Capítulo 14
—Creo que Moni se va a dar de baja —informó Gabriela, tenía las manos detrás de la espalda y una clara expresión de impotencia.
Paula apretó los puños y clavó su mirada severa en la joven que tenía enfrente. Leo se quedó pasmado, quería decir algo para motivarlas a seguir intentándolo, no obstante, las ideas no fluían y su lengua se trababa. Tenía también presiones encima, las que su madre le echaba cada que salía a colación el tema de Paula, la interrupción del embarazo y su supuesta inmoralidad.
A veces él pensaba en hacer como Gustavo; fugarse de casa para evitarse represalias y reclamos diarios, vivir con poco dinero, sin haber terminado la preparatoria y alejado de todo aquello con lo que no podía lidiar, mas lo descartaba al imaginarse durmiendo solo debajo de uno de los tantos puentes de Tollocan y pidiendo dinero en los camiones, conmoviendo a los pasajeros con una breve historia de su vida.
—¿Cómo lo sabes? —la interrogó Paula.
—Le conté a mis papás lo que pasó —soltó con temor—, y ellos piensan como tu mamá, que lo que hizo Gustavo es un delito. —Torció la boca y se dejó caer en el pasto con dramatismo—. Entonces, ayer mi mamá le llamó a la suya...
—¿Por qué no me dijiste? —interrumpió una iracunda Paula.
—Deja que se explique. —Leo se animó a intervenir, hizo un ademán con la mano y se recargó en el hombro de su novia.
—Solo llamó para preguntar cómo estaban —prosiguió Gabriela—, y ellos ya están enterados de las fotos. —Sintió las miradas de estupor de Paula y Leo, así como una corriente eléctrica recorrer su espina dorsal—. No dijeron nada de una denuncia, pero sí sobre sacar a Moni de la escuela.
Paula tomó una bocanada de aire y despeinó sus cabellos en señal de desesperación.
—Le voy a decir a mi mamá para que saliendo de la escuela vayamos a su casa a hablar con ellos —expresó, ansiosa—, Moni no tiene por qué perder este semestre completo y tampoco Gustavo merece quedarse sin un castigo.
—No creo que debas —mencionó Gabriela con una mueca.
—¿Y por qué no? —ladró.
—Gabs tiene razón —terció Leo—, a sus papás no les agradas.
—¿Y eso qué? —Cruzó los brazos—. Es nuestra amiga y es por nosotros que está metida en esto.
—Paula... —Gabriela estiró su mano, deseaba alcanzar el hombro de su amiga—. Ellos creen que tú la influenciaste para que se tomara esas fotos —resopló con pesadez—. Si van a su casa, aunque sea con la mejor de las intenciones, los van a echar.
—Todo es culpa tuya —reclamó al mismo tiempo que la señalaba con rudeza.
Leo se agarró de la mano de su novia y con cuidado hizo que la bajara, lo que menos deseaba era escuchar otro enfrentamiento. Era un cobarde y lo sabía, siempre evitaba los conflictos, dándole la razón a los demás o huyendo de ellos; de ahí que tardara en reaccionar contra Gustavo y en defender a Paula, de ahí que conservara consigo ese sentimiento de impotencia e inutilidad, mismo que se acrecentaba cada que escuchaba una rabieta nueva de su progenitora.
—Ya lo sé —musitó, avergonzada—, por eso me estoy esforzando para solucionar todo este asunto —se levantó del pasto y sacudió sus pantalones—. Hoy trataré de convencer a mi mamá.
—Está bien —bufó Paula.
La campana que marcaba el final de la hora libre comenzó a sonar, era uno de esos ruidos horribles a los que uno nunca se acostumbraría por más que formaran parte de una cotidianidad. Las personas que estaban fuera de clases empezaron a acumularse en puerta del edificio. Gabriela tomó su bolso y giró para ir en dirección a la entrada, optó por no esperar a sus acompañantes, un retardo implicaría su expulsión definitiva del plantel.
