67
Baz no pudo dormir aquella noche. No paraba de pensar en Simon, y lo único que quería hacer en aquel momento, era huir del país para no tener que verle la cara el lunes. Incluso si Simon no lo odiaba después de esto, quizá las cosas se volverían incómodas entre ellos.
Baz escondió la cara en la almohada, pero cuando sintió los pasos de su hermana moviéndose en el cuarto vecino, supo que ya era de mañana, y que intentar dormir sería una pérdida de tiempo. Escuchó como su hermana abría la puerta de su habitación, y sintió sus pasos apresurados, bajando las escaleras de la casa. Creyó oír que se abría la puerta principal en el piso de abajo.
Baz la ignoró y se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama, y con duda, agarró su celular. Prendió la pantalla para ver que no tenía ninguna notificación.
Baz no sabía si estar aliviado o no. Consideró por un momento llamar a Simon, pero descartó esa opción al instante. En lugar de eso, dejó su celular sobre el escritorio, y se acercó a la ventana de su habitación. Abrió las cortinas y abrió un poco la ventana, dejando entrar el aire frío. El cielo afuera estaba gris, y parecía que iba a llover.
Baz puso su codo sobre el marco de la ventana, y apoyó su cara sobre su mano. Cerró los ojos por un momento, y el cansancio comenzó a llegar. Estaba a punto de quedarse dormido parado, en ese mismo lugar, cuando el sonido de la puerta de su habitación lo sobresaltó.
Dos toques, no muy fuertes. Baz rodó los ojos.
—¿Qué pasa, Mordelia? —preguntó, sin moverse de su puesto en la ventana.
No obtuvo respuesta.
—¿Mor? —insistió Baz, y cuando nadie le contestó, se dirigió hacia la puerta. Giró la perilla con fastidio, y la abrió unos centímetros.
Quien lo esperaba en el pasillo no era su hermana. Era Simon.
Baz se quedó congelado, y se maldijo a sí mismo, porque de seguro debía verse horrible. Llevaba la ropa arrugada del día anterior, y su cabello, el cual le llegaba ya hasta los hombros, debía ser la imitación perfecta de un nido de pájaros. Eso sin mencionar que debía tener ojeras, y que sus mismos ojos debían están medios rojos por haber llorado el día anterior, y por no haber dormido absolutamente nada.
—Simon —fue lo único que pudo decir Baz con sorpresa. No sabía cómo se estaba sintiendo en aquel momento. ¿Confundido? ¿Nervioso? ¿Aterrado? Quizá todo al mismo tiempo.
—Hola —dijo Simon, con lo que parecía una sonrisa de disculpa. Tenía ambas manos puestas en los bolsillos de su suéter—. Yo eh... quería hablar contigo.
Baz parpadeó, sin procesar las palabras de su mejor amigo.
—¿Baz? —insistió Simon. Pasó una mano frente a su cara, devolviéndolo a la realidad—. ¿Tuviste una mala noche?
Baz reaccionó y frunciendo el ceño exageradamente, trató de cubrir la verdad.
—¡No, no! Para nada. —intentó decir, pero cuando subió la mirada, supo que Simon no le creía ni una sola palabra.
—Baz. Tengo que hablar contigo —insistió Simon, quien parecía preocupado—. Yo...
—Sólo dame un minuto —lo interrumpió Baz—. Por favor.
Simon asintió.
—Claro.
Baz cerró la puerta de su habitación, y comenzó a caminar de un lado al otro, sin saber qué hacer. ¿Cómo es que Simon había entrado en su casa, si no había oído el timbre de la puerta?
Mordelia, pensó. Baz se dio cuenta de que seguramente su hermana pequeña lo había llamado a la casa, y le había abierto la puerta.
El chico rodó los ojos y volvió a preocuparse por su situación actual. Baz cerró la cortina y se dirigió al armario. Se puso ropa limpia y entró al baño que tenía en su cuarto. Cuando se miró al espejo, hizo una mueca: se veía fatal. Su pelo estaba completamente despeinado, y tenía razón con respecto a sus ojos.
