Epílogo

Viernes 10 de Marzo de 2017

6:55 am

Simon: Buenos días, amor :D

Simon: Ya estoy frente a tu casa, cariño. ¿Bajas?

Baz: Snow...

Baz: ¿Qué habíamos hablado sobre no ser los típicos novios cursis?

Simon: .-.

Simon: Te traje el desayuno y así me agradeces. Creo que me comeré los waffles yo sólo.

Baz: Voy.

***

Había pasado un mes desde que Simon y Baz habían confesado sus sentimientos por el otro, y las cosas empezaban a mejorar entre los dos.

Baz sonrió con el teléfono en la mano. Simon lograba hacerlo feliz con cualquier cosa, incluso con pequeños mensajes de texto.

Aquella mañana había sido como cualquier otra. Baz se había levantado temprano, y como siempre, había esperado a que Simon le dijera que ya lo estaba esperando.

Desde que habían comenzado a salir, el rubio pasaba por la casa de Baz todas las mañanas, y caminaban al colegio juntos. No quedaba muy lejos, así que no necesitaban usar el bus.

Baz recogió su chaqueta negra, la cual estaba puesta sobre su silla, y colgó su mochila en su hombro derecho. Bajó corriendo las escaleras, y tomó sus llaves de la casa antes de dirigirse a la puerta.

Pero Mordelia estaba de brazos cruzados en su camino, con una sonrisa traviesa en el rostro y con las cejas levantadas.

—¿Acabas de hablar con Simon?

Baz se detuvo, y la miró sin entender.

—¿Por qué preguntas? —preguntó con indiferencia, mientras esquivaba a su hermana para llegar a la cocina. Tomó una botella de agua y una manzana del frutero. Intentó apartar a Mordelia para salir del cuarto. La niña se hizo a un lado, pero siguió hablando.

—Porque tienes una sonrisa de enamorado en la cara. En serio, ¿no te duelen las mejillas?

Baz rodó los ojos, disimulando la felicidad que aún lo envolvía. Ignoró a su hermana y abrió la puerta.

—Déjame en paz, Mor.

Baz pudo escuchar a su hermana riéndose incluso después de haber salido de la casa. Simon lo esperaba en la acera.

—Hey —dijo, y se inclinó para darle un beso corto a Baz en los labios—. Tengo waffles. Sé que estás obsesionado con ellos después de haber visto Stranger Things.

Baz amaba esa serie, así que sonrió. Él y Simon se habían visto los ocho capítulos seguidos una semana antes.

Bueno, en realidad, Simon no había visto todos. Se había quedado dormido en el hombro de Baz a mitad del sexto capítulo.

Ni en sueños voy a pausar la serie por él. Había pensado Baz, mientras le daba play al séptimo capítulo.

Y ahora, Simon se encontraba agitando una caja amarilla frente a Baz.

—Podemos comerlos de camino.

Baz asintió, y le quitó la caja a Simon, ansioso por comer su desayuno. No había parado de sonreír en todo el día, y eso era algo extraño para él. Aunque, de todas formas, su sonrisa no era demasiado grande. Típico de Baz.

Empezaron a caminar por el pavimento uno junto al otro.

—Oye, Simon... —comenzó a hablar Baz cuando ya habían recorrido unas cuadras, pero su novio lo interrumpió.

—Me gusta tu sonrisa —dijo Simon repentinamente, dejando de caminar.

—¿Qué?

Baz se detuvo, con un waffle a mitad de camino a su boca.

—Que me gusta verte sonreír —repitió Simon, volviendo a caminar. Esta vez, tomó de la mano a Baz—. Hace tiempo que no te veía hacerlo.

El chico de ojos grises se dejó llevar por Simon, su mente en las nubes. No lo iba a decir, claro. Pero su novio nunca fallaba en hacerle sentir algo cálido en su pecho con cada cumplido que soltaba, incluso en los momentos más inesperados.

Y Simon aún era ajeno al efecto que tenía en Baz.

Algunas cosas nunca cambian. Pensó el chico, mientras volvía a llevarse el waffle que estaba comiendo a la boca.

Observó a su novio, quien miraba al frente mientras caminaba.

No. No tenía ni idea de lo feliz que hacía a Baz.

***

Pero el asunto de los mensajes no estaba del todo olvidado. Casi nunca sacaban el tema, pero a veces, Simon hacía alguna referencia a alguna cosa que lo había sorprendido.

Esa mañana, al pasar por los casilleros, Simon se acordó de uno de los primeros mensajes que le había enviado Baz a su antiguo celular. Sin darse cuenta, se empezó a reír como loco.

—¿Qué pasa? —preguntó Baz extrañado.

—¿Recuerdas ese mensaje? —dijo Simon, y se interrumpió para seguir riendo. Baz lo miró con una ceja levantada—. ¿En el que dijiste que querías que te empujara contra un casillero?

Ahora Baz levantó ambas cejas. Claro que lo recordaba, pero no iba a decírselo a Simon.

