CAPÍTULO 11
Caleb
¿Por qué tenía que usar un vestido?
La única vez que la vi con un vestido corto llevaba unas ridículas alas en su espalda, era Halloween. Y no sé que tanto sepa, pero el rojo hizo que necesitara alejarme para no hacer algo indecente con ella.
Aunque por mi mente ya pasaban muchas ideas.
El color negro hace que su piel resalte, puedo ver donde termina la tela y comienza sus piernas, para mi entrepierna es una tortura.
—Para ya— no pierdo el tiempo de parpadear para disfrutar de la vista hasta llegar su rostro.
Esas mejillas se han puesto rojas. Rojita.
—No he hecho nada— en sí, no lo hice.
No he tenido la necesidad de tocarla para que camináramos lejos del escándalo juvenil, no porque no quisiera. Algo me dice que si la toco terminare abalanzándome sobre ella.
Por más bueno que suene, no puedo hacerlo.
Sin embargo, agradezco que se levantara cuando pregunte si podíamos hablar, su amigo se quedó solo y no siento remordimiento de ser el causante.
—Estás viéndome— sus brazos se cruzan, agarrando sus codos contrarios.
—Espera.
Levanto mi suéter tejido y lo paso por mi cabeza. Lo acomodo y lo sujeto por encima de la suya.
—Estoy bien— interfiere con mi propósito.
—Tienes frío— intento de nuevo, pero ella da un paso hacia atrás.
Lo hace tan rápido que olvida que se encuentra en la arena y pierde el equilibrio. Mis reflejos acuden, mis dedos atrapan una de su mano y jalo de su cuerpo para envolver su cintura con mi otra palma.
Todo ocurre tan rápido que nos tomamos tres respiraciones profundas para entender que nuestros pechos están pegados, sintiéndonos uno al otro.
—Loca, ¿Olvidaste que no hay piso firme?— sus pestañas llenas de tinta se agitan frente a mi rostro.
Está hermosa, pero la prefiero natural. De la manera en la que despierta y únicamente yo podría ser el privilegiado de verla.
—Eres un tonto— volvimos a los apodos cariñosos.
Lo tomaré como un avance.
Ella empuja mi pecho logrando que la suelte, tal vez no avanzamos tanto. Recojo mi suéter de la arena e intento dárselo de nuevo.
—Póntelo, por favor— si quiero decirle lo que he pensado necesito estar enfocado. —O no podre concentrarme.
Me encanta causarle calentura en sus mejillas. Con rendición toma mi suéter y lo pasa por sobre su cabeza, le queda muy grande y para agradecer cubre todo el vestido.
Sus zapatillas me causan gracia, no entiendo por qué iba a querer estar incómoda, pero siempre encontraría algo que la represente.
—¿Feliz?— dice alzando las manos.
Muerdo mi labio para no reír por la forma en la que las mangas cuelgan de ellas.
Ya ni puedo recordar el porqué estamos como estamos.
—Molto felice. <<Muy Feliz>>.
Pero ella sigue intentando hacerse la dura, desde que llegué una pequeña parte de ella cambió.
Poco a poco dejo de ver el chiste, mis labios forman una línea al igual que ella. Nos observamos uno al otro, sin decir nada, como si nuestras miradas batallaran por entenderse de esa manera. Hasta que uno rompe el silencio.
—Lo siento— dice mi loca. —Por no haber podido decirte lo feliz que estaba por tu recuperación.
Es extraño como un silencio puede calmar el asunto a veces. Otros lo usan como un detonante, pero nosotros lo acabamos de usar para pensar, sin echarnos para atrás. Y creo que se debe a que ambos estamos dispuestos a hablar.
—¿Recuerdas la vez que te encontré en la playa?— pregunto con los dedos metidos en los bolsillos de mi pantalón.
—Fue en la fiesta de la fogata— exactamente, una celebración como esta.
—Aventaste mi último porro al mar— seguro lo recuerda.
—Me dijiste que no debí hacerlo.
—Sí— sonrío. No es lo que quiero que recuerde. —Esa noche fumé a tu lado y no debí hacerlo.
Harriet frunce el ceño, no lo comprende.
—No tenías que estar cerca de mí cuando lo hice. Fue irresponsable de mi parte, cada vez que estuviste cerca.
—Pero no me hizo nada.
—No tenía que esperar que lo hiciera para darme cuenta.
Sus ojos me examinan como si estuviera descifrando cada palabra que digo.
—Te puse en riesgo.
—No fue apropósito.
Claro que no, no puedo ni pensar en lastimarla. La palabra peligro y ella no pueden estar juntas.
—No me hubiera perdonado si caías en eso.
Ella frunce los labios.
Es momento de decirle, tuve que hacerlo cuando llegué, las cosas serían distintas.
