CAPÍTULO 41

Caleb

Los días se hacen oscuros sin ella. Nada es como antes. El cielo carga las nubes más oscuras por cada hora que pasa. La sensación de la arena entre mis dedos refrescándome con su humedad es lo único que me recuerda que estoy vivo. Sentir.

Estoy sentado en la playa, la misma que he estado visitando seguido últimamente. Aquí liberé las cenizas de mi madre, nuestro lugar cada que quiero contarle algo, por más deprimente que sea.

Me hacen falta. Ambas.

Mis dedos solo presionan el artefacto que un día se creó para comunicarse. Si la pantalla se encendiera trayendo la noticia de que mi loca se ha despertado, sería el hombre más feliz. Sin embargo, la pantalla solo muestra un borroso reflejo, un chico con la mirada cansada. Yo.

De repente, un grupo de amigos salen de una cabaña frente a la playa, un restobar. El ruido de sus risas me hace arrugar la frente, haciéndome ver que es lo que sucede. Envidio la escena, la felicidad de una de las parejas, la sonrisa y el murmullo que uno de los jóvenes le da a su novia, el sonrojo que provoca por su indiscreción. Cuanto daría por ese sonrojo en mi chica. Una sonrisa.

—Vete de aquí— volteo ante un pequeño escándalo.

Dos hombres echan a otro de la misma puerta por donde ha salido el grupo de amigos. El hombre cae al suelo de madera, pero no tarda en levantarse. Lo observo bajar las gradas hasta tocar la arena con sus zapatos de traje. Su camisa en algún momento fue celeste, arrastra su chaqueta hasta estar a unos cuatro metros de mí. Su barba está crecida y su cabello largo y canoso tapa parte de sus ojos. Él aprecia el mar como yo.

—No lo hagas— susurro imaginando sus intenciones.

No obstante, estira la primera pierna hacia adelante, deja caer su chaqueta y continúa con la otra pierna. Se tambalea, pero no impide que siga su camino desalineado a las olas del mar.

—¡Oiga!— grito, pero me ignora. Me levanto de mala gana. —¡Oiga!

Nada.

Puedo ver como se retuerce por lo helada que debe estar el agua, su cuerpo se va hundiendo por la profundidad de la arena.

—Merda— gruño viendo que no hay nadie viendo. Me quito mi calzado y dejo caer el teléfono que he estado atesorando por un tiempo.

La temperatura fría estampa contra mis huesos haciendo gruñir una segunda vez, tengo que nadar para llegar al hombre que apenas muestra rastro porque ya las olas tiran de él. Tiro del hombre cuando logro tomar alguna parte de su camisa. Resulta ser un peso que intenta jalarme con él. Tomo de un puño más fuerte su camisa y con las últimas fuerzas que me quedan lo arrastro hacia la superficie.

La boca del hombre se abre por oxígeno al mismo tiempo que yo uso una mano y los pies para ir a la orilla. Una vez tocamos arena, el hombre se tumba expulsando el agua que resta en su garganta.

Paso una mano por mi cabello, estoy seguro de que está vivo por lo que mi labor ha terminado.

—Oye— me llama cuando nota que me alejo. —Debiste dejarme....— solo entonces su voz se me hace conocida.

Mi cuerpo gira con las gotas resbalando por todo mi cuerpo. Mis ojos se enfocan en el rostro descuidado. Esos ojos verdes ya los había visto. Claro que lo conozco. Gregory Archer.

Su expresión al reconocerme tampoco es fingida, él parpadea y parece que tiene un poco de vergüenza. Hace mucho que no pensaba en Gregory, la última vez que lo vi estaba limpio, aunque ya había visto su problema. Lo perdido que terminó por la pérdida de su hijo.

—Debería volver a su casa— mi padre no debería tenerla fácil. —No le ponga fácil las cosas a Richard.

El padre del principito hace el intento de levantarse pero es muy torpe para lograrlo, prefiere sentarse en la arena.

—No he pensado en tu padre por mucho tiempo.

Ya veo.

—Ya somos dos— miro el horizonte un segundo.

—Él ya ganó.

Se dio por vencido.

—Richard al menos te tiene.

