TERCERA NOTA III

Los sábados seguía una rutina bastante vergonzosa, claro, antes de conocer a Paula no me parecía mal lo que yo hacía, pero con el tiempo se me hizo reprochable mi proceder pues replante mis objetivos.

Sin levantarme de la cama, busqué mi teléfono celular. En la app de mensajería instantánea, busqué los últimos mensajes, necesitaba encontrar al último chico que le había dado el sí.

En la universidad todos me veían como una mujer intocable, incluso, inalcanzable. Por esa y otras razones muchos querían conquistarme y me pedían salir. En las citas yo siempre actuaba como una persona inocente cuyo corazón no podía fijarse en alguien; eso para los chicos era un desafío, supuestamente querían ser la persona capaz de "descongelar" mi corazón. Pero me aprovechaba de su empeño, para sacar algún beneficio. Yo vivía de todo lo que esos chicos me regalaban. Desde comida hasta joyas, incluso, una vez me ofrecieron un automóvil. Aceptaba sus regalos, sus invitaciones, los utilizaba y después los dejaba con el corazón roto por no poder corresponder sus sentimientos.

-Sebastian Vega -de todos los chicos con los que había salido este sí que era lindo, pronto lo tendría en mi lista.

A él le gustaban los deportes extremos, ejercitaba muy bien su cuerpo y su cara varonil parecía la escultura de un gran artista. Debía ser cuidadosa en mi juego porque él era conocido como un jugador. Estaba arriesgando mucho pero su familia era adinerada y sus cuentas bancarias me tentaban, además, me sentiría orgullosa de lograr algo con un chico tan popular en la universidad.

Mi autoestima se cimentaba en cuántos chicos se fijaban en mí. En mi último año de escuela descubrí que me hacía sentir bien cuando un chico trataba de conquistarme o escuchaba los halagos por los pasillos del colegio. Así que por mi bien, fui perfeccionando el arte de la seducción y al final se convirtió en casi una adicción, necesitaba sentirme admirada y requería obtener algo para mí como un trofeo.

El problema en todo ello era que me resultaba imposible involucrarme sentimentalmente con alguna de mis conquistas. No era capaz de amar y tampoco disfrutaba de sentirme querida.

Sabía que lo que empezó como una diversión podía terminar como una triste tragedia y mi corazón sería el más perjudicado.

Estaba en la ducha. Mantenía los ojos cerrados mientras el chorro de agua fría me caía en la coronilla, regándose por mi cuerpo. Con las manos ayudaba a eliminar el jabón de mi morena cabellera. Mientras tanto, pensaba en lo que me había dicho la señora María.

Paula me veía como un ángel, la había impresionado. Si tan solo supiera qué clase de mujer soy. Quizás mi compañera de escuela tenía razón, Paula no sentía como las demás personas, ella veía en mi algo que no existía y no era capaz de percibir la maldad. No había una buena persona en mí.

Cerré la llave y antes de tomar la toalla, observé mi cuerpo. Mi abdomen era plano, suavemente marcado. Odiaba hacer ejercicio pero necesitaba estar en forma para mantener mi atractivo físico y sobrevivir en mi juego. ¡Yo era una farsa!

-Conquista a alguien con dinero y prevalecerás -repetí una y otra vez frente al espejo.

Esa era mi intención con las personas. Me acercaba a ellas por interés. Era mi instinto y no podía controlarlo. Al mismo tiempo sabía que mi forma de actuar era un mecanismo de defensa, la manera de sobrellevar mi pasado.

El plan para ese día era sencillo, y agradecía al decano que estableció que el trabajo de análisis de estados financieros se debía hacer entre dos personas, él mismo nos asignó con lista en mano, ahora mi compañero era Sebastián Vega.

Nos reuniríamos para hablar sobre el proyecto, él vendría a mi casa. Vivía en un estudio, en el onceavo piso de un edificio sobre la avenida primera, en la ciudad de Montería. Frente a mi casa podía ver el río Sinú y al lado a orillas de éste quedaba el parque donde acordamos con Sebastián.

Salí de mi casa con poco maquillaje, luciendo natural, con ropa cómoda y deportiva, no daba la impresión de ser una chica obsesionada con la apariencia y eso les gustaba a los chicos, que yo parecía una mujer diferente a las demás, decían que yo era bonita, divertida e inteligente, y con mi apariencia inocente no eran capaces de pensar de otra manera, caían rendidos ante mi buena fachada.

