Capítulo 12
El comité de la preparatoria constaba de los dos prefectos de disciplina, la psicóloga de consejería y la misma rectora de la institución. Esa mañana se encontraban todos reunidos en la oficina de dirección; las sillas en las que se acomodaron estaban pegadas a las paredes, dejando al centro el espacio para que el alumno a entrevistar se sentara y estuviera justo enfrente del escritorio de la directora y con las miradas de los demás educadores encima.
Cecilia, la máxima autoridad de la institución, dio un panorama general del caso. Les explicó primero lo de la pelea entre Leonardo y Gustavo, el embarazo de Paula y las acusaciones de esta sobre acoso tanto dentro de la institución como por mensajes. Señaló, además, que se tenía de principales incitadores a Gustavo Domínguez y a Gabriela Rojano, y que de ser verdad aquello, el castigo sería más que una simple suspensión.
Se decidió que se pasara de uno a uno, porque así se ahorrarían de disputas entre los estudiantes o sus padres. Además, sería más difícil para ellos ocultar la verdad o confabular sus testimonios, haciéndolos coincidir sin comprometerlos del todo.
La primera en pasar fue Paula, quien venía acompañada de sus progenitores. Al instante el comité notó la indiferencia del padre a con el caso de su hija. Mientras se sabía que la mujer se mantuvo al pendiente y fue a hablar con las autoridades para frenar el acoso, el hombre parecía estar ahí a regañadientes.
—¿Me puedes decir qué pasó el día de la pelea? —le preguntó uno de los prefectos a la joven.
Paula tenía las manos en su regazo, miró a Carmen, que estaba recargada en la pared y le hizo una seña incitándola a que hablara sin miedos, ella se encontraría ahí para apoyarla en cualquier inconveniente que se les presentara.
—Estaba caminando a mi clase cuando Gustavo y Carlos se aparecieron detrás —habló en tono bajo—, el segundo empezó a hacerme preguntas sobre... —Tragó saliva y bajó la cabeza—. El embarazo. Entonces, dijo que yo era una promiscua y que seguro no era de mi novio. —Miró a Cecilia y frunció los labios—. Leonardo estaba ahí, escuchando como Gustavo también lo insultaba; Carlos se acercó mucho a mí, deseaba tocarme sin mi permiso. —Un nudo se formó en su garganta, el llanto quería salir—. Y Leonardo se lanzó contra Gustavo.
Las personas dentro de la habitación se quedaron en silencio por unos segundos, algunos hacían anotaciones y otros se mantenían pensativos. Mientras tanto, Carmen quería darle un abrazo a su hija para que se tranquilizara.
—¿Y por qué Leonardo se lanzó contra Gustavo y no contra Carlos? —le preguntó la psicóloga.
—Porque él siempre ha sido el que nos fastidia —respondió la joven—, él fue el que esparció la noticia de que estoy embarazada y propagando mentiras sobre mí.
—¿Y cómo sabes que fue él? —la interrogó Cecilia.
Paula metió la mano dentro del bolsillo de su chaqueta y sacó su celular. Pidió unos segundos al comité, en lo que buscaba la captura que tomó ayer del mensaje que le mandó Gustavo. No habían recibido otro desde que lo engañaron, por eso creían fervientemente que todo se encontraba bajo control y que tenían las de ganar.
Una vez dio con la imagen se estiró para entregarle a la directora su teléfono.
—Eso me lo mandó hace unos días. Gustavo hizo esa cuenta solo para amenazarnos, también era él quien les decía a los demás que me molestaran o el que les inventaba cosas sobre mí —profirió todas esas palabras con rencor, mas no permitía que el llanto la dominara.
Cecilia se encargó de pasar el celular con la evidencia a los demás miembros del comité. Las caras de estos cambiaron cuando leían el contenido de esa captura, formaban obvias muecas de desconcierto o pellizcaban el tabique de sus narices. Cuando el aparato llegó a Carmen, prefirió no verlo y, en su lugar, obligó a su esposo a hacerlo, deseaba que se enterara de todo lo que sufría su hija.
—¿Qué tiene que ver Gabriela Rojano en esto? —preguntó otro de los prefectos.
Paula tomó una bocanada de aire y se preparó una vez más, para contar una historia que no le pertenecía.
—Su exnovio esparció el rumor de que yo tuve relaciones con él cuando ellos todavía andaban —explicó con algo de vergüenza, incluso bajó la cabeza, esperando otros dedos que la señalaran como culpable—. Sí pasó algo entre los dos, pero fue porque él me engañó —continuó. Recordó la presencia de su padre y sintió un escalofrío en su espina dorsal—. Gabriela se enojó conmigo y empezó a decirles a todos que yo era una traidora y una promiscua.