Paula se levantó de la banca de concreto, recogió su mochila del pasto y la colgó en sus hombros.
—Tienes que ir a clases. —Jaló a su novio por la chaqueta.
—¿Podemos quedarnos a hablar? —preguntó, dubitativo. Volteó a los lados para comprobar que no hubiera algún maestro o prefecto que los obligara a entrar.
—¿Todo bien?
Él negó, buscó las manos de Paula con las suyas y entrelazó sus dedos en estas. La joven se sentó a su lado otra vez y lo miró a los ojos. Leo tenía una mirada cansada, ya no era tan severa o cínica como antes, también se mantenía callado la mayor parte del tiempo y solo hablaba con sus viejos amigos para pedirles que dejaran de pasarse las fotos de Moni.
—¿Tu madre sigue apoyándote con tu decisión? —Apretó los labios y ladeó la cabeza.
—No te preocupes por eso —mencionó ella—, ya llamamos a la clínica para pedir informes y si todo va bien, iremos este miércoles.
—¿Y estás segura?
—Sí —suspiró—, ¿y tú?
—Yo sí, pero me preocupan mis papás, sobre todo mamá, por más que les explico, les debato con argumentos o me pongo pesado, no cambian de opinión.
—Que digan lo que quieran, no es su decisión.
—Eso mismo les replico, pero ya sabes como soy. Me asusta la forma en la que se lo vayan a tomar cuando se enteren de que es definitivo. —Revoloteó sus cabellos para entretener sus ansias—. De todos modos, no harán que cambiemos de opinión, solo que es una mierda que me odien.
—Que te estén juzgando todo el tiempo y por cualquier cosa que hagas es una mierda —expresó, fastidiada—, pero creo que estamos en nuestro derecho de no hacer algo que no queremos solo porque los demás digan que es lo que nos toca.
Por primera vez en semanas Mateo le pidió a su esposa que lo dejara encargarse de poner la mesa y servir la comida, incluso le dijo a su hija que lo ayudara y bromeó con ella sobre esconder la ensalada de nopales debajo del plato para que no tuvieran que comérsela. Paula se mantuvo sonriente mientras acomodaba la vajilla y colocaba las manteletas sobre en la mesa, era una sensación de júbilo, por fin sus padres habían dejado de hablarse con monosílabos y su progenitor dejó de tratarla como si fuera una presencia desagradable.
Una cortina de paz momentánea cubrió su hogar, haciéndole creer que todo estaba por terminar. Que pronto dejaría de empujar y empujar una pesada roca por la colina que debía recorrer hasta que llegar a la cima.
Cada miembro de la familia se acomodó en su respectivo asiento; Carmen, como siempre, en medio, con la vista dirigiéndose a la pared en la que se encontraba recargado el televisor; Mateo en el lugar más cercano a la puerta de la cocina y Paula en la silla que le daba la espalda a las escaleras.
—¿Les gustaría mudarse a Querétaro? —preguntó de repente el hombre, metió la cuchara a su sopa de fideos y volteó a cada lado para encontrarse con las miradas extrañadas de Paula y Carmen.
—No me gusta el calor —replicó la joven, metió la cuchara a su boca.
—¿Y eso? —lo interrogó su esposa.
—Me propusieron mudarme a la sede de la empresa en Querétaro —explicó, tomó una servilleta del centro y limpió sus labios—. Creo que Querétaro es un poco más caro que Toluca, pero me han dicho que es una ciudad bonita.
—No lo sé, Mateo —resopló Carmen, dejó su cuchara en el tazón—, tendría que renunciar al trabajo, buscar otro allá y también poner la casa en renta. —Observó a su alrededor, admirando las paredes del inmueble que tanto les costó comprar hace más de veinte años.
—Es nuestra oportunidad de dejar de Toluca —vaciló con entusiasmo—, no hay que desaprovecharla.