No muestro expresión, pues la única que podría hacer es una mueca de desagrado.

—No creo que eso le interese.

El hombre viejo y demacrado me mira de una manera en que no me gusta. Compasión.

—Es que está cegado por querer ser el mejor. No se da cuenta lo que puede perder, lo que realmente importa.

No estoy seguro de si es la brisa o sus palabras las que logran retorcerme. La vida de mi progenitor no es un cuento de hadas, su divorcio podría tenerlo preocupado si sus ventas no se hubieran elevado con el retiro de la editorial de Gregory. Si Richard está preocupado, es solo por conservar y aumentar los inversores.

—¿Crees que estén bien?

Su cambio de tema me hace bajar la guardia como los hombros.

—Eso quiero creer— realmente me bastaría con saber que ya no siente dolor.

—Debí escucharlo— su propia mano empieza a golpear su pecho y su rostro.

Me quedo de pie viendo como intenta hacerse daño.

—Él debe saber que lo lamento— llora como un niño. —Que lo siento.

No pienso en detenerlo. Me siento a su lado escuchándolo sollozar.

—Ahogarse en alcohol no va a cambiar nada— suelto sabiendo que puede oírme. —Créame, hice algo parecido.

—Le quité su sueño. Ya no tengo razón para...

—¿Está seguro?—cuestionó recordando a su esposa. —¿La mujer que tuvo a su hijo no es suficiente razón?

Los ojos del hombre tienen un ligero cambio.

—Bea ya no quiere saber nada de mí.

—¿Cree que a ella no le duele? También era su hijo, lo llevo nueve meses en su vientre y usted debería estar a su lado, siendo el hombro donde llorar. ¿Pero qué está haciendo? ¿Beber sin control? ¿Comportarse como un alcohólico provocando pena a los demás? ¿No cree que ella tiene suficiente con la pérdida de su único hijo como para soportar a su alcohólico marido?

En un segundo estoy expulsando todo contra él. Es parecido a una desesperación de injusticia, algo que probablemente sintió Harriet conmigo, cuando me desviaba del camino cegado por mi pérdida.

—¿De qué sirve lamentarse?— interrogo. —¿Cree que el prin.. Nate lo está viendo con una sonrisa donde quiera que esté?— el hombre pestañea con la boca abierta. —Quizás no debí sacarlo del agua.

Me pongo de pie y sacudo la arena pegada por la humedad de mis pantalones.

—Una vez alguien me dijo que una buena forma de superar el duelo es escribiendo una carta a esa persona, libera los sentimientos acumulados y te despides, ya que no tuviste la oportunidad.

Gregory escucha con mucha atención, interesado en lo que le digo, hasta este instante no lo había tenido tan atento a mí.

—¿Y luego qué se hace? Con la carta.

Me fijo en el horizonte, donde el cielo está dividido por las aguas que se llevaron a mi madre.

—Puedes quemarla o enterrarla— recuerdo sus palabras.

—¿Funciona?

—No lo sé— digo la verdad. Yo tuve la oportunidad de despedirme de mi madre, sabíamos que pasaría. —Pero a alguien le funcionó.

—¿Escribirás una carta para ella?— se refierea Harriet.

Presiono mis manos al entender que él cree que no va a despertar.

—No. Ella despertará.

El hombre nota que ha tocado un tema delicado.

—Entonces escribe algo más— lo miro sin entender. —Para cuándo despierte.

La idea no es descabellada, el hombre aún tiene algo de sensatez. Escribir puede ser algo en lo que pase mi tiempo, esperando que ella despierte.

Inhalo trayendo ideas en mi mente. Ambos vemos lo mismo, el sol empieza a ocultarse dejando un color anaranjado intenso en nuestro entorno. Es hora de volver al hospital.

—Él no solo tenía un sueño— comento antes de dejarlo con sus pensamientos. —Al menos uno de ustedes sabe de eso.

Subo a mi moto, pudiendo observar aún al hombre sentado en la arena. No hay nada que me haga creer que no volverá a meterse a dar un baño en el mar, pero tengo el presentimiento que lo he dejado con mucho que pensar y algo por hacer.

Lo salvé. ¿Considero mi deuda pagada?

(...)