Hubo otro perpetuo silencio incómodo en la oficina. Carmen destensó su postura y empezó a jugar con las manos para aliviar su nerviosismo, mientras tanto, su esposo miraba a la alfombra marrón de la oficina y repensaba toda la situación; una de la que no tenía más que ideas tergiversadas formadas por sus prejuicios.
—Entre Gabriela y Gustavo se han encargado de hacer que todos digan cosas sobre mí, que nadie me crea y que me molesten. —Paula continuaba hablando con la misma fuerza, sus ojos verdes se habían llenado de lágrimas—. Me empujan cuando camino por los pasillos, me roban mis cosas y me escriben que soy una puta en mis cuadernos, en el baño hay un montón de mensajes que dicen lo mismo. —Mientras más enumeraba todo lo que sufría, más rabia se veía en sus ademanes y tono de voz—. En mi Instagram y Messenger recibía a diario mensajes de mis compañeros insultándome, preguntándome obscenidades y mandándome fotos de sus genitales.
La psicóloga, al ver lo tensa que estaba Paula, le pidió que respirara con profundidad, que sintiera sus inhalaciones y que expulsara el aire de a poco a poco. La joven obedeció y, aunque no paró de llorar, pudo ubicarse de nuevo en el entorno y permitirse sentir el alivio de por fin recuperar esa historia que el resto se encargó de arrebatarle y obnubilar.
Tras los testimonios de Gustavo y Leonardo, el comité llegó a la conclusión de que las palabras del primero se contradecían con las de los demás. Además, se percataron de los comentarios desatinados que hacía el progenitor de este, en los que insinuaba que Paula se había ganado el acoso por ser una joven promiscua, también del hecho que la madre de Gustavo se encontraba callada y encogida en un rincón, casi temblando y temiendo por algo que el resto desconocía.
Gustavo negó ser el perpetrador del acoso que sufría Paula. Argumentó que aquello fue una cuestión en la que los demás lo elegían y se dejaban llevar por los rumores. El comité le dio la razón en ese sentido, sería injusto acusar a una sola persona por las acciones de los demás. Sin embargo, cuando se le preguntó al joven por la captura que les mostró Paula, se quedó en un vahído y una vez pudo volver a proferir palabras, la seguridad en su hablar desapareció.
—¿Mandaste ese mensaje o no? —lo presionó Cecilia.
—No, yo no lo mandé —mintió, tenía la cabeza agachada—, mucha gente odia a Paula, seguro fueron ellos.
El comité tomó nota de lo observado y después lo dejaron salir junto con sus padres. La siguiente persona que entró, fue Gabriela, quien iba acompañada de solo su madre y al parecer, era la más segura de los implicados. La forma en la que caminaba y les sostenía la mirada a todos la delataba.
—Paula y Leonardo te acusan de ser quien perpetuaba el acoso contra ella, ¿es verdad? —cuestionó uno de los prefectos.
Gabriela se acomodó en la silla y clavó sus ojos en los de la directora, si bien se encontraba nerviosa por el peligro de ser expulsada y por los regaños posteriores que le darían sus padres, también estaba consciente de lo que era correcto
—Sí, yo fui quien lo empezó —afirmó sin titubear—. Hace meses mi exnovio esparció el rumor de que Paula le rogó para que ambos tuvieran relaciones. —Entrelazó los dedos de sus manos, pero no dejó de mirar al frente—. Ya que una amiga, Mónica Cruz, me mandó una foto en la que ambos estaban coqueteando afuera de la preparatoria. Como le cuestioné aquello, él se defendió diciendo que fue Paula quien lo convenció. —Mientras relataba la historia, más se daba cuenta de lo absurdo que era haberle creído algo tan incoherente—. Me enojé con Paula, le grité delante de todos, le di una bofetada y les hablaba mal de ella a mis compañeros.
Cecilia abrió los ojos sorprendida y los miembros del comité también, no se esperaban que ella soltara una verdad que terminaría afectándole con tanta facilidad. La madre de Gabriela se dio una palmada en la cara, ya estaba informada del asunto y sabía que era lo correcto, no obstante, las consecuencias de la expulsión serían graves; su hija solo tenía que cursar otro semestre más para graduarse e ingresar a la universidad.
—¿Gustavo Domínguez fue parte de esto? —Cecilia buscó los ojos de la adolescente.
—Así es —resopló Gabriela—. Él odia a Paula porque lo rechazó cuando se le declaró en público, mucha gente se burló del ridículo que hizo, pero ella nunca lo insultó, solo le dijo que no estaba interesada y que no le agradaba su presencia. —Hizo una mueca y encogió los hombros—. Gustavo se encargó de soltar los primeros rumores sobre Paula, aquello de que era una promiscua y una pervertida, y después tomó provecho del problema que tuvimos para aliarse conmigo.
