| -Capítulo 6: Sentimientos que afloran- |
El mismo día de Navidad, a la mañana, Rudy cumplió su promesa y llevó a Cora con él a su tienda de ropa. Cora sonrió al observar todo el género de ropa que Rudy poseía en su modesto comercio. El tío de Sherlock le dijo que se colocase frente al espejo que tenía en la tienda, cerca de los probadores.
–Veamos... Pruébate esto, preciosa –le indicó, entregándole un vestido de cóctel de color borgoña.
–No sé yo, tío Rudy... –dudó la joven con una ceja arqueada–. No me parece que tengas que tomarte tantas molestias para encontrarme un traje para la cena de hoy.
–¡Bobadas! –exclamó el hombre con una sonrisa–. Es casi una obligación. Tengo que asegurarme de que vayas espectacular para poder observar cómo a mi sobrino se le cae la baba.
–¡Tío Rudy! –exclamó ella sonrojada, siendo empujada por el tío de Sherlock al probador, cerrando la cortina tras ella.
–Vamos, haz feliz a este viejo solterón –le rogó con una voz suave–. Si hubiera tenido suerte en la vida, me habría encantado tener una hija como tú –apostilló, lo que la hizo sonreír–. Conozco a William desde que era un niño, y sé que él jamás habría actuado así el otro día a no ser que le importases muchísimo.
Cora comenzó a cambiarse, pasando a lucir varios vestidos hasta lograr encontrar uno adecuado para la cena de Navidad de aquel día. Las palabras del tío Rudy habían sido muy certeras y aquello la hacía preguntarse si realmente estaría en lo cierto... Quizás, solo quizás, Sherlock sintiese algo por ella después de todo. Tras regresar a la casa y prepararse para la cena en su habitación, Cora suspiró, pues se encontraba extrañamente nerviosa por lo que el de ojos azules-verdosos opinase de su vestido... De pronto un toque en la puerta la sacó de sus ensoñaciones, por lo que se dispuso a abrirla. Al otro lado se encontraba Sherlock, aún con el puño levantado, dispuesto a tocar de nuevo, sus ojos abriéndose como platos al observar a su compañera en aquel vestido nuevo.
–¿Hola? Tierra llamando a Sherlock, ¿estás bien? –le preguntó la joven tras un minuto sin que el joven dijese o hiciese algo, moviendo su mano frente a sus ojos. En ese momento, el muchacho tomó su mano en la suya y carraspeo.
–Perdona... –se disculpó–. Te... Te queda muy bien –la cumplimentó tras desviar la mirada, ofreciéndole su brazo derecho–. El tío Rudy tiene buen gusto.
–Sí, así es –confirmó Cora tras cerrar la puerta de su habitación, tomando el brazo que su compañero le ofrecía.
Sherlock escoltó a la joven pelirroja hasta la sala de estar, donde todo había sido minuciosamente decorado y preparado para aquella noche. Tras retirar la silla para que se sentara a la mesa, Cora le sonrió y murmuró un leve <<gracias>>, que Sherlock reciprocó con un <<un placer>>. Tras asegurarse de que no faltase nada, el joven de cabello castaño se sentó frente a la pelirroja, el tío Rudy apareciendo a los pocos segundos con una bandeja de aperitivos que precederían al pavo asado que Cora le había enseñado a preparar. La cena fue transcurriendo en un apacible ánimo, lleno de conversaciones amables y alguna que otra broma.
–¡Vamos William, no me digas que no le has contado que de pequeño le ponías una trampa a Papá Noel todas las Navidades! –bromeó Rudy tras dar un trago al vino tinto de su copa.
–¡No puede ser! ¿En serio? –se carcajeó la pelirroja.
–¡Y tanto! –afirmó Rudy–. Aún recuerdo lo emocionado que estaba por atraparlo, claro que siempre se quedaba dormido antes de averiguarlo... –rememoró, provocando que una sonrisa tierna apareciese en le rostro de la pelirroja.
–No me hagas recordarte la vez que te desnudaste frente a un jurado, tío Rudy –amenazó Sherlock con una sonrisa tras dar un trago al vaso de agua que tenía en la mano derecha.