Paula solo escuchaba mientras comía y pensaba en las posibilidades que implicaba marcharse a otro Estado; en otra ciudad nadie conocería su historia, tampoco los rumores horribles su vida íntima y podría ser solo una chica más.
Sin embargo, un golpe de realidad azotó su fantasía de comenzar desde cero cuando recordó que no era el momento para abandonar a su mejor amiga y hacer como que nada sucedió. Además, aunque sonara superficial, implicaría separarse de Leo y probar con la modalidad a distancia, una a la que no le tenía mucha fe dada su naturaleza aprehensiva.
—Tengo que decidirme en un par de semanas —agregó Mateo—, y el cambio se haría después de las fiestas de fin de año.
—Déjame pensarlo —mencionó la mujer—, si todo es más caro y no tendré trabajo un tiempo, estaríamos apretados los primeros meses.
—Aparte, tengo que hacer el examen para entrar a la preparatoria de allá —intervino Paula—, porque no pienso dejar que me metan a una privada si van a estar en problemas de dinero.
El hombre abrió la boca para decir algo más, pero fue interrumpido por el timbre. Este fue presionado numerosas veces, así como el portón era golpeado con agresividad. La familia se quedó desconcertada, por lo regular no tenían visitas y menos de alguien que los buscara con tanta vehemencia.
Paula se levantó de la silla y mordió su labio inferior, imaginó que por fin había llegado a la cima de la colina con todo y la roca, pero que una vez esta se acomodó en la punta, rodó cuesta abajo para hacerla iniciar el viaje otra vez; quizás era un ciclo que estaba obligada a repetir y del que no podría zafarse hasta llegara el final de sus días.
Carmen dejó su asiento y caminó hacia la ventana, corrió las cortinas para poder asomarse y dio un sobresalto al ver quién era la persona que los buscaba. Se trataba de Leticia, la madre de Leonardo. Mateo hizo lo mismo que su esposa y se acomodó a su lado, no comprendía del todo el asunto, pero sí fue capaz de reconocer a esa mujer de figura esbelta y cabellos claros.
La pareja se incorporó y se dirigió a donde la entrada, mientras Paula apretaba la manteleta de plástico con los dedos. Aunque estaba cansada de seguir luchando y de esforzarse por tener la cabeza en alto, tomó lo poco que le quedaba de valor y corrió hasta la puerta principal, necesitaba hacerle frente a ese nuevo obstáculo.
La joven encontró a su progenitora abriendo el portón de metal con su padre detrás. Tragó saliva y se acercó a pasos lentos a ellos, no estaba sola y eso la consolaba, se había comprobado a sí misma que era mucho más sencillo lidiar con los problemas cuando tenía con quien apoyarse de forma incondicional.
Del otro lado de la puerta continuaban con los golpes, el timbre seguía sonando y también empezaron los reclamos verbales:
—¡¿Creen que van a hacer lo que se les da la gana?!
La puerta de metal se abrió y les permitió ver a Leticia, quien venía sola, ni Leonardo ni su esposo estaban para ella, cosa que le pareció triste a Paula, mas a la vez patético.
—¿Qué son esas maneras? —le reclamó Carmen, se agarró al portón.
—Da igual —ladró Leticia—. Se supone que habíamos acordado algo y ahora mi hijo me sale con que van a hacer otra cosa.
Aunque temerosa, la joven se abrió paso y anduvo hasta quedar frente a la madre de su novio. Nunca se cayeron bien, Leo jamás la invitó a su casa por temor a un posible enfrentamiento, tenían una imagen negativa la una de la otra, odiándose cuando no habían cruzado más que unas cuántas palabras.
—Ustedes decidieron por nosotros —habló Paula, se esforzó por no explotar en desespero y parecer inmadura—, pero lo que yo quiero es otra cosa, ya lo hemos decidido y hablado. —Sintió las manos de su madre posarse sobre sus hombros en señal de apoyo.
