Capítulo 1: El Lamento del Jardín Efímero
Cuenta la leyenda, en lo más recóndito del bosque, oculto entre sombras y misterios, yacía el Jardín Efímero, un lugar enigmático que albergaba el Árbol de las cuatro estaciones. No se trataba de un árbol de cuentos de hadas, sino de un lugar donde la magia y la tragedia danzaban al compás de las estaciones.
Aurora tenia solamente 18 años, vivía en los barrios mas peligrosos de la ciudad. Robos, asesinatos, engaños... era todo lo que ella tenía. Atormentada por sus propios demonios, consumida por el destino que le había ofrecido la vida, despojada de la felicidad desde el día que nació. Estaba desesperada, quería terminar con todo y dejar de pensar. Pero un día, robando en el mercado, escuchó a una señora mayor hablar sobre el Árbol de las Estaciones. Dicho árbol, oculto en el Jardín Efímero, podía otorgar la felicidad a cualquiera que lo encontrara. ya que contenía una sola hoja dorada valorada para muchos, y que podría volver rico a cualquiera que la arrancara. Todo el mundo la trataba como una loca, la cual ella sacó un pergamino de su bolso, zarandeándolo con furia y diciendo que ella sabia el camino, y que por unas pocas monedas vendería su secreto. Entre risas de los comerciantes, la mujer se fue. Pero Aurora la siguió.
Cuando la mujer se paró en una tienda, Aurora le robó el pergamino sin que se diera cuenta. Al abrirlo, vio un mapa del bosque hacia el Jardín, un camino hacia su supuesta libertad.
Parecía imposible, pero Aurora no tenia nada que perder y sin pensarlo, empezó a andar. Tal era su angustia, que eligió perder su vida en el bosque, que seguir arrastrándose en el fango.
Cuando llegó al bosque, fue arrastrada por el interior como si algo la llamara, o quizás era su propio dolor que ya la había trastornado. Estaba obsesionada, no paraba de pensar en el Árbol y en la felicidad que éste le podía otorgar. ¿Era real acaso? No importa, pensó Aurora, ya que su realidad era mas cruel.
Pasaron los días, tenía la ropa manchada, sucia, sin comer, incluso de antes de iniciar ésta arriesgada aventura. Los moratones y heridas de enfrentamientos pasados que tenia en su cuerpo le recordaban que no quería volver.
Pero cuando creía que ya era su fin, llegó a su destino: El Jardín Efímero.
Tuvo que frotarse los ojos varias veces porque no podía creer lo que veía. Toda flor, planta, e incluso el agua, se encontraban en un ciclo de inicio y fin. Todo nacía, crecía, moría, y volvía a empezar en ese momento. Y en el centro del todo, allí estaba. Un árbol que tenia reflejado las cuatro estaciones en sus hojas.
No pudo evitar que las lagrimas cayesen por sus pómulos marcados, y corrió como si la llevase el mismo diablo. Y allí la vio, entre todas las hojas, la única que brillaba con un tono dorado . En medio de su desesperación, no se lo pensó y tocó la hoja dorada del Árbol de las Estaciones, sin comprender las consecuencias de su acción.
A medida que las hojas doradas del árbol se desprendían y caían al suelo, el jardín comenzó a cambiar con una intensidad abrumadora. Aurora se encontró atrapada en un torbellino de emociones y de recuerdos, cada vez más intenso que el anterior. La primavera trajo consigo la pasión desenfrenada y la euforia, pero rápidamente fue reemplazada por el calor abrasador del verano, que la dejó exhausta y confundida.
El otoño llegó con un sentimiento de melancolía y pérdida que caló hasta lo más profundo de su ser. Las hojas cayeron una a una, como lágrimas secas, y Aurora se encontró en medio de una espiral de dolor y añoranza. Finalmente, el invierno se abatió sobre el jardín, cubriendo todo con un manto de frío y soledad. Aurora se sintió consumida por la tristeza, incapaz de escapar de la prisión emocional que había desatado.
Aurora se dio cuenta de que el jardín no solo reflejaba las estaciones y la vida, sino también sus propios sentimientos y anhelos. Cada cambio de estación era como un grito desesperado de su alma. Pero no podía rendirse, no quería rendirse. Ella quería esa hoja, y estaba dispuesta a pasar por todo ese tormento las veces que hicieran falta.
El Árbol de las Estaciones, testigo silencioso de la tragedia que había desencadenado, susurró palabras de advertencia a Aurora. Le habló sobre la importancia de enfrentar sus demonios internos en lugar de huir de ellos. "Vuelve, niña, que ésta sea una lección para ti, para que tu misma también cambies como las estaciones. Esa será tu verdadera felicidad". Pero Aurora, atrapada en su espiral de dolor, no quiso escuchar, y entre los rugidos ensordecedores de sus propias emociones, siguió intentando arrancar la hoja.
El tiempo pasó y Aurora quedó atrapada en el jardín, presa de su propia obsesión. El ciclo de las estaciones continuó girando, y el jardín se convirtió en su tumba emocional. Su historia se convirtió en una leyenda triste que advertía sobre los peligros de buscar la evasión en lugar de enfrentar la realidad.
Y así, el Jardín Efímero y Aurora quedaron entrelazados en un eterno lamento, un recordatorio sombrío de que el escape no siempre conduce a la liberación y que la obsesión puede consumirnos lentamente.
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