Capítulo 16
El cuerpo sin vida de Mónica fue encontrado una mañana de finales de noviembre, justo en el parque en el que otro joven tomó la misma decisión seis años atrás.
La noticia conmocionó no solo a sus familiares o conocidos más cercanos, sino a una buena parte de la ciudad de Toluca. No tardaron en hacerse averiguaciones sobre las causas de su suicidio y en formarse teorías al respecto; todas estas apuntaban a la insipiente viralización de sus fotos íntimas de parte de su exnovio y tras esto, una vez que se indagó más en el caso, se señaló a la falta de apoyo de sus padres sobre la situación.
Fueron habladurías que se esparcieron rápido, primero entre los compañeros de generación de Mónica, después llegó a los oídos de las personas de otros semestres, hasta que estos mismos estudiantes hablaron con sus padres del caso. De oído a oído, de boca en boca, de familia en familia, hasta que llegó a convertirse en algo oficial. Incluso en las páginas destinadas a divulgar noticias, había notas que señalaban con dureza a los progenitores de la adolescente que fue encontrada sin vida en La alameda 2000.
De ser victimarios pasaron a ser víctimas de ese dedo que señalaba, de las miradas indignadas y del irrespeto a su dolor. Hasta ellos mismos se apuntaban como culpables, aceptando todo, arrepintiéndose de cada uno de los improperios que llegaron a proferir contra su hija sin saber el daño que le causarían, y repasando un montón de veces en el pasado, en busca del momento en el que pudieron extenderle la mano para evitar la tragedia.
La demanda contra Gustavo siguió en pie, culpándolo también a él de la decisión que tomó Mónica, por haber difundido ese tipo de contenido prohibido. El joven fue encontrado semanas después por las autoridades, durmiendo en un motel de mala muerte y al borde de una sobredosis por consumo de alcohol. Una vez él se recuperó, fue llevado a la fiscalía, en donde, sin resistencia alguna, admitió lo hecho y fue refundido en la correccional de menores a cumplir con la sentencia correspondiente.
Ni siquiera sus padres estuvieron ahí para despedirlo, y por fin comprendió la magnitud de la soledad en la que siempre estuvo absorto, la que desde la infancia trató de evitar a costa de acaparar atención por medio de dañar a otros y hacerse el invencible.
Paula se mantuvo al margen de todo el proceso, su terapeuta le recomendó que no se viera involucrada y se expusiera a otro episodio de esa magnitud. No obstante, la información se coló también a los ojos y oídos de la joven, quien al enterarse del castigo que recibió Gustavo, no hizo más que sentirse inconforme; lloró con impotencia la muerte de su amiga y se preguntaba todo el tiempo el motivo de lo sucedido. Era incapaz de hallarle un sentido a los hechos y a veces pensaba que estaba dentro de una especie de pesadilla.
Con trabajos sacaba fuerzas para presentarse en la escuela, hacer los finales e ir de regreso a casa. De ser la persona más odiada y señalada por sus compañeros pasó a ser la más compadecida, de quien más se sentía pena y a la que más se quería apoyar. No obstante, Paula los repudiaba a todos, se negaba a responderle a cualquiera, ignoraba a quienes le daban el pésame por la muerte de su amiga y rechazaba sus invitaciones a estudiar para exámenes.
Creía que todos aquellos que le extendían la mano no eran más que personas en busca en autoengañarse y conseguir paz consigo mismos. Para ella, los sujetos a su alrededor no eran más que merecedores de su desprecio. Por lo que las últimas semanas se volvió un silencioso fantasma por mera voluntad y no podía evitar pensar en lo absurdo que era todo.
«¿Era necesario que pasara lo de Moni para que cambiaran?», se preguntó Paula al mismo tiempo que le daba una última calada a su cigarrillo sabor menta. Nunca fue de fumar más allá de una fiesta, pero aquellos eran los cigarros favoritos de su amiga y quería hacer el absurdo intento por sentirla más cerca.
Era de la misma marca que Leo solía compartir con Mónica. Ambos se organizaban para adquirir la cajetilla sin necesidad de identificación y se dividían el contenido en partes iguales. La joven meditó lo extraño que era entristecerse así por un recuerdo que en el pasado le era irrelevante.
