01
Los soldados de plata se preparaban para su próximo ataque. Se tenía entendido que existía una entrada al santuario de las brujas escarlata cerca del bosque de rosas. Sin embargo, en ninguna de sus misiones los soldados acertaban para hallarlo, por eso se limitaban a atacar las brujas que se encontraban en el pueblo, y las someterían a torturas con la esperanza de hacerlas hablar. Pero esta vez, todo era diferente, porque ahora tenían un indicio. Uno de los miembros de la corte real había dado con el tronco que escondía la puerta hacía el bosque. Por eso le había costado años lunares al ejército astral encontrarlo; ¡la entrada al bosque de las rosas se escondía tras un árbol!
Lo que la corte no entendía era, ¿por qué su miembro había conservado este hallazgo para sí mismo? Se resignaban creyendo que todo era parte de un minucioso plan. Sin embargo, no había tiempo para descubrirlo. Atacarían al amanecer del siguiente día.
Con el poco aliento que el ajetreo le había robado, Eli corría entre el pastizal dorado, hasta llegar a la tierra de nadie, y en cuanto la vió, el sentimiento de culpa no dejó de desbordarse de su pecho.
──Ro, tienes que escucharme. ──Escupió entre un cansado suspiro. ──Los soldados... Todos, ya vienen. ──Corto de respiración, su voz carraspeó, y sus pulmones empezaron a demandar más aire.
Por otra parte, Rosemary era una hermosa y bien pronunciada mujer. Su cabello particularmente blanco podría verse desde metros por cualquier terreno, y delataba el poder que corría por sus venas, pues solo las brujas escarlatas carecían de ese pigmento regular que cualquier otra aldeana tendría.
──¿Cuántos son? ──Se limitó a preguntar.
──Piensan mandar un batallón de 500 soldados por enfrente, pero será solo cuestión de minutos para que manden todo el ejército astral.
Ro se dio la vuelta, con determinación. Si lo que Elijah decía era cierto, con los caballos del sol que el reino de Mágora disponía, los caballeros celestiales estarían ante el tronco en menos de media hora.
El tronco protegía el escondite de las brujas escarlata. Un solo toque con la palma de la mano en el sitio correcto, y todo el ejército celestial estaría atacando todas sus aldeas. Toda la villa que se habían dedicado a forjar con esfuerzo, se convertirían en la escena de una siniestra cacería, porque aquello ya era un hecho; muchas brujas escarlata iban a morir.
Ro sacó de su morral de piel un libro grueso con la cubierta del mismo material, y después, arrancó de su cuello un collar que escondía en el escote. De aquella tira de cuero colgaba un cristal rojizo. En menos de lo que Eli pudo darse cuenta, Ro ya estaba envolviendo el libro con el collar.
──Toma esto. ──Se lo extendió. ── Y corre. Corre hasta que la planta de tus pies se desgasten. Corre hasta que dejes de ver el último árbol de Mágora. Y cuando tus piernas ya no puedan dar ni un paso más, tira esto contra la tierra.
Dejó entre sus manos una extraña esfera púrpura. Tenía la textura agrietada, como si hubiera sido unida con barro, y grandes grumos de un material desconocido. ──Debería ser capaz de abrir una fisura de nuestro mundo al de los humanos.
Eli la miró con desconcierto. No por la excesiva responsabilidad de huir con el cristal escarlata y con toda la investigación de Rosemary, o por su descabellada instrucción de abrir una fisura cuando no hacerlo era la ley más sólida sobre toda la tierra amarilla de Mágora. Era por la inesperada idea de tener que separarse por lo que parecía un tiempo considerable.
──No. ──Eli respondió. ──No me iré sin ti. No pretendas que yo podría hacer eso.
──Yo debo quedarme aquí, Elijah. Debo pelear con mis hermanas. Es mi deber como guardiana del cristal.
Elijah no quería creer que terminarían así, todo, por la estupidez de no haber vigilado sus espaldas. Ahora, todo el ejército conocía la manera directa de encontrar a las brujas que por tantos años habían torturado. Todo, por el cristal que Rosemary llevaba resguardado en un collar. Pero cuando Elijah la conoció, no pensó en todas esas guerras que se habían llevado para dar con ese cristal, ni mucho menos le importó que él mismo fuera parte de aquel ejército. Todo en lo que pensaba, era en sus ojos. En el sentimiento que le estremeció cuando tocó su mano. En todas esas noches en las que escaparía de la guardida de los caballeros para ir a verse con su amada. Todas las rosas del bosque serían testigos de sus fugas y encuentros ilícitos. Correr mientras Ro se enfrentaba a una muerte eminente no era una opción. No lo haría. Pero, por otra parte, la conocía. Sabía que no le dejaría quedarse a luchar contra el ejército con ella, así que en aquellos primeros minutos, esbozó un plan. Uno en que el cristal escarlata y el libro de investigación estarían resguardados y él podría quedarse junto a ella. No le importaba el castigo que existía por la traición. Si Elijah tendría que luchar contra los principios que lo forjaron desde los cinco años, pues que así sea.