-Lauren -me llamó una voz masculina.

Se trataba de Sebastián. Había estado esperando en el lobby del edificio y yo no lo había notado. Ahora salía por la puerta tras de mí, con una sonrisa encantadora. El chico de verdad me parecía guapo, probablemente a él le permitiría besarme dada la ocasión.

-¡Ah! ¡Hola! -sonreí tratando de lucir avergonzada- Estoy llegando tarde a la hora acordada, por eso andaba a la carrera y no te vi.

-Yo venía a buscar tu casa. Me preocupe pensé que te había ocurrido algo y no llegarías. Como no contestabas tu celular -explicó con tono amable.

-Lo he dejado en mi habitación, sin volumen. Perdona por preocuparte -sonreí tímidamente y así empecé mi jugada.

Antes de tratar temas serios, Sebastián me invitó a desayunar, terminé confesando que no había tenido tiempo de desayunar por la prisa que traía, me había levantado tarde porque no había dormido mucho pensando en cómo presentar nuestro proyecto. Todo era planeado, no desayuné por gusto y la verdad es que había dormido mejor que nunca la noche anterior.

En el restaurante terminamos hablando banalidades y riendo por casi todo. Al salir nuestro proyecto había pasado a un segundo plano, conocernos era lo más importante ahora. Sebastián se lamentaba no haberme hablado antes, decía que no me imaginaba tan interesante, nunca se había fijado en alguien con tan buenas calificaciones, pues normalmente no eran personas divertidas según su concepto.

No sé por qué sentí el impulso de invitarlo a mi hogar, ese era mi santuario y estaba libre de toda persona que no significaba nada para mí. Pero terminé con él, de pie, frente a la puerta de mi estudio. Allí, en ese momento empecé a dudar de mí, quizá me estaba involucrado demasiado con ese chico, invitarlo a pasar significaba confianza y cercanía.

-Si está desordenado no te asustes, probablemente mi lugar de habitación es el reflejo de mi vida -bromeé. Pero no estaba lejos de la realidad.

Abrí la puerta dejando ver el lugar. Consistía de un salón mediano, donde estaba el mueble del televisor, un sofacama, un escritorio pequeño y su silla, una estantería, y la diminuta cocina que estaba separada por una barra que usaba de comedor. El cuarto de servicio y el baño estaba en la parte de atrás.

-¿Un Playstation? -preguntó Sebastián sorprendido, se arrodilló frente al mueble para confirmar lo visto- ¿Qué haces con Play aquí?

-Jugar -respondí con simpleza y un poco de sarcasmo en mi voz, era una pregunta con obvia respuesta.

-¿Qué juegos tienes? -no dejaba de sonar sorprendido.

No respondí con palabras, solo giré mi cuello hacia la ventana y le señalé la estantería; de la mitad para arriba tenía libros de estudio, pero, la mitad restante estaba llena de videojuegos.

Como si se tratara de un niño pequeño, Sebastián corrió hacia la estantería y empezó a mirar uno por uno los discos. Entonces tomó uno y me miró.

-¿Por qué tienes tantas juegos de fútbol? ¿Sabes jugar FIFA?

Me contuve de rodar los ojos y le mostré una sonrisa, mostrando mi autocomplacencia.

-Soy muy buena jugando ¿Estás listo para perder? -lo desafíe.

Y así fue como terminamos jugando, por horas.

Ese día Sebastián pagó mi desayuno, compró nuestro almuerzo a domicilio y ordenó una pizza para la cena poco antes de irse a su casa. Sobreviví un día más e incluso guardé la comida sobrante para calentar al día siguiente. Pero eso no fue todo, él cometió la imprudencia de apostar unos cuantos dólares que tenía en la billetera, estaba seguro de que me iba a ganar, pero yo gané los tres partidos.

-No le digas a nadie que permití que me ganara una niña -me advirtió con tono burlón antes de salir. Yo asentí y después cerré la puerta tras él.

Me dejé caer resbalando mi espalda contra la puerta. Pronto tenía que pagar el arriendo y eran esos dólares justo lo que necesitaba. Era un golpe de suerte ¿No?

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