Cuando el semáforo marcó el rojo, Paula dio un sobresalto, se apresuró a frotar el cigarro en la suela de sus tenis y guardó la colilla dentro de su bolsillo. Al cruzar la calle por fin se encontró con la fachada de su preparatoria, con el gran portón de metal y el guardia que saludó prácticamente diario durante casi tres años. Tragó saliva e intentó motivarse con que sería la última vez en meses que tuviera que presentarse.
El fin del semestre llegó junto con los primeros días de un diciembre que pintaba a ser más austero de lo normal. A pesar de que el sol de medio día le pegaba en la cara, los vientos helados se encargaban de sacudir con rudeza sus ya de por sí alborotados cabellos.
Entró sin mucho ánimo y haciendo un esfuerzo por saludar al guardia de esta por la mera cortesía acostumbrada. Paula se sintió ajena a esos jardines en los que pasaba las horas libres y desconoció las bancas de concreto en las que ella, Mónica y Gabriela, reían a carcajadas por cualquier tontería.
Sintió una presencia acercársele, tomó una bocanada de aire y se preparó para ignorar de nuevo. Alzó la mirada y se topó con una chica de cabellos azabaches con la que compartía un par de clases.
Lo que más deseó en ese momento fue poder transportarse a un sitio en el que nadie la conociera y en el que no estuviera obligada a mantenerse siempre con la guardia en alto; un sitio donde no tuviera la desdicha de conocer lo peor de las personas.
—Hola —saludó la recién llegada, escondió las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones—. ¿Qué tal finales?
Paula torció la boca y se enfocó a un punto en la nada, no deseaba hacer contacto visual. Detrás de su interlocutora se encontraban las canchas de basquetbol y algunos tantos jugando un último partido antes de que comenzaran las vacaciones.
Entre todas esas siluetas reconoció a una en especial, esta se encontraba envuelta en una gabardina rosada y con los cabellos claros cayendo sobre sus hombros. No supo si aliviarse o no cuando notó que también se acercaba, no había hablado con Gabriela desde el funeral y eso fue solo para reclamar en conjunto por lo que pasó. A partir de esa noche, parecía que ambas hacían el esfuerzo por evitarse.
—Al menos no me fui a extra —musitó la de ojos verdes, la respuesta salió sin querer de sus labios debido al nerviosismo.
—¿Cómo estás? —cuestionó la joven, era claro que no deseaba dejar morir la conversación.
Paula la miró con fastidio al mismo tiempo que torció la boca, se le hacía una auténtica tontería que se le preguntara aquello cuando era más que obvio que se encontraba destrozada y perdida en sí misma.
—Lo siento —repuso ella—. Todo lo que pasó fue fuertísimo y solo por una venganza. Al menos Gustavo ya recibió su castigo.
—¿Y eso de qué sirve ahora? —preguntó con hostilidad una tercera voz femenina.
Paula reconoció al instante a la persona que le quitó las palabras de la boca, cerró los ojos y se permitió sentir su respiración para tranquilizarse. Gabriela se paró a su lado, manteniendo la distancia y poniendo en su rostro una expresión de enfado.
—Tienes razón —aseguró la de cabellos azabaches—, pero al menos es algo.
—Tal vez —resopló Paula.
Hubo unos segundos de silencio asfixiante en los que no hicieron más que mirarse y suspirar con pesadez. Pronto, una de ellas comprendió que debía marcharse, no sin antes soltar un pretexto con la intención de justificar su huida y decirle a Paula que contaba con ella para cualquier cosa.
—Qué pendejada —escupió Paula con cinismo, mientras veía la silueta alejarse y volverse cada vez más pequeña.
—Ella estaba en el baño cuando escribí todo eso de ti, la muy cínica no dejaba de reírse —admitió con pesadez—. Pinche hipócrita.
—Es un absurdo. —Giró sobre sus talones para mirarla de frente—. Ahora todos se la quieren dar de buenos o de ser defensores míos o de Mónica, cuando ellos se reían de toda la mierda que tú me hacías. —La señaló, era obvio el coraje en su voz y también el nudo dentro de su garganta—. O decían que Mónica se lo buscó por mandarle las fotos a Gustavo.