—Lo que escribí en esa carta era verdad— cada palabra. —Y la razón por la que Nina podía ayudarme... es porque ella pasó por eso.
Espero que diga algo, pero no hay gesto que me indique que lo hará.
—Ella hacía lo mismo que yo...
—¿Nina fumaba?— aunque suena a pregunta realmente no lo es.
Sí. Nina fumaba hierba.
—Antes de venir por mi madre, Nina quería que nos rehabilitáramos juntos. Yo tenía muchos problemas con los hospitales, pensar en dejar lo único que me hacía sentir mejor era un disparate para ese entonces.
Tiene los labios separados de la impresión.
—Conoció a una amiga, estudia enfermería— no recuerdo el nombre, son pocas las cosas que me dijo de ella. —Ella la ayudo a dejarlo, desde casa.
—No entiendo— niega con la cabeza.
No se lo esperaba, pero tengo que hacerla entender el porqué busque a Nina para que me ayude.
—El día que la encontramos— las fiestas. —Tuvimos una conversación corta, sabía que lo había dejado con solo verla. Si ella había entrado a un centro sería uno sin recursos porque tampoco tenía dinero. Yo quería esa información.
—Yo los vi por el espejo— susurra.
—Lo que me dijo me sorprendió, no creí que hubiera tenido éxito sin ir con personal capacitado— no quiero tocar el tema de mi madre. —Pero dijo que podría ayudarme, el mismo proceso que ella tuvo. Se ofreció.
—Por eso la llamaste.
—Me negué en un inicio— sabía que no podía ser una buena idea. Si le dejaba escrito a donde iba, nunca iba a perdonarme. —Luego, tuve que pensarlo mejor.
Siento que estoy soltando muchas revelaciones que tengo que estar seguro de que ella está bien con todo.
—¿Y qué paso?— una diminuta sonrisa se me escapa.
Ella está bien.
—Tenía que elegir entre generarme una gran deuda con la amiga de mi madre y pasar un tiempo indefinido encerrado como paciente, o ir con ella y volver a verte en unos meses, volver a la escuela era una excusa perfecta para volver a ti y...
—y...
—Que pudiéramos tener una vida juntos.
Parpadea con los ojos bien abiertos, hay un bonito brillo en ellos, el cielo nocturno mejora todo. Puedo ilusionarme y creer que la he convencido de que mis sentimientos siguen siendo tan intensos como cuando la deje durmiendo esa madrugada en Milán.
—¿Estás mintiendo?— pregunta con los ojos cristalizados.
Cada vez que veo ese líquido excedente en sus ojos, cada partícula en mi ser se descontrola.
—Pazzo, non dico bugie. <<Loca, no digo mentiras>>
Una lágrima resbala su mejilla, está sonriendo y se le ha escapado.
¿Tengo que culparme o alegrarme?
No lo llego a entender y no me altera porque sus delgados brazos envuelven mi cintura, pierdo el control de mis respiraciones y tengo que relajarme bajo el pequeño gesto de cariño de su parte.
Me encorvo para sentirme más cómodo sin separarnos. Mi dedo índice y medio peina cabellos detrás de su oreja.
—No vuelvas a dejarme.
Por más emoción que me causa su petición no puedo dar una afirmación.
Si algo aprendí con mis años es que nadie sabe lo que puede pasar.
—Tranquila— no estoy pensando en hacerlo.
Su rostro se despega de mi pecho y se aleja sin dejar de sostenerme con sus pequeñas manitos de bebé.
—¿Ella está aquí?
Sabía que iba a preguntarlo.
—Debería estar con una vista de águila por algún lugar.
Estamos apartados de la fiesta, pero no tanto como para que logre perderme de la mira. Nina está vigilándome, que no cometa ningún acto que arruine lo que tanto he tenido que pasar.
—Fue un poco difícil de convencerla— le comento. —Una fiesta es muchas tentaciones y posibles dealer.
—¿Dealer?
Su inocencia es increíble.
—Dealer o camello, son personas que venden... caramelos y otras cosas para divertirse.
Obviamente lo interpreta y me tira un golpe en el brazo después de hacerlo. —No son caramelos.
—Esto es maltrato, loca— finjo indignación. —El maltrato solo debería estar permitido cuando ambos estemos sin rop...—auch. —Me callo.
—Mejor— dice ella con una sonrisa falsa.
—Uno esperaría besos de reconciliación, pero luego recuerdo que la primera vez que te vi me aventaste un plumón...
—No puede ser, ¿Nunca vas a olvidarlo?
—Como hacerlo. Fue cuando supe que si estabas loca.
—Era parte de la dinámica...— acuno su rostro, distrayéndola.
—Dame un beso— pido viendo sus labios, tiene brillo labial, pero no me preocupa quitárselo. —Que me dure toda la noche.
