Capítulo 2
Paula nunca tuvo la noción de lo que era ser parte de una familia unida o al menos no recordaba lo que era tener un par de padres amorosos que se interesaran en formar parte de su Sistema solar. Era como si ella fuera de un planeta, su padre de uno y su madre de otro; todos formaban un sistema sin necesidad de tener más noción que la de la presencia de los demás.
Esa tarde, Paula entró a su casa con los ojos hinchados y las rodillas del pantalón verdes por haber estado arrodillada en el pasto. Su madre veía la televisión mientras se encontraba acostada en el sillón. La mujer vestía todavía lo que usaba para trabajar, señal de que no tenía mucho tiempo de haber llegado.
—¿Ya comiste? —preguntó su progenitora, no dejó de mirar a la pantalla.
—Sí, en la escuela —mintió. La verdad era que no había probado alimento desde esa quesadilla en la hora libre.
Ninguna de las dos dijo algo más, la joven deseó gritarle a su madre a la cara lo que descubrió al mediodía, no obstante, el miedo ganó la batalla. Sabía que, si su vida de por sí sería incierta después de acabar preparatoria, gracias a esa circunstancia todo empeoraría de manera exponencial.
Paula subió las escaleras corriendo y se encerró en su habitación. Una vez ahí, ni siquiera prendió la luz, se tumbó a oscuras en su cama y miró a la pared. Esta se encontraba plagada con el reflejo de estrellas blancas. La lámpara que le regaló Leo se hallaba encendida, lo más probable es que su madre lo hizo cuando recogió su habitación por la mañana.
El que Paula no haya tirado esa lámpara era una confirmación de que, a pesar de todo, no quería sacar a Leo de su vida. Ver aquellas figuras alumbrando su habitación provocó que los pensamientos intrusivos surcaran de nuevo por su cabeza; se imaginó cómo sería todo y la idea ocasionó que volvieran a fluir lágrimas.
Si hace un año, cuando sucedió lo de Rodrigo y casi todo el mundo le dio la espalda, se sentía sola a niveles enfermizos, ahora, bajo la única iluminación de esas estrellas, Paula se veía a sí misma como uno de esos solitarios puntos blancos en el frío espacio exterior.
Revisó el celular para ver si le llegó mensaje de Leo, pero no había nada. Aquello aumentó su malestar, aunque no le gustara, sentía que él era lo único real en lo que tenía por vida. De los pocos que, sin importar los rumores, se esforzaba por ignorarlos. Además, era el único que en lugar de molestarla la defendía y el que mostró un interés genuino en su persona más allá de lo sexual.
Los pensamientos de Paula se concentraron en recuerdos sobre los dos. De cuando estuvieron tomando el mismo camión para ir a la escuela durante meses, pero ambos sin dirigirse la palabra. Eso hasta que un día él faltó.
Y aunque lo consideró raro, ella lo echó de menos.
Leo se apareció al día siguiente y la joven se animó a hablarle por primera vez en meses.
—¿Por qué no viniste ayer? —le preguntó con curiosidad.
—Qué chismosa eres, Paula —reclamó él.
Él ni siquiera se volvió a mirarla, se quedó observando al frente, a un punto de la otra calle. Ella lo admiró sin que se diera cuenta, era la primera vez que lo hacía con ese detalle. Le gustó su perfil, la nariz respingada y labios delgados, así como la palidez de su piel. Un mechón de cabello castaño le caía en la frente y Leo sopló hacia arriba para que regresara a su sitio.
No era el tipo más guapo del plantel, pero comprendió por qué era de los chicos más populares de la preparatoria, había algo en él que acaparaba su atención.
—Mamón —dijo entre dientes después de terminar la inspección por su físico—, todavía de que me preocupo por ti.
Leo resopló, se giró hacia la joven y recargó la cabeza en la palma de su mano.
—El domingo fui a casa de mi abuela y mis padres creyeron que si nos regresábamos en la madrugada alcanzaría a llegar a clases —dijo con obvio fastidio—, ya sabes, los padres y sus estupideces.
—Imagino que debe ser odioso —murmuró ella—, aunque no recuerdo bien la última vez que salimos juntos.
—Lo siento —farfulló.
El camión llegó y ambos, sin dirigirse la palabra, se subieron y compartieron el lugar como muchas veces antes llegaron a hacerlo.
—¡Háblame de ti! —exclamó el joven.
Eso tomó tan de sorpresa a Paula que no evitó abrir sus ojos lo más que pudo, así como soltar una leve carcajada debido a los nervios.
—No te rías —expresó, enojado—, solo quiero charlar contigo.
Paula se quedó pensativa, algo parecido le dijo Rodrigo para después convencerla de dejarlo entrar en su casa. No quería caer en trampas de nuevo y empeorar lo que ya de por sí era horrible.