—No —respondió mientras respiraba hondo y enderezaba los hombros, pero su mirada lo delataba—. No recuerdo haberte dicho eso.

—Antes lo dijiste —insistió Simon.

—No, no lo hice —volvió a decir Baz con la cabeza en alto, y con una sonrisa diminuta, se dirigió a su salón de clases, dejando a su novio parado en el pasillo.

Simon sólo sacudió la cabeza con diversión. Tenía aquel mensaje guardado en favoritos.

***

Baz metió sus manos en los bolsillos de su abrigo mientras esperaba a que Simon abriera la puerta de su casa. Como era viernes, habían regresado del colegio juntos.

—¡Hola mamá! —gritó Simon, una vez que entraron al lugar—. ¡Ya llegamos!

Lucy Salisbury salió de la cocina con guantes en las manos, sujetando una bandeja que olía delicioso.

Los ojos de Simon se iluminaron.

—¿Hiciste bollos de cereza? —preguntó, con una expresión de máxima felicidad. Corriendo, se dirigió a donde estaba su madre.

Lucy sonrió y asintió.

—Así es —dijo, y colocó la bandeja sobre la mesa del comedor—. Hola, Baz.

El chico de ojos grises la saludó con un beso en la mejilla. Ya no sabía si llamarla 'tía', como había hecho toda su vida, o 'suegra'. Prefería no llamarla de ninguna manera, todo con tal de no hacer el ridículo.

Simon tomó la mano de Baz una vez que volvió a su costado. Con la mano libre, sujetó la bandeja de bollos como un experto.

—Vamos a estar arriba, en mi cuarto —anunció Simon, e hizo un gesto con su cabeza, señalando a las escaleras que llevaban al segundo piso de su casa.

Lucy levantó una ceja, y se giró hacia su hijo y su novio.

—Baz, Simon —dijo—, yo sé que ustedes son chicos responsables, y confío en que...

—¡Mamá! —gritó Simon interrumpiéndola, y sus mejillas se tiñeron de rojo.

Baz se rio y movió su mano, restándole importancia. Una risa fuerte salió de sus labios.

—No se preocupe.

***

Afuera de la casa, el sol jugaba con los colores del cielo. Una intensa luz naranja entraba por la ventana de Simon, y apuntaba directo hacía el otro lado del cuarto.

Simon y Baz estaban sentados bajo la ventana, en medio de cojines y mantas mal colocadas por encima de sus cabezas.

Desde que tenían uso de memoria, ambos chicos habían construido fuertes de almohadas en los cuartos del otro. Antes, ocupaban gran parte del espacio. Ahora, tan sólo usaban un par de mantas y menos de cinco cojines. Nada muy bien elaborado: sólo necesitaban algo simple.

Tenían un pequeño lugar para los dos en la esquina del cuarto, debajo de la ventana. Simon estaba apoyado en la pared cubierta de almohadas, y Baz estaba echado, con la cabeza en el regazo de su novio.

El chico de rizos jugaba con el cabello de Baz, que ahora le quedaba largo hasta los hombros. Si aún no se lo cortaba, era porque le encantaba que Simon lo acariciara como lo estaba haciendo en aquel momento.

Era extraño estar así. Apoyado en las piernas de Simon, el día dando paso a la noche. Lo único que Baz quería hacer era quedarse dormido, pero al mismo tiempo, no quería perder ni un segundo de lo que estaba pasando.

Aún no podía procesar que Simon, su mejor amigo de toda la vida, era su novio ahora. Aquellos meses que había pasado mandándole mensajes habían sido bastante duros. Y no sólo por haberse dado cuenta de que estaba enamorado del chico de ojos azules o por la muerte de su madre.

Baz frunció el ceño con cierto fastidio. Aún le daba vergüenza el asunto de los mensajes. Incluso a veces llegaba a enojarse consigo mismo por haber hecho aquello. Pero tenía que admitirlo: de no haber sido por ellos, quizá jamás se hubiese atrevido a contarle la verdad a Simon. Y quizá nunca hubiesen sido novios.

Eso era algo que lo molestaba. Se sentía cobarde por haber tenido que esperar a que Simon leyera los mensajes (algo que nunca debió haber pasado), para dar aquel paso.

Y no era sólo eso. A veces se avergonzaba de sólo saber que Simon había leído todas esas cosas. Aunque al rubio parecía no incomodarle. Y la verdad es que Baz sabía que no debía preocuparse, porque Simon siempre era a quien contaba todos sus secretos.

Recién esos últimos meses había dejado de hacerlo. Por eso le daba cólera que el chico se haya enterado de sus sentimientos de esa forma.

—Oye —dijo Simon con el ceño fruncido, interrumpiendo sus pensamientos—, para.

Él mismo dejó de moverse, y ante la falta de tacto, Baz levantó la vista con pereza. Miró directo a los ojos azules.

—¿Qué? —preguntó confundido.

—De pensar. Lo que sea que estés pensando, para —Simon colocó un mechón de cabello detrás de la oreja de Baz.