──Muy bien. ──Elijah asintió para después mentir. ──Correré lo más lejos que mis pies puedan permitirme. Desgastaré cada parte de mis talones y me llevaré conmigo lo que me das.
Rosemary lo miró con esa mirada que pretendía no sentir que le desgarraba el corazón desprenderse de él. Pero no le daba ninguna culpa. Ni siquiera porque al ser seguido, todo el ejército magoriano había dado con el refugio de sus hermanas escarlata. Sabía lo que era él. Sabía que era bueno. Sabía que no había sido una trampa. Elijah era el tipo de hombre que sobrepasaría sus principios en el buen nombre del amor.
Con los ojos desbordando lágrimas, Ro tomó la mejilla de Elijah y con sus labios rodados le dio el último posible beso que le daría. Sabía que iba a morir. No había oportunidad de vencer ante los caballeros de la nación. Pero por lo menos, pensar que él estaría bien, que no lo castigarían por traición y que junto a él estaría el cristal escarlata, por lo menos, le daba un respiro a su cuerpo.
Cuando sus labios se separaron, Elijah partió. Pero no corrió hasta no poder parar ni salió del bosque de las rosas. Pensó en el lugar más seguro donde podría dejar el cristal y el libro. Tendría que ser un lugar donde el ejército celestial jamás pensaría buscar, porque no iba a dejar a Rosemary sola. Podría odiarlo al segundo en que le mirara volver, pero él se odiaría aún más si no lo hacía.
Mientras corría, Eli se guardó el cristal junto el libro bajo la armadura, se dirigió a la guardida de los caballeros para buscar armas, y con pasos sigilosos entró por la parte trasera. No debía levantar sospechas, llevaba puesto la armadura del ejército celestial. Cuando llegó al cubículo, tomó flechas. Tantas como pudieran entran en sus puños. Todo iba bien, hasta que escuchó una gruesa voz.
──Caballero Elijah. ──Pautó el general. ──¿Por qué no está en su alineación? Partiremos en cuanto el sol se pocisione a las 8 en punto.
Algo no se sentía bien. Una sensación inquietante recorría la espalda de Elijah.
──¿Y por qué lleva flechas de punto azul? ──Añadió. ──La orden era que llevaríamos las flechas doradas.
──Discúlpame, señor. ──Elaboró una pequeña reverencia. ──Iré enseguida.
Eli caminó al último cuarto en la bodega donde se encontraban las flechas doradas. Tomó un buen puño, hasta que escuchó como se cerraban con fuerza los barrotes enfrente de él.
──Eres un maldito perro traidor. ──Esbozó una vez más esa voz gruesa.
Eli se dio la vuelta. ──¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?
El general metió uno de sus alargados brazos por los espacios entre los barrotes y de un solo tiro, jaló el cuello de Elijah. Su cara empezó a pelear con la fricción que la mano del general insistía en aplicar. El metal de los barrotes estaba frío, y desgastado.
──¿Creíste que nadie se enteraría de tu amorío con esa bruja? ──Elevó la voz. ──Tienes suerte que la pena de muerte sea el precio a pagar, porque si fuera por mí, te encerraba en los colfines del palacio y esperaría que la demencia te hiciera suplicar por la muerte.
──¡No puedes hacer esto! ¡Ellas jamás te darán el cristal! ¡Tú no eres digno!
El general río. ──Y tienes razón. Ellas jamás entregarían el cristal ni mostrarían ningún signo de respeto por la corona. Pero, afortunadamente, un estúpido de nuestros soldados no notó que le seguíamos cuando iba a encontrarse con su mujerzuela. Así que ahora puedo entrar a su guardida y tomarlo sin pedir permiso.
──Ellas preferirían morir antes que decirte en dónde está.
El general esbozó una retorcida sonrisa. ──Pues que así sea. ──De cada uno de los lados del general apareció un soldado celestial. Procedieron a encadenarlo para después, empezar a escoltarlo a la salida de la guardida de los caballeros. ──Y tú les harás compañía.