—¿Qué quieres que te diga? —respondió ella, poniéndose a la defensiva.
—No lo sé. Háblame de tus sueños, de lo que haces, de tus planes. —Leo hizo una pausa—. No sé, me siento un pendejo diciendo esto, debes pensar que soy un torpe social.
De nuevo, Paula volvió a reír, le dio el beneficio de la duda y empezó a convencerse de que Leo no sería otro Rodrigo.
—Yo también soy torpe social —respondió—. ¿Por qué tan nervioso?
—Yo no estoy nervioso.
—Cómo tú digas. —Paula puso los ojos en blanco, intentó sonar sarcástica, pero había pasado tiempo desde la última vez que tuvo una charla alejada de todo lo académico con alguien que no fuera Mónica.
—Carajo —susurró él—, lo arruiné.
—¿Qué arruinaste?
—Me atrae tu carácter —dijo sin tapujos—, y quería un pretexto para hablarte, pero la cagué.
Paula se sonrojó debido a lo repentino que fue y a lo poco acostumbrada que estaba a ese tipo de comentarios. Cuando Fernando se acercó a ella, alabó sus ojos verdes y labios carnosos, pero nunca le hizo comentario alguno sobre su carácter. Rodrigo solo le dijo que era guapa, más guapa que Gabriela, quien era su novia en ese entonces.
Aunque no le correspondió sus sentimientos tan de repente, porque la espina de Rodrigo y Fernando seguía enterrada en su interior, hicieron cambios en su rutina habitual. La charla fluía sin problemas y no tardaron en caer en cuenta de que compartían más de lo que pensaban. Tenían gustos similares para la música y las películas, el mismo desagrado por «The Big Bang Theory» y el amor por «Rick and Morty».
Para sorpresa de la joven, Leo la buscaba hasta en la preparatoria. Cuando un chico intentaba agredirla, él interfería y le ponía alto. En los trabajos en equipo, ella dejó de estar sola, ya que Leo la incluía sin preguntarle a los demás si se encontraban de acuerdo o no, solo quería hacerla parte de su constelación y Paula volverse de la de él, todo eso a pesar del miedo que sentía a ser herida de nuevo.
Cuando Leo cumplió diecisiete años, hizo una reunión en su jardín que acabó convirtiéndose en una borrachera. Paula estaba ahí junto a Moni, riéndose de los que hacían el ridículo, tomando cubas y molestando a Leo.
Ahí, en esa fiesta, y bajo un estado etílico, ambos se besaron por primera vez, tras esto, Leo, casi sin poder pronunciar las palabras, le pidió que fuera su novia.
—Dímelo cuando no estés pedo —expresó Paula entre risas.
Leo no dijo nada más porque perdió el conocimiento. Sus progenitores terminaron la reunión y les pidieron a todos que llamaran a sus padres para que fueran por ellos.
El lunes que volvieron a verse en la esquina para hacerle la parada al camión, Leo usaba gafas oscuras como forma de esconder sus ojeras, mientras Paula bebía café de un termo.
—¿Me dijiste que sí o que no cuando me declaré? —le preguntó él.
—Adivina —respondió, escondiendo su decepción. Ella no quería tomar otra de esas malas decisiones que la llevarían de nuevo a la ruina.
Leo se quedó pensativo, tras esto hizo un gesto de lucidez y tomó la mano desocupada de Paula.
—Yo te quiero y también deseo estar contigo —mencionó. A pesar de que Leo olía a suero y sus ojos se encontraban todavía cubiertos por gafas oscuras, la joven sintió su corazón latir con fuerza—. ¿Y tú lo deseas?
—Claro que quiero —resopló, contuvo su emoción, no quería lanzarse a volar alto para después caer derrotada al suelo.
Después de repasar esos recuerdos la joven llegó a la conclusión de que su caída fue mucho peor de lo que creyó. Limpió sus lágrimas con el dorso de la mano y cubrió su rostro con una almohada, estuvo así por varios minutos hasta que sintió su celular vibrar. Con la esperanza de que se tratara de Leo, tiró la almohada y desbloqueó el aparato, sin embargo, hizo una mueca cuando vio que se trataba de Moni.
[Moni: Wey, ¿cómo estás? Te vi rara hace rato.]
Paula mordió su labio inferior, necesitaba desahogarse y sacar lo que tanto ardía en su pecho. Conocía a su amiga desde la secundaria y ella, a pesar de todo, nunca se dejó influenciar por lo que se decía, su único pecado era no defenderla y ponerle un límite a Gustavo.
[Pau: Estoy mal, ¿puedo contarte algo? Es serio.]
[Moni: ¿Qué te hizo el pendejo de Leo?]
Miró la pantalla, escribió y reescribió un montón de veces lo mismo, no hallaba las palabras para proferir lo que sucedía.