—Son casi tan culpables como yo, pero les es más fácil limpiarse las manos y engañarse a sí mismos —resopló, avergonzada.
—Es puto sin sentido y estoy cansada de todo.
Ese diciembre todo ánimo de celebrar se le había esfumado por completo.
Paula observó escéptica las decoraciones navideñas de La plaza de los mártires y torció la boca al notar que ya estaba instalada la tradicional pista de hielo en la explanada junto a un enorme pino artificial repleto de esferas azules y bastones plateados. En sus pensamientos se cruzó una imagen suya y de Leo persiguiéndose como un par de niños por la pista, cayendo al hielo y lanzándose nieve a la cara.
Cuando la joven estaba guardando reposo en casa después de la intervención, Leo la visitaba con religiosidad cada que salía de la escuela. En esos instantes él le ayudaba a estudiar, bromeaban juntos y hacían planes para esas vacaciones. Se habían prometido ir a patinar en esa pista abierta a todo público, porque siempre habían querido usar la de Galerías Metepec, pero no contaban con el dinero suficiente como para costear sus boletos.
Atravesó la explanada, sintiéndose impotente y dio un leve sobresalto al escuchar las campanadas de la Catedral de Toluca, eran el indicativo de que el mediodía había llegado. Cruzó sin fijarse las calles y atravesó el patio de Portales, empujando a algunas personas sin querer. El reflejo de las piñatas de colores que colgaban en el techo le pegó en la cara e hizo que se detuviera un rato a mirar lo que tenía encima.
Tiras de papel de china volaban junto con esas piñatas, mientras un grupo callejero de mariachi tocaba canciones al azar.
Había personas disfrutando de la media mañana, desde parejas compartiendo un vaso de ponche de frutas, hasta solitarios que se aplastaban a leer en una de las tantas bancas de metal. Sintió envidia por todos ellos, pero a la vez comprendió, que a pesar de lo que pasó y de lo difícil que le era continuar, el mundo no se iba a detener solo porque lo necesitara. Tenía que seguir caminando al frente, mirando de vez en cuando atrás para no olvidar, mas no estancarse en memorias que por desgracia no volverían a repetirse.
Paula apresuró el paso y continuó corriendo por el patio, cruzando avenidas sin fijarse del todo a cada lado y derrapando sobre pies cuando llegó a su destino. Se encontraba en la esquina de su calle, en la que solía aguardar el camión junto a Leo cada mañana para ir a clases; como era de esperarse, él no estaba ahí y un escalofrío recorrió su cuerpo entero cuando pensó en lo mucho que lo echaba de menos.
Sacó su celular, abrió su chat con prisas y se quedó con las manos en el teclado, analizando si debía escribirle o no. Al final decidió no hacerlo. Ella le pidió un tiempo durante el funeral de Mónica y le dejó muy en claro que ni siquiera quería que le hablara o se le acercara, Leo aceptó con resignación, pero también una chispa de tristeza se reflejó en sus ojos marrones.
La joven mordió su labio inferior, si bien fue algo que decidió por sí misma, no podía evitar sentirse sola. De nuevo era una constelación solitaria y taciturna, solo que por voluntad propia. Suspiró largo, escondió las manos dentro de los bolsillos y caminó por la acera para llegar a su casa, mirando a cada momento al suelo, buscando en el concreto la marca invisible que dejaron los pasos de una Mónica al borde de la desesperación.
Entró a casa de manera silenciosa, procurando que sus pisadas no interrumpieran la charla que sus padres tenían en la sala, no obstante, a pesar de sus esfuerzos por ocultar su presencia, estos voltearon a verle.
—¿Cómo te fue? —le preguntó su madre desde el sillón.
—No me fui a extra —musitó Paula, ladeó la cabeza y recargó la espalda en la puerta.
—¿Lo ves? Será más sencillo —mencionó el hombre, dirigiéndose a su esposa.
Carmen colocó la mano sobre la rodilla de Mateo y buscó los ojos de su la joven. Mientras tanto, Paula enredaba los dedos en uno de los mechones de su cabello.