Ok, eso sonó más curso de lo que creí. Demasiado.
Intento de nuevo. —Hasta que pueda volver a verte.
En su rostro aparece un atisbo de sonrisa.
Mejor ya no digo nada.
Una buena porción de oxígeno para mis pulmones y puedo volver a probar de sus labios, lo que tanto me he perdido en este año.
Sé que hay personas viéndonos y claro que no solo es Nina, siempre estoy atento a lo que pasa y más si se trata de alguien que me importa. Por ejemplo, hay cosas que no entiendo como el amigo suyo. Voy a estar pendiente de él.
—Ya es domingo— pasado la medía noche y de fiesta.
Cojo su mano mientras nos dirigimos tranquilamente de regreso. El aire es fresco y puedo sentirme mucho mejor cuando sostengo de ella. Ojalá eso no tuviera que cambiar.
—Así es— Nina tuvo la fantástica idea de ponerme el horario de cenicienta.
—¿Te irás con ella?— hago presión en nuestras manos unidas.
—Sí— aquí va otra confesión. —Estoy viviendo con ella.
—Lo supuse— intento encontrar celos o un gesto que me indique que debo aclarar algo. —¿Dónde?
—No lo vas a creer— sonrío, lo que ocasiona que ella se confunda. —Te llevaré.
—¿Ahora?
Quisiera poder decir sí. Acabamos de dar una solución a un problema y no es bueno apresurarse. Además, no vivo solo, por ende, la decisión no solo es mía.
—No, pero pronto— voy a arreglar eso.
Ella camina arrastrando arena con sus pasos.
—¿No nos veremos hasta el lunes?
La idea tampoco es de mis favoritas. No lo sabe, pero sigo manejando el proyecto que ella creo con su idea para Fiore, no voy a la Editorial porque no quiero ver a mi progenitor. Lo hago por su esposa, la misma que fue la mejor amiga de mi madre. Es la manera en que le pago y gano algo.
No tiene idea las cosas que he hecho para que esa empresa siga, a veces ni yo puedo entenderme, pero como negarme, ella nunca me dijo que no y se ofreció a ayudarme si necesitaba algo. Me encontró.
—Tengo mi teléfono— lo saco de mi bolsillo.
Hace unas horas lo he recuperado, las cosas podrían volver a ser como antes. Por supuesto, sin hierba.
—Te llamaré y te escribiré.
—Ay, dios— se toca la frente, preocupada. —Actuo como una adolescente que no puede estar un día sin ver a su novio.
Ella no lo nota, pero esa última palabra me llena el pecho de orgullo.
—Pazzo— tomo sus dos manos, frente a frente. —Las cosas van a mejorar a partir de ahora.
—¿Lo crees?
—Haremos que funcione.
Nosotros haremos que funcione. Estoy seguro que podemos y es lo que trato de trasmitir antes de ser interrumpido.
—Caleb— ambos volteamos.
Nina.
Mi antigua pareja se posiciona a un metro de nosotros, sacude sus botas con mal humor. No lo sabía, pero Nina es más alta que Harriet.
—Hola— saluda a mi chica cuando deja de ver su calzado inadecuado para la playa.
Por un momento puedo ver a sorpresa en sus ojos mieles, me suelta y una sonrisa de las que das por compromiso responde.
—Hola.
Me mantengo al margen, expectante a la conversación que pueden llevar estas dos señoritas.
—Él debería tener sus horas de sueño completo— Nina ladea la cabeza, intenta ser amable.
—Claro, entiendo— lo están intentando. Ambas.
Aunque Nina es más alta y lleva una chaqueta de cuero negro, Harriet no vacila.
—Debemos irnos— dice viéndome a mí, afirmo con un movimiento de cabeza.
—Nina— la nombrada vuelve a fijarse en la chica que está en mi lado. —Gracias por ayudarlo.
La chica de cabello rizado y alborotado alza sus cejas, sonrío de lado.
Harriet nunca dijo algo malo de Nina, no fue en contra de ella sin conocerla, de la persona que desconfió fue de mí y sé que le di motivos.
Por otro lado, Nina la juzgo por su dinero y la imagino de las peores chicas, sin conocerla o hablar más que un simple hola con ella. Por eso puede abrir la boca y no emitir ni un sonido.
Yo estoy seguro de que no hay maldad en el ser de mi chica, su propia vida puede que hiciera que no existiera ni una pizca cuando es esa clase de sentimiento de otros la que le hicieron daño.
—Pues yo también hice parte del trabajo— es mi frase para cortar las miradas entre ellas.
—Tonto.
—Pero aún sigo siendo tu tonto— ya necesitaba decirlo.
Nina blanquea los ojos, solo logra hacerme sentir mejor y bueno... también un tonto.
—Vámonos— dejo que tome el camino de regreso antes.