Rosemary se encontraba en posición, por enfrente de todas sus hermanas escarlatas, unidas para cuando se diera el enfrentamiento. Las manos de la peli blanca apretaban el mango de una espalda plateada. Solo era cuestión de minutos para que todo el ejército celestial se encontrará adentro de su guardida, escondida tras el toque del tronco en el bosque de las rosas. Pero, cuando se avecinaron los corceles del palacio, ni la misma Ro sabía lo que le esperaba.
──¡Mujeres y brujas escarlata! ──Llamó el gran general. ──¡Venimos en nombre de su soberano reino de Mágora! ¡Ríndense ahora, y nadie tendrá que morir hoy!
Pero ninguna de las brujas, junto sus capas rojizas, esbozó ni una palabra, tocando las delgadas fibras de la paciencia del general. Sus venas se tensaban, los corceles a cada segundo que esperaban se agitaban. Llegó el momento en que ninguno de los soldados quiso aguardar más, así que el general dio media vuelta dictando sus siguientes órdenes, y después se volvió, elevando su esspada dorada por el cielo. ──Que la sangre derramada hoy caiga sobre sus conciencias y terquedad. Soldados de plata, ¡ataquen!
Nadie sabría decir por cuánto tiempo más lucharon, ni cuántos cuerpos más cayeron. El frío viento pronto se volvió caliente y denso, al igual que los corazones de quienes aún peleaban. Si seguían así, no quedarían más soldados ni brujas escarlata por ningún lugar. Así el general decidió acelerar el proceso. Acorraló a Rosemary quien se conocía como la cuidadora del cristal.
──¡Mujer blanca! ──Exclamó. ──Entregame el cristal escarlata ahora o tu cuello sufrirá las consecuencias!
Ro dió dos pasos atrás. ──¡Jamás! ¡Jamás le entregaría el cristal a un hombre tan despiadado como tú!
El general le dedicó una mirada seca. Como diciendo que la se esperaba una respuesta así. Pero, por eso era que aún se guardaba un as bajo la manga.
──¿Ah, no? ──Preguntó. ──¿Ni siquiera por... Tu amado?
Dos soldados de plata parecieron por detrás suyo. Cada uno apretando del brazo de Elijah, quién ya tenía un aspecto débil, y desgastado.
El corazón de la joven bruja se estremeció. Mirarlo en ese estado, tan deplorable, le había arrebatado el aliento.
──No te atrevas a tocarlo. ──Amenazó.
El general volvió a reír, de aquella mezquina forma en la que solo él sabía hacer. ──El cristal. ──Plantó el filo de una daga contra el cuello de Elijah. ──Entregamelo. Ahora.
Con pequeños pasos inseguros, Rosemary empezó a caminar. ──El cristal no funcionará si no lo pongo sobre su cuello.
El gener la fulminó. ──Entonces ven aquí y házlo.
Ni los frenéticos gritos de Eli lograron detenerla. A cada paso que daba, más segura se miraba de lo que iba a hacer, y cuando llegó ante los ojos del general, las piernas tanto como los brazos le temblaron.
──¿Y bien? ──El general preguntó impaciente.
Rosemary dió un pequeño respiro para después, meter su mano a un pequeño morral de piel que llevaba a la cintura. El corazón del general bombeó con fuerza. Pero, cuando Ro sacó de vuelta la mano, lo que tomaba no era el cristal, sino, una daga.
Los reflejos del general no pudieron impedir que la afilada cuchilla le cortara la muñeca. El asombro provocó que los guardias que sujetaban a Eli lo soltaran para correr a su auxilio. En ese momento, Rosemary aprovechó, e inspeccionó los adentros de su armadura. Conociéndole, tendría todo escondido en su pecho.
No hubo tiempo para explicaciones, ni para disculpas, ni siquiera para un último beso. En cuanto encontró aquella esfera que le había obsequiado, la aventó con fuerza contra el suelo, liberando así una grieta que no tardó en formarse en un espacio vacío en el viento.
──Ro. No. Aguarda. ¿Qué haces? ── Eli preguntó agitado.
Pero Rosemary no gastó ni un segundo más. Con los guardias regresando a sus poderes espaldas, empujó a Eli hacia la grieta. La imagen de Ro siendo detenida por los guardias fue la última imagen que Elijah pudo tener de ella antes de que la grieta se cerrará ante sus ojos.
──¡No! ──Gritó con desperación. ── ¡No! ¡No! ¡No!
Sus rodillas, débiles, cayeron sobre el frío concreto. Mirando sus alrededores, Elijah no podía comprender que estaba en una gasolinera en medio de la nada. Sus lágrimas se escurrieron por su rostro, y su pecho se encontraba vacío. ──¿...Qué hiciste, Ro?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top