Agarró el cepillo e hizo lo que pudo, lo cual no fue mucho. Baz le gruñó al espejo antes de lavarse la cara y los dientes.
Salió de vuelta a su habitación, y recogió rápidamente lo que estaba tirado en el suelo. Guardó su almohada en el ropero, y volvió a abrir su cortina. Respiró hondo, y se dirigió a la puerta.
Simon seguía afuera, sentado con la espalda apoyada en la pared del pasillo. Miró hacia arriba, y le dirigió a Baz una mueca que parecía una sonrisa.
—Pasa —dijo Baz, y Simon se puso de pie para seguirlo.
Una vez dentro, Baz cerró la puerta de su habitación, y, nervioso, se sentó sobre su cama.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó. Sus ojos se mantenían en un punto fijo en la pared, evitando la mirada de Simon. Aun así, Baz pudo notar que su amigo se encogió de hombros, y con un suspiro, se sentó al lado suyo en la cama.
Baz volteó su cabeza hacia él. Simon lo estaba mirando de una manera que Baz ya conocía. Era así como se veía Simon cuando había descubierto algo, cuando se había enterado de alguna cosa de la que nunca antes había oído.
Entonces, Baz lo supo. Simon ya había visto los mensajes que le había enviado, por eso lo miraba así. Por eso había venido a hablar con él.
—¿De qué quieres hablar, Simon? —preguntó Baz de nuevo, esta vez con más tosquedad.
—Agatha y yo rompimos hace unos días —soltó él.
—¿Qué?
Baz estaba confundido. ¿Por qué Simon le estaba contando esto? El enojo lo envolvió al instante. ¿Se estaba burlando de él? ¿Le estaba dando falsas esperanzas?
—Sí —siguió Simon—. Ayer se lo contamos a los demás, pero tú no estabas, así que...
—¿Por qué me estás contando esto? —lo interrumpió Baz, fastidiado.
Simon no paraba de pellizcarse la mano, algo que hacía siempre cuando estaba nervioso.
—No lo sé —respondió con duda—. Pensé que quizá tu querrías saberlo porque...
Baz no lo dejó terminar de explicar, moviendo sus manos repentinamente.
—Por favor, perdóname —pidió él.
—¿Qué? —Simon se veía confundido—. ¿Perdonarte por qué?
—Tú sabes por qué —espetó Baz. Los mensajes, idiota. Quería decirle.
Y parecía que Simon podía leer su mente, porque asintió, y empezó a hablar con calma.
—Ayer vi tus mensajes. Todos —empezó—. Baz... yo no tenía idea —suspiró Simon—. Perdóname tú a mí por eso. Debí haberme dado cuenta antes. Yo... no sabía que te sentías así.
Baz sacudió la cabeza.
—No importa —dijo, cerrando los ojos. Sus manos estaban cerradas en puños—. Se supone que no deberías haberte enterado de eso. Sólo olvídalo, ¿sí? —suplicó—. Todo eso que leíste, son las cosas que no planeaba decirte. Nunca.
Simon no contestó. Todo lo que estaba pasando era algo incómodo para ambos, y Baz no tenía idea de qué hacer. Quería irse de allí. No quería tener esta conversación con Simon, y no quería saber su opinión acerca de los mensajes. Baz deseó otra vez poder desaparecer, pero Simon habló.
—Deberías haberme dicho todas esas cosas antes —murmuró, mirando a Baz a los ojos—. Y en persona.
Baz gruñó, y se levantó de la cama, quedando parado al frente de Simon. Nervioso, comenzó a caminar de un lado a otro en la habitación, de izquierda a derecha. Simon no le quitaba la vista de encima. Parecía preocupado.
—No tenía sentido —trató de explicar Baz, moviendo las manos—. No veía una razón para decirte esas cosas, porque sé que tú no me quieres de esa forma.
—Baz... —trató Simon de interrumpirlo.
