbilla. Leo colocó ambas manos en la estructura, procurando no rozar a Paula.
—Cometí un error al hablarte así —dijo, avergonzado—. No debí haberlo hecho y no hay justificación, es solo que lo que me revelaste no es algo que las personas se toman a la ligera.
—Dijiste que no te ibas a justificar. —Ella puso los ojos en blanco.
—Vale, ¿qué reacción esperabas que tuviera?
—Te entiendo, pero no lo acepto —escupió con esfuerzos—, no debería perdonarte siquiera.
Leo bufó, miró a la fuente unos segundos y después le preguntó:
—¿Ya lo comprobaste? ¿Estás segura de que estás embarazada?
Paula alzó la cabeza y volteó a verlo, notó la desesperación en su mirada e imaginó que, aunque el sufrimiento no fuera igual de intenso, él también la pasaba mal.
—¿Quieres ver la prueba? —preguntó con más parsimonia. La conservó por más antihigiénico que fuera para volverse a confirmar una vez más el problema que tenía—. Soy irregular, ¿sí? Pensé que sería una de esas veces que llega cuando quiere, pero no fue así.
Leo hizo una mueca que mostró su resignación, ella mató su única esperanza; la de que solo se tratase de un malentendido.
—Haciendo el cálculo tendrá unas cinco semanas —completó ella—, pero no se me ocurre qué hacer. Puedo afirmar que ninguno de los dos considera la opción de juntarnos y criar juntos, ¿verdad?
—No, sería el último recurso, después de que todo lo demás que se me ocurrirá en algún punto falle.
—Bien, entonces estamos en las mismas, ¿qué deberíamos hacer?
—Todavía nada.
—A mí tampoco, aunque... —Hizo una pausa y frunció los labios—. En la ciudad de México es legal.
—¿De qué hablas? —preguntó, extrañado.
—Ya sabes... —Ella ladeó la cabeza.
Leo abrió los ojos, estaba sorprendido, comprendió la indirecta de Paula, pero no quiso hablar de eso, no en El Cosmovitral con tantas personas cerca.
—Por el momento, lo único que podemos hacer es fingir que nada pasa —informó él—. Así no sospecharán en casa de nadie.
—Me parece coherente, ¿y después? —cuestionó con insistencia.
—Déjame reflexionarlo —expresó, frustrado—, y tú también deberías pensar qué quieres, así llegaremos a un acuerdo.
—¿Y si te haces pendejo y no me vuelves a hablar?
—No pasará. —Leo buscó los ojos verdes de Paula y le sostuvo la mirada—. Te lo prometo.
Ella tomó una bocanada de aire, la forma en la que Leo la admiraba le recordó a una de esas tantas veces que él llegó a decirle que podía confiarle de todo y que jamás la dejaría sola.
—Te creeré —respondió ella.
Ambos se dieron un apretón de manos para sellar el incipiente trato. A partir de ahí se prometían también que todo lazo afectivo entre los dos pasaría a convertirse en solo un compromiso para arreglar la situación.
A la joven aquello le dejó una sensación extraña, ya que, si todo pasaba, volvería a ser una estrella solitaria en el ofuscado firmamento estelar que era su vida.
—¿Por qué llegas tan tarde? —le preguntó con exigencia su madre.
Leo se tumbó en el sillón y sacó el celular. No le apetecía extender la charla con su progenitora, solo deseaba que ella se diera cuenta de que la quería lejos. Lo normal era que le respondiera con monosílabos, no obstante, tenía demasiado en qué pensar y no poseía ánimos ni para eso.
—Son casi las nueve —insistió. La mujer se sentó en el del sillón y cruzó los brazos.
—Fui a dejar a Paula a su casa —respondió con frialdad—, estábamos en Portales.
Leticia, la madre de Leo, frunció los labios y juntó el entrecejo. Mientras él se mantuvo inmóvil viendo su teléfono, se encontraba todavía nervioso por lo que sucedería con Paula, lo que menos quería era un interrogatorio de parte de su progenitora.
—¿No pudieron ir por ella sus papás? —Volvió a cuestionar—. Eso de que la dejen por ahí hasta tan tarde no lo veo bien.
—Cuando iba a dejar a Sol a su casa no me decías nada —argumentó Leo. No se molestó en mirar a su madre, continuaba con la vista fija en la pantalla de su celular—. Hasta nos quedábamos más tarde y eso que su casa estaba mucho más lejos.
—Sí, pero Sol era una buena chica y no una como Paula.
Leo bloqueó el celular y lo guardó en su bolsillo, volteó a ver a su madre con enfado. Si bien ya no era novio de Paula, seguía molestándole que progenitora hiciera ese tipo de comentarios peyorativos sobre ella, nada más mostraba cuan poco empática y entrometida era.
—Alguien como tú no debería estar con una chica como ella —continuó su madre—. Ya ves, con todo lo que se dice...
—Cálmate —le exigió Leo, se paró de golpe del sillón—. Me caga que te metas en mi vida y de paso con la de ella.
Había hecho un gran esfuerzo por controlarse, pero él también se encontraba en su límite.
—¡Leo! —exclamó su madre—. No me hables así —ladró—, sabes que lo hago por tu bien.
—Ajá. —El joven puso los ojos en blanco.
—Y si se dice tanto de ella es porque algo debe ser verdad —se levantó y sacudió sus pantalones negros—. Me sorprende que con tanto que debió haber hecho no haya quedado embarazada —dijo de lo más perturbada.
Leo tragó saliva, dejó la conversación abandonada y corrió hasta su habitación para encerrarse. Pensó en la reacción de su madre al enterarse de que, en efecto, Paula estaba embarazada. Imaginó un montón de escenarios y en el más realista, se vio postergando su ingreso a la universidad, trabajando en cualquier tienda de autoservicio y ganando una miseria para mantener a la familia que por accidente formó.
Sacudió la cabeza y despeinó sus cabellos, él se repitió un millar de veces que había más opciones para que ambos pudieran decidir. Se tumbó en su cama con la intención de dormir hasta que dieran por lo menos la una de la tarde, no había podido descansar un solo minuto, le urgía perderse en la inconsciencia.
No obstante, cuando cerró los ojos, le llegó un mensaje de uno de sus amigos. Por ansiedad decidió revisarlo y en cuanto terminó de leer la oración, sintió una fuerte punzada en el pecho que no tardó en convertirse en electricidad que recorrió desde su coronilla hasta la punta de sus pies.
El mensaje decía:
[¡Wey! ¡¡¿¿Cómo está eso de que embarazaste a Paula?!!!
Todo mundo lo anda diciendo... ¿¿qué pasó??].
¡Hello, conspiranoicos! Aquí está el capítulo nuevo y espero lo hayan disfrutado, o al menos hecho pensar, ya que la historia y los temas que toca son algo densos.
¿Quién creen que regó el rumor sobre Paula?
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