—¿Cómo sabes que estoy pensando?

Simon bufó con diversión.

—¿Cuándo no estás pensando, Baz?

El pelinegro rodó los ojos y los cerró. Volvió a acomodarse en Simon, hasta quedar como había estado segundos atrás. Su novio había pasado a ser su almohada personal.

—Continua con lo que estabas haciendo —ordenó, intentando poner una expresión seria, pero Simon se rio.

—Lo que pidas, cariño —dijo con diversión, y siguió acariciando el cabello de Baz.

Pensó que se había librado, pero unos minutos después, Simon habló. El chico de rizos no iba a dejar pasar ese momento. Se había dado cuenta de que Baz estaba preocupado, y lo conocía muy bien para saber que estos días le había estado dando muchas vueltas al tema de los mensajes.

—Me alegra haberme dado cuenta de que yo te gustaba —dijo Simon con vacilación.

Baz se puso nervioso.

—Hmm —fue todo lo que pudo decir.

—¿Sabes? —insistió Simon—. También me alegra mucho haber leído esos mensajes. Sé que no querías que lo hiciera, pero...

Baz soltó un gruñido casi inaudible, pero Simon lo escuchó.

—Baz, ¿qué pasa? —preguntó con intriga. Normalmente le costaba hacer que Baz le contara sus preocupaciones.

El chico se encogió de hombros, y se incorporó, sentándose en el piso. Como había estado echado en su regazo, ahora estaba a la derecha de Simon, casi dándole la espalda.

Baz se volteó y arrugó la nariz.

—Nada —suspiró y rodó los ojos—. Es sólo que no me gusta que hablemos de eso.

Simon asintió y tomó su mano. Baz sintió como tiraba de él, y entendiendo el mensaje, se sentó al lado suyo, quedando también con la espalda apoyada en la pared.

—¿Por qué? —le preguntó el chico de ojos azules—. Yo no pienso demasiado en eso. En serio. Y no le encuentro nada malo a lo que hiciste.

—No es eso —interrumpió Baz con brusquedad, pero no dio una explicación.

Simon lo pensó un rato, y dándole un pequeño apretón a la mano de Baz, habló.

—La verdad, esos mensajes me ayudaron a entenderte un poquito mejor. Siempre has sido mi mejor amigo, pero hay algunas cosas que no me cuen-

Pero Simon no terminó de hablar. Sin previo aviso, Baz se soltó de su agarre y se levantó.

—¡Es eso, exactamente! —dijo, levantando un poco la voz—. No me gusta que te hayas enterado de esa manera de todas esas cosas. Se supone que debería habértelas dicho yo. —Baz tenía una expresión dolida en el rostro, y agitaba sus manos al hablar—. Se supone que debía armarme de valor, y contártelas en persona. Pero soy demasiado débil, Simon.

El chico lo miró desde abajo y sacudió la cabeza.

—No lo eres —dijo con la más pura convicción, y levantándose, sujetó a Baz por los hombros, uniendo sus frentes—. Eres la persona más fuerte que conozco.

Baz negó con la cabeza.

—Lo eres —repitió Simon, y unió sus labios por un momento breve. Baz sólo tuvo un segundo para sentirlos. Sabían a bollos de cereza.

Un clásico.

Baz miró a Simon a los ojos aun cuando se separó de él, y lo miró con una decisión en mente. Este chico era capaz de hacer cambiar todos sus pensamientos.

—No creas que voy a seguir ocultándote cosas —dijo Baz con un tono seguro—. Ahora pienso decirte todo.

Simon sonrió.

—Y yo mismo —añadió Baz.

—Me alegra escuchar eso —dijo Simon, y jaló a su novio de las manos mientras volvía a sentarse en medio de las almohadas. Baz se colocó a su costado, y sonrió cuando Simon apoyó su cabeza en su hombro.

Jamás pensó que podría querer tanto a alguien: su amor por Simon había crecido en las últimas semanas, de manera tan rápida que ni se había dado cuenta.

Simon pensaba lo mismo. Nunca habría creído que se enamoraría de Baz, su mejor amigo desde que tenía memoria.

Pero ambos sabían que la vida está llena de subidas y bajadas. Y de sorpresas.

Habían pasado por muchas cosas malas en los últimos meses, pero también por situaciones buenas. Y, definitivamente, esta era la mejor.

***

Esa noche, cuando Baz llegó a casa, tenía un mensaje de Simon. Abrió el celular con una sonrisa de costado, la misma por la que siempre lo molestaba Mordelia.

Contestó al mensaje antes de irse a dormir.

Viernes 10 de Marzo de 2017

10:28 pm

Simon: Buenas noches <3 Te quiero.

Baz: Yo también me quiero.

Simon: ¡Baz!

Baz: Esta bien, puede que yo también te quiera.

Simon: Eso ya lo sabía ;)

Simon: Sigue adelante, Baz.

Y Baz decidió hacerle caso a Simon.

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