Aprovecho que ya no nos mira para darle un corto beso a mi novia, no es suficiente, así que le doy otro.
—Basta— dice con una mano en mi pecho. —Debes irte.
—Tú también deberías ir a casa— no quiero que se quede. —Es tarde.
—Buscaré a Sky y nos iremos.
Tengo que agradecer a ese chico. —Le diré que te lleve a casa.
—¿Ya hablas con Sky? Ella te odia.
—Ella no. Justin.
Ella achica los ojos. —Con que de él si recuerdas su nombre.
—Solo quiero que llegues a salvo— doy en enviar y pienso en algo. —Mándame una foto cuando estés en tu cama.
—No voy...— la silencio con otro beso que apenas en un toque.
No podemos debatir ahora. No hay suficiente tiempo.
—Hazlo o no dormiré— dibujo una sonrisa. —¿Sabes los dolores de cabeza que sufro cuando no duermo bien?
—Eres un... — la corto con otro beso.
—Buen novio— termino por ella y salgo corriendo.
(...)
—¿Y lo aprobaron?— digo sentado en el sillón.
Susan está con las piernas cruzadas en el sillón individual detrás de la pequeña mesa donde descansa mi instrumento de trabajo, portátil.
—Lo hicieron, la junta está muy contenta y los autores ni hablar, sus regalías los mantiene más que felices.
—Sabía que tenía razón— la cerebro de todo esto.
—Cierto— se inclina hacia adelante sin perder la postura. —¿Cómo te fue?
Susan es la persona que me ha ayudado a seguir con mi plan de reencontrarme con Harriet, aunque mi idea de sacarla de mis problemas se tiró a la basura cuando no la busque, ella vio la manera de seguir presente cuando se apareció en la puerta donde Nina me trataba.
—Mejor de lo que pensé— Susan junta sus manos y la lleva a sus labios.
Las pequeñas líneas de expresión se hacen notar a los lados de sus ojos, esas patitas de gallo que puede ser su propio marido el que provoque.
—Que alegría, ya no hubiera podido ignorar más sus llamadas.
No tenía cara para pedirle que hiciera el favor de no contactarse para que no revelara nada. Susan entendió el porqué.
Muevo la cabeza para ver a través de la ventana de este piso, el cielo está hermoso. Finalmente puedo disfrutarlo.
—Tienes esa mirada.
—¿Cuál?
—La que tu madre me contó. Les, me dijo que podía ver en tus ojos que la amabas. Estaba segura.
Mi mandíbula se tensa con la mención de la mujer que me dio la vida, quien me hizo conocer el mundo.
—Estoy lista— escuchamos a la chica que vive conmigo.
Nina pasa el cepillo por su cabello y lleva el kilo de maquillaje de siempre, mismas líneas y pinturas.
—Esperen, mi teléfono.
Me acerco a la mesa y levanto el fajo de hojas que he preparado para la dueña de Fiore.
—Aquí está todo— se lo entrego dentro de una carpeta.
—Si no fuera por ti, Richard habría perdido a Harold y quizás estaríamos como los Archer.
—¿Ellos están muy mal?
—Han perdido la razón de seguir en el negocio. Perder un hijo es...— veo tristeza en sus ojos. —Debe ser lo peor para una familia.
No puedo decir que no. No creo que haya algo peor.
—Pero bueno — intenta subir sus ánimos poniéndose de pie. —¿Sabías que casi perdemos al inversionista? Harold casi se va porque ya ni tú ni Harriet estaban con Richard. Tu padre es tan irritante que nadie lo aguantaría. Llevo casada 25 años y siento que cada año envejezco por él.
—¿Por qué no se divorcia? Su matrimonio fue arreglado, pero ya no necesita que lo sea— ella me lo contó.
Su expresión decae, no sé si es porque se relaja o solo está pensando en lo que acabo de sugerir.
—¿Y a dónde me iría?— miro a mis lados.
—Aquí es muy cómodo— digo viendo su propia residencia. —Y es suya.
Que me lo esté alquilando no quiere decir que no pueda volver aquí, hay un cuarto extra que nadie lo usa.
—Creo ya estoy muy vieja para vivir con jóvenes como ustedes— aunque me regala una sonrisa y hay algo que quisiera decirle, me detengo.
Ella no lo sabe. —Consideré mi sugerencia. No es feliz con él.
—Bien— dice dejándome complacido. —Pero ahora tenemos que ir a una cena, Harold espera.
—Ya lo tengo— vuelve el miembro extra.
Nos juntamos en el ascensor y bajamos a un pequeño restaurante cerca. Si esta fuera una película, presionaría el botón de pausa y adelantaría hasta que el sol vuelva a salir.
Porque es cuando la voy a volver a ver.
150722✨
Próximo capítulo: Dos equipos, estan con o contra Caleb.
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