—¿Alianza? —interrogó la psicóloga.
—Gustavo les decía a todos lo que sabía sobre Paula y era el primero en sugerirles que le mandaran esas fotos y mensajes, de hecho, el primer mensaje que ella recibió así fue de él. Como los demás vieron que no pasaba nada, continuaron haciendo lo mismo —relató con pesadez—. Yo me encargué de contarles a todos mi versión, que la vieran como una mala amiga, una traidora, roba novios y empecé a escribir en los baños con plumón rojo todas esas palabras sobre Paula. También invité a unas amigas para que le robáramos sus cosas y escribiéramos en la portada de todos sus cuadernos que era una... Ya saben.
Cecilia mordió el interior de su mejilla y se lamentó por no haber escuchado los primeros reportes de acoso que recibió. Los presentes observaron a Gabriela con impresión, la seguridad con la que habló y la forma en la que coincidían sus testimonios con los de los demás, los hizo llegar a la conclusión de que todo lo dicho por ella era real.
—¿Nadie empezó a acosar a tu exnovio también? —agregó un prefecto—. ¿Por qué solo Paula?
Gabriela suspiró largo y se giró para mirar de frente al hombre que la interrogó.
—Nadie lo hizo —replicó, avergonzada—, porque por alguna razón, creíamos que todo era culpa suya y que debía ser castigada.
La última persona entrevistada fue Mónica. Solo faltaba que ella confirmara los testimonios de sus compañeros para que pudieran aplicar las sanciones correspondientes y tomar las medidas de contención. Mónica entró a la oficina con las manos dentro de los bolsillos y su melena rizada totalmente despeinada, sus padres no estaban con ella, cosa que sorprendió a los presentes. Sin embargo, como ella no estaba involucrada del todo y solo era un testigo, la presencia de estos no era tan necesaria.
La joven se sentó y mantuvo la cabeza abajo, enfocándose en la alfombra percudida y los patrones de la tela.
—¿Gustavo Domínguez y Gabriela Rojano fueron quiénes incitaron a tus compañeros para que acosaran a Paula? —cuestionó un prefecto. Ya se había cansado de la sesión, solo quería cerrar el caso.
—Sí, ellos odiaban a Paula —afirmó.
—¿Sabes por qué? —agregó Cecilia.
—Porque Gustavo quería ser novio de Paula en primer año y lo rechazó; él se le declaró en un lugar donde pasaba mucha gente y creyó que así ejercería presión sobre ella para que dijera que sí —explicó, nerviosa. Jugaba con sus dedos y no podía dejar de mover los pies—. Él se ofendió por eso y empezó a odiarla. Me lo decía todo el tiempo, a pesar de que éramos novios. —Admitir aquello le dolía, la hacía sentir como una consolación.
—¿Y Gabriela? —habló la psicóloga.
—Yo le mandé a Gabriela una foto en la que Paula y su exnovio aparecían juntos afuera de la prepa —confesó, avergonzada. Sabía que, de no haber tomado y enviado esa foto, su grupo de amigas seguiría intacto y Paula no hubiera sufrido—, solo le pregunté a mi amiga si ya había terminado con él y pues, me dijo que no, que ellos se habían reconciliado. Gabriela le preguntó a Rodrigo y él, para limpiarse las manos, inventó que Paula se lo rogó.
El testimonio de Mónica encajó con los de los demás, lo que le dio puntos a la veracidad de estos e inclinó la balanza en favor de Leonardo y Paula. No obstante, todavía era muy pronto para sancionar a alguien porque hacían falta más pruebas. Consciente de eso, Cecilia lanzó la pregunta que podría resolver de manera inmediata el asunto:
—¿Tienes formas de probar que eran ellos los incitadores?
Mónica alzó la cabeza, hizo sus cabellos rizados hacia atrás y torció la boca. Lo dudó por unos segundos, aunque les dio su palabra a Leonardo y a Paula sobre decir la verdad, comenzaba a temer del mensaje de Gustavo y del que no se tratase solo de una amenaza.
—Mónica —la llamó el prefecto—. ¿Las tienes o no?
Convencida de lo que debía hacer, sacó su celular del bolsillo de sus pantalones y buscó entre los álbumes de su galería la carpeta en la que guardó todas las capturas que pudo tomar de los mensajes de Gustavo y Gabriela. Mónica le entregó el móvil a Cecilia y les dijo que se trataba de un álbum completo, que revisaran todo lo que se encontraba ahí.
—Gustavo me enviaba mensajes riéndose de las cosas que le mandaban a Paula y también me lo decía en persona —contó con la voz hecha un hilo—, Gabriela siempre se enojaba conmigo por seguir hablándole y me mandó fotos de lo que hicieron con los cuadernos de Paula.