–¿Qué? –se sorprendió Cora aún entre carcajadas.
–¡Y lo volvería a hacer!
La cena continuó su curso, con la pelirroja cada vez sintiéndose más cercana a su compañero, feliz de averiguar más cosas sobre él. En un momento dado, en el poste, llegó el temido momento de las preguntas personales, algo que puso en alerta a Cora, pues ella era la extraña allí.
–Y dime Cora, ¿tus padres en qué trabajan? –preguntó Rudy.
–Pues... Mamá es pintora. Papá era policía, pero tras el accidente se ha dedicado a la escritura y la música.
–¿Accidente? –cuestionó Sherlock.
–Un coche conducido por un borracho se estampó contra el nuestro un día que volvíamos de vacaciones. Papá quedó paralítico de cintura para abajo –le explicó la pelirroja mientras entrelazaba sus dedos en un gesto algo incómodo.
–Vaya, lo siento mucho... –dijo Rudy.
–Oh, pero Papá siempre tiene una sonrisa en el rostro. Está lleno de positivismo.
–Eso es importante. No hay que perder el ánimo ante las adversidades –concordó Rudy.
–Yo tengo una pregunta, tío Rudy –dijo Cora en ese instante, intercambiando una mirada con Sherlock, quien asintió.
–Ya veo por dónde van los tiros, muchachos. Os habéis compinchado contra mi, ¿eh? –se carcajeó Rudy–. Adelante, dispara.
–No quiero parecer poco delicada pero, ¿es cierto que solías travestirte? –logró preguntar con un tono tímido.
–No lo negaré, jovencita –replicó Rudy–. Siempre me ha gustado la moda. No veo que hay de malo en vestir lo que a uno le apetezca, y en aquella época pensaba igual, Sin embargo, esos tiempos eran muy diferentes... Por eso fui a juicio.
–Ya veo –comentó Sherlock–. Mycroft me debe 20 libras.
–Oye William, ahora que lo pienso, cuando decidas emanciparte, hay varios pisos en los que podrías invertir con algo de ayuda económica –recordó Rudy–. He oído que Baker Street está muy cotizada...
–Lo pensaré cuando llegue el momento, tío –replicó el joven de cabello castaño–. Por ahora quiero concentrarme en los estudios y el caso que tenemos entre manos.
–¡Oh! Así que tú también eres una genio de la deducción, ¿eh, Cora?
–No tanto como Sherlock, pero tengo mis habilidades –afirmó la joven con un rubor en las mejillas.
–No seas modesta. He visto lo que puedes hacer, y puedo decirte que jamás había visto algo así. No exagero cuando digo que eres tan buena como yo, o incluso mejor –comentó Sherlock con una sonrisa amable que hizo desbocar el corazón de la pelirroja.
Tras la cena, Rudy decidió salir al bar de la esquina para tomarse unas cuantas cervezas y celebrar así la Navidad a su modo, dejando a los dos jóvenes en la casa, intercambiando regalos. Cora se sentía nerviosa por la extraña atmósfera que se había instalado en ese momento entre ellos, la estancia solo siendo iluminada por el resplandor de la chimenea de la sala de estar. La joven de ojos castaños continuó con su mirada fijo en el fuego de la chimenea, el cual se inclinó de forma leve hacia ella, aunque intentó por todos los medios que no se notara demasiado. De pronto sintió cómo había un pequeño hundimiento en el sofá, justo a su lado: Sherlock se había sentado ahí con un rostro serio, como si quisiera decir algo importante, pero no lo hizo. Cora decidió que aquel era el mejor momento para darle su regalo de Navidad, por lo que sacó un paquete de debajo del sofá, donde anteriormente lo había escondido.
–Espero que te guste –le dijo al joven con una sonrisa, sus pupilas dilatándose mientras le extendía el paquete–, me ha costado un poco hacerla...
Sherlock tomó el paquete entre sus manos sin perder detalle de la expresión y las pupilas de la pelirroja, percatándose al momento de la dilatación de éstas y su respiración contenida. Desvió sus ojos al paquete antes de abrirlo, encontrando una bufanda azul tejida a mano.