—¡¿Y te vas a deslindar tan fácil de las consecuencias de tus actos?! —le gritó la mujer.
—Tener hijos no es un castigo —atinó a decir Carmen—, nuestros hijos fueron irresponsables, pero no por eso vamos a obligarlos a hacer algo así.
Leticia frunció el entrecejo y apretó los puños.
—Con razón —ironizó ella—, Paula es una puta porque ustedes le permiten hacer lo que quiera —los señaló.
La mencionada se encogió ante la acusación y cerró los ojos, no obstante, fue capaz de sentir como otra presencia se interponía entre ella y Leticia.
—¡A mi casa no va a venir a decirle esas cosas a mi hija! —le espetó Mateo.
Paula abrió los ojos, sorprendida, su madre continuaba aferrándose a sus hombros y tenía la espalda de su padre enfrente.
—¡Ella tomó su decisión y eso no es algo que le importe! —continuó el hombre.
Cuando la joven estiró la cabeza para ver la reacción de Leticia, lo que se encontró fue a una mujer que buscaba las palabras para expresarse. Ella era incapaz de decir algo, su postura continuaba rígida e inflexible, sin embargo, tamborileaba en sus muslos como muestra de nerviosismo.
Mateo, en lugar de alargar la discusión, dio dos pasos hacia atrás, entrando por completo a la casa con todo y su familia detrás, después azotó el portón con violencia, dejando fuera a Leticia y con la pelea a medias.
Los días hasta el miércoles pasaron con extrema lentitud, haciendo una clara alusión a la ley de la relatividad; los hechos tardan poco o nada dependiendo de la percepción que se tenga del tiempo que se vive.
Moni seguía sin aparecerse y Gabriela tampoco había logrado obtener muchas noticias, salvo lo de su baja escolar o la demanda. Además, Leo y su padre tomaron la decisión de marcharse de casa y dormir en un hotel en el centro de la ciudad a falta de paciencia para seguir soportando las incesantes peleas y reclamos.
Paula no podía evitar la intranquilidad, aunque aquellos eventos no le afectaran de manera directa, sí solía ponerse a pensar por las noches o en clases en su mejor amiga y lo mucho que sufría; también se imaginaba a sus compañeros de señalándola como si fuera de nuevo una apestada y juzgándola por la decisión que estaba a punto de tomar. Y aunque sabía que la gente siempre encontraría algo con qué señalar, el estigma no es una cosa que se acepte con una sonrisa.
Para cuando llegó el miércoles, la familia se marchó muy temprano a la Ciudad de México; tenían el dinero, los documentos listos y la dirección exacta del lugar al que debían acudir. Paula prefirió hacer como que dormía durante el camino, se esforzó por disociarse del ambiente, perderse en el movimiento del coche al pasar por las curvas y aparentar que no había un torbellino de ansias a punto de salir de su pecho.
Una vez dieron con el lugar y bajaron del coche, se encontraron con un montón de manifestantes Provida en la entrada de la clínica. Paula cerró los ojos cuando la palabra «asesina» retumbó en sus oídos; según las protestantes, toda mujer que tomaba esa decisión era una y debía recibir como castigo ese perenne reclamo. La joven solo sintió el empujón que le dio su progenitora para que se apresurara a entrar y no se expusiera más a ese grupo, y también escuchó a su padre decirles que no estaban interesados en oírlas.
Dentro de la clínica aguardaron por su turno en una sala llena de mujeres que iban acompañadas de sus parejas o amigas, algunas pasaban de los cuarenta y otras apenas tenían más de dieciocho. El hospital, a pesar de toda la tensión de sus clientes, contaba con instalaciones pulcras y un personal discreto, aunque no por eso rebozaban de empatía.