—Y entiendo si me odias —dijo Baz con desesperación, aun paseándose de un lado de la habitación al otro—. Por hacerle esas cosas a Agatha, por guardar tanto tiempo el secreto, por estar enamorado de ti...
Mientras Baz hablaba, más se daba cuenta de lo ridícula que era la situación. Aparte de haber empujado a Agatha, Simon no tenía razón alguna para odiar a Baz. ¿Por qué había pasado toda la noche pensando eso? Baz se sentía idiota.
—Baz —volvió a decir Simon, en un tono más fuerte. Esta vez sí logró callar al otro chico—. Yo jamás podría odiarte.
—Pero...
—Déjame hablar —pidió Simon. Baz asintió—. Recuerdo bien que el último mensaje que me mandaste fue ayer, y me pediste exactamente que no te odiara —hizo una pausa—. Y no lo voy a hacer. Eso sería imposible.
Baz se había quedado quieto, parado en medio de la habitación. Simon seguía sentado, y continuó hablando.
—¿Recuerdas en qué año nos conocimos? —preguntó.
—Claro que lo recuerdo —dijo Baz, confundido por la pregunta—. Es más, no recuerdo un momento en el que no hayamos sido amigos.
—Exacto —dijo Simon, serio—. Baz, no recuerdo un momento en el que tú no hayas estado ahí para mí. Imaginarme una vida sin ti —sonrió—, eso sería imposible. Así que jamás podría odiarte.
Baz se quedó callado. Quería llorar, porque no entendía lo que estaba pasando. ¿Por qué Simon estaba actuando de esta manera? ¿A dónde quería llegar?
Y otra vez, parecía que Simon podía leer su mente, porque se puso de pie, quedando frente a Baz. El último se paralizó cuando Simon lo tomó de ambas manos.
—¿Sabes por qué Agatha y yo rompimos? —preguntó en voz baja.
Baz negó con un movimiento casi imperceptible, así que Simon continuó con su explicación.
—Porque ella se dio cuenta de que no me quería como algo más que un amigo —dijo lentamente, y luego sonrió—. Y porque ambos nos dimos cuenta de que, en realidad, yo estoy enamorado de ti.
Si antes Baz estaba nervioso, ahora estaba peor. ¿Qué acababa de decir Simon? ¿Lo había escuchado bien? Baz tragó saliva, y rogó que, por favor, lo que estaba a punto de hacer, estuviese bien.
Baz se soltó de las manos de Simon, y lo sujetó del cuello de la camisa. Esos segundos en los que se miraron a los ojos, sus caras a milímetros de distancia, fueron agonizantes para Baz. Aunque no tardó en armarse de valor, y en un movimiento rápido, terminó de jalar a Simon hacia él, y, cerrando los ojos, lo besó.
Baz no sabía si estaba haciendo lo correcto. No tenía ni idea de cómo besar a una persona, así que se dejó llevar por Simon, quien lo estaba besando de vuelta.
Simon lo estaba besando de vuelta.
Baz sintió que iba a morir besando a Simon Snow. Ahí mismo. El rubio fue el primero en separarse, y sujetó a Baz por la cintura. Unos segundos después, lo soltó, aún indeciso. Baz pudo notar que él también estaba nervioso. Abrió los ojos, y se perdió en los de Simon.
—He querido hacer esto —suspiró—, por un largo, largo tiempo.
—Me di cuenta —sonrió Simon.
Baz le pegó de juego con el puño en el pecho, y Simon se rio. Se quedaron un largo rato mirándose a los ojos, siempre sonriendo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Baz.
—¿Ahora qué? —respondió Simon alargando las palabras, fingiendo estar pensando.
Baz asintió, mordiéndose el labio. No podía parar de sonreír. Jamás habría pensado que las cosas se solucionarían de esta manera. Jamás se imaginó besar a Simon Snow, y jamás pensó que él lo querría de vuelta de la misma forma.
—¿Simon? —preguntó Baz nuevamente.
El chico de ojos azules volvió a sujetarlo por la cintura, y acercándose a su oído, le susurró con cariño:
—Baz, ¿puedo ser tu terrible novio?
FIN
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