–Gracias –agradeció con una sonrisa antes de tomarla en sus manos–. Está tejida de forma preciosa y el tacto es muy suave –comentó en un tono suave antes de anudarse ésta al cuello–. De hecho... Yo también tengo algo para ti –comentó, acercándose a ella, sus rostros más cerca incluso que antes.
–¿Y qué es? –preguntó Cora, curiosa y a la vez nerviosa por su respuesta, su corazón ya latiendo desbocado.
–Cierra los ojos –le indicó, haciendo ella lo que se le había pedido.
Sherlock sacó de una pequeña caja un collar de plata con espacio para meter una foto en su interior y un grabado que decía: Para siempre. Tras tomarlo en sus manos se acercó aún más a la pelirroja, atándoselo al cuello. Tras hacerlo, retiró su rostro, quedándose frente al de ella a tan solo unos centímetros de que sus labios se tocasen. Cora abrió sus ojos de pronto, sonrojándose violentamente al contemplar lo cerca que estaban sus rostros.
–Es un collar precioso, Sherlock... –murmuró en un hilo de voz.
–Hay algo mucho más bello que este collar de plata –indicó el joven, colocando una mano en la mejilla de ella antes de acercar sus rostros un poco más, sus respiraciones nerviosas con la anticipación de lo que podía suceder en aquel cuarto iluminado por el fuego cálido e íntimo de la chimenea–. Tú –concluyó antes de que Cora decidiese en un impulso juntar sus labios con los del joven de cabello castaño.
Sherlock se sorprendió por el repentino gesto de la pelirroja, sus ojos abriéndose por un segundo con pasmo antes de corresponder el beso, toda aquella tensión que había sentido al verla con Morán desvaneciéndose como la nieve en un día soleado. Tras continuar el beso en un momento de acalorada pasión, ambos se separaron por falta de aire.
–¿Por qué... Has hecho eso? –le preguntó el castaño en un tono de voz ronco, sus ojos ahora vidriosos y llenos de complicadas emociones que no sabía cómo calificar ni controlar. Sus manos sujetaban con suavidad los brazos de la pelirroja, cuyas mejillas ardían ahora con intensidad.
–No lo sé... –admitió ella, pues simplemente se había dejado llevar por un impulso del momento, las palabras de Sherlock habiendo hecho mella en ella de una forma profunda, además del íntimo ambiente de la habitación, el cual había propiciado sus acciones.
Sherlock se percató de pronto de cómo Cora parecía avergonzada por sus acciones, su lenguaje corporal sugiriendo que intentaba alejarse de él, por lo que antes de que lo hiciese, el joven de ojos azules-verdosos la atrajo hacia él, aprisionando sus labios con lo suyos propios, brindándole otro beso lleno de fogosidad. Tras separarse por falta de aire, la pelirroja sintió su mente turbada, su cuerpo casi al borde del desvanecimiento por todas aquellas emociones que ese beso habían despertado en ella, por lo que preguntó con una voz queda:
–¿Por qué lo has hecho?
–No lo sé –replicó el joven de cabello castaño con una sonrisa, utilizando la misma expresión que ella anteriormente, antes de volver a juntar sus labios con los de ella en pequeños y furtivos besos a la luz de la lumbre.
Cuando se separaron de nuevo, Cora respiraba agitada, la sensación habiendo sido realmente diferente de que la que sintió cuando Sebastian la besó. Lo que sentía con Sherlock era tan dulce y tierno que no deseaba sentir nada más. Por su parte, Sherlock se sentía lleno de energía, capaz de cualquier cosa ahora que sabía a ciencia cierta lo mucho que ambos parecían necesitarse... Y amarse. Las palabras de Mycroft resonaron de nuevo en su mente: <<el cariño no es una ventaja>>. Cora se atrevió a acercarse a él, Sherlock dejando que se acurrucase junto a él amparados en la calidez del fuego. No necesitaron palabras para comprender su relación... Eran felices solo con estar juntos.