La directora deslizaba el dedo por el aparato para leer las capturas, aunque no eran mensajes muy explícitos, sí se comprobaba lo ensimismados que estaban Gabriela y Gustavo a la hora de perpetuar el acoso. Una vez terminó, pasó el celular a los demás miembros del comité para que estos vieran las pruebas y llegaran a la misma conclusión.
—Cuando salía con Gustavo y sus amigos, él era el que siempre sacaba a Paula a colación y desviaba la conversación para que terminaran insultándola y diciendo vulgaridades de ella —titubeó, era algo muy fuerte que le costaba confesar sin sentirse mal consigo misma por no defenderla—. Hace unas semanas, Paula se quedó a dormir conmigo, en la mañana hablamos sobre el tema de su embarazo y como Gustavo cree que puede entrar a mi casa como si nada, nos escuchó.
» Se burló de Paula y le dijo que todo fue culpa de su promiscuidad, pero yo no fui capaz de defenderla. —Tragó saliva y sintió sus ojos cristalizarse—. Mi amiga solo se marchó y ya. Cuando Gustavo y yo nos quedamos solos; él, sin importarle que yo le dijera que no, le mandó una nota de voz a Gabriela contándole eso. Ellos se encargaron de regar el rumor entre mis compañeros y de volver a desatar el acoso contra Paula. Incluso, Gabriela se las ingenió para juntar un montón de notas adhesivas y pegarlas en su banca antes de que llegara la profesora.
—¿Y por qué no la defendiste? —preguntó otro de los prefectos.
Mónica mordió su labio inferior y dejó que un par de lágrimas se le escaparan.
—Porque tenía miedo —chilló—, me daba miedo que me hicieran lo mismo que a ella, por eso preferí quedarme callada.
Al final el veredicto quedó en que Leonardo se reintegraría a las clases con normalidad, mientras Carlos sería suspendido y forzado a hacer servicio social comunitario durante todas las vacaciones de invierno, Gabriela estaría suspendida por dos semanas, forzada a hacer servicio social comunitario también y no tendría derecho a asistir a la fiesta de graduación ni a ningún otro evento de la institución; además, cualquier falta de disciplina, como retardos, usar el teléfono en clase o irse de pinta durante una sesión, implicaría una expulsión inmediata sin derecho a carta de buena conducta.
Gustavo sería expulsado sin derecho a una apelación de la institución y de las demás dependencias anexas a estas. Lo que incluía el inscribirse a otra preparatoria pública con el mismo sistema y el ingreso a la universidad del Estado. El castigo del joven fue mucho más pesado que el de los demás porque a diferencia de las acciones de Gabriela, él había acosado sexualmente a Paula, empezado una pelea física en los pasillos y amenazado a dos estudiantes.
Cuando se terminó de explicar la conclusión, Paula y Leo se miraron con alivio, creían que estaban cada vez más cerca de calmar las turbulencias de las últimas semanas. Sin embargo, ella no pudo evitar sorprenderse por la parsimonia que presentaba Gustavo ante todo el castigo que recibiría, él se encontraba absorto en la pantalla de su celular y fue el primero en salir de la oficina, marchándose junto con los reclamos de su padre y los llantos de su temerosa madre.
Paula cerró los ojos e imaginó que lo peor les sucedería a ambos, por primera vez llegó a sentir pena por Gustavo y a comprender parte de las razones del por qué se comportaba de ese modo. No obstante, sus cavilaciones se vieron interrumpidas cuando sintió una vibración en el bolsillo de su chaqueta, sacó su celular y miró la notificación en la pantalla, dio un sobresalto y mordió con fuerza su labio inferior cuando vio que se trataba de un correo electrónico que veía con el usuario de Gustavo.
En silencio y con prisas salió de la oficina de dirección, ignorando las miradas extrañadas del resto. Paula se recargó en la puerta, tomó una bocanada de aire en un intento por calmar sus ansias y abrió el mensaje, encontrándose con que no solo se lo envió a ella, sino a otro montón de direcciones más; correos pertenecientes a sus compañeros de clase y a otras personas que estudiaban en esa misma preparatoria. Tragó saliva y sintió el sudor frío resbalar por su frente, mientras una corriente eléctrica recorría su espina dorsal.
Desabrochó el cierre de su chaqueta debido al bochorno y a la dificultad que tenía para respirar. Bajó al contenido del mensaje y dio con las imágenes que tanto temía Moni fueran compartidas, las fotografías íntimas que se suponía él borró delante de ella.
Paula estuvo a punto de arrojar el celular a la pared, mas controló la marea de emociones que estaba por desbordarse de su ser.
¡Hola, conspiranoicos!
En este capítulo Gustavo se portó como un desgraciado, ¿qué creen que pase con Moni?
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