Paula se dejó guiar por esos médicos, contestó a sus preguntas tratando de parecer más un autómata que una persona y permitió que sus padres se hicieran cargo de aclarar todas sus dudas e inseguridades con el doctor. Más pronto de lo que esperaba fue interceptada por una enfermera, se despidió de sus progenitores con un abrazo y pasó a alejarse de ellos para ir a donde se llevaría el cabo el procedimiento.
La joven se mantuvo absorta en el olor a antiséptico y en la bata blanca y holgada que tuvo que ponerse. No prestó mucha atención a las palabras de aliento que le dio otra mujer que también esperaba lo mismo. Solo volvió a reaccionar cuando sintió el piquete de la anestesia, uno que no tardó en hacerla dormir a profundidad.
Cuando despertó, la joven sintió como si solo hubiesen pasado un par de segundos, no obstante, la luz solar colándose por las persianas de la ventana de su habitación, le confirmaban todo lo contrario. Su cabeza daba vueltas y percibía una especie de debilidad en el cuerpo. Tomó una bocanada de aire y se permitió cerrar los ojos otra vez para reflexionar lo sucedido.
Aquel momento de calma se interrumpió cuando escuchó a alguien entrar a la habitación y sintió a la cama hundiéndose en una orilla. Esa persona colocó su mano encima de la suya, cosa que provocó que ella sonriera con amargura.
—¿Cómo estás? —le preguntó Leo con voz suave. Aunque después se sintió un torpe por haber dicho algo tan incómodo.
—Creo que bien. —murmuró, su tono era apenas perceptible, producto de la combinación de sensaciones físicas y emocionales—. ¿Y mis padres? —cuestionó, nerviosa.
—Entraron antes a verte, pero seguías dormida —explicó, se estiró para acomodarle un mechón rebelde que caía por su frente—, fueron por algo de desayunar y vendrán a verte en cuánto terminen.
—¿Cómo llegaste acá? —Paula hizo un esfuerzo para sentarse en la cama y volvió a tomar la mano de su novio.
—Le pedí a mi papá que me trajera —relató con pesadez—, y no sé cómo, pero conseguí que me hiciera caso.
—¿Y cómo vas con tu mamá? —Hizo una mueca.
Leo suspiró y miró a la ventana.
—Eso me vale poco ahora, ya se le pasará.
—A veces siento que todo esto jamás se va a detener —confesó al mismo tiempo que miraba al techo—, tu madre te odia y ahora se van a decir un montón de cosas sobre mí en la escuela. —Sus labios temblaban ante el llanto que quería salir—. O sea, no fue fácil, pero si pudiera volver en el tiempo haría lo mismo, solo que me da miedo que me vuelvan a señalar, como lo hacen las manifestantes que están afuera.
—Tú lo dijiste la otra vez, la gente siempre va a encontrar con qué criticar. —Frunció los labios—. Que se diga lo que se diga de Paula, si ella está segura de lo que hizo.
—Lo sé —susurró—, ojalá ahora sí pueda ayudar a Moni.
—Hoy Gabs me mandó un mensaje y me dijo que los padres de Mónica van a meter la denuncia contra Gustavo.
—¿Y van a querer que nosotros demos testimonio?
—Imagino...—Miró a su novia a los ojos—. Pero lo importante ahora es que te recuperes y pienses en ti.
—¿Desde cuándo tan cursi? —preguntó con ironía.
—Es de sabios redimirse —replicó con aire ególatra.
La joven subió las comisuras de sus labios, a pesar de la debilidad y el mareo, empezaba a sentirse más cerca de llegar otra vez a la cima de la colina; solo esperaba que no se le volviera a caer la piedra al inicio y tener que comenzar de nuevo a subirla en un ciclo infinito.
¡Hola, conspiranoicos! Espero no les haya hecho ruido lo que sucede en este capítulo, mi intención no es echar en cara la ideología que sigo, sino exponer lo importate de dejarnos elegir sobre nuestros cuerpos como mujeres.
¿Será todo más sencillo ahora?, ¿tienen alguna teoría para el final?
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