Las semanas fueron pasando inexorablemente, los dos jóvenes ahora disfrutando de su relación, aunque Sherlock jamás calificase que eran pareja, pues aún sentía que no comprendía aquellas emociones que dominaban su ser a cada momento que se encontraba cerca de Cora. La pelirroja tenía miedo de preguntarle acerca del estado de su relación, pues aunque Sherlock había vuelto a su anterior actitud distante y en ocasiones despreocupada y llena de lógica, aún mantenía aquel aire de cariño que le había demostrado aquel día de Navidad, brindándole la esperanza de que no hubiera sido un acontecimiento de una sola noche.
La relación de ambos era comentada en todo el pueblo para amargura de Sebastian, quien los observaba con una gran ira, como si quisiera matarlos con la mirada, o al menos a Sherlock. Pronto se iniciaron de nueva cuenta las clases, llegando el momento de asistir al funeral del profesor Waxflatter. Cora y Sherlock presentaron sus respetos así como el profesor Brandon, quien también acudió allí, vestido para la ocasión. Una vez allí, Sherlock y Cora observaron de reojo cómo aquel mismo hombre que se había reunido con el profesor Waxflatter presentaba sus respetos en un lugar más alejado de la ceremonia. Sherlock no pudo evitar dejar que una solitaria lágrima se deslizase por su mejilla, siendo consolado por la pelirroja.
Días más tarde, estaban de nuevo en el horario escolar habitual, y tanto Cora como Sherlock se presentaban a un examen general de capacidades matemáticas. Cora se encontraba tranquila pues con la ayuda de Sherlock y el tío Rudy había podido repasar lo necesario en las vacaciones de Navidad. Mientras contestaba una de las preguntas, de pronto escuchó un gran alboroto en la parte trasera del aula, donde Sherlock se encontraba. Observó cómo el profesor obligaba a Sherlock a levantarse de su asiento, y Dudley sonreía con malicia, chocando un puño con Sebastian.
–¿¡Pasando las respuestas del examen, eh Holmes!? ¡Te vienes conmigo ahora mismo!
–¡Yo no he hecho nada! –intentaba protestar el joven mientras se lo llevaban del aula.
Cora se apresuró en entregar su examen, procediendo a seguir a su castaño de forma discreta. Tras una larga asamblea de la junta escolar, Sherlock fue llevado al despacho del profesor Brandon. La joven entró con presteza a la estancia, sorprendiendo a ambos hombres.
–¡Profesor, le juro por lo que más quiera que Sherlock no ha hecho nada! –se explicó, una sonrisa suave cruzando el rostro del profesor.
–No se preocupe, Srta. Izumi –le respondió el hombre con un tono amable–. Sé que no es así, pero estos profesores son tan ancianos que su edad los tiene petrificados. Rehúsan escuchar a nadie salvo a si mismos, y créame, lo sé por propia experiencia.
–Estaba seguro de que tomarían en cuenta mi historial académico –sentenció Sherlock, rozando la mano de Cora con la suya con suavidad.
–Y lo han hecho –replicó Brandon–. Desgraciadamente ha sido aún peor... Un historial académico tan perfecto ha convencido aún más a la junta de que siempre habías estado haciendo trampas.
–¡Pero eso es absurdo, Profesor! –exclamó Cora, claramente indignada.
–Pero así es, Cora –le dijo Sherlock.
–Exacto. Te han cogido con el papel de las respuestas del examen en la mano, y tus compañeros de clase son testigo de ello –continuó Brandon, exponiendo con lógica su pensamiento–. Es más. Las respuestas tenían tu letra.
–Eran una excelente falsificación –rebatió Sherlock–. Maldito Dudley.
–No solo él, Sherlock –intercedió Cora–. Había otro que ha colaborado.
–¿Ah, sí? ¿Y tiene... Pruebas, Srta. Cora?
–Su hijo, Sebastian –sentenció Cora, el rostro de Brandon expresando una gran confusión–. Lo he visto con Dudley, felicitándose por tan broma pesada sobre Sherlock.
–Sé lo que está diciendo, Srta. Cora, pero... ¿Tiene pruebas? –recalcó, el rostro de Cora palideciendo ante su rostro tan gélido.
–Puedo demostrar que soy inocente –intercedió Sherlock, contemplando la incomodidad de la pelirroja y cómo se achantaba ante la mirada de su profesor–. Solo necesito tiempo.
–La junta ha citado el lema de la universidad al menos durante cinco veces durante la asamblea.