[Moni: ¿¿??]
Tomó una bocanada de aire y solo escribió ese par de palabras que estuvieron rondando su cabeza desde el mediodía.
[Pau: Estoy embarazada...]
Esperó por varios segundos, vio que debajo del nombre del contacto de Moni, aparecía la leyenda «escribiendo» y como está desaparecía. Era claro que su amiga tampoco sabía qué decirle.
[Moni: Te dije que tenía mala punzada de Leonardo...]
La respuesta frustró a Paula, lo que menos necesitaba eran reproches, lo que requería eran soluciones rápidas.
[Pau: ¿Qué voy a hacer?]
No volvió a llorar, solo sentía una fuerte desesperación, acercó el pulgar a su boca y después mordió la uña.
[Moni: ¡¡Busca de nuevo a Leonardo!! ¡¡Debe hacerse cargo!!]
«El problema es que yo tampoco quiero cargar con eso», pensó.
La sola idea de cuidar de un bebé aterraba a la joven, no tenía la madurez, la solvencia, ni el apoyo familiar para hacerlo, todo pintaba oscuro.
[Moni: Oye, ¿y si es de Leonardo? Cuéntame, sin pedos.]
Paula puso de nuevo la almohada en la cara para ahogar el grito de frustración. Era incapaz de aceptar que también su mejor amiga dudara de ella de esa manera.
El golpe a su puerta la sacó de un sueño profundo.
Paula hizo su cabello hacia atrás y se levantó de un salto de la cama para abrir. Quien estaba del otro lado era su padre, vestido todavía con la camisa blanca que usaba junto con un saco negro para ir a trabajar.
—Te busca Leo —anunció él, hizo una mueca después de pronunciar su nombre—, ¿le digo que se vaya? —vaciló.
Ella le mostró el atisbo de una sonrisa. Su padre colocó una mano en su hombro, se sintió de nuevo como una niña pequeña y deseó con ansias que él la abrazara y la consolara.
—Dile que me espere —resopló.
El hombre se alejó, dio media vuelta y caminó hasta las escaleras. Paula cerró la puerta con la espalda y trató de controlar su ansiedad. Mordió la uña de su otro pulgar y empezó a mover el pie de arriba abajo.
Se pellizcó la mano y fue por sus tenis, también acomodó su cabello con los dedos y tras esto salió de la habitación. Al bajar las escaleras, escuchó la plática que tenían sus padres, ellos reían juntos y discutían chismes sobre sus compañeros de trabajo. Paula suspiró, deseaba ser incluida en esos momentos, pero cuando ocupaba uno de los sillones para participar, sus padres cambiaban las risas por silencios y los rumores por malos programas de televisión.
Les avisó con una seña que saldría, ellos no dijeron nada, solo continuaron con la charla. Paula salió de su casa y vio de soslayo a Leo, quien estaba sentado en la banqueta con un cigarro entre los labios, el humo se alzaba sobre su cabeza.
—Tenemos que hablar. —Él no se volteó, continuó como una sombra que despedía humo.
—¿Qué quieres decirme? —preguntó, incómoda.
Leo se levantó, Paula no fue capaz de mirarlo de frente, se concentró en un punto en la calle, en un burdo intento por mantenerse firme.
—¿Cómo sé que yo soy el culpable? —interrogó con dureza, dejó de hablar como el Leo que conocía y se volvió hostil, igual a los chicos que la molestaban—. Puede ser que en realidad sí me hayas engañado...
—¡¿Estás diciéndome que cogí con alguien más?! —interrumpió, ofendida.
—Puede ser —refutó—, no te cuidaste y ahora quieras enjaretarme tus errores a mí.
—¡¿Es en serio, Leonardo?!
Paula cerró los puños y tensó la mandíbula, sentía que estaba a punto de explotar.
—¿Te recuerdo lo que hiciste con Fernando? —reprochó él, sacó el cigarro de su boca, lo tiró y lo pisó—. O peor aún, ¿lo que le hiciste a Gabriela con Rodrigo cuando se supone era tu mejor amiga?
«Todo fue falso», se repitió Paula. Fue incapaz de defenderse, no por falta de argumentos, sino por el torbellino de caos que tenía en su interior.
—Tiene lógica —prosiguió Leo—, y yo no fui más que un pendejo por creer que eras diferente.
Ella no soportó más.
Le dio un puñetazo en la cara, se lastimó la mano, pero supo que le pegó con la suficiente fuerza como para dejarle el labio inferior sangrando.
¡Hola, conspiranoicos! Espero hayan disfrutado el capítulo de hoy.
¿Creen que Paula debería perdonar a Leo?
Si fueran Leo, ¿dudarían de Paula?
Nos vemos mañana.
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