—Hija —la llamó Carmen. La joven se incorporó y los observó con atención—. ¿Te sientes bien aquí? —cuestionó, dubitativa.
La menor negó, apretó los labios y sintió como sus ojos se cristalizaban.
—Ni aquí, ni en ningún lado —pronunció con dolor—. La psicóloga dice que es cuestión de que deje de pensar en todo, de que me desahogue, pero...—carraspeó para aclararse la garganta, las lágrimas estaban empezando a salir— en todos lados la siento, o en todos lados hay alguien preguntándome por ella.
Carmen soltó un suspiro, observó como Mateo abría la boca para decir algo, pero alcanzó a detenerlo. Lo que hizo ella fue levantarse del sillón, ir a donde su hija, tomar sus manos y guiarla hasta el asiento más pequeño. Paula no se opuso, aunque quería volver a encerrarse en su burbuja, sabía que se venía una plática necesaria de la que no podría zafarse.
La mujer volvió a donde estaba, le dio un espacio a su hija con la intención de que pudiera limpiarse las lágrimas con el dorso de la mano y respirar profundo.
—¿Estás bien? —cuestionó Mateo con preocupación.
—No creo que en mucho tiempo lo esté —respondió la joven con la voz hecha un hilo—, pero no se preocupen, solo digan lo que tengan que decir.
—Hablamos con tu psicóloga —informó Carmen, jugaba con los pliegues de su pantalón de sastre—. Y nos dijo que te haría bien un cambio de ambientes...
—Más bien un cambio de todo —interrumpió la joven, escondía su rostro enrojecido con las manos.
—Paula, ¿recuerdas que me ofrecieron un puesto en Querétaro? —añadió Mateo, se estiró para hacerse notar por su hija—. ¿Quieres que nos mudemos?
—No lo sé. —Mordió su labio inferior—. Eso no va a regresar a Mónica y tampoco hará que se me olvide todo. —Para ese punto la voz se le quebró y era casi imposible saber qué era lo que trataba de decir—. Sé que debo seguir, pero no sé cómo.
—Por desgracia no es posible —repuso con impotencia su madre—, aunque si nos mudamos habrá una oportunidad para que comiences desde cero.
—Al menos, en otra ciudad, no estarás saturada de recuerdos —completó Mateo, reprimiendo la frustración en su hablar.
—Tal vez —susurró sin dejar de llorar.
—Toma el tiempo que quieras para meditarlo —le pidió suplicante Carmen—, piensa en lo que deseas y en lo que creas que te hará bien.
Paula usó lo poco que le quedaba de lucidez para imaginarse viviendo en otro sitio, la tristeza por la pérdida no se marcharía y tampoco la desconfianza a los demás, pero por lo menos nadie en su nueva preparatoria estaría haciéndole preguntas hipócritas.
Dejaría de ser parte de rumores escabrosos y ya no pasaría por los mismos sitios en los que en vida llegó a moverse junto a su mejor amiga. Aunque encontró algo de motivación, también pensó en lo poco bueno que abandonaría si dejaba Toluca, y con eso se refería a Leonardo y la relación en coma que ambos tenían.
La psicóloga le recomendó hablar con Leo si tanta ansiedad le causaba no saber nada de él.
Paula creyó que se trataba de una solución muy sencilla para todo el caos que fungía en su interior, sin embargo, a la hora de tomar el celular y abrirlo en el chat de su novio, sus dedos comenzaron a temblar, mientras un montón de posibilidades se cruzaban por su cabeza.
«¿Y si me odia?», se cuestionó al mismo tiempo que se tiraba de espaldas sobre su cama.
Miró a la pared de su habitación, la que se encontraba iluminada por la lámpara que le había regalado Leo. Estaba demasiado obnubilada con respecto a todo, el dilema no era solo sobre su relación con él, también implicaba otro montón de aspectos. Era esa sensación de aislamiento que la ahogaba, la culpa por lo de Moni y por haber alejado a la única persona —que con todo y sus defectos—, la escuchó en un principio. Su mejor amiga ya no estaba con ella y tampoco quería perder a alguien más, menos deseaba ser cobarde, aceptar la mudanza, marcharse sin avisarle a nadie y empezar como si nada le hubiese pasado.