–Honradez, rectitud y diligencia –sentenció Cora en un tono molesto. Siempre había odiado los lemas que imponían una cierta doctrina para los alumnos.
–Exacto, Sra. Izumi –afirmó Brandon–. Para ellos tú has cometido el peor de los crímenes.
–Y se me va a castigar con el peor de los castigos: la expulsión.
–¿Qué? ¡No! –exclamó Cora en un tono airado.
–No te preocupes –intercedió el profesor Morán–. Haré cuanto esté en mi mano para ayudarte: No perderé de vista a Dudley, y escribiré una carta de recomendación para que compagines tus estudios en otra prestigiosa universidad de Inglaterra.
–Se lo agradezco –dijo Sherlock con una leve inclinación de la cabeza–. Ya que mantendrá un ojo sobre Dudley, por favor, cuídela –le pidió en un susurro, gesticulando de forma discreta hacia la pelirroja.
–Faltaría más, Sherlock –afirmó el profesor en un susurro–. Si puedo hacer algo más por ti...
–En realidad, sí que hay una cosa –replicó Sherlock, sonriendo de forma suave, con Cora observando la escena con infinita pena.
–Oh... –Brandon pareció percatarse de su última petición, sonriendo con sus dientes blancos a la vista–. Un último duelo de esgrima.
–Sí, señor.
Brandon llevó entonces a ambos muchachos al gimnasio, donde comenzaron un duelo sin el traje ni las protecciones habituales del esgrima, únicamente con los estoques. Cora se mantuvo observando el duelo, su vista fija en los movimientos de ambos hombres, percatándose del anillo de oro que su profesor llevaba en su mano derecha. Ese mismo anillo que había observado en el dedo anular de Sebastian en su mano izquierda, aquel día tras haberse quitado los guantes. Mientras el combate seguía su curso, un imprevisto haz de luz salió del anillo como reflejo de la luz solar, cegando a Sherlock y siendo herido levemente en la mejilla izquierda.
–¡Sherlock! –exclamó la pelirroja, acercándose rápidamente, al igual que su profesor, quien parecía consternado.
–¿Estás bien? –le preguntó el profesor de gimnasia en un tono preocupado.
–Sí, es solo un pequeño corte –admitió el joven de ojos azules-verdosos, observando la sangre en su dedo–. He perdido la concentración por un momento –intentó calmar los nervios de la pelirroja, quien ya estaba a su lado evaluando el corte.
–Debí haberme quitado el anillo –admitió Brandon–. Lo siento, ha sido injusto –se disculpó con una sonrisa caballerosa–. El combate es tuyo, Holmes.
–Dejémoslo en un empate, Profesor –concedió Sherlock con una sonrisa que Cora también exhibió. Tras estrechar la mano a su profesor, éste se giró hacia su compañera.
–Srta. Cora, lleve por favor a Holmes a la enfermería. Que la Sra. Dribb le vea la herida.
–Por supuesto –afirmó Cora antes de tomar la mano de Sherlock, llevándoselo hacia allí con presteza.
Mientras caminaban, el joven de cabello castaño no evitó el notar lo apenada que se encontraba la joven con su inminente marcha, por lo que detuvo sus pasos, haciéndola girarse hacia él.
–Cora...
–Ahora que al fin podíamos estar... –comenzó a decir, sin terminar la frase, el joven comprendiendo sus palabras al momento–. ¿Por qué pasa esto? –inquirió en un tono desasosegado.
–No te preocupes, el Juego aún no ha terminado, y no pienso quedarme conforme con la resolución de la asamblea de profesores. Tenemos un caso pendiente y tendré que verlo resuelto antes de marcharme o juro que me tiraré de la azotea del edificio de astronomía.
–No digas esas cosas –la joven lo abrazó, un abrazo que él correspondió con gran afecto–. Será mejor que te lleve a le enfermería. Estamos tardando mucho y la Sra. Dribb se preguntará dónde estamos.
–Tienes razón –admitió Sherlock, caminando con ella.
–Sabes que te echaré mucho de menos, ¿verdad?
–Lo sé –afirmó Sherlock–. Igual que sé que yo también te voy a extrañar.
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