Cierro en un puño el vaso que me ha suministrado cafeína y lo tiro en el tacho antes de entrar a la habitación de Harriet. Mi cabeza sabe que iré directo a la silla que está a su lado, pero no puedo hacerlo en cuanto veo que está ocupada.

—Nadie te dijo que no se toca lo que no es tuyo— pregunto quitándole el cuadernillo que había dejado en custodia de mi chica.

—¿Es tuyo?—pregunta absurdamente. Adams observa el cuero del cuadernillo y rueda los ojos. —Claro que sí. ¿Es tu diario?

—¿Quieres otro yeso?— cuestiono viendo ya el de su pierna. Él se acomoda en el asiento sin responderme. —¿Qué haces aquí?

—Vine a verla— desvío la mirada al rostro que duerme tranquilo.

—Ya puedes irte— ya que tiene su trasero en mi silla me acerco al pequeño sofá.

—Modales— la voz de la abuela de Harriet me toma desprevenido. —¿Por qué quieres echar a este buen muchacho de la habitación?

Mi vergüenza está oculta por mi seriedad. Ryan sonríe, lo hace apropósito.

—Descuide señora— Ryan toma partido en la conversación. —Estoy acostumbrado a su mal humor.

—¿En serio?— los dedos de nonna se colocan en mi hombro haciendo sentir incómodo. —Creí que eras más amigable.

—Es que leí su diario.

No me molesto pues si lo hubiera hecho sabría que no es mi diario.

—¿El cuadernillo?— nonna busca el acumulado de hojas en mi poder. —¿Lograste leer algo? lleva escribiendo varios días.

—Lo iba a hacer pero me lo quito— sonrío. —¿Qué es?

—No me lo quiere decir.

Mi presencia pasa a ser invisible para ambos. Me molesta. Noto como el castaño desvía la mirada, burlándose de mí. Me molesta aún más.

—C'è un problema?

—la baciò— <la besó> confieso en nuestro idioma natal.

La mujer se sorprende observando más allá de mí, el castaño observa a la castaña de la cama.

—Cuida tus manos si no quieres un yeso en ellas Adams— sugiero cuando veo perfectamente como decide poner una sobre la cama, muy cerca de ella.

Nonna suelta una carcajada que Ryan intenta compartir. Me entretengo contestando mensajes de Nina, Sky y Devi, todas queriendo saber novedades. Al poco tiempo nonna se va a descansar, dejándonos solos.

—¿Crees que nos escuche?— levanto la mirada de mi aparato.

—Se lo preguntaremos cuando despierte— digo volviendo a lo mío, pero no puedo concentrarme ni un segundo cuando vuelvo a verlo.

—Deja de mirarla, la vas a gastar.

Ryan balbucea algo que seguro es un insulto.

—Solo di que quieres que me vaya.

—Quiero que te vayas— sonrío, pero él no.

—No sé cómo te soporta— ya lo había oído antes.

Ryan hace fuerza con los brazos para levantarse, no quiero que lo note pero ando pendiente hasta que logra tomar sus muletas para apoyarse.

—Solo vine a agradecerle— dice observándola. No estoy seguro de a quién se lo dice. —Si no fuera por ella, no estaría aquí.

Ah.

—Espero que despierte pronto, mi madre reza por ella todos los días.

Aquello crea una punzada en el pecho. No sé si es la envidia de que tenga una madre o la tristeza de saber que la mía estaría haciendo lo mismo si estuviera aquí. Quiero decir gracias, pero no sale nada de mis labios.

—Nos vemos, Lodge— sus muletas crean ruido que deja al cada paso, antes que abra la puerta me dirijo hacia él.

—Gracias...— cuesta decirlo cuando lo veo alzar los labios a los lados. —A tu madre.

Ryan blanquea los ojos. —Madura.

Regreso a mi silla y abro el cuadernillo que poco a poco se va quedando sin hojas en blanco. La punta de mi lapicero empieza a dibujar una nueva línea. No puedo estar mucho tiempo escribiendo sin tener la necesidad de echarle una mirada, una ojeada a esas facciones que me vuelven loco desde el primer día. Esperando que despierte.

Despierta, loca.

060224

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