Desesperada, presionó el botón de llamada en el chat de Leo y controló las ansias de cortar y bloquearlo. Esperó impaciente por varios segundos, hasta que por fin respondió.
—¿Paula? —preguntó un impresionado Leo.
Ella abrió la boca para decir algo más, pero solo acercó el teléfono a su oreja, mientras sentía vibrar sus manos.
—¿Estás bien? —Volvió a interrogar, esta vez con clara preocupación.
—No lo estoy —respondió en un susurro, cerró los ojos y meditó sobre su propio egoísmo.
—¿Quieres que vaya a buscarte? —insistió—. Solo dime, ¿qué pasó?
—Nada, no pasó nada. —Acercó un dedo a la boca para morderse la uña—. ¿Cómo estás tú?
Paula escuchó a Leo resoplar del otro lado del teléfono.
—Creo que mejor.
—¿Cómo te fue en finales? —Necesitaba un pretexto para seguir escuchándole y decirle lo que llevaba guardando.
—Normal, no me fui a extra. —Hubo una pausa, una en la que Paula aprovechó para arrastrarse hasta sus almohadas—. Tú no te fuiste a extra, ¿verdad? —inquirió con voz perezosa.
—Gracias a ti, no —escupió ella, cerró los ojos y dejó que la situación fluyera—, tuve suerte de que me hayas enseñado.
—Era lo menos que podía hacer después de lo que te hice pasar...
—No fue solo cosa tuya —aclaró con fuerza. Mordió el interior de su mejilla y pensó en la manera correcta de terminar su oración—: sucedieron un montón de circunstancias.
—Siento no haber podido hacer más.
—Hiciste lo que pudiste.... ¿Sabes? Yo lamento haber ocasionado el problema con tu madre.
—Ya sé arregló —mencionó, dubitativo—, después de lo de Mónica, ella cambió de parecer sobre muchas cosas. —Paula aferró sus dedos al teléfono, mientras sentía su rostro enrojecer por el coraje—. Estoy agradecido de ya no poder vivir en una guerra constante, pero también me siento culpable.
—Yo hago lo mismo todo el tiempo. —Hizo su mano atrás para quitar una de las almohadas de su cabeza y la colocó encima de su rostro—. ¿Era necesario que pasara lo de Mónica? —pensó en voz alta.
—Perdón —se disculpó de inmediato—, no debí haber sacado el tema así.
—Siento que a todo lo que me rodea me lo recuerda.
—Lo mejor será que me vaya, me alegro de que no hayas reprobado nada...
—Espera —lo interrumpió—. No debería odiar a todo y a todos, me es difícil, pero sé que no debo hacerlo —se acostó de lado, prendió el altavoz y arrojó lejos la almohada—. Te extrañé.
—Yo también, pero no sabía si debía acercarme o no.
—Está bien, te entiendo. El problema es mío, odio todo ahora y creo que la única forma de dejar de odiarlo sería que me marchara lejos.
—Paula, no estás pensando en fugarte, ¿verdad?
—Algo así —vaciló—, en realidad, mis papás creen que lo mejor para mí es que nos mudemos a Querétaro —confesó con temor—. ¿Qué dices?
—¿Cómo te sentirías allá?
—Tal vez sea mi oportunidad para ser otra persona en otro lugar.
—Sé que a lo mejor no importa, pero a mí me gusta la persona que eres ahora.
—Creo que lo dije mal —repuso—, quiero ser la persona que realmente soy, en un lugar donde no todos crean saber todo de mí.
—Ya entiendo.
—Sé que mudarme no va a ser una solución mágica que ponga mis cosas en orden, pero no tengo motivo para cerrarme a tratar de nuevo —se abrazó a sí misma, en un intento por protegerse de una amenaza desconocida—. Sí me quiero mudar, pero ¿tú qué opinas?
—Que cumpliste antes mi sueño de dejar Toluca.
¡Hola, conspiranoicos! Todavía falta el epílogo por publicar, pero ¿qué opinan de que Paula se vaya a otra ciudad?
¿Notaron el detalle del banner?
Pd: de nuevo lamento lo largo del capítulo.
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